La bestia insatisfecha

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«Los hombres ofenden antes al que aman que al que temen.»

Nicolás Maquiavelo

 ¿Cómo podemos pensar la histeria masculina? ¿Qué similitudes y qué diferencias existen entre un hombre histérico y una mujer histérica? Uno de los primeros libros que cayó en mis manos con artículos sobre histeria masculina fue una recopilación de textos que se llevaron a cabo en el Cuarto Encuentro Internacional (de lo que en aquel entonces se llamaba el Campo Freudiano) y que tuvo lugar en París en el mes de febrero de 1986. Este libro que fue publicado por Manantial consta de varios artículos que hablan sobre la histeria. Mi interés en aquel tiempo estaba centrado en lo que para mí en ese entonces era la histeria típica, es decir: la histeria femenina.

Recuerdo que en aquella época me introduje en el estudio de Dora, paradigma de la histeria, lectura básica para introducirnos en la investigación del descubrimiento del inconsciente realizado por nuestro querido Freud y, que llevó a cabo precisamente a través de la escucha de estas mujeres llamadas histéricas. Comprendí que cuando uno se adentra en el estudio de la histeria parece muy fácil poder hacerlo desde esa perspectiva precisamente: la femenina. Incluso porque la misma palabra nos habla de algo femenino de entrada pues todos sabemos que la palabra histeria  nos remite al útero. Muchos médicos e investigadores (Charcot entre ellos) pensaban que este padecimiento tenía como etiología el útero femenino y por ello durante muchos años se pensó que era algo exclusivo de las mujeres. La medicina lo achacaba a cuestiones genitales, sexuales, orgánicas y hormonales propias de las mujeres.

Pero después, poco a poco y con el descubrimiento de la realidad psíquica empezaron a surgir cambios en estas ideas. Llegó el momento en el que se logró pensar la sexualidad desde un punto de vista psíquico y no orgánico hasta el punto de darnos cuenta que la anatomía corporal no era necesariamente lo que posicionaba a los sujetos a nivel psíquico como masculinos o femeninos. Todas estas observaciones se han ido dando de manera paulatina pero es verdad que aún hoy en día existen muchas personas que son reacias a aceptar que se puede tener cuerpo de hombre y estar posicionado en sitio femenino (y viceversa). Solamente la clínica psicoanalítica logra demostrar en la práctica que, efectivamente, la teoría cobra sentido.  En relación a la histeria, la clínica nos demuestra que podemos tener la certeza de que hay casos de histeria masculina y este texto tiene el propósito de presentar uno.

Antes de introducir a los lectores en el caso clínico que deseo compartir me parece necesario comentar algunas palabras a modo de recordatorio y sobre todo para empaparnos un poco más en el tema de la histeria. Después de leer el caso Dora en Freud y estudiar las lecturas que Lacan pone a nuestro alcance en el Seminario 3 (el de Las Psicosis) podemos decir, que casi todos los psicoanalistas coincidimos en el hecho de que para que un sujeto haga una demanda de análisis (sin importar su estructura) se hace necesario que se histerice su discurso. ¿Qué quiere decir esto? Básicamente lo que quiere decir es que el sujeto tiene que sentir que algo no marcha, que algo se ha descolocado, que algo ha salido de su control. En ese momento, cuando ese algo cojea es cuando el sujeto va a sentir la necesidad de consultar con un analista. A eso le llamamos la histerización del discurso.

A mi parecer, decir que hay una histeria en el discurso es de alguna manera colocar ese discurso en el sitio de una queja porque ¿quién mejor que la histérica para ser el modelo de un sujeto que vive en la queja? Si algo se nota en los sujetos histéricos es precisamente la queja que traen y vuelven a traer como si no hubiera otra manera de relacionarse con el mundo que a través de esa queja que agota, realmente agota. No obstante, tiene su función. ¿Por qué tanto quejarse? ¿De qué se queja tanto? Si avanzamos en la idea de que el deseo de la histérica se sostiene en la insatisfacción (idea que logramos extraer precisamente de la experiencia que nos da la clínica) la queja parece ser precisamente el paradigma de esta insatisfacción.

Decimos que cuando el sujeto histérico siente un deseo (deseo que se forma precisamente porque no lo tiene) es decir, deseo que se forma a partir de la falta, cuando el sujeto lo llega a obtener, vemos que de alguna manera se las apaña para dejarlo caer. En otras palabras, para decirse a sí mismo: … no era eso. En la literatura psicoanalítica contamos con muchos casos de histeria femenina por ello cuando queremos adentrarnos en la histeria masculina encontramos menos material. Muchos colegas piensan que aún cuando pensemos la histeria masculina de alguna manera la histeria siempre será femenina y llaman a estos hombres así: los hombres histéricas. Dando a entender que aunque hablemos de hombres si estamos hablando de histeria es en femenino. Porque ¿quiénes son los sujetos histéricos sino mujeres?

