La palabra y la inteligencia humana

La palabra y la inteligencia humana

Por Pilar Úcar

Si contáramos cuántas veces pronunciamos y escuchamos la palabra ‘inteligencia’ los algoritmos enloquecerían, seguro que iban a cortocircuitar los neurotransmisores, y si al término ‘inteligencia’, lo acompaña el adjetivo ‘artificial’, las alarmas saltarían desbocadas sobre todo con la abreviatura tan siniestra, y para algunos, funesta: IA.

En corto o extendido, la IA o la inteligencia artificial nos invade: ya no resulta emergente ni está en ciernes: ha superado los pañales y campa a sus anchas, o sea, que ha llegado para quedarse, y mientras se recompone la disrupción que ha provocado, andamos peleando con ella y contra ella, indagando sus intenciones, descubriendo entresijos y pertrechándonos por lo que nos pueda afectar: en la universidad, en el supermercado, en el transporte y en el ocio, por ejemplo; expectantes por su alcance, suspirando de miedo y ansiedad, de ganas y de enfado ante sus consecuencias, difíciles de evitar, nos advierten, perdón, nos aseguran que no nos zafemos de ella; porque está claro que de alguna manera o de otra la IA la padeceremos en nuestras propias carnes.

Ahora bien, me interesa detenerme en la acepción 7 de la RAE al definir el vocablo ‘inteligencia’: “sustancia puramente espiritual” y si adjuntamos uno de los sentidos del calificativo ‘artificial’: “no natural, falso” ya tenemos el lío conceptual; una expresión bimembre cuando menos errática. Antítesis, contraste, paradoja, sinsentido, antagonismo…todo un acertijo morfológico de difícil resolución.

Tal vez, un buen remedio sería sustituir ‘artificial’ por el calificativo ‘humana’, a saber, inteligencia humana. Si reflexionamos, conlleva cierta tranquilidad, menos espasmos, mayor confianza y más creatividad, libertad propia y ajena, ausencia de adoctrinamiento, sin batuta transparente ni neuronas mecanizadas, tocar y sentir, palpar y estremecerse: con la punta de los dedos con la dermis y la epidermis. Por muy artificial, la inteligencia siempre humana.

FILOLOGÍA Y LENGUA ESPAÑOLA

Directora Pilar Úcar Ventura

¿Quién se divorcia?, ¿una pareja o unos padres?

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¿Quién se divorcia?, ¿una pareja o unos padres?

Por Belén Rico. Conferencia dada en el Ateneo de Madrid el 13 de diciembre de 2023

Yo les plantearía la siguiente pregunta, en un divorcio ¿Quién se divorcia?, ¿una pareja o unos padres?

Deseo poner el foco de atención en aquellos sujetos pasivos, tanto del contrato matrimonial como de su disolución, que son los hijos. Víctimas sin herramientas del derrumbe de un pacto que nunca fue suyo.

Es por esto que se tiende a comentar que un buen divorcio es siempre mejor para los niños que un mal matrimonio. Ser testigo de peleas, malas caras, resentimiento, dolor, tristeza y ausencia de amor y compromiso no es precisamente lo más idóneo para un niño y está demostrado que tiene un gran impacto emocional en ellos.

El divorcio o separación de una pareja es un evento que involucra a todos los miembros del medio familiar, lo que lleva a cambios en la realidad inmediata: hay que atender asuntos legales, las actividades comunes de la familia varían, la calidad y cualidad de las interacciones entre los miembros se modifica. En cuanto a la dimensión individual, dentro de su mente, cada niño vive estas separaciones como una experiencia de mucho impacto emocional relacionada con pérdidas que se derivan de las modificaciones propias del divorcio. A partir de ahí podemos preguntarnos: ¿cómo experimentan los niños el divorcio de los padres? Si hay pérdidas, ¿qué es lo que se pierde? Y, sobre todo, ¿cómo y desde dónde enfrentar la pérdida?

