SABINA SPIELREIN ESCUCHA A TANATOS

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¿Por qué Sabina Spielrein es la primera psicoanalista que escucha a Tánatos? ¿Porque estaba loca? ¿Porque amó mucho? ¿Porque era una mujer? Interrogantes que se plantean a la hora de sumergirnos en uno de los conceptos psicoanalíticos  más controvertidos que existen. De hecho, se puede decir que el concepto de pulsión de muerte ha sido el que ha fracturado más profundamente las distintas corrientes psicoanalíticas después de Freud; a parte, del concepto de libido, que ya trajo consigo rupturas profundas todavía con Freud vivo.

Su artículo, de unas 50 páginas, titulado “La destrucción como causa primera del devenir ( del ser o del nacimiento, según otras traducciones)” escrito en 1911, es un trabajo psicoanalítico pionero. Cuando lo presentó el 29 de noviembre de 1911, en el círculo de psicoanalistas en casa de Sigmund Freud, en Bergasse 19, la actitud de la mayoría de ellos, incluido Freud, podríamos decir que fue desde escéptica hasta negativa. Solo en una nota a pie de página de su ensayo de 1920 “Más allá del principio del placer”, Freud, todavía dejando traslucir su desconcierto, nombra a su predecesora en este concepto: “En un trabajo muy rico en ideas, aunque para mi no del todo transparente, emprende Sabina Spielrein una parte de esta investigación y califica de “destructores” a los componentes sádicos de la pulsión sexual” .

Pero en esa primera presentación de 1911, podemos suponer que las críticas oscilaron entre ser un texto excesivamente metafísico, en donde al basarse en la deducción, con referencias a los mitos, las leyendas y la filosofía, para justificar sus principales tesis, se estaba desviando del camino que debería seguir el psicoanálisis, que era el de la ciencia y el del método inductivo. U otro tipo de críticas, en las que se decía que Sabina Spielrein vinculaba su teoría a las cualidades biológicas del ser humano. Otras críticas, en cambio, entre la que en ese momento se colocaba Freud, se referían a que no se necesitaba ninguna teoría sobre una pulsión de muerte primaria, porque los aspectos destructivos de la conducta humana podían entenderse dentro del marco del principio del placer y de la libido.

En los días posteriores a la presentación del trabajo de Sabina Spielrein, los comentarios que Freud escribió a Jung giraron en torno de ciertas objeciones dirigidas a la forma como la autora, basada en las ideas de Jung, trataba los temas mitológicos. También Freud advirtió el “componente personal” existente en la comunicación de Spielrein, lo que no dejó de comentar con Jung con las siguientes palabras: “…su pulsión de destrucción no me es simpática, ya que lo considero como personalmente determinado. Me parece que tiene más ambivalencia de la normal. “Es difícil de leer y entender. Escribe de una manera torpe, extraña”.

La novedad de la teoría de Sabina Spielrein reside en que relaciona la pulsión de muerte con la pulsión de vida. Sostiene que esas dos fuerzas motrices no sólo se mantienen en equilibrio, sino que son una condición la una de la otra, que las dos son primarias. De modo que la existencia de una de ellas es impensable sin la de la otra. Y lo que llama la atención es que Sabina Spielrein muestra ante todo cómo los mitos, leyendas y textos sagrados de distintas culturas relacionan la muerte y el nacimiento. Hay cierta conexión lógica, dice, entre el volver a la materia de origen y el volver a nacer. También muestra cómo los mismos mitos y leyendas revelan un conocimiento del elemento agresivo y destructor en lo erótico, y cómo la autodestrucción está dentro de nosotros como un instinto, tanto porque abre camino a lo nuevo como porque está relacionado con la sensación de placer.

Sostiene Sabina Spielrein en su trabajo: “Sientes al enemigo dentro de ti (…). Es el propio ardor amoroso, que con una necesidad apremiante te fuerza a hacer lo que no deseas; sientes el fin, lo efímero, pero no deseas escaparte ni huir lejos”.

Para Sabina, confluían siempre el amor carnal y el amor espiritual. Y como los experimentó personalmente como una catástrofe, eran para ella destrucción y nacimiento a la vez:“¿Es el clímax y nada más que eso? ¿Qué sucede al ser humano cuando se entrega a lo sensual? Al procrear, se unen la célula femenina y la masculina: cada célula es aniquilada como unidad propia, y de esa aniquilación surge una nueva vida”.

“La flor de un día también da su vida al sembrar la semilla de la próxima generación”.

En su tratado sostiene que todos lo seres humanos anhelan, muy en el fondo de sí mismo, su origen y principio. Con referencia a Anaxágoras,  intenta averiguar cómo surgió el dolor en el mundo: “El dolor surge porque nos hemos liberado del comienzo y del origen, y porque anhelamos con tanta fuerza volver a él que nos duele el alma.” Este filósofo presocrático decía que “el cambio y la muerte no son extinción de semillas, sino desintegración de las unidades temporalmente constituidas por aglomeraciones peculiares de estas semillas.” Quizá una forma de entenderlo desde nuestras coordenadas científicas actuales, es acudir al primer principio de la Termodinámica: la energía no se crea ni se destruye, solo se transforma.

La violencia aludida por Spielrein está motivada por el amor al objeto; si bien el centro de este escrito es la destructividad, no hay que olvidar que el amor aparece como substrato. Es el amor lo que se expresa a través de aquello que llamamos belleza. Por tanto, paradójicamente, la destructividad es considerada como una parte intrínseca de toda creación. Sería fundamental aquí marcar la diferencia entre aquella destructividad cuyo objetivo es dañar y aniquilar, de esa destructividad cuyo objetivo es crear la posibilidad de una nueva vida. El primer tipo de destructividad está más relacionado con los ataques de envidia y rivalidad. En cuanto al segundo tipo de destructividad, quizá el término que mejor exprese la noción de Spielrein sea “crueldad”, en el sentido de implacable y callada.  Esta crueldad que tiene lugar en el centro del proceso creativo; en él la destrucción se lleva a cabo al servicio del desarrollo.

La dualidad en la pulsión de muerte ya está presente en la mitología griega. Tánato o Tánatos era la personificación de la muerte no violenta. Su toque era suave, como el de su hermano gemelo Hypnos, el sueño. La muerte violenta era el dominio de sus hermanas, amantes de la sangre, las Keres asiduas al campo de batalla. Homero y Hesíodo los hacían hijos de Nix,  la diosa primordial de la noche, también llamada Nicte y para los romanos Nox.

Es interesante señalar la diferencia entre Tánatos y las Keres (en singular, Ker). Estas eran espíritus femeninos de la muerte. En algunos textos, Ker es la diosa de la muerte violenta. Eran descritas como seres oscuros, sedientos de sangre humana. Sobrevolaban el campo de batalla buscando hombres moribundos o heridos. La mitología ya nos muestra los dos aspectos de la pulsión de muerte.

 ¿Sabina escucha a Tánatos porque estaba “loca”?

