Oriente Próximo por Masegosa Carrillo

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PUNTO DE VISTA entrevista al analista político internacional de Arco Europeo Progresista y del Instituto Internacional de Ciencias Políticas, José Luis  Masegosa Carrillo, quien ha contestado a las preguntas sobre la compleja situación que están viviendo diversos países de Oriente Próximo.

Actualmente asistimos ante una pacto entre las potencias occidentales e Irán…¿En qué contexto se produce esto? ¿verdaderamente puede ser un pacto duradero, u obedece a cuestiones coyunturales?

 Efectivamente el pasado 14 de julio, Irán, Estados Unidos y el resto de las grandes potencias alcanzaron un acuerdo para resolver el conflicto en torno a la naturaleza, pacífica o militar, del programa nuclear iraní. A este pacto se llega en un contexto distinto al de los primeros años del siglo XXI en los que el mundo conoció las instalaciones secretas de enriquecimiento de uranio que ocultaba el régimen iraní de los Ayatolás. Eran los años inmediatamente posteriores a los atentados de las Torres Gemelas de 2001 en los que Estados Unidos aplicó sus tesis de la guerra preventiva. La idea era que las intervenciones militares en Irak y Afganistán implantarían la democracia en Oriente Medio y lograrían estabilizar la región para garantizar el suministro regular de petróleo.

El contexto actual es ciertamente distinto. En los últimos años contemplamos varios cambios geopolíticos de gran envergadura y para nada coyunturales que promueven el afán de Estados Unidos en replegarse de Oriente Medio y centrarse en Asia / Pacífico (la iniciativa de Obama conocida como “Pivot to Asia”). Oriente Medio ha perdido parte del valor estratégico que tuvo para el gigante americano hasta hace poco tiempo. En los últimos siete años Estados Unidos casi ha doblado su producción de crudo gracias al “fracking”, la técnica de fracturación hidráulica que permite extraer hidrocarburos atrapados en rocas, y se encamina a la autosuficiencia energética.

Al tiempo que Oriente Medio perdía peso en el interés nacional, la región Asia / Pacífico se convertía en el centro de gravedad del planeta merced a la transferencia histórica de riqueza y poder a Oriente que ya inició la Globalización y se aceleró con la Gran Recesión de 2008 que golpeó especialmente a Occidente.

Y luego está la política interna norteamericana. No olvidemos que el presidente Obama llegó al poder en 2008 después de prometer que terminaría las guerras del Gran Oriente Medio. Se retiró de Irak y lo hará también de Afganistán. La sociedad norteamericana se encuentra cansada de unas intervenciones militares que se han cobrado miles de vidas estadounidenses y han costado billones de dólares al erario público sin que hayan logrado pacificar, mucho menos instaurar la democracia.

Estos tres cambios geopolíticos y de política interna ayudan a entender mejor la apuesta decidida del Presidente Obama por la diplomacia en lugar de las armas para superar el conflicto nuclear con Irán, o sus reticencias para embarcarse en una nueva guerra en Siria en 2013.

Para el Ayatolá Ali Jamenei, que ocupa la más alta magistratura de Irán y ha dado luz verde a este acuerdo, la supervivencia del régimen islámico instaurado en 1979 se encontraba en entredicho. Dicho de otra forma, Teherán ha aceptado las limitaciones temporales (10-­‐15 años) de su programa nuclear a cambio del levantamiento de unas sanciones económicas que durante los últimos 7 u 8 años han hundido en la pobreza a miles de iraníes y deteriorado el nivel de vida del resto. El régimen iraní ha cedido para conjurar un escenario de revueltas populares. Están muy presentes en la memoria de sus dirigentes las manifestaciones multitudinarias de 2008 contra la reelección fraudulenta del presidente Ahmadinejad y el terremoto social y político de la Primavera Árabe en sus vecinos árabes.