La histeria está entonces siempre de lado femenino. Coincido con esta idea: creo que efectivamente la histeria es una cuestión femenina y aunque un sujeto tenga anatomía masculina, si su sufrimiento está del lado de la histeria hay una feminización tanto de su discurso como de la posición que ocupa en las fórmulas de la sexuación a nivel psíquico. No obstante, también podemos decir que lo que la clínica nos muestra es que no se vive igual la histeria teniendo cuerpo de hombre que teniendo cuerpo de mujer. En ese sentido la anatomía corporal es definitivamente un destino para el sujeto. Eso es lo que (desde mi experiencia clínica) he podido observar en este joven hombre al que llamaré Gabriel y que me ayudará a hilar ciertos conceptos teóricos de la histeria masculina. La primera pregunta que me hice cuando Gabriel llegó a mi consulta y me dí cuenta de que estaba frente a un caso de histeria masculina fue la siguiente: ¿Cómo empezó Freud sus indagaciones con hombres histéricos?

En la obra de Freud hay referencias de histeria masculina en relación al escritor Dostoievsky de quien saca a relucir sus ataques pseudo epilépticos (circunstancia similar a la de mi analizante que presenta también ataques epilépticos). Freud también habla de manifestaciones de histeria cuando se refiere a la vestimenta demonológica del pintor Haizmann. Sabemos que cuando un sujeto pide tratamiento psicoanalítico lo que trae en su discurso tiene lugar de síntoma. Ese síntoma es precisamente lo que va a hablar en él y por él. Aún cuando el sujeto no se percate de lo que dice, si el analista en su función de analista logra abrir la escucha al síntoma podrá abrir una posibilidad para que el sujeto pueda introducirse (él mismo) en la escucha del campo inconsciente. De esa manera el síntoma es la clave para permitir que el sujeto dilucide la responsabilidad que él mismo tiene en su propio sufrimiento, o por decirlo de otra manera: las razones que el sujeto histérico tiene para mantenerse en la queja y en la insatisfacción.

Esto me parece personalmente muy interesante porque aún cuando el sujeto se queja de su propia queja, vemos que no hace mucho (al menos de manera consciente) por salir de esa queja. Especialmente en la histeria (desde mi opinión) observamos una terquedad como una especie de empecinamiento a seguir sufriendo, algo así como si el lema del sujeto fuera vivir sufriendo y sufrir viviendo a sabiendas de que hay algo que se puede hacer para salir de ese bucle de sufrimiento pero parece que el sujeto no quisiera hacerlo. La pregunta que me surge es: ¿No quiere o es realmente incapaz? Es una pregunta que toca precisamente al deseo. Si el sujeto quiere cambiar esta queja es posible que pueda hacerlo. Pero ¿es así de sencillo? Lo que yo observo en la clínica es un más allá del deseo de bienestar.

Ese más allá del principio del placer que Freud observó. Digamos que el sujeto tiene claro que quiere dejar de sufrir, por lo tanto dejar de quejarse de la misma cantaleta… Pero al mismo tiempo hay algo que lo atrae, como si tirara de él para no dejarlo salir de esa queja o de ese bucle. En ese punto quiero centrarme. De alguna manera eso es lo que Lacan ha llamado el goce, ese goce que siempre surge en nuestra clínica psicoanalítica y que es tan particular a cada sujeto. Ese goce que es el responsable de que el sujeto no logre salir del círculo vicioso de la queja y el sufrimiento aunque diga que tiene el deseo de modificarlo o cambiarlo. En Gabriel está muy claro ese momento de su análisis donde él puede construir la queja que lo habita en torno a la problemática para salir de esa queja. Surge en el momento en que me está hablando de la primera vez que le vino un ataque epiléptico. El ataque epiléptico de Gabriel fue consecutivo a la muerte de su padre.

Llegar a este momento fue básico en este tratamiento porque permitió que el analizante pudiera cuestionarse por primera vez un hecho muy importante: que los ataques epilépticos podían quizá producirse por una cuestión psíquica y no eran necesariamente el resultado de algo fisiológico. Considero vital y trascendental este momento porque Gabriel viene de familia de médicos y él mismo es médico. Su profesión ha sido más obstáculo que ayuda en su recorrido porque es un sujeto muy escéptico a creer en aquello que no puede comprobarse según sus propias palabras de manera certera y científica. No obstante su escepticismo algunos efectos terapéuticos conseguidos en el tratamiento (entre ellos el alivio de problemas de eyaculación precoz que estaban minando su relación amorosa) permitieron que el analizante siguiera viniendo aunque he de decir que a veces me daba la impresión que regresaba solamente para encontrar mi propia falla (en mi función de analista) o la falla misma del psicoanálisis según su propia interpretación. Mi pregunta personal en relación a sus ataques epilépticos era la siguiente: ¿Eran ataques producidos por un problema neurológico o eran ataques histéricos? Pensaba también que no necesariamente tenían que ser excluyentes. Gabriel había traído consigo los estudios neurológicos que demostraban que, efectivamente tenía un foco epiléptico visible en el electroencefalograma y en la resonancia magnética. No obstante, los ataques eran muy puntuales. A la fecha había tenido sólo 8 ataques en total, siendo un hombre de 40 años podemos decir que no eran muy frecuentes. Por ello decidí concentrar mi escucha en el desarrollo que Gabriel me hacía de las circunstancias en las que se habían presentado esos 8 ataques.