 Sabemos que Sabina Spielrein llegó a la clínica Burghölzli en agosto de 1904 para ser tratada de un cuadro agudo diagnosticado por Jung como una “Psicosis histérica”. Es interesante  cuestionarse este diagnóstico. Como cuadro clínico, es decir como conjunto de síntomas, la histeria ha ido evolucionando a lo largo de los siglos. Durante mucho tiempo fue considerada pariente de la epilepsia. Pero muy pronto, ya entre los griegos, se incluyó una serie de síntomas corporales que se confundían con los de múltiples enfermedades.

Luego,  se agregaron características del estado mental,lo que hoy muchos denominan rasgos histéricos de la personalidad. Sobre este último grupo, afines del siglo XIX se delimitó un síndrome específico constituido fundamentalmente por alucinaciones y delirios que recibió la denominación de locura histérica o psicosishistérica.

Cabe preguntarnos entonces por la actualidad de las manifestaciones de la histeria. ¿Qué ocurrió con las locuras histéricas, esas formas  tan floridas, dramáticas, excesivas en su manifestación, «psicóticas», entre comillas, de la histeria? ¿Desaparecieron en una cultura que excluyó las prácticas demonológicas?, como opina Freud. ¿O se expresan en la actualidad por medio de otras formas?

Se puede tomar en cuenta el diagnóstico de Lacan, que sostiene que la histeria mitigó sus formas y sus síntomas como respuesta al surgimiento del psicoanálisis. Lacan describe la histeria y sus síntomas en permanente diálogo con los clínicos. Así como el globus histericus existió durante cientos de años transmitido por las sugerencias de los médicos que, a través de los interrogatorios, contribuyeron a su conservación; el surgimiento del psicoanálisis, la posibilidad de una nueva escucha ofrecida a los histéricos y, sobre todo, el prescindir de los métodos sugestivos en relación con la histeria, condujeron, si no a silenciar sus síntomas, por lo menos a moderarlos y a manifestar otras formas de presentación.

Cuando esta joven rusa ingresó en la institución, fue puesta al cuidado de C. G. Jung quien, lector de las primeras comunicaciones de Freud, realizó con ella su primera incursión en el campo de la terapia psicoanalítica. En el caso de Sabina Spielrein, sabemos que evolucionó rápidamente hacia una mejoría, suficiente al menos como para poder ingresar en la Facultad de Medicina en abril de 1905 y para pasar a ser una colaboradora de Jung en sus investigaciones sobre las asociaciones de palabras con pacientes psicóticos. Por tanto podemos concluir que la nueva forma de escucha psicoanalítica atemperó sus síntomas de “psicosis histérica” y posibilitó su desarrollo posterior en todos los niveles de la vida.

Hay un elemento que da que pensar a la hora de abordar la pulsión de muerte. Es el hecho de que Sabina Spielrein escribió su tesis doctoral sobre un caso de psicosis, algo en lo que coincidió con Lacan ( la tesis de Lacan se titula “ De la Psicosis Paranoica en sus relaciones con la personalidad” ). Es evidente que no podemos separar este hecho del trance mismo de que Sabina hubiera padecido una enfermedad mental muy florida en sus síntomas. ¿Es que padecer una enfermedad mental grave, y haber conseguido superarla después, facilita el acercamiento al lado más oscuro del ser humano? No hay una respuesta fácil y sin matices a esta cuestión.

Sabina Spielrein presentó su disertación doctoral con una tesis que versó sobre la psicosis, titulada “Sobre el contenido psicológico de un caso de esquizofrenia” (publicada ese mismo año de 1911 en el Jahrbuch, en el mismo volumen donde apareció el estudio de Freud sobre Schreber). En su tesis doctoral, Sabina Spielrein subraya el mecanismo de la transformación en lo contrario utilizado por los pacientes psicóticos. Este mecanismo le acerca al concepto de ambivalencia usado por Bleuler. Asimismo, llega a la intuición de la necesidad de una escisión en el Yo, mecanismo gracias a la cual Bleuler había acuñado el nuevo término de esquizofrenia, término de Spielrein utilizó por primera vez en una comunicación académica. Este mecanismo de la escisión del Yo ya había sido adelantado por otro analizando de Jung, Otto Gross, quien había propuesto el nombre de “Dementia Disjunctivaen sustitución de la vieja expresión kraepeliniana de “Dementia Praecox.  Así se resaltaba el elemento disociativo encontrado en este tipo depsicosis.

Además en este estudio se nos advierte, como señalaba antes, sobre cierta intuición en relación a la estrecha relación existente entre la pulsión de muerte y las psicosis. En terminología freudiana anterior a su segunda tópica, podemos decir que esta relación se establece sobre todo en los mecanismos relacionados con la decatectización del mundo externo (manifestada clínicamente por la vivencia de desrealización) e interno (que explica los sentimientos de despersonalizazión), ya que este retiro de las ligaduras catécticas, esta desligadura, para hablar con propiedad, es uno de los atributos esenciales imputados a la forma de acción de la pulsión de muerte.

Esta relación entre la psicosis y la pulsión de muerte, la podemos entender mejor a partir de la segunda tópica de Freud, establecida en la década de los 20 del siglo XX, y puede funcionar como un elemento más que nos indica cómo Sabina allanó, o dio pistas, con su intuición al proceso de construcción de la teoría psicoanalítica.

Freud concibe  el aparato anímico como una estructura compuesta de varias instancias: el Yo, el Ello  y el Superyo. Esta segunda tópica de Freud, pone de relieve la contradicción que tenemos todos los sujetos, esto es, el hecho de que ningún ser humano constituye una unidad, que las disarmonías, las divisiones internas son inevitables.

De manera sucinta, El Ello viene definido, está determinado por la búsqueda “ciega” dela

satisfacción de las pulsiones. El contenido del Ello tiene que ver, con lo reprimido y con las pulsiones, pulsión de vida y pulsión de muerte, como quedaron definidas por Freud en “Más allá del principio del placer” en 1923. El principio que rige al Ello es el principio del placer, y  el Ello es totalmente inconsciente.

El superyo tiene su origen,  parte tanto del Yo como del Ello, por tanto  tiene parte consciente e inconsciente. La parte consciente podemos decir que es la conciencia moral …… Y la inconsciente, es el superyo tirano y cruel, hecho de pulsión de muerte…

El Yo se forma a partir el Ello, cuando el Ello empieza a tomar contacto con el mundo exterior, es decir, su origen está en el contacto y posterior adaptación al mundo exterior. Su función es registrar las condiciones, las demandas, los peligros del mundo exterior y tomarlas en consideración. El Yo está regido por el principio de realidad, que es el principio del placer pero demorado en su satisfacción, en aras de la adaptación, defensa y autoconservación de la persona.  El contenido del Yo es tanto consciente como inconsciente. Lo inconsciente del Yo está relacionado con lo que Lacan llamó los aspectos imaginarios del sujeto, es decir, con todo aquello que tiene que ver con la imagen, con la envoltura, con la vestimenta, no sólo física sino también psíquica.

