El fenómeno de la concentración económica a fines del XIX

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La primera gran crisis del capitalismo estalló en 1876 y no se llegó a superar, realmente, hasta la segunda mitad de la década de los años noventa de dicho siglo. Esta Gran Depresión fomentó el proteccionismo frente al librecambismo anterior y, sobre todo, un proceso de concentración industrial y financiera con el objetivo de eliminar la competencia, crear monopolios e intentar controlar los mercados. El proceso de concentración traspasó las fronteras nacionales y constituyó uno de los primeros capítulos de la Historia de la globalización de la economía.

La concentración empresarial se produjo de diversas maneras. El cartel era un acuerdo o convenio entre empresas que fabricaban un mismo producto o prestaban un mismo servicio, con el fin de reducir o eliminar la competencia. Este objetivo se conseguía repartiendo los mercados o la clientela, o fijando un mismo precio. El trust constituía un paso más en la concentración porque suponía una fusión de diversas empresas. La fusión o concentración horizontal se producía entre empresas que fabricaban un mismo producto. Si la fusión se daba entre empresas que participaban en un mismo proceso productivo era de tipo vertical. Por fin, estaba el holding, una concentración más sofisticada, ya que se trataría de una sociedad financiera que invertiría en distintas empresas de variados sectores para controlarlas. Los bancos emplearon este sistema para participar en los consejos de administración de las empresas al hacerse con paquetes importantes de sus acciones.

Estados Unidos y Alemania, las dos nuevas grandes potencias económicas de la Segunda Revolución Industrial, fueron los países donde más se dio este fenómeno de concentración económica. Existen ejemplos característicos: la Standard Oil Company se hizo con el 90% del control de todo lo relacionado con el petróleo en Norteamérica en diez años. El naciente y potente mercado eléctrico mundial se repartió entre la norteamericana General Electrics y la alemana AEG. En el campo financiero, destacó la Banca Morgan. Fuera de estas dos potencias habría que destacar el grupo suizo Ritz que casi monopolizó el sector hotelero mundial de lujo. Muy pronto despegarían los gigantes de la industria automovilística, como Ford, Benz, Renault, Citroën, etc…

Estas concentraciones empresariales y financieras generaron tanto poder que podían dominar económicamente a Estados no muy desarrollados, además de ser perjudiciales para los consumidores. En Estados Unidos comenzaron a darse leyes contra estas concentraciones. La primera de ellas fue promovida por el senador Sherman en 1890, llevando su nombre. El gobierno federal consideraba que los trusts eran nocivos para el desarrollo del comercio internacional. En 1914, en tiempos de la administración de Wilson, se aprobó una ley federal, la Clayton Act, promovida por el senador Clayton para solucionar las deficiencias de la ley anterior y combatir las prácticas y monopolios que perjudicaban a los consumidores.

Eduardo Montagut

Reflexiones sobre el surgimiento del fascismo italiano

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En este artículo realizamos algunas reflexiones sobre las causas o factores que propiciaron el surgimiento y triunfo del fascismo en Italia.

La Gran Guerra debe ser considerada un factor fundamental a la hora de entender el ascenso del fascismo y por varias razones. En primer lugar, porque generó un grupo social nuevo, el de los combatientes, que tuvieron serias dificultades para reintegrarse a la vida civil, al mundo cotidiano por las dificultades económicas de la posguerra, pero también por razones ideológicas y hasta psicológicas. Los combatientes habían sufrido una guerra muy dura, sentían nostalgia de la acción, del combate, de la camaradería de las trincheras y no entendían la vida burguesa y cotidiana. Estaban acostumbrados a las órdenes, a la disciplina, a mandar y obedecer, a lucir uniforme y a desfilar. Los combatientes se organizaron en milicias, en tropas de choque, en escuadras. El escuadrismo es un fenómeno muy importante para entender lo que estaba ocurriendo en Italia. Si los escuadristas no entendían la vida cotidiana burguesa tampoco comulgaban con la vida y la lucha de socialistas y anarquistas. Los escuadristas combaten las huelgas, participan en verdaderas batallas urbanas contra los miembros del movimiento obrero, suplantan, en fin al Estado en la conservación del orden y pueden, de ese modo, recuperar algunos elementos de su vida militar con sus acciones. Están desclasados y emplean la violencia para participar en la vida política y social italianas. A partir de 1922 serán muy fuertes, y las autoridades no sólo no les combaten, sino que les toleran y hasta alientan.

El auge de la violencia en la posguerra, consecuencia de la propia contienda y del desclasamiento social tiene, además, un apoyo en cierta intelectualidad y hasta en la vanguardia artística del futurismo. Se plantean nuevos valores que pasan por la demolición de los valores burgueses de la paz, la vida familiar, el afán del ahorro y de la adquisición de bienes y propiedades, pero sin optar por los valores del movimiento obrero porque se considera que sus reivindicaciones buscaban solamente el progreso material, un egoísmo de clase, que les alejaba del patriotismo. Deben plantearse nuevos valores, basados en la acción, la fuerza, la jerarquía y la obediencia.

