La agresividad en la clínica psicoanalítica: Sabina y el Toro

Toro

Sabina Spielrein, la sibila, la profetisa, la elegida, que, a través                                        del destino de su pueblo y de su propio sufrimiento, pudo                                                contemplar los fondos abismales que los demás estamos                                              dispensados de ver. Ella dice lo que tiene que anunciar, y es                                            rechazada porque nadie la cree. (“La verdadera historia de                                          Sabina Spielrein”, Karsten Alnaes)

La agresividad en la clínica psicoanalítica: Sabina y el toro

En el significante toro me interesa resaltar dos acepciones: toro como animal, del latín taurus, y toro, del latín torus, que en arquitectura es la moldura en que se plasma la figura geométrica definida por una superficie tórica. En lenguaje común y gráfico puede decirse que es un «aro». En el campo semántico psiconalítico de taurus, se puede asociar temas relacionados con la pulsión de muerte y la agresividad, y por eso haré mención a Sabina Spielrein. Pero antes comentaré algunos aspectos relacionados con  el campo semántico de torus, en donde nos adentramos en las matemáticas como forma de poner orden y formalizar, con apreciaciones hechas por Gerard Pommier y por Jacques Lacan.

Torus y la poesía

             Gerard Pommier, en su artículo publicado en la colección Lapsus de Toledo “Mecanismos defensa en las psicosis”, intenta poner de manifiesto el hecho de que la poesía es la madre de la ciencia. Cito a Pommier: “Por mi parte, yo soy lacaniano a favor del gesto poético de Lacan más que por sus matemas, no solamente porque no son a menudo más que maneras de hablar, sino porque son siempre posteriores a la poesía.”

Pommier señala que en el nacimiento, todos los niños están aterrorizados por el movimiento de ir y venir de su propio grito. Este grito se alivia y se domestica a continuación gracias a la repetición poética. La repetición de los sonidos según sus distintos tonos, es musical, poética, y mantiene una distancia anti-incestuosa: crea la distancia, el espacio. La repetición ordena el efecto poético.

La poesía, y después la palabra hacen nacer a un padre mítico: es un padre que, quizá más tarde, encarnará al padre del complejo de Edipo.  Un padre oculta al otro. Antes del padre de la neurosis, se encuentra siempre el padre primitivo, el padre del Logos. Es el lobo, el ogro que existe desde el inicio.

Pero, mientras las palabras se vuelan al infinito, las cifras limitan un eterno presente. La cifra no tiene sexo contrariamente al significante. Todo lo que nombramos tiene un género, ya que nos proyectamos en todo lo que vemos. Contar, es una ducha fría, un contra-delirio. Hacer una operación calculada, es desexualizar al mundo, retirarle su género. No hay relación sexual en el mundo de las matemáticas, se puede descansar de ello. Un obsesivo que piensa con angustia en la mujer puede ponerse a contar a toda velocidad.

Por otra parte, Lacan utilizó , al final de su enseñanza, la topología para dar cuenta de ciertos rasgos de la estructura del sujeto. Lacan intentaba salir de la dicotomía filosófica del cuerpo-alma, del “pienso luego existo”, a un ser que “piensa sin saber lo que piensa”. Es decir, utilizaba los conceptos matemáticos en terminos de estructura, no como algoritmos para hallar soluciones cerradas.

La topología es el área más joven de las Matemáticas, es muy moderna y muy revolucionaria. Los topólogos ven igual una taza de café que un donut, porque ambos tienen la misma estructura. Es como si imagináramos nuestro mundo como si fuera de plastilina y todo se pudiera moldear. Pues eso es el mundo de la topología. Hay un teorema en topología que se llama “teorema de la bola peluda”, y haciendo un ejercicio de imaginación, si tenemos una esfera con pelo y la peinamos, ¿por dónde empezamos a peinar?, ¿dónde se termina?, ¿se puede peinar todo por igual?. La respuesta es que tiene que haber un remolino, ese remolino es una singularidad, hay un corte, algo distinto. En cambio en la figura del toro, si la imaginamos con pelo, esta se puede peinar sin remolinos; por tanto, no hay singularidad, no hay corte, es continuo.

