Europa y Occidente con los refugiados sirios

TOSHIBA CAMCORDER

La guerra civil siria se cuela de nuevo en las agendas de las cancillerías de Estados Unidos, Rusia y Europa merced al éxodo masivo de refugiados sirios que llegan a Europa después de recorrer miles de kilómetros en condiciones precarias y de riesgo altísimo para sus vidas. Una imagen vale más que mil palabras y la escena del niño Aylan muerto en la orilla turca del Mediterráneo despertó la conciencia de Europa a principios de septiembre.

Así surgieron corrientes de opinión pública favorables a los refugiados, un cuarto poder que presiona desde entonces a los gobiernos occidentales para que hagan algo. Estos han respondido de dos formas: han revisado sus opciones para resolver el origen de la crisis, la guerra civil siria, o/y se han centrado en aliviar sus efectos, el drama de los miles de refugiados que llegan a Europa.

Los gobiernos han reaccionado sin concierto. EEUUs ha reanudado los contactos militares con Rusia para coordinar sus acciones militares contra el Estado Islámico y evitar un choque accidental. Rusia refuerza con soldados, aviones y armamento a su aliado, al régimen sirio. Aviones franceses han iniciado operaciones militares contra el Estado Islámico de Irak y Levante (DAESH) en Siria. Alemania se ha erigido en el campeón de la causa de los refugiados sirios. Y Reino Unido y España se han se han comprometido a aceptar más refugiados.

La guerra civil siria 

Siria ha explotado en mil pedazos en los últimos cuatro años de guerra civil. El conflicto armado se ha cobrado más de 240.000 vidas y un millón de heridos. La guerra ha desplazado internamente a 8 millones de personas y ha expulsado a más de cuatro millones de refugiados a  los países vecinos (Turquía, Líbano, Jordania, Irak y Egipto).

Poco o nada queda de los movimientos sociales que se manifestaron de forma pacífica contra el presidente Bachar al Asad durante la mal llamada Primavera Árabe en 2011. El objeto del enfado popular con esta autocracia árabe no se limitaba a la ausencia de libertades y oportunidades laborales. Protestaban igualmente contra una estructura de dominación heredada de la época colonial en la que la mayoría sunita (alrededor del 65% de la población) se encontraba bajo el yugo de la minoría alauita (una secta próxima a la rama chií del Islam que representa algo más de un 10% de la población).  Bachar al Asad, que pertenece a la minoría alauita,  sofocó violentamente la protesta y la otrora revuelta pacífica se transformó en una rebelión militar de la mayoría sunita.

Cuatro años de guerra civil han convertido Siria en un Estado fallido en el que tres actores clave se disputan el territorio: el régimen sirio de Bachar al Asad y dos organizaciones terroristas de signo yihadista, el Frente al Nusra y el Estado Islámico de Irak y Levante (DAESH). Estas dos últimas combaten al ejército sirio y, al mismo tiempo, pelean entre ellas.

El régimen sirio del presidente Asad resiste con muchas dificultades en Damasco, en el bastión alauita de Latakia y en la frontera con el Líbano, en este última gracias a la ayuda de la milicia libanesa Hezbollah (alrededor del 20% del territorio sirio). Sus principales apoyos internos se encuentran entre los alauitas y la minoría cristiana. Rusia, Irán y Hezbollah constituyen sus principales pilares externos. Meses de derrotas militares han colocado al régimen sirio a la defensiva, en una situación tan precaria que Rusia ha incrementado considerablemente su asistencia militar en las últimas semanas para evitar su colapso.

Desde finales de 2013 el islamismo radical violento ha ido progresivamente desplazando a los moderados sirios del liderazgo de la lucha contra el régimen sirio. La renuncia del presidente Obama a castigar al régimen sirio cuando éste gaseó y mató a más de 1500 personas en agosto de 2013 fue un punto de inflexión en el proceso de radicalización de la oposición. Desacreditó a la oposición moderada y su brazo armado, el Ejército Libre Sirio, que hasta entonces había movilizado buena parte del apoyo occidental.

Dos organizaciones terroristas compiten actualmente por el liderazgo del campo contrario al régimen sirio, DAESH o Estado Islámico y el Frente al-Nusra. Se financian vía exportaciones clandestinas de petróleo, tráfico de arte, secuestros y donaciones externas. El Estado Islámico, una escisión de Al-Qaeda, es la más fuerte. Su estrategia no es solo militar, es sobre todo política. El Califato declarado el año pasado actúa como un auténtico protoestado en los territorios que controla en Irak y Siria, principalmente a lo largo del Río Éufrates. Allí aplica la Sharia, presta servicios sociales, exporta el petróleo y cobra impuestos

El Frente al Nusra, la filial de Al Qaeda en Siria, constituye el segundo grupo armado más fuerte. A diferencia de DAESH, el Frente al Nusra coordina actividades con el resto de la oposición en la que ha ganado peso. Y participa con otras milicias islamistas en una coalición conocida con el nombre del «Ejército de la Conquista» que hoy amenaza el bastión alauita de Bachar al Asad en la costa mediterránea después de echar al régimen sirio de Idlib.

Un actor menor del rompecabezas sirio es la entidad kurda independiente de facto, Rojava o Kurdistán occidental, en la frontera de Siria con Turquía, que resiste la embestida del Estado Islámico con la ayuda de los bombardeos de los aviones de la Coalición internacional que lidera Estados Unidos contra el Estado Islámico.