El resultado de la guerra generó una sensación de frustración. Las promesas de la Entente para que Italia entrara en la guerra no se habían cumplido. Italia se siente la perdedora de los vencedores. Se genera un claro rencor fundamentalmente contra Francia y también contra la nueva Yugoslavia porque ocupa alguno de los territorios irredentos. En este clima se producirá la ocupación del Fiume por D’Annunzio, uno de los intelectuales más destacados del momento y que ejemplifica ese apoyo al uso de la acción y la violencia que hemos planteado anteriormente.

La economía es el otro gran factor explicativo. En realidad, la crisis económica es determinante, ya que empobrece a las clases medias y hunde en la miseria a los campesinos. En este universo medio social hay que encontrar los primeros apoyos al fascismo. Ya no sirven los partidos tradicionales que habían dominado el sistema político italiano desde la unificación, y esta pequeña burguesía no iba a abrazar la causa de socialistas y anarquistas. El miedo al desclasamiento entrega en brazos del fascismo a estos grupos sociales. Por su parte, el movimiento obrero se desarrolla con fuerza con un auge de las huelgas en respuesta a la crisis. Esta lucha obrera indigna a la pequeña burguesía que potencia un mayor sentimiento de frustración porque piensa que los obreros consiguen más del Estado y del poder que ella. Esa indignación también lleva a esa burguesía hacia el fascismo.

La industria italiana había experimentado un importante auge en la guerra por el considerable aumento de la demanda de productos. Los beneficios empresariales subieron de forma considerable, pero al terminar la contienda disminuyeron muy rápidamente por una crisis de superproducción, ya que la demanda se contrajo considerablemente. Para evitar los efectos de la crisis los patronos quieren frenar a los obreros, al potente movimiento obrero italiano, que como hemos visto desarrolla toda su actividad, espoleado, además, por el ejemplo de la Revolución Rusa, un fantasma que asusta al capital europeo y, por supuesto, al italiano. Para combatir al movimiento obrero ya no eran suficientes los instrumentos del Estado. Es el momento de recurrir a las milicias, a los escuadristas, a los fascios, en suma. En un primer momento se les financia, después se les entregará el poder.

Por fin, el aumento del paro generó otro grupo social, un proletariado o infraproletariado que creía que los partidos obreros y los sindicatos no atendían sus demandas. El fascismo les ofrece una alternativa porque les une, les ofrece un sueldo y, por fin, un sentido en la vida, un objetivo por el que luchar.

Eduardo Montagut

Marruecos a comienzos del siglo XX

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Marruecos representaba un territorio muy atractivo para las potencias coloniales por distintos motivos al comenzar el siglo XX, aspecto que iba unido a una situación interna de intensa inestabilidad política. Marruecos se encuentra en una posición estratégica muy importante, frontera norte de África con Europa y en el lado sur del Estrecho de Gibraltar, además de contar con recursos mineros en el Rif, es decir, en su zona norte, y ser un territorio donde se podían canalizar importantes inversiones de capital para montar las infraestructuras, como el ferrocarril, y emprender muchas obras públicas. España y Francia eran las potencias directamente interesadas. España tenía una larga relación tanto amistosa como bélica con Marruecos desde finales del siglo XV, y contaba con ciudades y plazas en el norte de África. Francia tenía importantes intereses en el norte de África, ya que dominaba Túnez y Argelia y le interesaba la salida hacia el océano Atlántico, dentro de su eje colonial africano este-oeste. Aunque Alemania no tenía intereses concretos en la zona, Marruecos se convirtió en una de las bazas de su estrategia de desgaste hacia Francia. Por su parte, los británicos decidieron ceder la zona a los franceses y españoles a cambio de que París les dejara las manos libres en Egipto.

El tratado hispano-francés de 1904 reparte la influencia de ambos países sobre Marruecos, pero Alemania no está dispuesta a aceptar la situación y el propio káiser Guillermo II desembarca en Tánger en 1905 para manifestar su apoyo a la independencia de Marruecos, frente a los intereses franceses en la zona. Ante la gravedad de la situación se convocó la Conferencia de Algeciras al año siguiente, celebrándose entre enero y abril. Gran Bretaña defendió los intereses franceses y españoles en la zona, pero también Italia, miembro de la Triple Alianza, ya que Roma y París habían acordado unos años antes un pacto por el que Francia no interferiría en los intereses italianos en Libia. Alemania quedó aislada y terminó por aceptar los planteamientos británicos de mantener Marruecos independiente, pero con varios puertos abiertos al comercio exterior bajo tutela franco-española, además de que ambos países adquirían el compromiso de ejercer un protectorado. Posteriormente, según los acuerdos firmados en noviembre de 1912 por Francia y España, Marruecos quedó dividido en dos protectorados, uno francés al sur y otro español en la zona del Rif y la Yebala.

La tensión internacional regresó a Marruecos en 1911. El sultán llamó a los franceses para que sofocaran unas revueltas internas, ocasión aprovechada para ocupar la ciudad de Fez. Esto conculcaba lo estipulado en Algeciras y Alemania expresó su disconformidad enviando un barco de guerra, el navío cañonero Panther, a Agadir, el principal puerto atlántico de Marruecos, con el pretexto de proteger a los comerciantes alemanes de la zona. Gran Bretaña apoyó a Francia y los alemanes tuvieron que retirarse y aceptar el poder francés sobre Marruecos, aunque consiguieron territorios en África como compensación. La alianza entre el Reino Unido y Francia se fortaleció, aspecto muy importante en el proceso hacia la Gran Guerra.