La primera referencia de Lacan al toro es de 1953; pero solamente comienza a figurar con mayor importancia en su obra, a partir de su abordaje más profundo de la topología, en la década de 1970. La topología del toro le sirve para ilustrar ciertos rasgos de la estructura del sujeto. Por ejemplo: una característica importante del toro es que su centro de gravedad está fuera de su volumen. De la misma manera, el “centro” del sujeto está fuera de él: el sujeto está descentrado, es excéntrico. Otra propiedad del toro es que “su exterioridad periférica y su exterioridad central constituyen una región única”. Esto ilustra, por su parte, la manera en que el psicoanálisis problematiza la distinción entre el “adentro” y el “afuera” (concepto de extimidad).

Taurus y Tánatos

Sabina Spielrein es la primera psicoanalista que escucha a Tánatos. Tánatos fue como Freud llamó a la pulsión de muerte, uno de los conceptos psicoanalíticos  más controvertidos que existen. De hecho, se puede decir que el concepto de pulsión de muerte ha sido el que ha fracturado más profundamente las distintas corrientes psicoanalíticas después de Freud; (a parte, del concepto de libido, que ya trajo consigo rupturas profundas todavía con Freud vivo.)

Su artículo, de unas 50 páginas, titulado “La destrucción como causa primera del devenir”  ( del ser o del nacimiento, según otras traducciones)” escrito en 1911, es un trabajo psicoanalítico pionero. Cuando lo presentó el 29 de noviembre de 1911, en el círculo de psicoanalistas en casa de Sigmund Freud, en Bergasse 19, la actitud de la mayoría de ellos, incluido Freud, podríamos decir que fue desde escéptica hasta negativa. Solo en una nota a pie de página de su ensayo de 1920 “Más allá del principio del placer”, Freud, todavía dejando traslucir su desconcierto, nombra a su predecesora en este concepto: “En un trabajo muy rico en ideas, aunque para mi no del todo transparente, emprende Sabina Spielrein una parte de esta investigación y califica de “destructores” a los componenetes sádicos de la pulsión sexual” .

Pero en esa primera presentación de 1911, podemos suponer que las críticas oscilaron entre ser un texto excesivamente metafísico, en donde al basarse en la deducción, con referencias a los mitos, las leyendas y la filosofía, para justificar sus principales tesis, se estaba desviando del camino que debería seguir el psicoanálisis, que era el de la ciencia y el del método inductivo. U otro tipo de críticas, en las que se decía que Sabina Spielrein vinculaba su teoría a las cualidades biológicas del ser humano. Otras críticas, en cambio, entre la que en ese momento se colocaba Freud, se referían a que no se necesitaba ninguna teoría sobre una pulsión de muerte primaria, porque los aspectos destructivos de la conducta humana podían entenderse dentro del marco del principio del placer y de la libido.

En los días posteriores a la presentación del trabajo de Sabina Spielrein, los comentarios que Freud escribió a Jung giraron en torno a ciertas objeciones dirigidas a la forma como la autora, basada en las ideas de Jung, trataba los temas mitológicos. También Freud advirtió el “componente personal” existente en la comunicación de Spielrein, lo que no dejó de comentar con Jung con las siguientes palabras: “…su pulsión de destrucción no me es simpática, ya que lo considero como personalmente determinado. Me parece que tiene más ambivalencia de la normal. “Es difícil de leer y entender. Escribe de una manera torpe, extraña”.

La novedad de la teoría de Sabina Spielrein reside en que relaciona la pulsión de muerte con la pulsión de vida. Sostiene que esas dos fuerzas motrices no sólo se mantienen en equilibrio, sino que son una condición la una de la otra, que las dos son primarias. De modo que la existencia de una de ellas es impensable sin la de la otra. Y lo que llama la atención es que Sabina Spielrein muestra ante todo cómo los mitos, leyendas y textos sagrados de distintas culturas relacionan la muerte y el nacimiento. Hay cierta conexión lógica, dice, entre el volver a la materia de origen y el volver a nacer. También muestra cómo los mismos mitos y leyendas revelan un conocimiento del elemento agresivo y destructor en lo erótico, y cómo la autodestrucción está dentro de nosotros como un instino, tanto porque abre camino a lo nuevo como porque está relacionado con la sensación de placer.