El primero (como ya dijimos) fue consecutivo a la muerte de su padre. ¿Fue acaso un autocastigo por el deseo de muerte del padre odiado? ¿Qué es lo que se juega en los síntomas histéricos? Hay algo que entra en una lógica que se escapa a la comprensión pero que al mismo tiempo por retorcida que parezca logramos a veces esbozar un rayo de luz en esa lógica que llamamos del inconsciente.

Mientras el analizante me habla de todo el gran amor que siente por el padre, todo lo que lo echa de menos, todo lo que aprendió de él y lo maravilloso que fue como padre, de pronto surge un lapsus.

Su muerte fue adecuada dice Gabriel en lugar de decir inesperada.

El significante adecuada dio paso a la posibilidad de hablar de un sentimiento que Gabriel escondía como su mayor tesoro: el deseo de muerte contra el padre odiado.

Mientras Gabriel logra hablar del odio al padre, va pudiendo también hablar de las circunstancias que rodean cada ataque epiléptico que ha tenido lugar. Observamos que son momentos puntuales: a veces son momentos en los cuales el sujeto desea conseguir algo que parece inalcanzable, entonces surge el ataque epiléptico, otras veces es cuando se siente culpable por algo y en otras ocasiones se presenta cuando quiere realizar algo pero no lo dejan.

Mencionaré un ejemplo que logró esclarecerse muy bien en el transcurso del análisis: Gabriel quería cambiar de turno en el hospital donde trabaja pero sus compañeros no estaban por la labor. Esa noche en su horario de guardia se presentó el ataque epiléptico. En la sesión me dijo:

 He llegado a pensar que es una manipulación de mi parte. ¿Seré inconscientemente tan maquiavélico?

Hay otro momento del análisis donde se abre una luz que nos permite ver la complicada relación del sujeto con el deseo. Gabriel tiene una relación muy contradictoria con su propio deseo: a veces lo puede articular sin problemas pero otras veces le resulta extremadamente fatigante y no se aclara. Muchas veces me pregunta si ese deseo es suyo o es de otra persona de su historia. Muchas otras veces tiene picos en su deseo, es decir: Que a ratos hay euforia por hacer cosas y otras veces trae el deseo caído como él mismo dice y no tiene ganas de nada. Sabemos que la dirección de la cura se encamina a lograr que el sujeto histérico salga de sus deberes, de sus sufrimientos, de sus quejas… en una palabra que salga de ese particular goce que tiene y vuelva a ponerse en el camino que lo constituye como sujeto deseante. El problema de Gabriel es que a veces él mismo no se aclara y no sabe cuál de todos es su propio deseo. La problemática es fuerte porque cuando él realiza el deseo que ha estado anhelando, en ese mismo instante me dice: no era eso… he perdido el interés.

¿Cómo se puede lograr que un sujeto que sostiene su deseo en la insatisfacción pueda sentirse satisfecho cuando ese deseo se realiza? La respuesta a esta pregunta puede estar precisamente en eso que llamamos el final de un análisis. Porque si un sujeto ha hecho un recorrido y ha podido construir la manera en la que está estructurado su deseo es muy posible que encuentre las causas por las cuales necesita sostenerlo, por ejemplo, en este caso: la insatisfacción.

Gabriel logra atisbar algo de esto cuando después de andar detrás de una mujer por tres años consecutivos, deseándola fervientemente y amándola secretamente con gran devoción, cuando se dio el momento en el que esa mujer accedió a la demanda de amor de Gabriel… él volvió a tener el síntoma que había superado en el inicio del tratamiento: la eyaculación precoz.

Este caso abre nuevas observaciones ante nuestros ojos: la posibilidad por ejemplo de plantearse que la eyaculación precoz (en algunos hombres) al igual que la frigidez (en algunas mujeres) además de ser síntomas que sostienen el deseo insatisfecho (como hemos podido corroborar en este caso) pueden ser también síntomas que anudan cierta misoginia. Un odio hacia lo femenino (por ser enigmático y desconocido). Pues la eyaculación precoz y/o la frigidez crean siempre insatisfacción en la pareja de amor (no solamente en el sujeto que lo experimenta) por ello en algunos casos cabe la posibilidad de que vaya dedicado.

Lo que es cierto, es que ese día, mientras Gabriel me comentaba los acontecimientos sobre la eyaculación precoz observé una contradicción: lo que el sujeto me narraba no era chistoso, era más bien triste y penoso, tenía incluso lugar de fracaso y por qué no decirlo: de gran insatisfacción y frustración.

No obstante, él me lo estaba narrando entre risas y finalmente concluyó diciéndome:

¡Debes estar pensando que soy una bestia insatisfecha!

Cristina Jarque, Psicoanalista, Directora y Cofundadora de Lapsus de Toledo

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