A partir de 1912 desaparecen los problemas diplomáticos en relación con Marruecos, pero se agudizan los militares internos en la zona del Rif, recrudeciéndose la denominada guerra de Marruecos, que tanta importancia tiene para entender parte de la crisis de la Monarquía de Alfonso XIII. Entre los episodios más terribles destacará el Desastre de Annual en 1921. Cuando el líder de los rifeños, Abd-el-Krim cometió el error de atacar a los franceses, la suerte de los insurrectos se selló, ya que Primo de Rivera, desde una íntima convicción de que había que terminar la guerra rápidamente, consiguió establecer una alianza militar con Francia que, a partir del Desembarco de Alhucemas en 1925, permitió terminar con el conflicto.

 

Eduardo Montagut

El reparto de África

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El continente africano fue ocupado y repartido entre las potencias europeas en el siglo XIX. A principios de dicho siglo los europeos solamente poseían factorías costeras o pequeñas colonias. Pero en la segunda mitad del siglo, exploradores y misioneros recorrieron África, aprovechando el curso de los grandes ríos: Níger, Nilo, Congo, Zambeze y se aventuraron por el Sahara.

A partir de 1870, las expediciones se multiplicaron y las potencias europeas se lanzaron a una verdadera carrera de conquista y colonización de territorios. Los británicos deseaban establecer un imperio de norte a sur, vertebrado por el ferrocarril El Cairo-El Cabo, dominando, a su vez, la fachada oriental del continente con vistas a controlar el Océano Índico. Gran Bretaña obtuvo territorios muy ricos en minerales (oro y diamantes), así como de gran valor estratégico, como el Canal de Suez, por el que controlaban el paso entre el Mediterráneo y el Mar Rojo hacia el Océano Índico.

Por su parte, los franceses pretendían levantar un imperio de este a oeste del continente africano. Comenzaron por dominar Argelia y desde allí fueron dominando gran parte del norte de África (Marruecos y Túnez), la costa occidental del continente y se extendieron hacia Sudán, punto de fricción con los británicos, ya que era la zona de choque con la línea norte-sur británica.

El rey de los belgas -Leopoldo II- encargó la exploración de la zona del Congo para levantar un imperio propio. Los alemanes se establecieron en África central. Así pues, muy pronto comenzaron a entrar en colisión los intereses de las grandes potencias. Ante esta situación, en el año 1885, Bismarck convocó una Conferencia Internacional en Berlín.

En la Conferencia se tomaron una serie de decisiones sobre la colonización de África: garantía de libre navegación por los ríos Níger y Congo, establecimiento de unos principios para ocupar los territorios por parte de las metrópolis, basados en el dominio efectivo con notificación diplomática al resto de las potencias del establecimiento de la nueva colonia. Pero la Conferencia no terminó con los enfrentamientos entre las potencias coloniales.

Posteriormente, los alemanes se establecieron en Togo, Camerún, África suroccidental y Tanganica, mientras que los portugueses se hacían con Angola, Mozambique y Guinea-Bissau. Italia estableció su imperio en Libia y Somalia. Por fin, España se estableció en lo que luego fue Guinea Ecuatorial, y el Sahara Occidental (Río de Oro).

 

En el sur de África dos pequeñas repúblicas vecinas –Transvaal y Orange- estaban en manos de los holandeses nacidos en el continente africano y conocidos como bóers, después de haberse marchado de la zona de El Cabo (habían llegado en el siglo XVII), huyendo de la expansión británica en la zona. Pero la noticia del descubrimiento de importantes minas en Transvaal motivó a los ingleses a invadir los territorios de los bóers, provocando el estallido de una guerra, que duró tres años, con un alto coste en vidas humanas. Al final, esos territorios fueron anexionados al Imperio británico.

 

Eduardo Montagut

 

 

Mau Mau

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Los Mau Mau fueron un movimiento terrorista secreto contrario a los británicos, y que surge entre los miembros de la tribu kikuyu de Kenia, surgiendo entre los años 1948 y 1952. Su objetivo era expulsar a los colonos blancos de las tierras tradicionales de los kikuyu. Sus métodos eran expeditivos: asesinatos e incendios. La violencia comenzó el 20 de octubre de 1952 y las autoridades del país reaccionaron con la detención de Jomo Kenyatta, acusándole de liderar el movimiento. También decretaron el estado de emergencia.

En marzo de 1953, los Mau Mau perpetraron una matanza en Lari al asesinar a ochenta personas, casi todos africanos. Este hecho provocó el rechazo en la misma tribu de los kikuyu, y supuso el principio del fin del movimiento. Al terminar el año siguiente, las autoridades habían casi eliminado a los Mau Mau, empleando al ejército y a la aviación. En todo caso, hasta el año 1959 duró el estado de emergencia. Kenyatta terminó su condena en ese mismo año, aunque se le confinó a una región apartada hasta el año 1961.