Contradicciones, limitaciones y dilemas morales de Occidente en Siria

Las perspectivas de una solución al conflicto no son nada halagüeñas para los próximos meses. Las dificultades son proporcionales a la complejidad que rodea esta guerra civil. La realidad ha superado el carácter sectario que tuvo en sus primeros años y la violencia desatada entre organizaciones suníes ha ganado intensidad, especialmente entre el Ejército de la Conquista, en el que se integra el Frente al Nusra, y DAESH. Esta tendencia no es pasajera. El Institute for the Study of War pronostica que el escenario más probable en los próximos tres meses es una escalada del conflicto entre esas dos organizaciones terroristas.

No es solamente una guerra entre sirios, es también una guerra indirecta patrocinada por potencias extranjeras que proyectan en Siria las tensiones regionales y también globales. Siria forma parte de un teatro de operaciones  más amplio (Líbano, Yemen, Irak, Bahrein) en el que Arabia Saudí resiste el ascenso imparable de Irán y éste intenta salvar al régimen de Bachar al Asad para asegurar el corredor de aprovisionamiento de la milicia libanesa Hezbollah.

No son estas las únicas derivadas del conflicto. La cuestión kurda y la lucha entre DAESH y Al-qaeda por el liderazgo global del yihadismo también despliegan sus tentáculos en suelo sirio.

Las derivadas regionales complican la labor de las instituciones internacionales. El Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, el foro encargado de garantizar la paz y la seguridad internacional, se encuentra bloqueado por las divergencias entre Rusia y Estados Unidos.

Sin probabilidad de acuerdo en la ONU, Washington lidera desde septiembre de 2014 una coalición de estados que bombardean al Estado Islámico en Irak y Siria. Sus resultados no son alentadores, las preferencias contradictorias en el seno de la coalición le restan eficacia. La estrategia americana ha logrado solo en parte contener a DAESH pero ha tenido el efecto contraproducente de beneficiar al primer responsable del conflicto sirio, el  presidente Asad, tal como advertimos en estas mismas páginas en septiembre de 2014. Esta es una de las razones por la que la estrategia americana no ha logrado implicar de forma satisfactoria a las potencias suníes del Golfo Pérsico en la guerra contra DAESH.

La incorporación de Turquía en agosto pasado a la Coalición contra DAESH evidencia aún más esas contradicciones. Desde entonces el ejército turco golpea con muchísima más fuerza a la guerrilla kurda del Partido Kurdo de los Trabajadores (PKK) que al Estado Islámico. No importa que los kurdos iraquíes, sirios y turcos hayan sido la infantería que ha combatido eficazmente a DAESH en el norte de Irak y Siria.

Esta guerra civil suscita dilemas morales mayúsculos a la comunidad internacional. En 2013 las cosas estaban claras, los buenos eran el Ejército Libre Sirio que había empuñado las armas para defenderse del tirano. Hoy en día, no hay buenos ni malos, salvo los millones de civiles refugiados e internamente desplazados que huyen de la guerra. El ejército sirio y el Estado Islámico martirizan a la población civil por igual. DAESH constituye un mal mayor para Occidente porque atenta en suelo europeo y americano. El régimen sirio es ahora un mal menor y su supervivencia deseable para Occidente: su colapso empeoraría el vacío de poder en Siria y dejaría vía libre al Estado Islámico hasta Israel y el Mar Mediterráneo.

Existen no menos obstáculos para encauzar el conflicto por la vía diplomáticaEl comunicado de 30 de junio de 2012 de Ginebra I ya no sirve para sentar a las partes en torno a unos principios de acuerdo consensuados. Difícilmente podemos imaginar un gobierno de transición y unidad nacional con miembros del régimen sirio y de la oposición para pilotar la transición a la democracia cuando los pesos pesados de esta última son dos organizaciones terroristas. Ese comunicado tenía sentido cuando el bando rebelde se encontraba en manos de los moderados sirios pero carece de toda lógica en la actualidad.

El futuro de Siria no se encuentra en manos de los sirios y sí, al menos en parte, en las cancillerías de las potencias regionales y de Estados Unidos y Rusia. La resolución del conflicto requiere negociaciones paralelas entre las potencias extranjeras que han metido la cuchara en Siria: Estados Unidos, Rusia, Irán, Turquía, Catar y Arabia Saudí. La otra parte corresponde al yihadismo global, DAESH y el Frente al-Nusra, con los que nadie se sentaría a negociar.

Así las cosas, la guerra civil siria continuará en los próximos meses e incluso años y la prolongación de las hostilidades y la inusitada violencia que emplean las partes agravarán la crisis de refugiados de este verano.

Los refugiados, el bando bueno merecedor de protección. 

Ante el dilema moral que plantea la guerra civil siria, la comunidad internacional debe proteger a los millones de refugiados que se apiñan en los países limítrofes y huyen a Occidente. La inmensa mayoría de los sirios, afganos, somalíes o iraquíes que llegan a Europa huyen de sus casas para conservar su vida o preservar su libertad y, como tal, la comunidad internacional debe velar por la salvaguardia de los derechos fundamentales que el país de origen ha dejado de proteger. Son obligaciones derivadas de la Convención que regula el Estatuto del Refugiado de 1951 y del resto del derecho internacional.