La pulsión de muerte como base de la agresividad y la violencia

             Hoy podemos decir que si la agresividad natural del ser humano, basada en la constitución del yo por medio de la imagen del otro, no implica necesariamente la instalación de la violencia, entonces el paso a esta violencia, el acto violento, puede leerse como una utilización social de esta agresividad innata; esta violencia es extrapolada, usufructuada, extraída de esa agresividad en uno modo que podríamos considerar similar a la extracción de plusvalía, es decir, aplicarse a matar y morir el servicio de los intereses de los Príncipes, como dice Voltaire, del Amo.

Por tanto, se destaca una configuración imaginaria de la agresividad por un lado y una inscripción simbólica de la violencia por otro. Dicho de otro modo, la agresividad no da cuenta del acto violento, la agresividad primordial constitutiva del sujeto no podría fundamentar la barbarie.

Para profundizar y entender mejor la diferencia entre agresividad y violencia, podemos comparar cómo se trataban estos conceptos en la tragedia griega y cómo se tratan en la guerras actuales. Según Bernard Sichère, en la actualidad el espectáculo nos muestra  lo trágico de una manera débil, con ofensivas figuras del horror y cuya consecuencia primera es sumirnos en el abatimiento, en lugar de suscitar nuestra resistencia. A lo “trágico débil” se le opone lo trágico verdadero, la tragedia griega, que no se confunde con el espectáculo del horror. No es que en la tragedia griega no exista un momento de horror y de devastación, sino que este momento de exceso está detrás de lo que puede darse a ver, de lo que puede mostrarse: no veremos a Antígona enterrada viva, ni a Edipo en el momento de hacerse saltar los ojos, porque esto corresponde al orden de lo imposible. No lo vemos, pero lo oímos a través de la queja de Antígona que avanza a su propia muerte, de la queja de Edipo, o de la queja de Medea por el asesinato de sus hijos. La queja se transmite a través del entramado simbólico que le permite al espectador extraer la enseñanza de que el hombre, si franquea un momento de horror y devastación, se le torna imposible su salvación.

En otras palabras, en la tragedia griega no se ve lo violento, pero sí se ve lo agresivo, esto crea en el espectador implicación, empatía, impacto, realidad…. En las guerras actuales, se ve lo violento, pero no se ve lo agresivo, esto crea en el espectador indiferencia, vacunación, irrealidad… y esto tiene como consecuencia el desconocimiento permanente de la muerte.

A modo de conclusión y de acuerdo con lo que dice John Kerr, en su libro de 1993 “Un método muy peligroso. La historia de Jung, Freud y Sabina Spielrein”: “ El listado de los diez mayores psicólogos del siglo XX es una cuestión de moda y gusto, pero en cualquier lista, cinco nombres inevitablemente aparecerían: Freud, Jung, Piaget, Luria y Vygotski. Sabina conoció a todos y cada uno de ellos. Tanto Jung, como Freud, Piaget y Vygotski se beneficiaron de las ideas de Sabina Spielrein.

Lola Burgos, psicóloga y psicoanalista

 

 

 

 

NADIE SABE LO QUE PUEDE UN CUERPO

Amis

Antropológicamente nuestro mundo es el más irreal de la historia. La pandemia de la covid19 nos ha hecho (re)descubrir nuestra enorme vulnerabilidad. Estamos ante un acontecimiento que, siendo inesperado, tiene todos los ingredientes para constituirse en un hito del todo significativo, de manera que a su carácter de imprevisto, se suma su potencial de dejar en suspenso el mero fluir de procesos en curso para, en una situación nueva, concitarnos ante alternativas, dilemas, y cambios futuros respecto a los cuales hay y habrá que tomar decisiones sin precedentes.