El balance de toda esta violencia es impresionante: Mau Mau mató a unas dos mil personas, y murieron unos once mil miembros del movimiento.

En el pasado año de 2011 tuvo lugar en Londres un juicio, promovido por las denuncias de cinco ancianos en el año 2009, que ha sacado a luz los excesos que el Reino Unido cometió en Kenia en la represión del movimiento independentista Mau Mau.

Las denuncias de los ancianos tienen que ver con las vejaciones que padecieron por parte de las autoridades británicas. En el proceso estuvieron los cuatro supervivientes. Paulo Nzili fue castrado con unas tenazas por pertenecer al movimiento, aunque, al parecer, su única conexión con el mismo fue el de ayudar a activistas del mismo suministrándoles comida. Ndiku Mutua también fue castrado. Por su parte, Wambugu Wa Nyingi estuvo encerrado en varios campos de internamiento sin que se le formulara acusación alguna. En una ocasión tuvo que pasar tres días junto con los cadáveres de once personas que no habían conseguido resistir, como él, las palizas que recibieron. Jane Muthoni Mara fue detenida con 17 años y brutalmente torturada, además de ser violada.

Estas brutalidades no fueron conocidas en su día porque los británicos decidieron esconder todos los documentos relativos a las mismas. Es muy significativo lo que expresó el fiscal general que fue destacado en Kenia en la época de la insurrección de los Mau Mau: “si tenemos que pecar, pequemos en voz baja”. Pero los documentos han terminado por salir en el proceso gracias a un funcionario.

Los ancianos reclamaban al gobierno británico que pida perdón y que constituya un fondo de ayuda a los supervivientes de la represión. Pero Londres respondió que había pasado ya mucho tiempo y que sus responsabilidades o culpas habrían terminado cuando Kenia accedió a su independencia, acontecida en 1963. Un ejemplo más de los problemas de la memoria.

Eduardo Montagut

La personalidad política de Napoleón III

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Uno de los principales personajes del tramo central del siglo XIX fue Luis Napoleón, primero como presidente de la II República francesa y después, como emperador del Segundo Imperio. En este trabajo nos acercamos a una personalidad ambivalente, llena de facetas y que ha generado no pocas polémicas entre los historiadores.

Carlos Luis Napoleón Bonaparte nació en 1808, hijo de Luis Napoleón, hermano del emperador y rey de Holanda. En 1815, con el triunfo de la Restauración, tuvo que marchar a Suiza. El ímpetu juvenil le hizo entrar en la sociedad secreta de los carbonarios, iniciando una etapa de intenso conspirador. En 1832, su vida comenzó a cambiar. En ese año fallecía el conocido como Napoleón II, es decir, el hijo que el emperador había tenido con María Luisa de Habsburgo, por lo que heredaba los supuestos derechos sucesorios napoleónicos, aunque por el momento al joven Luis Napoleón solamente le interesaban las conspiraciones. En 1836 tuvo que exiliarse y en 1840 ingresó en prisión. En 1846 se fugó de la cárcel. Luis Napoleón se convirtió en un personaje propio del Romanticismo.

Al estallar la revolución de 1848 en Francia regresó y consiguió ser elegido diputado gracias a su fama de revolucionario. En contraposición, Luis Napoleón no parece que tuviera una gran preparación intelectual y política. Esta cuestión ha generado un cierto debate por parte de los historiadores. Si para Tocqueville era un mediocre, para Thiers era un cretino. También Zola expresó que su inteligencia era mediocre y en otra ocasión insistió en que era un introvertido. Guizot consideraba a Napoleón III como un iluso. Por fin, Marx llegó a pensar que era una especie de monstruo de la ignominia. Pero conviene matizar esta colección de descalificaciones, ya que hay que tener en cuenta que sí tuvo alguna formación, como lo demuestra su asistencia a la Academia Militar de Suiza, además de que se sabe que dominaba, en cierta medida, la economía política, siendo un decidido defensor del librecambismo, y llegó a escribir un libro, La extinción del pauperismo, con resonancias del socialismo utópico.

Si en economía defendía el librecambismo, en política su liberalismo se diluyó por la defensa de lo que algún historiador ha denominado el “autoritarismo democrático”, como un instrumento para implantar la igualdad frente al supuesto egoísmo burgués, aunque esto lo desmentiría el propio desarrollo del Segundo Imperio. El autoritarismo sería su baza fundamental para hacerse con el poder, ya que, ante el cariz radical del 48, la propia burguesía y los sectores más conservadores de Francia le apoyaron para que accediera a la presidencia de la República y para la reconversión de ésta en Imperio.

El bonapartismo, aunque se basaría en la forma de gobernar de Napoleón, se cristalizó con su sobrino Napoleón III. Se trataría, en consonancia con lo que estamos diciendo, de una especie de sistema de dictadura popular. No sería una monarquía absoluta, sino una especie de monarquía donde se reconocería la soberanía del pueblo, aunque no se tratase de una monarquía constitucional y, ni mucho menos, parlamentaria. Se invocaba, constantemente, al pueblo, a la voluntad popular, a través de los plebiscitos, fácilmente manipulables.