Sin embargo, Europa no solo rehúye el cumplimiento de sus obligaciones, también se distancia de los valores de la solidaridad de los que tanto alardea. Al igual que EEUUs. Llama la atención la cicatería de los gobiernos europeos a la hora de asumir cuotas de refugiados en comparación con las cifras desorbitadas que albergan los países vecinos de Siria, que son a su vez mucho más pobres que Occidente: casi dos millones en Turquía, uno en el Líbano y más de medio millón en Jordania. Es peor aún. Según la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), la inmensa mayoría de esos refugiados viven fuera de los  campamentos y en la más absoluta pobreza, entre otras cosas, debido a los problemas de financiación de los programas de refugiados de la ONU.

Y, por último, Europa desaprovecha una oportunidad como apuntaba la OCDE hace unos días. Si las oleadas de recién llegados son bien gestionadas aportarán beneficios económicos y sociales a los países de acogida. Entre el 30 y 40% de los sirios que llegan a Europa tienen carrera universitaria. Y esos refugiados (y también los inmigrantes) pueden cubrir los huecos que la baja natalidad no hace con el fin de aumentar la población activa para pagar las pensiones del futuro en un continente aquejado de un problema muy grave de envejecimiento.

José Luis Masegosa Carrillo,

Analista de política internacional  de Arco Europeo Progresista, septiembre de 2015

@joseluismase / Blog La mirada a Oriente

ALBERT  CAMUS,UN INTELECTUAL Y UN CREADOR REBELDE Y HUMANISTA

ALBERT  CAMUS, UN INTELECTUAL Y UN CREADOR REBELDE Y HUMANISTA

TOSHIBA CAMCORDER

Quizás, la primera pregunta que deberíamos hacernos es ¿por qué nos interesa Camus, hoy? Porque en medio de una Europa que ha perdido el rumbo y que vive al borde del abismo, cobra, más vigencia que nunca, el pensamiento y la obra literaria de Albert Camus.

En todo momento fue un hombre valiente, incorruptible, coherente y de una gran entereza. Se identificó con Sísifo e intentó dar respuestas a una realidad contaminada de absurdo hasta la nausea y, que sólo podía encontrar en un espíritu irreductible y ético, las fuerzas para seguir adelante.

Hay obras literarias y filosóficas que envejecen mal. Otras, en cambio, ganan con el tiempo. Hoy, en este presente turbulento y desesperanzado, donde parece que no hay salidas, donde cunde el pesimismo y donde muchos están convencidos de que el futuro inmediato será peor que el pasado… la figura de Albert Camus gana enteros y se convierte en un referente ético.

¿Por qué nos interesa y nos emociona Albert Camus, aquí y ahora? Tal vez, porque supo cuestionar las convenciones sociales, con profundidad y rigor, porque se solidarizó con las víctimas, porque eligió, siempre, el bando de los más débiles sin la menor concesión al dogmatismo, ni al dictado de los mandarines que trazan las líneas rojas ideológicas y estéticas… y no permiten a nadie transgredirlas sin pagar un alto precio.

Militante de la resistencia en la Francia ocupada, fustigador del fascismo, del franquismo… pero, también, de los crímenes del stalinismo, que supo llevar hasta sus últimas consecuencias lo que el mismo escribió en una ocasión “Para el verdadero artista no hay, ni debe haber, verdugos privilegiados”

¿Puede considerarse  a Camus un filósofo? Desde mi punto de vista, indudablemente, sí. Fue siempre un pensador que utilizó la narrativa como proyecto dialéctico de la razón. Por eso, maneja, con destreza, la alegoría para traspasar e interpretar la realidad.

Fue un polemista valiente y sin concesiones. Dirigió la revista “Combat” y siempre fue coherente, no sólo consigo mismo y sus convicciones, sino con un ideal humanista de emancipación. En cierto modo, no se sitúa excesivamente lejos del existencialismo. Fue un luchador infatigable por la justicia y buscó insistente y dolorosamente la verdad contra viento y marea.

Resulta inquietante que el I Centenario de su nacimiento apenas se haya conmemorado ni en Francia, ni en Argelia, ni en ningún otro lugar. Una prueba más, de su carácter independiente es que nadie lo reivindique como propio, quizás, porque la soledad es el precio que hay que pagar por elegir la libertad como método y como meta.

Es conveniente comentar su polémica con Jean Paul Sartre. Se trata del enfrentamiento de dos destacados intelectuales. Uno de ellos no responde más que ante su conciencia y ante una visión humanista, mientras que el otro representa, a lo que podríamos llamar intelectuales orgánicos, que dictaban lo que se podía y no se podía decir y lo que había que callar por decreto. Quizás, por eso, casi todo el mundo estuvo de acuerdo con Jean Paul Sartre cuando se suscitó la polémica y tal vez, por eso mismo, hoy, son mucho más numerosos los que comparten el punto de vista de Camus. Buena prueba de que sus esfuerzos no han resultado estériles.