El Yo funciona como un gestor, valga la metáfora, como una instancia que está atenta:

  • alasdemandasdelexterior,tantodelanaturalezacomodelosotros,
  • alasdemandasdelEllo,
  • a las demandas del

“El loco es el verdadero hombre libre”, decía Lacan en 1967, porque no tiene ataduras, lazo social, no tiene el vínculo (libidinal, que diría Freud) con los otros semejantes ni con  el mundo exterior, también entendido el Otro como el Otro simbólico. De ahí que haya forclusión del nombre del padre, es decir que falte la ley del significante que hace corte entre lo exterior y lo interior.

Podemos decir que en el loco, el otro-Otro no existe para él. Pero el loco no está libre, ni mucho menos, de su mundo interior, de su Ello y de su Superyo, para seguir con la terminología freudiana. No está libre de su inconsciente, en tanto éxtimo, es decir, en tanto vivenciado como ajeno, exterior, pero a la vez es algo que es íntimo del sujeto. Algo que podemos llamar también en términos de Lacan, el goce Otro, esa pulsión de muerte que anida dentro del sujeto y  que al ser vivida como ajena es incontrolable. Y  es este goce Otro-éxtimo el que irrumpe, el que sale al exterior para el loco, al lugar que está vacío y que tenía que estar ocupado por los otros o por el Otro simbólico, y que es vivido por el loco como alucinaciones o como delirios sin estructurar.

 ¿Sabina escucha a Tánatos porque era mujer?

 Para expresar algo de lo que el significante “mujer” expresa en psicoanálisis, vamos a contraponerlo al significante “histeria”. Como sabemos, la histeria es el prototipo de sujeto dividido, el deseo estructurado como insatisfecho; la histeria es el paradigma de la neurosis. La estructura neurótica es fundamentalmente histérica. Es donde mejor se percibe que lo que tratamos de hacer los humanos es “mentir” sobre lo real, hacer una pantomima, un teatrillo. La histérica se pregunta ¿qué es una mujer?, y como no se puede encontrar una respuesta unívoca, busca su respuesta, por ejemplo en Dora, identificándose al varón e intentando responderla a partir de “la otra mujer”(Sra.K) que es la representación de lo femenino.

Pero como hemos dicho, no hay una respuesta satisfactoria, pues siempre la histérica se quedará en una demora sufriente, porque no le vale que el otro le de algo que puede colmar, llenar esa falta (el falo). Al contrario, cualquier cosa le recuerda su herida primordial, su privación fálica.   Y mucho menos le vale que ella se ponga como objeto que pueda colmar al otro, por lo mismo,  porquelehacereviviraúnmássuestadodeprivación.

Entonces lo que hace es ponerse en el lugar de la falta, identificarse a la falta, personificando la insatisfacción. Pero este dejar el deseo insatisfecho, es un modo de goce, es lo que Lacan llama el goce de la privación. Y aquí Lacan va a contraponer el deseo de la histeria del deseo propiamente femenino. Va a decir que el goce de la privación es distinto del goce femenino, va a decir que no es lo mismo preguntarse qué es una mujer que volverse La mujer (recordemos que Lacan señala que La mujer no existe). Lacan va a poner a la histeria del lado del varón en las formulas de la sexuación. Nos va a decir que el goce de la privación es un tipo de goce fálico, un goce del demasiado poco de gozar. Lo que pasa es que a las histéricas, es decir, las que tiene el sexo biológico femenino, las que tienen cuerpo de mujer, se las pone en el lugar de lo Otro, del goce de lo femenino, a la hora del encuentro sexual,  aunque no lo sepan o no lo quieran. Pero nunca serán del todo “La mujer”, por eso La mujer es no-toda. Por tanto una histérica mujer no será una histérica del todo. Otra forma de decirlo es que la histeria está del lugar de la función fálica, pero tiene algo de más, lo femenino.

En el Seminario XX, “Aún más…”, Lacan nos señala que las fórmulas de la sexuación implican una disimetría. Todos los seres hablantes, ya sean calificados de hombres o mujeres, es decir, sea cual sea su sexo biológico, se ubican del lado masculino y utilizan el fantasma como goce fálico. Y no todos los seres hablantes, hombres y mujeres incluidas, se ubican del lado femenino: “No todas las mujeres prueban el dicho goce femenino”. Es decir, es un goce que puede ocurrir o no ocurrir, es un goce suplementario. Por el contrario, el goce fálico es un goce necesario, ya que es la consecuencia en el ser vivo de la presencia del lenguaje.

En el lado femenino, algunas mujeres pueden encarnar la pulsión de muerte, en esa actitud tan decidida y radical en la que se juega para el sujeto un antes y un después de su acto. Como en el caso de Antígona o de Medea.

Parafraseando un verso de una canción de otro Sabina, el cantautor español Joaquín Sabina: “Hay mujeres veneno, mujeres imán, mujeres de fuego y helado metal, mujeres consuelo, mujeres fatal.”

 ¿Sabina escucha a Tántos porque amó mucho?

En  el libro del autor  noruego Karsten Alnaes,“La verdadera historia de Sabina Spielrein” (1993), se pueden encontrar sugerencias de cómo se desarrolló la vida de esta psicoanalista.  Es su vida novelada, basada en documentación extraída de la relación epistolar entre Jung y Freud, Jung y Sabina y Sabina y Freud; además de los diarios de Sabina, y las investigaciones del psicoanalista jungiano Aldo Carotenuto, el psiquiatra y psicoanalista Bruno Bettelheim y otros autores especializados. Pero parafraseando a Freud, un psicoanálisis ¿no es sino “una novela familiar de cada neurótico”?.

Sabina Spielrein había nacido en Rusia en Rostov sobre el Don, en 1885 y murió en la misma ciudad en 1941, fusilada por los nazis. Era la hija mayor de los cinco hijos de un matrimonio judío con fortuna. De hecho, el abuelo y el bisabuelo habían sido rabinos en su comunidad. La hermana que le seguía murió y los tres hermanos restantes eran varones: Isaac, Jean y Emile.

Desde niña dio muestras de poseer una gran imaginación por lo que su mundo interior estaba poblado de fantasías extraordinarias: “El  abuelo materno de Sabina Spielrein era rabino, creía en Dios y ella le amaba porque cuando la visitaba, él le confirmaba lo que ella ya sabía, que Sabina era la elegida, nadie podía hacerle daño o impedir que reinara en su imperio”.

A partir de la alucinación de dos gatitos, comienza a padecer de terrores nocturnos con la sensación de que será atacada por animales amenazantes. Posteriormente comenzó a retener sus heces y a sentarse sobre su talón para obstruir el ano y evitar la defecación. Después de los siete años, sustituyó esta práctica por la masturbación. Durante la adolescencia presentó un empeoramiento de sus problemas mentales, era incapaz de mirar a nadie y aparecieron graves “crisis depresivas y arrebatos de llanto, risas y gritos”.

Para ilustrar este desarrollo de la sintomatología retentiva de Sabina, el novelista nos narra: “Su padre era su verdadero amor, más que su abuelo y su madre, pero sentía lástima por él. Cuando le veía quería correr hacia él y abrazarle, pero no podía levantarse porque si lo hiciera desaparecería ese maravilloso placer en el ano, y eso resultaría casi más doloroso que perder a su padre. Luego le venía a la imaginación la idea de que un cruel dirigente ruso (de la época de niñez de Sabina) había venido a cortar la cabeza a su padre y a su abuelo y a llevársela y a forzarla a ir al lavabo”.