Pero en política exterior, Napoleón fue un férreo enemigo de la Europa de la Restauración y de la Santa Alianza, erigiéndose en defensor de los pueblos oprimidos, como el italiano, aunque luego abandonara a su suerte a los nacionalistas italianos. De nuevo, su ambivalencia. Así pues, fue un conservador defensor del orden en el interior de Francia, y fuera desató su pasión romántica revolucionaria juvenil, aunque no hasta las últimas consecuencias.

Esta ambivalencia también se puede observar en la evolución política del Segundo Imperio francés. Algunos historiadores dividen la historia del mismo en dos: en una primera etapa, el gobierno imperial tendría un carácter claramente autoritario y, a partir de 1859, el signo político sería más liberal, aunque, para otros historiadores solamente sería liberal muy al final.

En conclusión, lo que sí parece claro es que se trató de un político titubeante que cambió sus políticas con cierta frecuencia y que se caracterizó por tres aspectos: su autoridad nació de la usurpación, siguió una política exterior de prestigio y, por último, siempre fue receloso de las asambleas y parlamentos.

Eduardo Montagut

Arabia Saudí e Irán en Oriente Medio. Introducción

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Comenzamos hoy en el Blog La mirada a Oriente una serie de artículos bajo el título de “Arabia Saudí e Irán en Oriente Medio con la que pretendemos analizar el presente, pasado y futuro de las relaciones entre estas dos potencias de Oriente Medio.

Irán y Arabia Saudí se erigen, junto con Turquía e Israel,  en potencias regionales, en términos de tamaño de su economía, dotación de recursos, dimensión de población y territorio, poder militar – gasto en defensa, y estabilidad política.

Desde hace años Riad y Teherán compiten por influencia en la política interna de los Estados débiles de la región, procurando situar a sus clientes en la situación óptima para imponerse en los conflictos locales. Libran una guerra indirecta o por delegación a través de actores estatales y no estatales, una “Guerra Fría” como la han denominado muchos. La rivalidad y desconfianza creciente entre ellos promueven más conflictos y competición económica, según la prestigiosa revista Strategic Survey (2017). En los últimos años sus relaciones bilaterales se han deteriorado tanto que Riad y Teherán rompieron relaciones diplomática en enero de 2016.

La relación ha conocido tiempos mejores en los que la cooperación ha sido el elemento predominante. Antes de la Revolución Islámica de 1979, las dinastías Saud de Arabia Saudí y Pahlevi de Irán se unieron para combatir los movimientos radicales, nacionalistas y socialistas, garantizar el flujo estable de petróleo a Occidente y aumentar su riqueza; antes de 1979, Riad y Teherán eran aliados estratégicos EE.UU en Oriente Medio.

Arabia Saudí e Irán comparten geografía, historia y religión. La meseta iraní frente a la península arábiga, bañadas ambas por el Golfo Pérsico, han sido testigos de siglos de convivencia, coexistencia y conflicto. El Islam juega un papel clave en estas dos sociedades, y sus dirigentes son maestros en el uso estratégico de la religión dentro y fuera de sus fronteras.

Desde 2003 un rosario de cambios geopolíticos han afectado notablemente Oriente Medio, la relación entre estas dos potencias y las costuras de la Monarquía Saudí y de la República Islámica: la intervención norteamericana en Iraq y la Primavera árabe  nos han dejado un Estado árabe debilitado, la autosuficiencia energética de EE.UU y su retirada parcial de la región ha creado un vacío de poder, el descenso de los precios del petróleo, y finalmente el Pacto Nuclear de 2015 entre Irán y la comunidad internacional.

En el plano externo Irán ha sido el gran beneficiadoHa superado parcialmente el aislamiento internacional al que ha estado sometido durante décadas, en los últimos años a raíz de su programa nuclear. El punto de inflexión fue la rúbrica del Pacto Nuclear en 2015, que le ha permitido mejorar su posición internacional, éxito diplomático que unido a los triunfos militares y de sus clientes en Estados árabes debilitados, ha alarmado a la Monarquía saudí. La Casa de Saud, que percibe la República Islámica como una amenaza existencial desde 1979, ha reaccionado sustituyendo la diplomacia conservadora y predecible que fiaba su seguridad a EE.UU (hoy en retirada) por una estrategia de seguridad más autónoma, nacionalista, asertiva y ofensiva, basada en el rearme y encaminada a contener a Irán.  No obstante, la llegada a la Casa Blanca de Donald Trump ha envalentonado a la Monarquía saudí y ha puesto en guardia a Irán.

En un post de esta serie examinaremos los vectores del conflicto y las razones que subyacen a la escalada reciente. Será el momento de examinar las diferencias político-ideológicas de estos dos regímenes, sus concepciones del papel del Islam en la sociedad y sus ambiciones de hegemonía regional enraizadas en el pasado imperial de ambos. En ese post nos detendremos en el cisma dentro del Islam entre la corriente suní, la mayoritaria en el Islam, que pretende liderar Arabia Saudí y la corriente chií, predominante en Irán desde principios del siglo XVI; intentaremos dilucidar si las tensiones sectarias son la causa o la consecuencia del choque entre estos dos colosos regionales.