No es posible ni explorar, ni matizar todos los ángulos y todos los recovecos de lo que podríamos llamar el “territorio Camus”. Sin embargo, el lector puede extraer una idea bastante completa de sus convicciones, recordando los cuatro puntos que recomienda a los intelectuales y que tienen la consideración de obligaciones morales:

  • Reconocer el totalitarismo y denunciarlo
  • No mentir y saber confesar lo que se ignora
  • Negarse a dominar
  • Rehuir cualquier clase de despotismo, incluso provisional

¿Por qué es necesario seguir leyendo a Camus y reinterpretar y profundizar su pensamiento, en estos momentos oscuros y sin horizontes? No cabe duda de que pocas veces estuvo tan justificado el Premio Nobel de Literatura como cuando le fue otorgado a esa conciencia crítica e irreductible que fue capaz de formular, con entereza y valentía, “Ya no sabemos en qué consiste el oficio de ser hombre”. Y es que su pensamiento ilumina y pone de relieve, dolorosamente, los problemas esenciales de la conciencia humana.

Me atrevería a sostener que a Camus no se le conoce bien por estos pagos. Creo que no se puede entender su dimensión intelectual ni creadora sin leer “El hombre rebelde”  y  “El mito de Sísifo”,  ya que constituyen un substrato que da coherencia y explica, no sólo su filosofía moral, sino que marcan su itinerario  vital e intelectual y su lucha por encontrar un sentido a la existencia, pese a estar envuelta por densas tinieblas.

Sigue siendo imprescindible releer  “El extranjero” y “La peste”,  pero me atrevería a sugerir una lectura contextualizada y fiel a los acontecimientos históricos. A título de ejemplo, ¿es “La peste”  una alegoría de la invasión nazi? o, mejor aún, ¿podemos considerarnos libres de que nos puedan invadir,  en un futuro próximo,  las repugnantes y pestilentes ratas?

No quisiera terminar esta aproximación a Albert Camus sin hablar, aunque sea sucintamente, de su teatro. Escribió cuatro dramas: El malentendido (1944),  que puede y debe ubicarse en la Francia ocupada, con todo lo que ello conlleva; Calígula (1945), donde pone de manifiesto la angustia metafísica y la soledad del hombre, ante un mundo que no comprende y que lo aniquila; Estado de sitio (1948) poderoso alegato contra las dictaduras en general y contra la franquista en particular y Los justos (1949) donde, con emoción y pasión, establece límites para la acción revolucionaria y se niega a comprender y avalar actos en los que se sacrifique a inocentes en nombre de principios grandilocuentes y vacios.

Leer y releer a Camus, supone apostar por el compromiso ético vinculado al rigor epistemológico que sabe ahondar en los sufrimientos y anhelos del corazón humano.

La suya es una mirada agónica e inteligente capaz de escrutar la realidad, exigiéndole respuestas.

Sólo puede existir salvación si se cree en la lucha sostenida y tenaz contra el absurdo.

Sí es posible mantener la esperanza, es porque antes que nosotros, otros como Albert Camus, plantaron cara a la barbarie sabiendo lo que esa actitud significaba.

El gigantesco Sísifo, una vez más, reinicia la tarea y comienza, con la pesada piedra a cuestas, a ascender la montaña. Mientras Albert Camus, con una gabardina, camina bajo la lluvia de un París liberado. Va a encontrarse en un café del Barrio Latino con María Casares que interpreta, el papel de Marta, en  “El malentendido”  que en esos días está en cartel. Su paso es apresurado, su rebeldía crece por dentro y, se percibe un cansancio y un hastío de quien ha luchado por unos ideales y ve que la realidad toma otro rumbo incompatible con sus exigencias morales y políticas.

Antonio Chazarra Montiel

Profesor de Filosofía y Vicepresidente del Ateneo de Madrid

 

 

Oriente Próximo por Masegosa Carrillo

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PUNTO DE VISTA entrevista al analista político internacional de Arco Europeo Progresista y del Instituto Internacional de Ciencias Políticas, José Luis  Masegosa Carrillo, quien ha contestado a las preguntas sobre la compleja situación que están viviendo diversos países de Oriente Próximo.

Actualmente asistimos ante una pacto entre las potencias occidentales e Irán…¿En qué contexto se produce esto? ¿verdaderamente puede ser un pacto duradero, u obedece a cuestiones coyunturales?

 Efectivamente el pasado 14 de julio, Irán, Estados Unidos y el resto de las grandes potencias alcanzaron un acuerdo para resolver el conflicto en torno a la naturaleza, pacífica o militar, del programa nuclear iraní. A este pacto se llega en un contexto distinto al de los primeros años del siglo XXI en los que el mundo conoció las instalaciones secretas de enriquecimiento de uranio que ocultaba el régimen iraní de los Ayatolás. Eran los años inmediatamente posteriores a los atentados de las Torres Gemelas de 2001 en los que Estados Unidos aplicó sus tesis de la guerra preventiva. La idea era que las intervenciones militares en Irak y Afganistán implantarían la democracia en Oriente Medio y lograrían estabilizar la región para garantizar el suministro regular de petróleo.

El contexto actual es ciertamente distinto. En los últimos años contemplamos varios cambios geopolíticos de gran envergadura y para nada coyunturales que promueven el afán de Estados Unidos en replegarse de Oriente Medio y centrarse en Asia / Pacífico (la iniciativa de Obama conocida como “Pivot to Asia”). Oriente Medio ha perdido parte del valor estratégico que tuvo para el gigante americano hasta hace poco tiempo. En los últimos siete años Estados Unidos casi ha doblado su producción de crudo gracias al “fracking”, la técnica de fracturación hidráulica que permite extraer hidrocarburos atrapados en rocas, y se encamina a la autosuficiencia energética.