Los dirigentes iraníes anticipan que EE.UU. y Occidente desbloquearán unos activos iraníes, congelados hasta ahora, de alrededor de 100.000 millones de dólares, y el levantamiento de sanciones multiplicará las inversiones en su principal industria, los hidrocarburos.

Pero no se trata solamente de recuperar el favor del pueblo. La prosperidad económica también permitirá al régimen movilizar más recursos para luchar contra el Estado Islámico de Irak y Levante y sostener a sus principales aliados en la región a los que aquel amenaza (Hezbollah, el régimen sirio y el gobierno chiita en Irak). Estas aventuras exteriores son necesarias para mantener las credenciales revolucionarias del régimen de los Ayatolás y perseverar en sus ambiciones de convertir a Irán en una potencia regional.

Con este acuerdo Irán normalizará relaciones diplomáticas con occidente y regresará a la comunidad internacional. Es un lavado de imagen de un régimen hasta ahora aislado y acusado de formar parte del “eje del mal” y financiar al terrorismo internacional.

En definitiva, hay algo más que razones coyunturales detrás de este acuerdo. Nos encontramos ante un compromiso histórico que desactivará, al menos de forma temporal y para tranquilidad de Occidente, la carga explosiva que ha acompañado a este foco de tensión, al tiempo que afectará al reparto de poder en Oriente Medio en beneficio de Irán. Un quid pro quo.

Por cierto que el pacto muestra el camino para resolver otros conflictos que desangran a la región como la guerra civil siria: reivindica las virtudes del poder blando de las sanciones económicas y de la diplomacia, frente al poder duro de las intervenciones militares extranjeras que ha obtenido un sonoro fracaso en Oriente Medio.

Se han producido revoluciones o revueltas en varios países con mayorías sociales de musulmanes. Tal es el caso de Siria. ¿Es una crisis de origen social pidiendo más pan y derechos? O es una carencia de estructuras políticas e ideológicas en torno a un ideario que facilite la convivencia? es decir, ¿está acabado el nacionalismo árabe? ¿es el islamismo o el islam político suficiente para articular un gobierno serio y responsable?

En el caso de Siria, yo diría que ambas cosas. El impulso de la mal llamada Primavera Árabe en Siria y también en Túnez, Egipto o Libia procedía del paro juvenil que dobla la media mundial, de la explosión demográfica, de esa mitad de la población que tiene entre 15 y 24 años, y de la desigualdad de oportunidades en el campo de la educación. Una penetración de Internet del 40%, 6 puntos por encima de la media mundial, fue el factor catalizador de un proceso de movilización colectiva sin parangón en la historia de la región.

Pero el enfado popular contra el régimen sirio de Bachar al Asad también se dirigía contra una estructura de dominación heredada de la época colonial francesa en la que la mayoría sunita se encontraba bajo el yugo de la minoría alauita (una secta próxima a la rama chiita del Islam y a la que pertenece el clan de los Asad).

El presidente sirio Bachar al Asad sofocó violentamente las revueltas pacíficas y pronto estalló una rebelión militar contra el régimen sirio que desembocó en una guerra  civil  de  carácter  sectario  que  se  ha  cobrado  en  casi  cinco  años  más   de 250.000 vidas y ha desplazado a la mitad de su población, provocando un éxodo de miles de refugiados a Europa este verano.

Bachar el Asad resiste con el apoyo de los alauitas y la minoría cristiana y la ayuda militar de Hezbollah, Irán y Rusia. Aunque me aventuraría a decir que su baza principal para resistir descansa en las divisiones de sus oponentes y el miedo de las cancillerías occidentales a su caída y a una victoria de las milicias islamistas.