                       Nadie sabe lo que puede un cuerpo es un aforismo del filósofo del siglo XVII Baruch Spinoza, llamado el filósofo de la alegría, que me parece muy ad hoc para estos tiempos. Lo que subyace a este aforismo es la pregunta de cuál es la forma de vida más conveniente para un cuerpo, para un sujeto. Hay quien pretende saberlo y establece una moral universal; Spinoza critica a estos que se erigen en este saber/poder supuestamente universal que debe ordenar el mundo humano. Esta fue una de las razones por las cuales Spinoza fue expulsado de la Sinagoga. Tampoco Spinoza fue tan naif para no saber de los límites del cuerpo. Un ejemplo metafórico que parece que él ponía, era que los seres humanos son una esfera geométricamente idéntica pero materialmente distinta, es decir, somos como esferas, hechos de distintos materiales que ocupan el espacio y distribuyen la luz de diferente manera. Esto es, los límites que la luz proyecta cada una de las esferas son diferentes, por tanto los límites son dinámicos.

            Por otra parte, Michel Foucault, ya en el siglo XX, acuñó el concepto de biopolítica, o biopoder. Hasta hace dos siglos, el poder se basaba en la capacidad del soberano de dar muerte; ahora se basa en la capacidad de gestionar la vida. Así pues, se trata de controlar la vida, de hacerla crecer, organizarla y optimizarla.  Las dos formas de biopoder son las disciplinas del cuerpo y los controles de la población. Son sistemas encargados de moldear al individuo para integrarlo en la sociedad y convertirlo en un elemento útil. Lo ejercen instituciones como la educación o el ejército, pero también la anatomía.

            Mientras que las disciplinas del cuerpo se centran en el individuo, los controles de población se centran en la especie. El poder ya no se basa exclusivamente en la ley. Si bien la ley sigue existiendo, esta es un elemento más en un entramado de instituciones (la familia, el sistema educativo, el ejército, la medicina, etc.) que busca gobernar a base de regular lo que es lo normal y adaptar a ello a todos los individuos de la sociedad.

El biopoder se convierte así también en un nuevo marco para las ciencias, que bajo este nuevo paradigma se erigen como parte del entramado de instituciones que ejercen el biopoder.

Por ejemplo, nuestra propia concepción del la salud y del sexo sería biopolítica. Precisamente es el sexo, aquella esfera innombrable, que parece libre de toda injerencia política, donde el biopoder se manifiesta de forma implacable. Así, las prácticas sexuales comunes, pero también las concepciones científicas sobre el sexo, serían una forma de apuntalar los equilibrios de poder del statu quo a través de la práctica sexual. Vemos aquí como para Foucault los sistemas de conocimiento generan aquello que tratan de describir, de forma que en su esencia son mecanismos de poder.

El cuerpo se lee, sin duda: es un texto. El cuerpo ya no puede ser pensado como una materialidad previa e informe, ajena a la cultura y a sus códigos. No existe más allá o más acá del discurso, del poder del discurso y del discurso del poder. El cuerpo es la representación del cuerpo, el cuerpo tiene una existencia performativa dentro de los marcos culturales (con sus códigos) que lo hacen visible. Más que tener un cuerpo o ser un cuerpo, nos convertimos en un cuerpo y lo negociamos, en un proceso entrecruzado con nuestro devenir sujetos, esto es individuos, ciertamente, pero dentro de unas coordenadas que nos hacen identificables, reconocibles, a la vez que nos sujetan a sus determinaciones de ser, estar, parecer o devenir.

El cuerpo es fronterizo, se relaciona bidireccionalmente con el entorno sociocultural; lo constituye pero a la vez es constituido por él.  Una de las labores más loables y necesarias del psicoanálisis y de los feminismos ha sido y sigue siendo mostrar cómo actúan esos mecanismos de poder que consiguen que percibamos como naturales prácticas que en sí mismas no lo son. El poder se ejerce verticalmente, de arriba abajo, pero también se otorga, de abajo a arriba… o a los lados.

¿Cómo nos desenvolveremos como cuerpos después de esta aporía?

En otro orden de cosas, me gustaría señalar, en un primer y somero acercamiento a nivel clínico, las quejas y manifestaciones sintomáticas escuchadas y observadas desde mi posición analítica que me han llamado más la atención:

– El aislamiento continuado produce un enlentecimiento psíquico debido al aumento de la incertidumbre sobre las perspectivas vitales a corto y medio plazo, junto con pérdidas de memoria, dificultades para restaurar recuerdos.