Al tiempo que Oriente Medio perdía peso en el interés nacional, la región Asia / Pacífico se convertía en el centro de gravedad del planeta merced a la transferencia histórica de riqueza y poder a Oriente que ya inició la Globalización y se aceleró con la Gran Recesión de 2008 que golpeó especialmente a Occidente.

Y luego está la política interna norteamericana. No olvidemos que el presidente Obama llegó al poder en 2008 después de prometer que terminaría las guerras del Gran Oriente Medio. Se retiró de Irak y lo hará también de Afganistán. La sociedad norteamericana se encuentra cansada de unas intervenciones militares que se han cobrado miles de vidas estadounidenses y han costado billones de dólares al erario público sin que hayan logrado pacificar, mucho menos instaurar la democracia.

Estos tres cambios geopolíticos y de política interna ayudan a entender mejor la apuesta decidida del Presidente Obama por la diplomacia en lugar de las armas para superar el conflicto nuclear con Irán, o sus reticencias para embarcarse en una nueva guerra en Siria en 2013.

Para el Ayatolá Ali Jamenei, que ocupa la más alta magistratura de Irán y ha dado luz verde a este acuerdo, la supervivencia del régimen islámico instaurado en 1979 se encontraba en entredicho. Dicho de otra forma, Teherán ha aceptado las limitaciones temporales (10-­‐15 años) de su programa nuclear a cambio del levantamiento de unas sanciones económicas que durante los últimos 7 u 8 años han hundido en la pobreza a miles de iraníes y deteriorado el nivel de vida del resto. El régimen iraní ha cedido para conjurar un escenario de revueltas populares. Están muy presentes en la memoria de sus dirigentes las manifestaciones multitudinarias de 2008 contra la reelección fraudulenta del presidente Ahmadinejad y el terremoto social y político de la Primavera Árabe en sus vecinos árabes.

Los dirigentes iraníes anticipan que EE.UU. y Occidente desbloquearán unos activos iraníes, congelados hasta ahora, de alrededor de 100.000 millones de dólares, y el levantamiento de sanciones multiplicará las inversiones en su principal industria, los hidrocarburos.

Pero no se trata solamente de recuperar el favor del pueblo. La prosperidad económica también permitirá al régimen movilizar más recursos para luchar contra el Estado Islámico de Irak y Levante y sostener a sus principales aliados en la región a los que aquel amenaza (Hezbollah, el régimen sirio y el gobierno chiita en Irak). Estas aventuras exteriores son necesarias para mantener las credenciales revolucionarias del régimen de los Ayatolás y perseverar en sus ambiciones de convertir a Irán en una potencia regional.

Con este acuerdo Irán normalizará relaciones diplomáticas con occidente y regresará a la comunidad internacional. Es un lavado de imagen de un régimen hasta ahora aislado y acusado de formar parte del “eje del mal” y financiar al terrorismo internacional.

En definitiva, hay algo más que razones coyunturales detrás de este acuerdo. Nos encontramos ante un compromiso histórico que desactivará, al menos de forma temporal y para tranquilidad de Occidente, la carga explosiva que ha acompañado a este foco de tensión, al tiempo que afectará al reparto de poder en Oriente Medio en beneficio de Irán. Un quid pro quo.

Por cierto que el pacto muestra el camino para resolver otros conflictos que desangran a la región como la guerra civil siria: reivindica las virtudes del poder blando de las sanciones económicas y de la diplomacia, frente al poder duro de las intervenciones militares extranjeras que ha obtenido un sonoro fracaso en Oriente Medio.

Se han producido revoluciones o revueltas en varios países con mayorías sociales de musulmanes. Tal es el caso de Siria. ¿Es una crisis de origen social pidiendo más pan y derechos? O es una carencia de estructuras políticas e ideológicas en torno a un ideario que facilite la convivencia? es decir, ¿está acabado el nacionalismo árabe? ¿es el islamismo o el islam político suficiente para articular un gobierno serio y responsable?

En el caso de Siria, yo diría que ambas cosas. El impulso de la mal llamada Primavera Árabe en Siria y también en Túnez, Egipto o Libia procedía del paro juvenil que dobla la media mundial, de la explosión demográfica, de esa mitad de la población que tiene entre 15 y 24 años, y de la desigualdad de oportunidades en el campo de la educación. Una penetración de Internet del 40%, 6 puntos por encima de la media mundial, fue el factor catalizador de un proceso de movilización colectiva sin parangón en la historia de la región.

Pero el enfado popular contra el régimen sirio de Bachar al Asad también se dirigía contra una estructura de dominación heredada de la época colonial francesa en la que la mayoría sunita se encontraba bajo el yugo de la minoría alauita (una secta próxima a la rama chiita del Islam y a la que pertenece el clan de los Asad).

El presidente sirio Bachar al Asad sofocó violentamente las revueltas pacíficas y pronto estalló una rebelión militar contra el régimen sirio que desembocó en una guerra  civil  de  carácter  sectario  que  se  ha  cobrado  en  casi  cinco  años  más   de 250.000 vidas y ha desplazado a la mitad de su población, provocando un éxodo de miles de refugiados a Europa este verano.