El descubrimiento de la masturbación y sus fantasías de autoinculpación, todavía en la niñez, se explora así: “En verano, en el hotel donde pasaba con su familia las vacaciones, había una balaustrada que la proporcionaba ese cálido placer que se propagaba desde la fría balaustrada hasta ese oscuro y suave lugar entre las piernas sobre el que a lo largo de los últimos meses había logrado una fascinante información, y que ahora se estaba despertando al deseo por la presión contra la dura piedra. Aquella noche llegó el Arcángel para castigarla. Llevaba en la mano una espada de acero refulgente y sus ojos desprendían rayos de obsidiana. Y tras el llegaban escalofriantes dragones y monstruos marinos con gigantescas cabezas de lagarto que emergían del mar de Azov. Algo se abrió camino dentro de ella y su grito la despertó despavorida porque los monstruos querían devorarla. En ese momento recordó que su hermanita había muerto. Pensó que ella tenía la culpa de que su hermanita hubiera desaparecido de la vida”.

Ya en la adolescencia, la sintomatología se agrava y aparecen los procesos alucinatorios:” Ya que nadie quiere desatar la música de su cuerpo, tiene que ser ella la que interpreta la melodía con sus propios dedos, y piensa en las desvergonzadas mujeres de Lesbos, que se frotaban unas contra otras creando notas musicales que hechizaban a los marineros de los barcos que por allí navegaban. Pero un día durante el almuerzo, siente la náusea más fuerte que de costumbre, los excrementos y el barro llenan la habitación de un líquido espeso. El fango chorrea por los espejos dorados de las consolas, el lodo gotea sobre el suelo de tarima y se acerca a sus pies. Sabina no tiene escapatoria, Sabina no se atreve a mirar a su padre a los ojos, así que baja la vista e inclina la cabeza. No se atreve a encontrarse con la mirada de los que la rodean, está avergonzada. El jardín está repleto de ratas ahogadas, gusanos, escarabajos, ella se levanta, es una muchacha de catorce años que no habla apenas… “Vi dos gatitos sobre la cómoda, estaban jugando.. los veo sobre la repisa de la chimenea”.

Sus padres consultan a especialistas, que les explican que la sensación de vergüenza y el no mirar a los ojos revelan que ha tenido alguna vivencia que le causa un hondo sentimiento de culpa. El abuelo rabino sugiere que está poseída por malos espíritus, por demonios. El médico dice:

“Desgraciadamente las gentes modernas no creemos ya en los demonios. Pero la palabra demonio constituye una imagen acertada de las fantasías que de vez en cuando nos visitan”.

Aconsejan a los padres a enviar a Sabina a uno de los grandes hospitales de Europa, donde en los casos de personas en que sus mentes parecen estar divididas en dos, los someten a un estado hipnótico o de sugestión mediante los cuales se pueden curar, equilibrar o descargar la mente de los males imaginarios que los azotan.

Durante 5 años Sabina Spielrein ha vivido presa de un oscuro transtorno marcada por la angustia y la vergüenza, y a los diecinueve años sus padres la ingresan en la Institución para Enfermos Mentales Burghölzli, cuyo director es Eugen Bleuler, en Zurich. Podría ser que en ese entorno hospitalario, la hipnosis ya no se considera un remedio mágico. Los nuevos tiempos estimulaban más la conversación y la comprensión como terapia, que aunque podría parecer poco científico, la complejidad del ser humano implica que el médico del alma tenía que  ganarse la confianza del paciente y buscar el camino hasta el núcleo del individuo. Núcleo como la suma de las posibilidades que hay en nosotros.

Sabina Spielrein fue asignada al joven médico Carl Gustav Jung. Al principio ella se negaba a hablar con ese desconocido. Como Sabina no se atrevía a mirarle a la cara, Jung la hablaba a sus espaldas, mientras ella permanecía sentada en una silla.Como Sabina no quería contarle nada, él tendría que contarle cosas a ella. Un día Sabina no resistiría la tentación y lemiraría de reojo para ver como era.Jung era un hombre atractivo, y quizá por las conversaciones de las enfermeras,Sabina sabría que algunas estaban enamoradas de él.

Sabina empezaría a confiar en él porque pertenecía a otro lugar totalmente diferente del que ella provenía: ella judía de Europa oriental, él ario de Europa occidental. Podría ser que a partir de esa vivencia de elegida que tenía Sabina, o dicho de otra manera, ella, a partir de su propio sentimiento de que si se deseaba algo de todo corazón, ocurriría, entonces Jung la llevaría a entender que el deseo de muerte de su hermana nacía de la rivalidad con ésta en el amor del padre de ambas. Podríamos considerar esta asociación como uno de los primeros hitos en su tratamiento.

Se podría decir que parte de los fundamentos de la relación entre Jung y Sabina Spielrein se conformarían a partir de sus orígenes: él hijo de pastor luterano, ella nieta de rabino, él nacido en el corazón de Suiza, ella nacida en Rostov, frontera entre Europa y Asia, entre Occidente y Oriente. Quizá por la influencia del cristianismo ortodoxo que cree que el ser humano lleva en su interior un icono sagrado y oculto, que brilla y resplandece con colores increíbles, pero que el ser humano lo ignora, y quizá también porque en Oriente hay menos preocupación por el universo estrellado que por lo sagrado que hay dentro de nosotros. Esta visión se contrapone a la visión más utilitarista del Luteranismo. Pero a la vez, Jung separaba su idea de Dios de la religión, de la cual decía “que no le servía para nada” (“Recuerdos, sueños, pensamientos”, autobiografía de Jung) y ella no era religiosa, pero de alguna manera porque no tenía fe, puede que sintiera más atracción y deseo de saber sobre lo que no se entiende.

En el mes de abril de 1905, Sabina se matriculó en la Universidad de Zurich, en la facultad de medicina. En esa época el doctor Jung comenzó a dar clases y Sabina fue a la vez su alumna y su paciente. La vida en la universidad le proporcionaría nuevos amigos, visitaría los cafés y teatros de la ciudad donde muchas noches se discutiría sobre liberación, sexualidad libre, expresionismo, psicoanálisis y anarquismo.

Fue en ese año en que Sabina Spielrein se pronunció a favor de la revolución que había estallado en Rusia. Fue en noviembre de ese año cuando tuvo su primera gran recaída. Fue en diciembre de ese año cuando siguió las clases del doctor Jung sobre las asociaciones de palabras como método auxiliar en la labor psicoterapéutica. Fue en diciembre de ese año cuando Jung la lleva a ver una exposición de Gustav Klimt y discutieron sobre su cuadro “Judith I”.