En el plano interno, estas dos economías rentistas dependientes de los ingresos de la exportación de hidrocarburos muestran signos de agotamiento después de tres años de precios bajos. A pesar de las diferencias de renta per cápita (4.862$ en Irán frente a 20.653$ en A. Saudí, en 2015), algunos retos a los que se enfrentan son muy similares. En aras de la contención del déficit el Estado saudí se ha visto obligado a recortar sus generosas prestaciones sociales. El contrato social árabe, que ha permitido a la Monarquía saudí mantener un férreo control de todo el poder a cambio de garantizar el bienestar social, está en un brete.

Por su parte, los presidentes iraníes Ahmadinejad (2005-2013) y Rohani (2013-) recortaron subsidios en un escenario de recesión económica y sanciones internacionales contra el programa nuclear iraní. El régimen iraní es consciente del distanciamiento creciente con el pueblo, en particular, después de las revueltas multitudinarias de 2009 (las más numerosas después de 1979) cuando el Movimiento Verde, reformista, sacó a cientos de miles de iraníes a las calles para protestar contra la reelección fraudulenta del presidente Ahmadinejad, y fue aplastado por el régimen.

Ambos países se enfrentan a esos desafíos con dos regímenes inmersos en un cambio generacional de su clase dirigente. Mohamed Bin Salman (32 años), el príncipe heredero saudí que ha adelantado en la línea sucesoria a sus tíos, los hermanos del Rey Abdulaziz Ibn Saud (fundador del Reino de Arabia Saudí en 1932), rompe con la gerontocracia que ha controlado Arabia Saudí hasta ahora. Ya ha asumido las riendas del poder y necesita afianzar su liderazgo interno. La sucesión del Ayatolá Ali Jamenei (78), Líder Supremo de la Revolución Islámica, una vez desaparecido Hashemi Rafsanjaní a principios de 2017, liquidará la generación del Imán Jomeini. El actual presidente, el centrista Hassan Rouhani, se encuentra bien posicionado para la carrera sucesoria.

Tanto la Monarquía saudí como la República Islámica han respondido a estos retos con ambiciosos proyectos modernizadores de sus estructuras económicas y sociales. Ambas cuentan con programas reformistas encaminados a diversificar y ensanchar su base económica con el fin último de proporcionar oportunidades laborales a unas poblaciones mayoritariamente jóvenes (con el 60% por debajo de 30 años), y así asegurar la viabilidad de sus modelos. La relajación de las costumbres y la carta nacionalista también se encuentran muy presentes en las estrategias de la monarquía saudí y del régimen iraní.

Estos factores internos y su incidencia en la Guerra Fría entre Irán y Arabia Saudí serán el objeto de otro post de esta serie.

Por último, dedicaremos un post a analizar los múltiples escenarios y planos en los que pelean Arabia Saudí e Irán: las guerras en Siria, Iraq, y Yemen, el conflicto político en el Líbano,  el bloqueo diplomático de Qatar o la división de la OPEC en torno al precio del petróleo. Uno de esos escenarios es Yemen en el que una coalición liderada por A. Saudí, que incluye los países más ricos y con las FF.AA mejor equipadas de la región, se revela incapaz de imponerse a los hutíes en el país más pobre de Oriente Medio. Por tanto, la eficacia de la política exterior y de seguridad trasciende el poder económico y militar, si éste se mide con los parámetros clásicos de PÌB, gasto en defensa, y equipamiento de FF.AA convencionales. Es la paradoja del poder que veremos en otro post.

Una advertencia antes de terminar esta introducción al tema. El enfrentamiento entre Irán y Arabia Saudí, siendo imprescindible para entender las dinámicas y tendencias dominantes en la región, no es la única fractura de la región. Por un lado, existe una pugna en el mundo suní sobre cuál debe ser el papel del Islam en la política: Turquía, Qatar, Arabia Saudí, los Hermanos Musulmanes, Egipto y las organizaciones terroristas DAESH y Al-qaeda son sus principales actores. El bloqueo diplomático de Qatar por una coalición de países encabezada por Riad se comprende mejor si tenemos en cuenta este enfoque adicional.

Por otro, las guerras civiles y los conflictos políticos en los Estados árabes debilitados (Yemen, Líbano, Iraq, Siria, Palestina) no arrancan con el enfrentamiento entre Riad y A. Saud. Pero una vez iniciados, los actores estatales y no estatales en esos conflictos (los Hutíes en Yemen, el régimen de Bashar el-Asad y las milicias islamistas en Siria, Hezbollah en el Líbano, los Hermanos Musulmanes en Egipto, HAMAS o al-Fatah en Palestina) compiten por el favor de Riad y Teherán, y de otros países como Rusia, y su ayuda militar, económica y diplomática. Las interferencias de las potencias regionales acaban exacerbando todavía más las tensiones internas y dando lugar a una espiral de tensión creciente en la región.