Bachar el Asad resiste con el apoyo de los alauitas y la minoría cristiana y la ayuda militar de Hezbollah, Irán y Rusia. Aunque me aventuraría a decir que su baza principal para resistir descansa en las divisiones de sus oponentes y el miedo de las cancillerías occidentales a su caída y a una victoria de las milicias islamistas.

Los rebeldes pertenecen mayoritariamente a la rama sunita del Islam. No están unidos. Desde 2012 se han disputado el liderazgo de la revuelta militar el Ejército Libre Siria de tendencia moderada, hoy casi desaparecido, y las milicias islamistas que reciben ayuda de Turquía y de los países del Golfo Pérsico. Las milicias islamistas se han impuesto desde 2014, principalmente el Estado Islámico de Irak y Levante, una escisión de Al-­‐Qaeda que proclamó el Califato en la ciudad siria de Raqqa en el verano de 2014 y controla actualmente una buena parte de Siria e Irak. El Frente Al-­‐ Nusra, la filial de Al Qaeda en Siria, y las milicias kurdas, que resisten la embestida del Estado Islámico en el norte, constituyen los otros grupos armados más potentes del bando rebelde.

Poco queda ya de las protestas de 2011 pidiendo pan y derechos. La Primavera Árabe ha dado paso en Siria a una guerra civil de todos contra todos, una guerra indirecta en el que el futuro de Siria no lo deciden los sirios sino las cancillerías de las potencias regionales y de Estados Unidos y Rusia. Y aunque se quisiera contar con los representantes del pueblo sirio en una futura negociación, la dificultad sería mayor porque difícilmente se le puede atribuir esa representación a los grupos armados en el terreno o a la Coalición Nacional Siria sita en Estambul.

En relación con la capacidad del Islamismo para articular gobiernos serios y responsables, no se puede generalizar. En principio, el islamismo, como expresión política de una ideología inspirada en la moral y los principios del Islam, puede ser democrático. No es el caso, evidentemente, de las milicias islamistas a las que acabamos de referirnos. Pero sí es el caso del Partido de Justicia y Desarrollo que gobierna en Marruecos o de “Ennahda” en Túnez que recientemente ha entregado el poder de forma pacífica al partido Nidaa Tounes del presidente Beji Caid Essebsi. No se les puede meter a todos los islamistas en el mismo saco.

Sin duda es Turquía y el Partido de Justicia y Desarrollo (AKP) del presidente Recep Tayyip Erdogan el mejor ejemplo de integración de islamismo y democracia, aunque crecen la críticas de deriva autoritaria dirigidas contra el presidente Erdogan.

Turquía y Siria tienen una relación, como mínimo, conflictiva…¿a qué se debe esto? ¿Cómo observa la actualidad en Turquía?

No siempre fue una historia conflictiva. Erdogan, al frente del Partido de Justicia y Desarrollo (AKP), llegó al poder en Turquía en 2002. Su gobierno islamista aplicó una política exterior de “Cero Problemas con los Vecinos” y buscó una alianza estratégica con el Presidente Bachar al Asad que acababa de suceder a su padre. Los dos países zanjaron los contenciosos tradicionales que los han dividido durante décadas: desacuerdos en torno al trazado de la frontera de más de 900 kilómetros que comparten, el reparto del agua del Éufrates y la cuestión kurda.

Esta luna de miel terminó con el estadillo en 2011 de las revueltas populares y pacíficas contra el régimen de Bachar al Asad. Erdogan defendió la democratización de su vecino y su apoyo a la oposición política y a la rebelión militar  contra el régimen sirio se hizo cada vez más sonoro. Eso le costó la amistad de Bachar al Asad (y de Irak e Irán) que acusó a Ankara de práctica una política imperialista y neo-­‐ otomana ambiciones. La peor pesadilla del gobierno turco, una guerra civil en su frontera sur y una entidad kurda autónoma de facto en el país vecino, se han hecho realidad en los últimos años.

Hace unas semanas el ejecutivo turco movió ficha para enfrentar su entorno regional de una forma más firme. Después de casi un año de resistencia, Ankara firmó un acuerdo técnico con los EE.UU. para unirse a la Coalición que Washington lidera para contener al Estado Islámico. Turquía también emprendió una campaña de castigo contra la guerrilla kurda del Partido de los Trabajadores del Kurdistán, rompiendo así casi dos años de negociaciones y el alto el fuego con los separatistas kurdos. Desde entonces las fuerzas armadas turcas han golpeado mucho más fuerte a la guerrilla kurda que al Estado Islámico.

Este giro inesperado en política exterior coincide precisamente con las dificultades del  partido  islamista  para  formar  gobierno  después  de  las  últimas   elecciones legislativas. Y es que el proyecto islamista de Erdogan para Turquía muestra signos de agotamiento. Después de tres mayorías absolutas consecutivas el partido islamista de Erdogan derrapó en las últimas legislativas de junio pasado y se quedó a las puertas de la mayoría absoluta. Una complicación severa para el presidente Erdogan que aunque no se presentaba a las elecciones parlamentarias se jugaba mucho en ellas. Solamente una mayoría absoluta habría permitido al partido islamista reformar la Constitución de 1980 y transformar el régimen parlamentario en una república presidencialista que dotase a Erdogan (presidente desde 2014) de plenos poderes ejecutivos. Ante las dificultades para formar un gobierno de coalición, el presidente Erdogan convocó elecciones anticipadas, previsiblemente para noviembre.