La historia de Judith y Holofernes, es paradigmática en cuanto a cómo interpreta Sabina Spielrein las razones intrínsecas del acto de Judith. Cuando Nabucodonosor, rey de los babilonios, envió al gran general Holofernes, para subyugar a los judíos, el Señor le envió a Judith. Holofernes se excitó al verla y dijo al eunuco Bagoas, que era el que vigilaba todas sus pertenencias:”Ve a persuadir a esa mujer hebrea que está contigo para que venga a comer y a beber con nosotros. Sería una vergüenza dejar escapar a una mujer así sin haber tenido cohabitado con ella. Se reiría de nosotros si no la aprovecháramos”. Bagoas dijo a Judith: “Hermosa joven, no seas tímida y ven conmigo a ver a mi señor para que él pueda honrarte…” Judith se levantó, se vistió de fiesta y se adornó con todas sus joyas. Holofernes ardió de deseo al verla y sólo quería poseerla. “Bebe y alégrate con nosotros”, le dijo y Judith contestó: “Sí, quiero beber señor, porque hoy se me han hecho más honores que jamás en mi vida”. Más tarde, aquella noche, cuando Holofernes yacía embriagado, Judith le cortó el cuello. Sabina diría que Judith realmente amaba a Holofernes y que por eso lo mató disfrutándolo,disfrutándolo como si fuera uncoito.

Y fue a finales de 1905 cuando probablemente Sabina se atrevió a reconocerse a sí misma que estaba apasionadamente enamorada de Jung. Más tarde, en sus diarios, Sabina Spielrein escribiría que el acto sexual es como una comida en la que se disfruta con otra persona de los platos más exquisitos. Pero al contrario que el placer culinario, el sexual se puede convertir en un amo que transforma al ser humano en un esclavo, de la misma manera que el fumador de opio permita que el aroma de la amapola decida todo lo que hace.

Ya en el verano de 1906, Jung debió de tener una premonición de lo que podría llegar a ocurrir entre él y la joven estudiante Sabina Spielrein. Bien es verdad que no la menciona en su libro autobiográfico “Recuerdos, sueños, reflexiones”, pero los historiadores de la materia opinan que ya en esa época debió de sentirse perdido por su alumna. Por otra parte, ella es la primera persona a quien nombra en sus  primeras cartas a Sigmund Freud, en el mes de octubre de ese año. Tiene, dice en su carta, “una paciente rusa de veinte años. Se trata de una estudiante que lleva seis años enferma. La caracteriza como un “caso difícil”. De niña mostraba una conducta anormal, se masturbaba y retenía deposiciones. Además escupía a la cara a los que intentaban hablar con ella. Sufría un grave transtorno”. !Cómo nos revelamos cuando intentamos expresarnos de un modo objetivo y clínico! Sabina Spielrein no era en absoluto ya en esa época un “caso difícil”. Al contrario, era una  estudiante de medicina que vivía en su propio apartamento, que había aprobado todos los exámenes y pruebas que tenían que pasar los estudiantes de medicina. Bien es verdad que recibía regularmente tratamiento por parte de Jung en Burghölzli, pero había ido convirtiéndose en colega más que en paciente, en inspiradora más que en una persona necesitada de cuidados.

El 7 de marzo de 1908 Jung escribe a Freud y le cuenta que tiene una paciente a quien, con la mayor entrega ha librado de una obstinada y compleja neurosis. Ahora, esa paciente la ha puesto en ridículo y ha sembrado falsos rumores solo porque “yo me he negado a mi mismo el placer que habría supuesto darle un hijo”.

Entre mayo y junio de 1909 , Sabina Spielrein escribe a Freud.  Como sabía que era como un padre para Jung, esperaba que pudiera intervenir para que pudieran seguir siendo amigos. Relata su relación con Jung  y pide a Freud que medie entre ellos porque “mi más ferviente deseo es poder separarme de él con amor. Preferiría separarme completamente de él. Pero sólo en la medida en que sea suficientemente libre como para amarle; o le perdono del todo, o le asesino. Hay una frase que resuena en mis oídos: Judith amaba a Holofernes y tuvo que matarle”.

En 1909 Jung abandona la clínica de Burghölzli. En septiembre y octubre de ese año Sabina  está trabajando intensamente en la tesis para su licenciatura en medicina. En su proyecto investigaba el lenguaje de una de sus pacientes, una mujer paranoica, muy inteligente, que sufría de esquizofrenia. Durante el día acudía a las clases de la universidad y trataba a sus pacientes en Burghölzli. ¿Qué significaban las extrañas frases de su paciente? Parecería como que Sabina Spielrein creía que detrás de las palabras, expresiones y declaraciones sin sentido se escondía un mensaje. De la misma manera que cada lengua tiene sus reglas, su gramática, sus códigos, el lenguaje de su paranoica también podría tenerlos.

En 1911 presenta su tesis. Es en ese tiempo, acabada su relación con Jung, cuando ella ya está gestando su trabajo sobre la destrucción y la muerte. Lo que nunca se alteraba era la muerte, puede que se añore. En el éxtasis del amor, en el instante de la fusión, Sabina había sentido el vértigo de la muerte. Sin muerte no había vida, sin inclinación a la perdición y a la autoaniquilación, tampoco había deseo de Eros. Notaba que la civilización a la que ella misma pertenecía también estaba abocada a la perdición. En junio vive un Munich, donde recoge ideas, impulsos para su tratado sobre la fuerza de la muerte en la mente humana. En octubre de 1911 viaja a Viena, visita y habla con Freud varias veces. Resultaría obvio que el 29 de noviembre de 1911, Spielrein se sentiría insegura y preocupada. Sabía que era una provocadora. Las teorías que estaba a punto de presentar eran nuevas, desafiantes y absurdas: los seres humanos guardan en su inconsciente una carga explosiva, el diablo dentro de nosotros no solo quiere acabar con “el otro” sino también con “el yo”. Ese yo desea su propia muerte. Sabina Spielrein tenía 26 años.

 Cristalización del concepto de pulsión de muerte en Freud.

En 1911 Freud escucha a Sabina hablar sobre la pulsión de muerte, sobre Tánatos. En 1915 Freud escribe el ensayo titulado “Contribuciones sobre la guerra y la muerte”. Este artículo de Freud es un intento de consolación, en el sentido de que él pensaba que el psicoanálisis no debía o no podía hablar de la guerra y la muerte porque no era objeto de su estudio, es decir, todavía no daba a la pulsión de muerte un valor primario. En 1915 la guerra había degenerado en un conflicto más sangriento que cualquiera de los anteriores y había producido un fenómeno prácticamente inconcebible. Freud pensaba  que, en todo caso, el realismo psicoanalítico podría ayudar a sus lectores a sobrevivir a los años del conflicto menos deprimidos, menos desesperados. (Posición muy distinta a la de 1930 cuando escribe “El malestar en la cultura”, donde ya dice que no tiene el valor de presentarse como un profeta y acepta el reproche de que no sabe ya cómo consolar, en relación a la aceptación ya sin ninguna duda de la pulsión de muerte).

En este artículo de 1915, Freud señala que “la investigación psicoanalítica muestra que la esencia más profunda del hombre consiste en impulso instintivos de naturaleza elemental tendentes a la satisfacción de ciertas necesidades primitivas, y  que no son en sí ni buenos ni malos. Los clasificamos así en función de las necesidades y de las exigencias de la comunidad humana. Pero resulta muy interesante observar que la preexistencia infantil de intensos impulsos “malos” es precisamente la condición de un clarísimo viraje del adulto hacia el bien. Los mayores egoístas infantiles pueden llegar a ser los ciudadanos más altruistas y abnegados, y puede que fueran en su infancias pequeños sádicos y torturadores de cualquier animalito que se ponía a su alcance.”