-Se dan también manifestaciones sintomáticas de tipo supervivencial: En los primeros momentos del confinamiento, la compra desaforada de papel higiénico está relacionada con un mecanismo de defensa típico de una regresión a la etapa anal, expresado en términos ortodoxamente freudianos, donde la necesidad de control ante una situación totalmente fuera de control del sujeto, se manifiesta reveladoramente.

En un segundo momento del confinamiento, el masivo consumo de productos se trasladó la compra de harinas y levaduras. Una regresión a la etapa oral. En un artículo muy ocurrente de una periodista española, Cristina Fallarás, titulado “Nuestro tiempo es un bizcocho”, señalaba que restar importancia a la alimentación, es de alguna manera restar importancia a nuestra dedicación a nosotras mismas. Un bizcocho es algo hecho en casa, casero, un bizcocho es tiempo de esmero de cuidado, compartido, íntimo, la diferencia entre dinero y tiempo, lo pragmático y lo antipragmático. ¿Porqué un bizcocho y nuestro trabajo por dinero es incompatible o irreconciliable?

El sostenimiento de la carga emocional por las muertes por la covid19 en los hospitales ha recaído sobre todo el personal sanitario, ya que no había familiares en las habitaciones, que son los que en condiciones habituales soportan dicha carga. A esto hay que añadir, que parte de los médicos de hospital habitualmente tienden a tratar la enfermedad como entidad clínica, más que al enfermo como sujeto sufriente, pero ahora les ha tocado atender a los enfermos, de una enfermedad que conocen poco. Esta situación pavorosa lleva inevitablemente a un repunte sustancial de síntomas ansioso-depresivos.

-Y aparecen un tipo de manifestaciones sintomáticas, llamemosles paradójicas:

Los sujetos con estructuras cercanas a la melancolía, confinados habitualmente en su narcisismo depresivo, aparentemente parece que llevan mejor la situación. Podría ser debido a que todo a su alrededor está confinado, y ellos o bien saben manejarse mejor en esta situación, o bien mejoran en comparación, porque el resto de los sujetos nunca se han enfrentado de una manera tan patente a los abismos subjetivos que produce una situación de confinamiento.

Los que tienen tendencia al aislamiento de forma habitual, en el confinamiento han acusado el estar aislados; a los sujetos que no les gusta ser tocados o besados o acercarse mucho a los otros, ahora echan de menos esa posibilidad; quizá se trate más de hacer evidente las limitaciones en la ficción de libertad en que vivimos habitualmente.

Con esta pandemia, todas nuestras ficciones, registros imaginados y simbólicos, semblantes, fantasmas, fantasías, simulacros, patrones, plantillas, planillas, apaños… se nos han resquebrajado, y aparece de forma cruda e inmisericorde lo real. Nos toca rehacerlo, rehacernos.

Contamos con la extraordinaria capacidad de adaptación del ser humano. Pero hemos de ser realistas. Circula por ahí la idea de que una mala experiencia vuelve mejor a la gente.

Uno de los principales propagadores de esta ilusión fue Charles Dickens y su Cuento de navidad, en el que un banquero avariento se vuelve generoso y benévolo gracias a una serie de oportunos escarmientos metafísicos. Frank Capra, cineasta de buen corazón donde los haya, fue bastante más honesto al plantear en el suyo la desagradable verdad: la gente suele avinagrarse cuando vienen mal dadas y a los banqueros sin corazón rara vez les crece uno en el pecho.

El devenir subjetivo marca la pauta de los actos, acting y pasajes al acto con los que cada una de nosotras nos enfrentamos a los sucesos traumáticos que nos rodean, pero no olvidemos que aunque un suceso sea traumático a nivel social, no significa automáticamente que lo vaya a ser para todos y cada uno de los sujetos.

Saldremos de esta como hemos hecho siempre. La cuestión es si lo hacemos con Dignidad. La dignidad es un principio antipragmático. El delito de indignidad consiste en tratar a lo que tiene dignidad como si solo tuviera precio. Saldremos de esta, pero no sin cicatrices. Lo prioritario es que cuando eso ocurra sepamos leer esas marcas. La vida espera al otro lado.

Lola Burgos es psicóloga y psicoanalista

Mayo 2020