Para la oposición y para muchos analistas, la campaña militar del ejército turco contra la guerrilla kurda será la principal baza electoral de los Islamistas del AKP de aquí a noviembre. Erdogan confía en que el ímpetu nacionalista y el miedo a la inestabilidad devuelva la mayoría absoluta a su partido.

¿ A qué se debe el aumento del radicalismo conocido como islámico?

 

¿Cómo surge y hacia dónde se dirige?

 La forma más radical que puede adoptar el Islamismo es el terrorismo a través de organizaciones de signo yihadista que luchan contra la injerencia extranjera en el Norte de África y Oriente Medio. Este islamismo radical se da a conocer en la década de los años 1980 cuando combate con éxito a los soviéticos en Afganistán. Allí se funda la organización terrorista Al-­‐Qaeda, con Osama Bin Laden al frente, que proclama que su primer objetivo es matar americanos para oponer la presencia e influencia de Estados Unidos en Arabia Saudí y Oriente Medio. Esta organización alcanza el zenit de su fama con los atentados de las Torres Gemelas en 2001, cuatro ataques simultáneos contra el corazón del poder económico y militar norteamericano. Las intervenciones militares en Afganistán e Irak tuvieron un efecto contraproducente, reforzaron la narrativa yihadista de resistencia a la opresión extranjera.

Estos procesos de radicalización violenta se basan en tres elementos interrelacionados: los agravios e injusticias sociales, una ideología que canaliza ese enfado en una dirección particular y la movilización colectiva de grupo. Los agravios e injusticias sociales están omnipresentes en la región. Y el islamismo radical, en todas sus formas, nutre sus filas de una juventud urbana, alfabetizada en masa, con un alto índice de paro, y una población mayoritariamente joven sin posibilidad de movilidad social por la carencia de oportunidades de educación.

La Primavera Árabe presentó una alternativa movilizadora al islamismo violento por un breve espacio de tiempo. Sin embargo, la marea yihadista ha vuelto. Encuentra su impulso en el inmovilismo político de las autocracias árabes, la contrarrevolución en Egipto, los conflictos internos que se han desatado, la inseguridad y la descomposición de las instituciones estatales, y los bajos niveles de identificación nacional (Irak, Siria, Yemen, Libia).

En la vanguardia del yihadismo ya no se encuentra Al-­‐Qaeda sino el Estado Islámico de Irak y Levante, una escisión de aquélla que ha hecho realidad una de sus grandes aspiraciones: un dominio en el que imponer una versión rigorista del Islam. En junio de 2014 esta antigua marca de Al-­‐Qaeda en Mesopotamia proclamó un califato para gobernar los territorios conquistados en el noroeste de Irak y el este de Siria. Allí aplica la Sharia, presta servicios sociales, exporta el petróleo y cobra impuestos. La proclamación del califato recuerda al gobierno de los Talibanes de Afganistán. Es un “protoestado” en toda regla. Y éste es un aspecto novedoso del islamismo radical violento, su capacidad para construir una entidad política duradera con un territorio, una población y un gobierno.

16 de septiembre de 2015, José Luis Masegosa Carrillo

TANTA PAZ LLEVE COMO DESCANSO DEJA

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Tras las elecciones del pasado 24 de mayo, algo ha empezado a cambiar, a moverse en medio de esta sociedad, que por primera vez en muchos años, ha tomado la decisión colectiva de encauzar su inconformismo y no limitarse a quejas estériles.

Muchas van a ser las consecuencias. Algunas ya las estamos viendo y, otras, las vamos a poder contemplar en pocas semanas.

La insensibilidad ante el sufrimiento ajeno, los recortes y los intentos de dinamitar  los servicios públicos han empezado a pagarse en las urnas.

Al parecer, el ministro Ignacio Wert va a abandonarnos en pocas semanas o días. Seremos muchos los que no lamentaremos tan sensible pérdida. Ha sido un auténtico desastre. Entre otras cosas, el ministro peor valorado por el CIS, un provocador incapaz de apagar ningún incendio pero que no ha dudado en echar gasolina a cuantos le salían al paso. Un auténtico prepotente que ha ido pisando callos por doquiera que pasaba.

El daño causado a la Educación ha sido tremendo y, desgraciadamente, se necesitarán, al menos, dos legislaturas para paliar tanto desaguisado.

La Educación Pública se ha visto seriamente dañada. Sangra abundantemente por las heridas, que en forma de recortes, la han debilitado. No es cuestión de hacer un largo recordatorio, será suficiente pensar en la disminución de becas, la subida, insoportable, de tasas…

Únase a esto  un retroceso ostensible en la participación de las comunidades educativas en la gestión de los centros y nos hallaremos ante un panorama desolador, que ha sido denunciado por Comunidades Autónomas, Ayuntamientos y, sobre todo, por las Comunidades Educativas que en repetidas ocasiones han salido a la calle en las conocidas como “mareas verdes”.

No se va solo. Arrastra consigo una pesada lastra: la LOMCE, una arbitraria ley, impuesta sin acuerdo, pretendidamente de calidad, sólo en las intenciones y que ha significado cuatro años perdidos y una incapacidad notoria para resolver los problemas que venía arrastrando el sistema educativo. Y, no solo eso, sino creando otros nuevos.