@lamiradaaoriente

 

La crisis de entreguerras de la democracia europea oriental

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A pesar del aparente triunfo de la democracia por el desenlace de la Gran Guerra, en los años veinte y comienzo de los treinta sufrió un serio retroceso en muchos países europeos, estableciéndose sistemas autoritarios, dictatoriales o totalitarios, fruto de la combinación de las crisis económicas y sociales postbélicas y del Crack 1929, que incidieron sobre Estados con estructuras e instituciones políticas no muy estables o consolidadas, junto con el miedo de la  burguesía a que cundiera el ejemplo revolucionario ruso. La opción autoritaria y/o totalitaria se convirtió en una tentación a la que no pudieron resistirse las clases medias. En este trabajo estudiamos la situación en la Europa central y oriental, aunque también se establecieran regímenes dictatoriales y totalitarios en la Europa meridional: Italia, España y Portugal, resaltando, como es bien sabido, que el segundo de los países mencionados superó la dictadura para implantar una de las democracias más avanzadas de la época, aunque ahogada en sangre a partir de 1936.

En Polonia, la guerra con Rusia tendría evidentes consecuencias, entre ellas que el mariscal Józef Pilsudski, héroe nacional, adquiriese un papel preponderante en la vida política. La nueva Constitución no consiguió estabilizar la estructura parlamentaria polaca. La crisis financiera de 1925-1926 afectó claramente a la labor gubernamental. Pilsudski se presentó como el salvador de Polonia. La “marcha sobre Varsovia” le permitió tomar el poder en 1926. Hasta 1935 ejerció una verdadera dictadura. La revisión constitucional de ese año posibilitó un giro aún más autoritario al régimen político polaco, ya que se potenció la figura del presidente de la República, que no era controlada ni debía responder a institución alguna.

Más al sur, en Hungría la situación de la posguerra era explosiva. Antes de abdicar y dejar de pertenecer a la monarquía dual del Imperio austro-húngaro, el rey Carlos entregó el poder al conde Karolyi, que fue proclamado presidente de la República, pero no duraría mucho en el poder. Hungría entró en una verdadera revolución. Se estableció un gobierno de los soviets con Bela Kun como hombre fuerte, pero las fuerzas contrarrevolucionarias acabaron con la experiencia comunista para establecer un régimen monárquico en 1920, aunque nunca hubo un monarca al frente del país, ya que Horthy, como regente, ocuparía la máxima magistratura. Se restableció el orden y se impuso la represión, el “terror blanco”.

La vecina Yugoslavia vivió importantes tensiones nacionalistas. En el mes de junio de 1921 se proclamó la denominada Constitución del Reino de los serbios, croatas y eslovenos, pero esta unión era más ficticia que real, dada disparidad entre estos pueblos, sus características, lenguas y religiones, además de la existencia de otras minorías que complicaban aún más la situación. Los serbios y los croatas estaban claramente enfrentados y el regente Alejandro tuvo que empeñarse en estabilizar el sistema a través de la creación de una monarquía constitucional que permitía al rey tener amplios poderes, como en las monarquías del siglo XIX. Pero la Constitución se suspendió en 1929, instaurándose una dictadura personal. Alejandro fue asesinado en 1934 en un viaje a Francia. El regente Pablo promulgó una nueva Constitución algo más plural.

En Rumanía el rey Carol I estableció un régimen dictatorial tras un golpe de Estado en 1930. Bulgaria desembocó en otro régimen parecido tras otro golpe en el año 1932.

En Austria sobrevivió la democracia hasta 1933 cuando el canciller Dollfuss implantó un régimen personal. Aprobó una Constitución filofascista, pero se enfrentó a los deseos de Hitler sobre el país, lo que le llevará a la muerte al ser asesinado por los nazis austriacos. La Constitución no llegó a entrar en vigor. Su sucesor sería Schuschinigg.

Por fin, Grecia también caerá en la deriva autoritaria. Venizelos ejerció el poder de forma dictatorial, aunque se respetase la institución parlamentaria. El retorno al trono de Jorge II en 1933 no significó una transición hacia una democracia, ya que a partir de entonces sería el general Metaxas quien desde el gobierno ejercería el poder autoritario.

Entre este mar de regímenes dictatoriales sobrevivirá un oasis democrático en Checoslovaquia, gracias a una mayor solidez de las instituciones democráticas, a una mayor cultura política tolerante y a la figura de Masayrk, sin negar los grandes problemas a los que tendría que hacer frente el país cuando Alemania decidiera intervenir en la zona.

Eduardo Montagut.- Doctor en Historia

 

Los refugiados: ayer y hoy

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Los Estados no consiguen o no desean acabar con la existencia de los refugiados. Los conflictos de todo tipo que saltan en cualquier lugar, siguen generando refugiados, miles, decenas de miles de refugiados. En este trabajo pretendemos realizar algunas reflexiones sobre estas personas que huyen de la persecución, del hambre, de las guerras, del horror, incidiendo en la prevalencia en el tiempo de este terrible fenómeno de sufrimiento humano.

Un refugiado es la persona que, a causa de una guerra, conflicto, revolución, golpe de estado o persecución se ve obligada a huir de su país e intentar trasladarse a otro. Un refugiado vive en la inseguridad jurídica porque no tiene la protección de su país de origen y, al carecer de la nacionalidad de su país de acogida, solamente posee un estatuto legal distinto al de la población autóctona.

En el siglo XX, las dos grandes guerras mundiales, especialmente la segunda, junto con otros conflictos más locales, pero no menos intensos, generaron millones de refugiados. El siglo XXI no ha comenzado mucho mejor.