Y hay otro aspecto interesante que señala Freud, los mismo actos “buenos” desde un punto de vista cultural, pueden proceder unas veces de motivos nobles y otras no, es decir, que una persona realice actos positivos para el medio que le rodea, no garantiza que las motivaciones internas que llevan a esa persona a realizarlos sean estrictamente bondadosas o desinteresadas. Pero a la sociedad, guiada por fines prácticos no se preocupa de tal distinción, y por tanto es innegable que nuestra civilización actual favorece con extraordinaria amplitud este género de hipocresía. Hay  muchos más hipócritas de la cultura que hombres verdaderamente civilizados. Parafraseando al personaje televisivo el doctor “House” : “Todo el mundo miente”. Claro que en diferentes grados; por tanto,  todos tenemos un precio, pero, por supuesto, no el mismo.

También señala Freud, en relación a nuestra actitud ante la muerte, que en nuestro inconsciente todos nosotros estamos convencidos de nuestra inmortalidad. Haciendo un pequeño recorrido de cómo se vivía la muerte para el hombre primordial, Freud dice que lo que dio el primer impulso a la investigación humana sobre el enigma de la muerte, no fue ante el cadáver del enemigo vencido, que para él era un triunfo, sino el conflicto sentimental que surge de la muerte de seres queridos, que por supuesto habían formado parte del propio yo del sujeto, pero a la vez eran algo ajeno y extraño a él. El hombre ya había experimentado el dolor por sus muertos, pero tampoco quería reconocerlo, ya que le era imposible imaginarse muerto. Y entonces llega a una solución de compromiso, a una negociación, a una transacción: admitió la muerte también para sí, pero negó que la muerte fuera el final, es decir, se establece la creencia de una vida más allá de la muerte.. Y ahí se apoya la disociación del individuo en un cuerpo y en un alma. Y lo más importante desde el punto de vista psicoanalítico, la poderosa raíz del sentimiento de culpabilidad y, a nivel social, los primeros mandamientos éticos: No matarás. El cual surgió como reacción contra la satisfacción por el odio sentido, oculto detrás de la pena por la muerte de las personas amadas, que luego se extiende al extraño, y al enemigo. Por tanto, el miedo a la muerte es secundario, lo primero es el sentimiento de culpa por desear la muerte del otro. Y aquí está el quid de la cuestión: nuestro inconsciente no lleva al asesinato, se limita a pensarlo y a desearlo.

 

Pero es ya en “Más allá del principio del placer” donde sin ninguna duda Tánatos adquiere protagonismo. Este ensayo fue escrito en 1919 y  publicado en 1920. No es casualidad que Freud introdujera su hipótesis de la pulsión de muerte justo después de vivir la Gran Guerra, en la cual dos de sus hijos fueron soldados, y cuando su hija Sophie murió de gripe complicada con neumonía en enero de 1920. Si estos detalles familiares no fueron desde luego la causa principal de su interés por la muerte y la agresividad, sí que jugaron un papel determinante.  Aunque, de hecho Freud se disgustó por esta observación, como se ha señalado antes,  el ensayo fue escrito en 1919, antes de que su hija muriera de gripe española. Y el mismo Freud se pregunta “¿Por qué nosotros mismos necesitamos tanto tiempo para decidirnos a reconocer una pulsión agresiva?”, en referencia  al trabajo de Sabina Spielrein.

 

Pero ante esta cuestión, es decir, ante la resistencia de Freud a introducir la pulsión de muerte, se pueden encontrar algunas respuestas, como el hecho mismo de que Adler se convirtiera en el defensor del concepto de la protesta masculina, aunque éste fuera muy diferente del concepto de pulsión destructiva. Y de modo parecido, la pretensión de Jung de haberse anticipado a Freud al sostener que la libido apunta a la muerte no menos que a la vida. Freud no tenía la intención de diluir la libido, convirtiéndola en una energía universal, como había hecho Jung. Tampoco quería reemplazar la libido por una fuerza agresiva universal, lo que, según decía, era el error fatal de Adler. En “Mas allá del principio del placer” rechaza explícitamente la teoría junguiana monista de la libido, presentándola en un contraste con su propio esquema dualista.

Siguió siendo dualista convencido por razones clínicas,teóricas y estéticas. Los pacientes confirmaban su idea, la represión presupone una división fundamental de las operaciones mentales,se separa la energía del material reprimido, y el fenómeno de los opuestos dramáticos pareciera que le procuraban una sensación de satisfacción y definitud: lo activo y lo pasivo,lo masculino y lo femenino,el amor y el hambre, la vida y la muerte.

Este texto produce un giro radical en las concepciones psicoanalíticas; suponen, más que una revolución, una subversión dentro de la subversión de la teoría freudiana. El término revolución indica más una vuelta al estatus quo, un volver al punto de origen, en la vuelta que la repetición lleva consigo, como en la novela de  di Lampedusa y en la película de Visconti, “El Gatopardo”, donde se dice: «Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie». El psicoanálisis es subversivo porque trastorna, modifica profundamente las concepciones anteriores sobre el sujeto. Y este es ensayo es subversivo con relación a la propia teoría psicoanalítica, introduce una novedad que si bien no anula las concepciones anteriores, sí las redefine.

Esta novedad, como decimos,  es la introducción de la pulsión de muerte, un concepto complicado que no se puede definir, o mejor aún, que no tiene definición, y que por lo tanto hay que ir rodeando para entenderlo. Recordemos las distintas teorías de las pulsiones que define Freud en distintos momentos. Como sabemos siempre las presenta bajo un esquema dualista, pero no simétrico, rompe con la noción de equilibrio del estilo del ying y el yang, por tanto el sujeto humano aparece desequilibrado, en conflicto permanente.

1.-La primero teoría aparece en sus “Tres ensayos sobre una teoría sexual”, 1905. Este primer esquema opone pulsiones sexuales y de autoconservación. Las de conservación están más referidas a las necesidades biológicas, hambre y sed, pero estas han sido modificadas por la sexualidad….

2.- La segunda teoría pulsional es desarrollada por Freud mientras está elaborando su noción de narcisismo. Pulsiones sexuales y pulsiones del yo: estas últimas no son idénticas a las de conservación, pero están incluidas en las del yo

3.- Su tercera formalización en la del “Más allá  del principio del placer”, Eros y Tánatos, que incluso todavía es resistido a ser aceptado por parte del movimiento psicoanalítico. Lo cual viene a mostrar que el concepto de pulsión de muerte no se deduce de la obra anterior de Freud, sino que nace de una necesidad de la clínica, como casi siempre, de la escucha de sus pacientes.

Recordamos que en la pulsión tenemos que distinguir, en principio, los tipos, ya planteados, y el objetivo o fin de la pulsión. En las dos primeras concepciones, el fin de la pulsión es la consecución, la búsqueda del placer. El placer freudiano, en este momento, está bastante lejos de la concepción griega del placer, el hedonismo, que identifica el bien con el placer y por lo tanto con la ausencia de dolor. El placer freudiano es concebido como una tendencia a la descarga de energía sexual que tiende a un mínimo de tensión. Por tanto tiene su origen en el cuerpo y es una fuerza constante que actúa dentro de la serie placer-displacer, el aparato anímico trabaja en el sentido de reducir la tensión creada por la pulsión, que el lo que produce displacer.