Los rebeldes pertenecen mayoritariamente a la rama sunita del Islam. No están unidos. Desde 2012 se han disputado el liderazgo de la revuelta militar el Ejército Libre Siria de tendencia moderada, hoy casi desaparecido, y las milicias islamistas que reciben ayuda de Turquía y de los países del Golfo Pérsico. Las milicias islamistas se han impuesto desde 2014, principalmente el Estado Islámico de Irak y Levante, una escisión de Al-­‐Qaeda que proclamó el Califato en la ciudad siria de Raqqa en el verano de 2014 y controla actualmente una buena parte de Siria e Irak. El Frente Al-­‐ Nusra, la filial de Al Qaeda en Siria, y las milicias kurdas, que resisten la embestida del Estado Islámico en el norte, constituyen los otros grupos armados más potentes del bando rebelde.

Poco queda ya de las protestas de 2011 pidiendo pan y derechos. La Primavera Árabe ha dado paso en Siria a una guerra civil de todos contra todos, una guerra indirecta en el que el futuro de Siria no lo deciden los sirios sino las cancillerías de las potencias regionales y de Estados Unidos y Rusia. Y aunque se quisiera contar con los representantes del pueblo sirio en una futura negociación, la dificultad sería mayor porque difícilmente se le puede atribuir esa representación a los grupos armados en el terreno o a la Coalición Nacional Siria sita en Estambul.

En relación con la capacidad del Islamismo para articular gobiernos serios y responsables, no se puede generalizar. En principio, el islamismo, como expresión política de una ideología inspirada en la moral y los principios del Islam, puede ser democrático. No es el caso, evidentemente, de las milicias islamistas a las que acabamos de referirnos. Pero sí es el caso del Partido de Justicia y Desarrollo que gobierna en Marruecos o de “Ennahda” en Túnez que recientemente ha entregado el poder de forma pacífica al partido Nidaa Tounes del presidente Beji Caid Essebsi. No se les puede meter a todos los islamistas en el mismo saco.

Sin duda es Turquía y el Partido de Justicia y Desarrollo (AKP) del presidente Recep Tayyip Erdogan el mejor ejemplo de integración de islamismo y democracia, aunque crecen la críticas de deriva autoritaria dirigidas contra el presidente Erdogan.

Turquía y Siria tienen una relación, como mínimo, conflictiva…¿a qué se debe esto? ¿Cómo observa la actualidad en Turquía?

No siempre fue una historia conflictiva. Erdogan, al frente del Partido de Justicia y Desarrollo (AKP), llegó al poder en Turquía en 2002. Su gobierno islamista aplicó una política exterior de “Cero Problemas con los Vecinos” y buscó una alianza estratégica con el Presidente Bachar al Asad que acababa de suceder a su padre. Los dos países zanjaron los contenciosos tradicionales que los han dividido durante décadas: desacuerdos en torno al trazado de la frontera de más de 900 kilómetros que comparten, el reparto del agua del Éufrates y la cuestión kurda.

Esta luna de miel terminó con el estadillo en 2011 de las revueltas populares y pacíficas contra el régimen de Bachar al Asad. Erdogan defendió la democratización de su vecino y su apoyo a la oposición política y a la rebelión militar  contra el régimen sirio se hizo cada vez más sonoro. Eso le costó la amistad de Bachar al Asad (y de Irak e Irán) que acusó a Ankara de práctica una política imperialista y neo-­‐ otomana ambiciones. La peor pesadilla del gobierno turco, una guerra civil en su frontera sur y una entidad kurda autónoma de facto en el país vecino, se han hecho realidad en los últimos años.

Hace unas semanas el ejecutivo turco movió ficha para enfrentar su entorno regional de una forma más firme. Después de casi un año de resistencia, Ankara firmó un acuerdo técnico con los EE.UU. para unirse a la Coalición que Washington lidera para contener al Estado Islámico. Turquía también emprendió una campaña de castigo contra la guerrilla kurda del Partido de los Trabajadores del Kurdistán, rompiendo así casi dos años de negociaciones y el alto el fuego con los separatistas kurdos. Desde entonces las fuerzas armadas turcas han golpeado mucho más fuerte a la guerrilla kurda que al Estado Islámico.