En el período de entreguerras la Sociedad de Naciones abordó la cuestión creando en 1921 la Oficina Nansen, atendiendo con prioridad a los refugiados rusos que huían de la Revolución y la Guerra Civil y a los armenios. En este sentido, se creó el denominado Pasaporte Nansen, un documento o cédula personal, debidos al explorador y diplomático noruego Fridjof Nansen en 1922, y que permitía trasladarse al refugiado. Pero este período de gran inestabilidad política, salpicado de durísimos enfrentamientos, como el de la guerra civil española, trajo nuevos y más refugiados. El triunfo del totalitarismo fascista provocó otro aluvión de personas que intentaban escapar. En 1938 se fundó la Organización Internacional para los Refugiados, un hecho capital en la historia porque generó la creación de la figura jurídica del refugiado, que pretendía acabar o mitigar la indefensión legal de la persona que tenía que huir para salvar la vida. Era el primer paso para crear un estatuto.

Al terminar la Segunda Guerra Mundial y crearse la ONU la cuestión de los refugiados se hizo prioritaria porque se calcula que había que atender a unos sesenta millones de refugiados. Hasta 1951 no se pudo reorganizar esta situación de forma global con la creación del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). Este organismo se cuida de la protección, asentamiento, repatriación voluntaria, y todo lo relacionado con el refugiado.

La figura del refugiado ha adquirido nuevas dimensiones desde mediados del pasado siglo porque también ha terminado por aceptarse bajo esta condición a quienes huyen de catástrofes naturales de todo tipo, como las sequías, por ejemplo.

La dimensión de la cuestión de los refugiados, que no mengua con el tiempo, crea nuevos problemas a los países de acogida. Parte de las poblaciones huéspedes generan rechazo ante los refugiados y más en tiempos de crisis porque consideran que compiten por recursos escasos, como el trabajo o los servicios. Pero también es cierto que provocan efectos positivos relacionados con el crecimiento económico y hasta en la demografía. En los países de acogida se generan intensos debates y hasta conflictos entre los defensores de la solidaridad, apelando a los sentimientos de empatía, y los sectores contarios a la llegada de alto número de personas que huyen, jaleados, por su parte por el auge de los sentimientos xenófobos y de extrema derecha, parecidos a los que se suscitan con la inmigración extranjera. El terrorismo actual alimenta estos miedos con un discurso harto manipulador, no sustentado nunca en hechos reales relevantes.

Eduardo Montagut.-Doctor en Historia.

La discriminación positiva en los Estados Unidos: historia y comentarios

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La discriminación positiva, conocida en los Estados Unidos como “affirmative action”, se refiere a un programa federal que se puso en marcha con la Administración demócrata del presidente Johnson, uno de los presidentes más comprometidos con las políticas sociales de la historia norteamericana y los derechos civiles, aspectos que han quedado eclipsado por la Guerra de Vietnam. Comenzó en el año 1968. El objetivo de esta política consistía en reducir las desigualdades sociales en el país. Se instaba a las instituciones públicas federales y a los contratistas del Gobierno federal a tener una especial consideración con las minorías étnicas en el momento de las contrataciones laborales. Este plan terminaría extendiéndose a las mujeres a comienzos de la década de los años setenta. La discriminación positiva nacía en el contexto de una década de intensas luchas por los derechos civiles.

Pero esta política suscitó en diversos sectores políticos y sociales norteamericanos una clara oposición. En el año 1978, el Tribunal Supremo emitió un veredicto a propósito del Caso Bakke. Por un lado, esta alta institución que vela por el cumplimiento de la Constitución norteamericana, confirmó que la “affirmative action” era constitucional, pero el empleo de cuotas para favorecer a las minorías violaba la decimocuarta enmienda de la Constitución, relativa a la igualdad. Por lo tanto, era una sentencia un tanto ambigua, que podía interpretarse en un sentido u otro.

La polémica continuó. Al año siguiente se dio otra sentencia relativa a este asunto. El Tribunal Supremo, en un caso de la Unión de Trabajadores Americanos del Acero contra Weber, dictaminó que dar preferencia a los negros en los programas de formación no perjudicaba la promoción profesional de los blancos. En este caso parecía clara que la sentencia era favorable a la discriminación positiva. Las dos sentencias confirmaban la complejidad del asunto y cómo había argumentos constitucionales y legales a favor de una postura o de la otra.

En las dos últimas décadas del pasado siglo aumentó la opinión contraria a la discriminación positiva al interpretar que vulneraba la igualdad, frente a los que consideraban que esta política favorecía, precisamente, la igualdad al apoyar a quienes no partían de las mismas condiciones. Dado el cariz conservador de la época, el Tribunal Supremo fue emitiendo una serie de sentencias que fueron limitando la aplicación y extensión de esta política.

Las políticas de discriminación positiva también son discutidas desde otro punto de vista, porque aunque sean calificadas de positivas no evita que siga presente el concepto de discriminación y su significación negativa. Así pues, hay sociólogos que cuestionan la discriminación positiva por lo que exponemos, porque mantiene en la sociedad la idea de la discriminación.

Eduardo Montagut, Doctor en Historia