El divorcio es una situación de duelo, produce un inevitable dolor mental. Cada niño cuenta con una forma propia de enfrentar la pérdida; su mente generará estrategias para comprender y elaborar el conflicto. El divorcio es una situación especialmente compleja, pues a edades tempranas el niño depende emocionalmente de sus padres, y cuando sucede, se enfrenta a la pérdida de la imagen de una pareja de padres unidos, quienes, en su mente, sirven para sentirse protegido incluso cuando los padres reales no están ahí físicamente.

Los efectos que el divorcio tiene en el niño no sólo se relacionan con lo que ocurre dentro de sí mismo, sino con las dificultades derivadas de tener un padre y una madre que se encuentran aturdidos por las angustias que les despierta la ruptura de la pareja. Por su puesto que una madre que se siente triste o abstraída por el dolor que le produce el fracaso de la pareja tendrá una relación distinta con los hijos que aquella que quizá podría establecer una mujer que cuenta con el amor y apoyo de una pareja. El lugar del padre es muy importante y trasciende al niño en muchos sentidos: por un lado, es quien hace valer la ley, el que hace la distinción y ayuda a frenar las ganas de los hijos de tener a la madre todo el tiempo disponible para ellos. El padre también sirve como un apoyo para que la madre pueda realizar sus funciones, así que está presente no sólo físicamente, sino también en la mente de la madre, quien habla de él y le da un lugar ante los hijos. Cuando éste se ausenta debido a un divorcio, será necesario distinguir y conservar sus funciones.

Françoise Dolto experimentada psicoanalista infantil, escribe sobre este tema y recomienda a los padres hacer un intento de poner en palabras, hablar o comunicar a los hijos la situación de la pareja. El objetivo, según esta autora, es calmar los temores del niño y dar la oportunidad a los padres de hablar con la verdad, para que a su vez puedan comprender que la separación entre ellos no cambia el hecho de que deberán seguir haciéndose cargo de sus hijos. Dolto observa que una de las ideas más recurrentes en la mente del niño es que si los padres se arrepienten de estar juntos, también lo hacen implícitamente de todo lo que han creado juntos. Es como si creyeran que, al ser producto de la unión de los padres, automáticamente se convierten en un producto indeseable de la relación.

El hablarle a los niños acerca del divorcio es difícil ¿Cómo?

  • no lo mantenga en secreto o espere hasta el último momento
  • infórmeselo a su niño junto con su pareja
  • Dígale que el divorcio no es culpa de él/ella.
  • admitir que será penoso y desconcertante para todos
  • asegúrele a su niño que los dos todavía lo quieren y que siempre serán sus padres
  • no discuta con el niño las faltas y problemas de cada uno de los progenitores se reprochan entre sí.

La obligación continuada de los padres por lograr el bienestar de los hijos es vital. Si el niño muestra indicios de estrés, los padres deben consultar con su pediatra y buscar un apoyo psicológico para ayudarles a aprender qué hacer para que el estrés del divorcio sea más fácil para toda la familia. La sicoterapia para los niños de una pareja divorciada y para los padres divorciados puede ser de gran beneficio.

Evitar Efectos genéricos

    • Bajada del rendimiento académico.
    • Dificultades sociales
    • Dificultades emocionales como depresión, miedo, ansiedad,…
    • Problemas de conducta.

Efectos emocionales del divorcio en los hijos a tener en cuenta

De tres a cinco años:

    • Se creen culpables por no haber hecho la tarea o no haber comido.
    • Temen quedarse solos y abandonados.

La edad más difícil es la de 6 a 12 años.

    • Se dan cuenta de que tienen un problema y que duele y no saben como reaccionar ante ese dolor.
    • Creen que los padres pueden volver a juntarse

Los adolescentes experimentan:

    • Miedo, soledad, depresión, y culpabilidad.
    • Dudan de su habilidad para casarse o para mantener su relación.