Este giro inesperado en política exterior coincide precisamente con las dificultades del  partido  islamista  para  formar  gobierno  después  de  las  últimas   elecciones legislativas. Y es que el proyecto islamista de Erdogan para Turquía muestra signos de agotamiento. Después de tres mayorías absolutas consecutivas el partido islamista de Erdogan derrapó en las últimas legislativas de junio pasado y se quedó a las puertas de la mayoría absoluta. Una complicación severa para el presidente Erdogan que aunque no se presentaba a las elecciones parlamentarias se jugaba mucho en ellas. Solamente una mayoría absoluta habría permitido al partido islamista reformar la Constitución de 1980 y transformar el régimen parlamentario en una república presidencialista que dotase a Erdogan (presidente desde 2014) de plenos poderes ejecutivos. Ante las dificultades para formar un gobierno de coalición, el presidente Erdogan convocó elecciones anticipadas, previsiblemente para noviembre.

Para la oposición y para muchos analistas, la campaña militar del ejército turco contra la guerrilla kurda será la principal baza electoral de los Islamistas del AKP de aquí a noviembre. Erdogan confía en que el ímpetu nacionalista y el miedo a la inestabilidad devuelva la mayoría absoluta a su partido.

¿ A qué se debe el aumento del radicalismo conocido como islámico?

 

¿Cómo surge y hacia dónde se dirige?

 La forma más radical que puede adoptar el Islamismo es el terrorismo a través de organizaciones de signo yihadista que luchan contra la injerencia extranjera en el Norte de África y Oriente Medio. Este islamismo radical se da a conocer en la década de los años 1980 cuando combate con éxito a los soviéticos en Afganistán. Allí se funda la organización terrorista Al-­‐Qaeda, con Osama Bin Laden al frente, que proclama que su primer objetivo es matar americanos para oponer la presencia e influencia de Estados Unidos en Arabia Saudí y Oriente Medio. Esta organización alcanza el zenit de su fama con los atentados de las Torres Gemelas en 2001, cuatro ataques simultáneos contra el corazón del poder económico y militar norteamericano. Las intervenciones militares en Afganistán e Irak tuvieron un efecto contraproducente, reforzaron la narrativa yihadista de resistencia a la opresión extranjera.

Estos procesos de radicalización violenta se basan en tres elementos interrelacionados: los agravios e injusticias sociales, una ideología que canaliza ese enfado en una dirección particular y la movilización colectiva de grupo. Los agravios e injusticias sociales están omnipresentes en la región. Y el islamismo radical, en todas sus formas, nutre sus filas de una juventud urbana, alfabetizada en masa, con un alto índice de paro, y una población mayoritariamente joven sin posibilidad de movilidad social por la carencia de oportunidades de educación.

La Primavera Árabe presentó una alternativa movilizadora al islamismo violento por un breve espacio de tiempo. Sin embargo, la marea yihadista ha vuelto. Encuentra su impulso en el inmovilismo político de las autocracias árabes, la contrarrevolución en Egipto, los conflictos internos que se han desatado, la inseguridad y la descomposición de las instituciones estatales, y los bajos niveles de identificación nacional (Irak, Siria, Yemen, Libia).

En la vanguardia del yihadismo ya no se encuentra Al-­‐Qaeda sino el Estado Islámico de Irak y Levante, una escisión de aquélla que ha hecho realidad una de sus grandes aspiraciones: un dominio en el que imponer una versión rigorista del Islam. En junio de 2014 esta antigua marca de Al-­‐Qaeda en Mesopotamia proclamó un califato para gobernar los territorios conquistados en el noroeste de Irak y el este de Siria. Allí aplica la Sharia, presta servicios sociales, exporta el petróleo y cobra impuestos. La proclamación del califato recuerda al gobierno de los Talibanes de Afganistán. Es un “protoestado” en toda regla. Y éste es un aspecto novedoso del islamismo radical violento, su capacidad para construir una entidad política duradera con un territorio, una población y un gobierno.

16 de septiembre de 2015, José Luis Masegosa Carrillo

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