En la aproximación de 1920, Freud afirma que la pulsión es la tendencia de lo orgánicamente vivo a la reconstrucción de un estado anterior. Hasta ese momento la pulsión era entendida como un factor que impulsaba a la modificación y a la evolución; mientras que en esta última concepción habla de lo conservador en la naturaleza. Dejándose llevar por su darwinismo establece una secuencia temporal: lo sin vida era antes que la vida, por tanto lo animado tiende a volver a lo inanimado, según su segunda concepción. Este mito evolucionista de Freud sobre el origen de lo vivo, sirve también para dar un sentido a la muerte. Freud insiste en que la muerte se produce por causas internas. La pulsión de muerte es la tendencia que lleva la vida a la muerte, tendencia que trabaja en silencio y que sólo aparece en sus manifestaciones.

Estas manifestaciones, o mejor dicho, estos fenómenos clínicos y algunas observaciones de la vida cotidiana, son las que guiaron a Freud hasta su concepción de la pulsión de muerte. Estos fenómenos corresponden todos al orden de la repetición: los síntomas y su repetición, la neurosis traumática-de guerra y su repetición en los sueños, los juegos infantiles (Fort Da) y su repetición, las resistencias a la cura (reacción terapéutica negativa) y su repetición. Como vemos, la pulsión de muerte se manifiesta en la compulsión a la repetición.

En su ensayo Freud, habla primero de que tanto el principio de realidad como los síntomas, aunque lo parezcan, no contradicen el principio del placer. En la neurosis traumática, en el Fort Da y en la reacción terapéutica negativa esto no está tan claro.

Cuando ya pasa a analizar la compulsión a la repetición, Freud nos expone cómo el Psicoanálisis pasó de ser una ciencia basada en la interpretación, a forzar al enfermo a realizar la reconstrucción de su pasado, para obtener mejores resultados terapéuticos. Sin embargo, la tarea de hacer consciente lo inconsciente, no siempre daba resultado, pues el enfermo tendía a «reprimir», precisamente los momentos de su pasado que pudieran ser más representativos. Quedaba entonces «obligado a ‘repetir’ lo reprimido como un suceso actual, en vez de, según el médico lo desearía, recordarlo cual un trozo de pasado». Esta reproducción, suele tener como contenido, acontecimientos infantiles de carácter sexual, y es vivida dentro de la transferencia .

Aparece en Freud una clara distinción entre repetición y recuerdo. En el ensayo “Recuerdo, Repetición y Elaboración”, nos dice al respecto: «El analizado no recuerda nada de lo olvidado o reprimido, sino que lo vive de nuevo. No lo reproduce como recuerdo, sino como acto; lo repite sin saber naturalmente lo que repite. Podríamos decir, que mientras el recuerdo es una vuelta consciente al pasado, ya fuera éste previamente consciente o inconsciente, la repetición es una acción compulsiva, que se explica sobre todo por la represión y la transferencia producida durante la cura. Este fenómeno constituye, sin embargo, «su manera especial de recordar». Con la repetición se pone de manifiesto, que la enfermedad no debe tratarse como un hecho histórico, sino como algo actual”. A pesar de que la repetición sirva a la represión, como un disfraz tras el que ocultarse, y esto suponga una concesión al principio del placer, la obsesión de repetición parece ser «más primitiva, elemental e instintiva».

Lacan nos dirá que la pulsión de muerte será el primer nombre del goce, entendido este como el placer que se siente en el displacer. Para entender mejor esto podemos decir que el fin de la pulsión va a ser su tendencia a satisfacerse siempre, sea esta la pulsión de vida (disfrutar), sea esta la pulsión de muerte (si el objetivo es confirmar algo del tipo “yo soy siempre rechazado por los que me rodean”, se tenderá a buscar ocasiones en la que se satisfaga, se cumpla esta idea).

Con “Malestar en la cultura”, la pulsión de muerte participa también para dar cuenta del proceso de la civilización a partir de la concepción psicoanalítica. En este ensayo, publicado en 1930, ninguna de la ideas principales que Freud muestra son nuevas. Pero nunca el análisis fue tan intenso, nunca había extraído tan inexorablemente las consecuencias de su pensamiento: pensó titular el libro “La infelicidad en la cultura”. Más o menos una semana antes de que se imprimiera, el 29 de octubre de 1929 la bolsa de Nueva York cayó en picada: había comenzado “la Gran Depresión”.                      La particular aportación freudiana en este ensayo es que es una teoría psicoanalítica de la  política enunciada de modo breve.

Dijo Freud: “Ya en el año 1912 intenté, en “Tótem y tabú”, explotar las teoría analíticas recién adquiridas para investigar los orígenes de la religión y la moral”. Es decir, intenta aplicar los conocimientos adquiridos y construidos desde lo privado, desde lo particular del sujeto, a lo público, a lo colectivo, o dicho de otra manera, los mismos acontecimientos repetidos en un escenario más amplio. Pero la analogía entre el individuo y su cultura puede ser importante y decisiva, pero es sólo una analogía. Esta puntualización no es banal; ayuda a Freud a definirse como estudioso, y no como reformador, de la sociedad humana.                       El ensayo esboza el estatus del hombre freudiano en cualquier cultura. Es el hombre acosado por sus necesidades inconscientes, con su incurable ambivalencia, sus amores y odios primitivos, apasionados, apenas controlados por la imposición externa y los sentimientos interiores de culpabilidad. Para Freud las instituciones son diques contra el asesinato, la violación y el incesto. La humanidad se ha visto obligada a mantener las relaciones humanas civilizadas solo mediante un contrato social que otorga al Estado el monopolio de la coerción y la violencia. Por tanto las mismas instituciones que obran para proteger la supervivencia de la humanidad también producen su descontento. Así, Freud estaba dispuesto a convivir con la imperfección y con las más modestas expectativas de perfeccionamiento humano.

Un principio que  la gente parece no estar dispuesta a escuchar tranquilamente, de hecho una de las razones del síntoma, tiene que ver con ese no querer saber de lo que íntimamente nos atañe a cada uno… ¿Qué es lo que no se quiere saber? Que la pulsión de muerte, por ejemplo, ronda en todas nuestras acciones, sean estas la más altruistas o benevolentes, es decir que efectivamente el hombre es un lobo para el hombre, porque la desconfianza está primero, el odio es primero que el amor. Tampoco queremos saber  que la educación es imposible, sea esta prescrita por el maestro o los padres más perseverantes, o que la relación sexual no existe, no hay visos de encontrar correspondencia o proporción entro lo que los miembros de una pareja quieren , y que por ello no hay posibilidad de entendimiento. Pero no por ello los psicoanalistas nos resignamos, la clínica del caso por caso nos muestra cómo se puede inventar, como cada sujeto inventa, responde a lo insoportable de la pulsión, de la autoridad, de la relación sexual.