A pesar de que los niños lo suelen pasar mal en los divorcios durante un tiempo, el impacto real lo suelen sentir a lo largo de un período de aproximadamente 2 a 3 años. Durante este tiempo, algunos de ellos expresan abiertamente sus sentimientos. Es posible que traten de expresar sus sentimientos portándose mal o teniendo problemas en el estado de ánimo. En los niños en edad escolar, esto puede significar que bajen sus calificaciones o que pierdan el interés por las actividades que entes les gustaba hacer. En los niños más pequeños el «efecto durmiente», que al principio hagan grandes cambios y parezcan adaptarse bien de golpe, pero que años después presenten comportamientos disruptivos o emociones desafiantes.

Alertas a cuidar

Mantenga a su hijo alejado de los conflictos y las discusiones de sus padres.

Intente no usar a los niños como mensajeros, sobre todo cuando esté discutiendo con su expareja.

A la hora de analizar los efectos del divorcio en los hijos es difícil determinar si es el propio divorcio lo que les afecta o una serie de factores sociales que acompañan muy frecuentemente a la separación de las parejas. Destacan :

    • Pérdida de poder adquisitivo. 
    • Cambio de residencia, escuela y amigos.
    • Convivencia forzada con un padre o con miembros de la familia de alguno de ellos. 
    • Disminución de la acción del padre con el que no conviven. 
    • Introducción de parejas nuevas de los padres.
    • Una mala aceptación del divorcio por uno de los padres puede llevarle a convivir con una persona deprimida u hostil.
    • Un divorcio conlleva de forma por su propia esencia una cierta hostilidad entre los padres. Cuando esa hostilidad se traslada a los hijos, intentando que tomen partido.

El proceso de duelo ante el divorcio tiene que ver, por un lado, con el proceso que se llevará a cabo en la mente del niño para acomodar la realidad de su nueva situación, entender que, a pesar de los cambios, la relación con él no se eliminará, solo se modificará.

Antes del año 2005, fecha en la que se introdujo la custodia compartida en nuestra legislación, era prácticamente impensable que una pareja que tomaba la decisión de divorciarse optase por un régimen de custodia compartida con respecto a sus hijos.

La situación habitual era otorgar la custodia exclusiva a la madre, con régimen de visitas al padre, situación que no le permitía participar en la vida de sus hijos, sintiéndose en muchas ocasiones como meros visitadores.

Sin embargo, en la actualidad, cada vez son más los padres y madres que pensando en el beneficio de los menores, deciden y ejercen la corresponsabilidad parental de manera consensuada e igualitaria.

Pero, se observa a la vez, el desarrollo de un síndrome hasta ahora desconocido: El síndrome del niño maleta.

Los menores que sufren este síndrome muestran inestabilidad e inseguridad debido al continuo ir y venir de casa en casa, sin llegar a conseguir un clima adecuado para su desarrollo o una rutina estable. Esta situación se traduce a largo plazo en problemas escolares y de conducta que pueden generar trastornos graves.

Para que este cambio vital afecte lo menos posible a los menores antes de sentarse a redactar las cláusulas del convenio regulador que regirá la nueva situación familiar, es muy importante llevar a cabo “una restauración emocional, un proceso que sane el dolor de ambos. En resumen, preparar a los cónyuges para la separación”.

Tras la crisis familiar y después de haber superado esta primera fase, el niño debe cambiar lo menos posible el orden establecido hasta entonces.  Y como no todas las familias son iguales, debemos huir de las fórmulas tipo. “Hay que personalizar la custodia compartida”

Analizar de manera pormenorizada cada situación familiar. Esto no es una solución café para todos sino un traje a coser a la medida de cada familia.

No olvidando tomar las decisiones que afecten lo menos posible al día a día del menor.

En conclusión, psicoterapeutas y profesionales del mundo del Derecho coincidimos en un punto; siempre hay que buscar el beneficio de los más pequeños.

Y este beneficio sin duda pasa por proteger el mundo que conocían hasta la fecha de la ruptura. Recordemos que podemos divorciarnos de nuestra pareja, pero nunca podremos hacerlo de nuestros hijos.

Les repito para pensar la frase de inicio, en un divorcio ¿Quién se divorcia?, ¿una pareja o unos padres?

Capítulo de Sociología de Arco Europeo

Belén

Belén Rico García es la Directora del Capítulo de Sociología de Arco Europeo

 

Del puente al sándwich: ¿cuestión de palabras?