La gestión ministerial del señor Wert deja imágenes patéticas: en Cultura la subida del IVA al 21%, teóricamente para recaudar más pero que, paradójicamente, ha disminuido la recaudación, sumiendo al sector en una crisis profunda: cierre de salas y teatros, disminución de espectáculos, precariedad, paro… en Educación será bueno recordar la drástica disminución  de interinos, el descenso presupuestario, el aumento de alumnos por aula, y la frustración generalizada.

Por estas y otras razones su anunciado nombramiento para  un puesto en la OCDE, no es otra cosa que un cese encubierto… desde luego vergonzante. Si hubiera que escribir el epitafio de la LOMCE, como ley retardataria, discriminatoria e injusta, no sería otro que: “Nadie la echará de menos”

¿Es necesario que las cosas cambien? Por supuesto que sí. Depende de nosotros que se sienten las bases, ahora que es posible, de un nuevo modelo educativo perdurable en el tiempo.

Sería prolijo hacer una larga enumeración, pero, por señalar las más importantes, digamos que tras la celebración de las Generales, la LOMCE, que apenas ha empezado a aplicarse va a ser derogada. ¿Qué habrá que hacer entonces? Especifiquémoslo. Un nuevo pacto o acuerdo educativo, como el que intentó, el ministro Gabilondo,  que dé estabilidad al sistema,  que nazca con un amplio respaldo y con el compromiso de permanecer quince o veinte años.

Hasta la fecha, cada ministro, ha traído su ley bajo del brazo. La acumulación de tantas leyes de educación en el periodo democrático, no ha sido en modo alguno beneficioso: variación de curricula, nuevos libros de texto cada curso, paradigmas educativos diversos y un largo etcétera.

¿Cómo ha de lograrse? Dialogando. Estableciendo unos mínimos, cediendo todos en sus pretensiones y buscando un equilibrio, a base de pesos y contrapesos, en el que todos se sientan representados porque todos serán artífices del nuevo proyecto. Y a este desafío hay que subordinar todo lo demás.

Debemos interrogarnos, con seriedad y rigor sobre  ¿qué características son fundamentales para sostener el modelo al que aspiramos? Una y, desde luego, básica es que combata la desigualdad de origen y que sea un eje fundamental para la formación de los nuevos ciudadanos.

Las generaciones que hoy están en las aulas no deben aprender a acumular contenidos sino a valorar la cultura y la ciencia. Hoy que tanta información se genera, que es difícil de asimilar, es fundamental educar, en el espíritu crítico, y aprender a discriminar lo necesario de lo superfluo y lo esencial de lo reiterativo y con frecuencia manipulador.

Hace ya años que algunos sagaces pensadores hicieron hincapié en la necesidad de apostar por “el ser frente al tener”. El sabio y tolerante Michel de Montaigne ya nos dejó dicho, en sus ensayos que “el hombre de entendimiento nada ha perdido si se tiene a sí mismo”.

 Conviene que recordemos que, prestigiosas instituciones educativas mundiales, han insistido en documentos e informes que la educación es clave para  el proyecto emancipatorio de la humanidad.

Hoy, pedagogos y expertos no dejan de insistir en la importancia que tiene la formación del carácter, ni en que la inteligencia se educa por medio del lenguaje, de hecho, ya hay enfoques y sistemas que tienen este aserto como punto neurálgico.

Debemos conceder una estimable atención a la herencia clásica que es imprescindible para el pensamiento humanista. Ya el viejo Menandro nos advertía, con sabiduría, que “la educación hace civilizados a todos los hombres”.

No es baladí que, a lo largo de la historia, se haya hecho énfasis en que la educación nos hace mejores y nos dota de instrumentos para interesarnos por cuanto nos rodea y para que seamos capaces de extraer lo mejor que llevamos dentro.

Plutarco que, tantos y tan importantes enfoques inteligentes expuso a lo largo de su vida, en más de una ocasión insiste en que la educación moral es básica para que la persona sea capaz de orientarse en medio de las turbulencias, sinsabores,  violencias y fanatismos de un mundo en acelerado cambio. Ahí está, por ejemplo, su conocida sentencia “la fuente y raíz de una conducta intachable es una buena educación”.

 Otro aspecto en el que no puedo detenerme, pero al menos quisiera mencionar, es la educación de los sentimientos. Hoy día empieza a tenerse en cuenta, aunque a mi juicio insuficientemente, la teoría de las inteligencias múltiples. El ser humano no es solo racionalidad, es mucho más. Y una buena formación será tanto más solida cuanto sea capaz de abordar las diversas inteligencias que anidan en el hombre.

Finalmente, es preciso aludir a la Educación para la libertad y su ejercicio responsable.  La educación no transmite sólo conceptos, ni teorías, también, ha de contener en su proyecto emancipatorio valores con los que niños y adolescentes sean capaces de orientarse en la  vida, valerse por sí mismos y no caer  en las trampas de tantas alienaciones y consumismos y de tanta apuesta temeraria por el éxito fácil y por la desconsideración del estudio o la falta de empatía y solidaridad con los otros, especialmente, quienes están más golpeados por el sufrimiento.

Revista Lourdes. Madrid, 2015

Antonio Chazarra Montiel, Profesor de Filosofía

Presidente de la Sección de Filosofía del Ateneo