Este dilema penetra, como vemos, en todas las dimensiones de la vida civilizada, incluso, y especialmente, en la del amor. Eros, el amor, es el otro. Favorece la constitución de agrupaciones fundamentales de autoridad y de afecto. Pero el amor, este creador de civilización, es también un enemigo. El amor es exclusivista, lo demás son otros tantos intrusos que no han sido invitados. Por otra parte, la agresividad constituye también una fuente de satisfacción, que como otras, los seres humanos son extremadamente reacios a renunciar después de haberlo disfrutado. Entonces, la agresividad sirve como complemento del amor: los lazos libidinales que ligan a los miembros de un grupo en el afecto y la cooperación se ven fortalecidos si el grupo dispone de extraños a los que pueda odiar. Este análisis facilita la comprensión de las razones por las que a los seres humanos les resulta difícil ser felices en la civilización: ésta impone grandes sacrificios, “no solo a la sexualidad, sino también a las inclinaciones agresivas de la humanidad”. Los grandes antagonistas, el amor y el odio, luchan por el control de la vida social del hombre, tanto como por el control de su inconsciente, y lo hacen en gran medida de la misma manera, con la misma tácticas. La agresividad visible es la manifestación externa de la pulsión de muerte invisible.

Freud concluye este ensayo con un apoyo a la pulsión de vida en su duelo con la pulsión de muerte, pero que tiene más el aspecto de un deber que el de una convicción. El dice que la pulsión de muerte no era su deseo íntimo, solo le parece un supuesto ineludible establecido sobre bases biológicas y psicológicas y concluye: “ mi pesimismo me parece un resultado, y el optimismo de mis adversarios, un presupuesto”.

Pulsión de muerte: ¿agresividad o violencia?

A la hora de plantearnos la pulsión de muerte, aparece como necesidad lógica diferenciar entre agresividad y violencia. Hay agresividad, y esta agresividad es constitutiva de la primera individuación del sujeto. Para comprender la naturaleza de la agresividad en el ser humano y su relación con el yo y sus objetos, Lacan nos plantea la encrucijada del Estadio del Espejo. Por tanto, tenemos una noción de agresividad correlativa a una identificación primaria que estructura al sujeto rivalizando consigo mismo, en una tensión imaginaria que se reacomodará en la vicisitudes del complejo de Edipo y por la función pacificante del Ideal del Yo. En esta misma tesis, Lacan resalta la función pacificante del Ideal del Yo y su conexión con la normatividad cultural, ligada desde los albores de la historia a la imago del padre. Trae a colación “Tótem y tabú” de Freud y el alcance que sigue teniendo, en cuanto que hace derivar del acontecimiento mitológico, esto es, el asesinato del padre y la dimensión subjetiva que le da su sentido, esto es, la culpabilidad. Aquí nos encontramos con un acto violento, con una violencia fundadora.

Por tanto, se destaca una configuración imaginaria de la agresividad por un lado y una inscripción simbólica de la violencia por otro. Dicho de otro modo, la agresividad no da cuenta del acto violento, la agresividad primordial constitutiva del sujeto no podría fundamentar la barbarie.

Según Bernard Sichère, en la actualidad el espectáculo nos muestra  lo trágico de una manera débil, con ofensivas figuras del horror y cuya consecuencia primera es sumirnos en el abatimiento, en lugar de suscitar nuestra resistencia. A lo “trágico débil” se le opone lo trágico verdadero, la tragedia griega, que no se confunde con el espectáculo del horror. No es que en la tragedia griega no exista un momento de horror y de devastación, sino que este momento de exceso está detrás de lo que puede darse a ver, de lo que puede mostrarse: no veremos a Antígona enterrada viva, ni a Edipo en el momento de hacerse saltar los ojos, porque esto corresponde al orden de lo imposible. No lo vemos, pero lo oímos a través de la queja de Antígona que avanza a su propia muerte, de la queja de Edipo, o de la queja de Medea por el asesinato de sus hijos. La queja se transmite a través del entramado simbólico que le permite al espectador extraer la enseñanza de que el hombre, si franquea un momento de horror y devastación, se le torna imposible su salvación.

Lacan dice en “La agresividad en psicoanálisis”: “la guerra, después de habernos enseñado mucho sobre la génesis de las neurosis, se muestra tal vez demasiado exigente en cuanto a sujetos cada vez más neutros en una agresividad cuyo patetismo es indeseable” ¿Qué quiere decir esto? La guerra contemporánea reclama como agentes de su práctica sujetos neutros en la agresividad. Esto se ejemplifica de forma clara en el lenguaje militar actual, “neutralizar al enemigo”, “alcanzar objetivos”, “daños colaterales”, “fuego amigo”… son términos que huye deliberadamente de cualquier expresión en la que pueda aparecer el patetismo y la tragedia inherentes a lo que se está describiendo. Por supuesto, desaparece la idea del cuerpo a cuerpo. La aniquilación del enemigo se puede hacer sin haber vislumbrado su imagen, su cuerpo.

En otras palabras, en la tragedia griega no se ve lo violento, pero sí se ve lo agresivo, esto crea en el espectador implicación, empatía, impacto, realidad…. En las guerras actuales, se ve lo violento, pero no se ve lo agresivo, esto crea en el espectador indiferencia, vacunación, irrealidad… y esto tiene como consecuencia el desconocimiento permanente de la muerte.

Hay una frase muy cinematográfica que resume muy bien el carácter de la violencia: “no es nada personal, solo son negocios”. En una novela de Rosa Montero, “La hija del Caníbal”, expresa esta idea de forma muy perspicaz. En el mundo fuera de la ley existen fronteras, no de tipo horizontal como las que separan países, sino de tipo vertical, que están aquí mismo. La división fundamental es entre organizaciones Diurnas y Nocturnas. Las Nocturnas son las que la gente común conoce como mafias; se ocupan del sector de Ocio y Servicios, drogas, prostitución, juego, trata de blancas, redes ilegales de pornografía y pederastia. Luego están los organizaciones Diurnas, grupos políticos terroristas, las cloacas administrativas, los magos financieros, y los más poderosos de todos, los traficantes de armas. Incluso en la pulsión de muerte también hay un orden.

A modo de conclusión y de acuerdo con lo que dice John Kerr, en su libro de 1993 “Un método muy peligroso. La historia de Jung, Freud y Sabina Spielrein”: “ El listado de los diez mayores psicólogos del siglo XX es una cuestión de moda y gusto, pero en cualquier lista, cinco nombres inevitablemente aparecerían: Freud, Jung, Piaget, Luria y Vygotski. Sabina conoció a todos y cada uno de ellos. Tanto Jung, como Freud, Piaget y Vygotski se beneficiaron de las ideas de Sabina Spielrein.

Sabina Spielrein, la sibila, la profetisa, la elegida, que, a través del destino de su pueblo y de su propio sufrimiento, pudo contemplar los fondos abismales que los demás estamos dispensados de ver. Ella dice lo que tiene que anunciar,y es rechazada porque nadie la cree.

Lola Burgos. Psicóloga y Psicoanalista.

Cofundadora de Lapsus de Toledo

 

 

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