Del puente al sándwich: ¿cuestión de palabras?

Por Pilar Úcar

Aguantando la vertical a duras penas por la resaca festera del último puente de este 2023, reflexiono, léxicamente hablando.

Y hoy va de grandes obras de ingeniería, de puentes, más en concreto; pero vamos a especificar que la ejecución ingenieril, en cuanto a palabras atañe, consiste en enlazar, enjaretar y enhebrar con pespuntes, jornadas festivas pero no de dos días seguidos, sino en días alternos. En otras latitudes se emplea el término sándwich, bastante más gráfico y explícito, para referirse al día laborable que ha quedado entre dos feriados, a modo de emparedado.

Uno de los más esperados y gentrificados es el de la “constitución”, en nuestro país, que algunos lo tildan en registro coloquial de “acueducto” (vocablo vulgarote, poco original y muy cansino en este contexto).

Nuestros puentes, familiares no muy lejanos de otros foráneos y famosos: bank holiday (seguro que poco tardamos en emularlo -¿o ya existe y yo me lo he perdido?- black friday, y faire le pont, le ponte, brückentag, fenstertag, brugdag, suma y sigue…Evito aumentar la caótica “torre de babel”.

Los puentes cumplen una función casi primordial; sirven para cruzarlos y traspasarlos, para que fluyan los buenos sentimientos, para practicar el ocio y el negocio, -¿por qué no?-; puentes de auténtica ingeniería social y antropológica: genuino y atascado trasvase de población, personas que van y vienen, sin cesar, atrapadas en las paredes del sándwich festivo. Como en antiguos fotogramas del NODO, asistimos impresionados -casi asustados- a la masa humana orillada en espigones, aceras y pavimento, calles y plazas, pasarelas y terrazas, vías férreas y espacios aéreos, montañas pobladas y arena ocupada. Todo muy estacional, todo muy otoñal: la coyuntura del puente manda, imposible hacernos transparentes en las riadas que “franquean” sin cesar, lugares que pronto, recobrarán su normalidad.

FILOLOGÍA Y LENGUA ESPAÑOLA

Directora Pilar Úcar Ventura

“Es humano”… y eso, ¿qué significa?

“Es humano”… y eso, ¿qué significa?

Por Pilar Úcar

Pudiera parecer una de las partes de aquella frase sentenciosa atribuida a algún clásico de campanillas, o a algún filósofo heterobásico: errar es de humanos, perdonar es divino y rectificar es de sabios. Hoy dedicaré estas líneas a la cantaleta rutinaria de “es humano…” con un deje de conmiseración hacia el otro, encaramado al pedestal del paternalismo, de alguien avezado vital y experimentado, que se sale del cuadro y pretende “sensatamente” relativizar enseñando, mejor, adoctrinando: un menda lerenda que todo lo sabe; y además, condescendiente, “perdona y entiende, comprende y acepta” parece decirnos, o, tal vez solo se trata de un pasota que ni se implica ni se compromete. No le afecta ni en la dermis ni en la epidermis de paquidermo el frío o el calor. Se escuda en ese “es humano” para justificar todo y a todos.

No es cometido de quien suscribe la dirección de este observatorio de Filología y Lengua española establecer juicios morales ni adjudicar criterios éticos a actitudes y comportamientos humanos, pero considero pertinente hacer referencia a este estribillo que lo mismo vale para un roto que para un descosido: en las relaciones laborales, en los encuentros afectivos, en situaciones familiares. “Es humano” hace referencia a las debilidades, defectos, carencias de toda persona -humana, por supuesto- y bajo dicho paraguas o excusa, auténtico subterfugio de oratoria, se disimulan compromisos y responsabilidades hacia nuestros iguales, humanos todos, está claro. Si por homo sapiens se entiende primate de capacidad intelectual desarrollada para la abstracción, introspección y comunicación de cierta complejidad, repetir “es humano” destapa nuestra propia fragilidad y la insistencia en la torpeza, el tropezar una, dos y tres veces en la misma piedra. Del mismo pelo: “Qué le vas a hacer, olvídalo, no le des importancia…” fruslerías del lenguaje.

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Directora Pilar Úcar Ventura

La palabra y el significado de «es mi opinión»

La palabra y el significado de «es mi opinión»

Por Pilar Úcar

Cada vez que alguien profiere esa expresión, conviene ponerse en guardia.

Como filóloga, considero que se trata de una trampa retórica, un subterfugio del emisor que viene acompañado de otros clichés al uso: “no estoy seguro”, “quizá me equivoque” (sin olvidar colocar un tono de voz entre melifluo y teatral).

Si además se añade el adjetivo “humilde”, la actitud de impostura y el artificio lingüístico son mayúsculos. Y si sumamos el adverbio “solo” la amenaza está servida. En definitiva, quien se presenta con esa suerte de “buenismo conciliador” refleja una ignorancia supina y una completa falta de implicación; son advertencias que en el fondo destilan un tufo de superioridad y conminación, con el deseo de evitar posible choque o cierta confrontación frente al receptor en todo acto comunicativo; se anula la réplica, porque confunde la veracidad con la información. “Solo es mi humilde opinión” consiste en un juego irritante del pelo: “no he estudiado nada, no me lo sé” o “solo traigo notas sin hilvanar para mi conferencia”… falacias genuinas de estudiantes y profesores que exhiben una falsa modestia al comprobar el sobresaliente del alumno en el examen o el éxito de la disertación.

Pero, “sin ánimo de molestar a nadie” otro cliché detestable, qué hay de malo en expresar la opinión de esta manera: “yo creo, pienso, considero, incluso el coloquial “según yo” tan correcto y tan denostado. De ahí a “¿es que no puedo opinar?”, solo un paso. Y la guinda: “no tengo opinión sobre eso”; con un palmo de narices nos quedamos ante el completo desinterés e indiferencia. Propongo tranquilidad: no todas las opiniones valen lo mismo y ni tan siquiera la mayoría son dignas de tenerse en cuenta.

¡Ay! Si nos leyera Kant…otros juicios nos cantarían.

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La palabra de la realidad y de la ficción

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La palabra de la realidad y de la ficción

Por Pilar Úcar

Cuando alguien asegura que la realidad supera la ficción, no resulta difícil suponer que el cruce de una dimensión se puede lograr con tan solo chasquear los dedos; por arte de birlibirloque, nos transportamos de nuestro mundo tangible al de la invención, del material a la alegoría, y a partir de aquí, surge la posibilidad ¿real? de construir castillos en el aire, de fabular y alcanzar el nivel de la “pamema”, según muchos, por lo de hiperbólico de dicha fase, de este nuevo estado próximo a rozar el cosmos con su sistema solar incorporado y el vaivén de una y otra galaxia. Se origina una suerte de confabulación astral con una finura mixtura o mejunje de física y química en el que el tiempo -¿inexistente?- se diluye, y de nuevo necesitamos anclaje terrenal que nos devuelva a la existencia tocable.

Muchos sinónimos para dos situaciones que no le son ajenas a la existencia humana: lo inasible inquieta, lo palpable también. El tacto, y el resto de sentidos, entran en estado de alerta por si perdemos pie ante la atracción de lo inasible, de lo que se resiste a ser aprehensible.

Si a la ficción añadimos los prefijos “micro” y macro”, trascendemos el universo propio y personal: nos salimos de nosotros mismos, como en un juego de espejos para alcanzar lo inmanente y lo exógeno; del ombliguismo a la otredad, de nuestra realidad planetaria a otros mundos posibles -con seres incluidos-; en definitiva, la pequeñez observada a través de un microscopio o la magnitud de la lente telescópica. Finitud y límites que circundan la eternidad del universo.  Se conjugan en estas líneas, fingimiento e ilusión, efectividad y verdad. Un auténtico jardín léxico, un bosque conceptual, y, hoy, filosófico, incluso.

Sic parvis magna.

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Directora Pilar Úcar Ventura

La palabra del …. ¿relator? Mucha terminación en -or

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La palabra del …. ¿relator? Mucha terminación en -or

Por Pilar Úcar

Me malicio que solo quienes andan metidos en faena jurídica saben de qué hablamos al oír la palabra tan traída y tan llevada durante estas últimas semanas: ‘relator’: letrado que hace referencia de los autores o expedientes en los tribunales superiores (RAE dixit); y también se puede apuntar este otro significado: ‘persona que relata o refiere una cosa’; así pues, fácilmente llegamos a concluir que cualquiera se convierte en un relator (no sé por qué me viene a la imaginación de inmediato el término velocirráptor -Fundéu dixit-), es decir, aquel que relata, refiere o cuenta su fin de semana, su nuevo puesto de trabajo o sus próximas vacaciones, por ejemplo.

Ahora bien, conviene decidir si el relato se va a efectuar a la manera de los narradores orales o bien como lo efectuaban fehacientemente al dictado antiguos copistas amanuenses, porque para relatar no solo hay que observar sino también conocer, y de ahí plasmar, es decir, expresar con justeza y ecuanimidad ya sea por vía oral o de forma escrita.

Como viene siendo costumbre en este Observatorio de Filología y Lengua Española, busco sinónimos del término en cuestión y doy con los siguientes: ‘facilitador, mediador garantizador’ y me surgen sospechas (siempre insisto en que la sinonimia absoluta no existe) de que nos estamos alejando del sentido primigenio que aporta la institución encargada de fijar, limpiar y dar esplendor a nuestro idioma.

Hay algo claro: se trata, en definitiva, de un acto comunicativo en el que emisor y receptor (mucha desinencia en -or), se encuentran en un ¿mismo? contexto, emplean un código ¿similar? y completan un mensaje ¿común? basado en hechos ¿consensuados? que desean debatir para lograr y resolver un acuerdo en lid, según intencionalidades personales e intereses políticos.

¡O tempora o mores!

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Atinar con la palabra adecuada: cuestión de perspectiva…

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Atinar con la palabra adecuada: cuestión de perspectiva…

Por Pilar Úcar

A Virginia, con todo mi cariño

Cuando alguien se rompe los maléolos del pie izquierdo, inmediatamente pienso: ¿¡qué!? Y no por ignorancia del tecnicismo, sino porque la rotura de cualquier hueso del cuerpo humano supone… supone…ahí viene la enjundia de mi artículo.

En anatomía, el maléolo se define así: “apófisis redondeada de la tibia y el peroné a cada lado de la articulación del tobillo”, y yo me imagino esos huesecillos curvos que a modo de trípode permiten el encaje de la articulación entre el pie y la pierna. Más allá de mi coloquial y, sobre todo, personal interpretación de dicho término, hoy me planteo si calificar a esa fractura de “contratiempo”. Acudo al diccionario de sinónimos y aparece toda una familia léxica al respecto: ‘percance, desgracia, contrariedad, accidente, problema, daño, desastre…’ Le doy vueltas a algo que ya sabemos: la sinonimia absoluta no existe, pero en mi interior eso de “contratiempo” se queda corto, cortísimo. Elegante, sí; mesurado y comedido, también. No sé si influye en mi cavilación la sospecha de lo que puede suponer una intervención quirúrgica, el posoperatorio, la rehabilitación…

Quizá por nuestra idiosincrasia cultural, mediterráneos apasionados y “aspaventeros” de serie, hiperbólicos y enfáticos, se ajusta más a tal circunstancia -lamentable, sin duda- “faena” y diré más, “putada”. Ahora bien, todo es referencial y relativo. En este caso, la lengua es rica en matices, significados y significantes y la posibilidad de elegir la palabra atinada y certera, depende del emisor, de su cultura, de su experiencia personal, de su carácter y de la intención comunicativa dirigida al paciente sufridor de tal eventualidad.

El dominio de un idioma consiste en dotar a nuestras expresiones lingüísticas de objetividad y subjetivismo; en toda interacción social dejamos parte de nosotros y las palabras son testigos de nuestra propia personalidad.

(Gracias, Susana)

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