El Regeneracionismo y sus límites

primo de rivera

En este artículo nos acercamos al regeneracionismo que analizó la crisis de otro sistema político español de nuestro pasado no tan lejano, influyó en las fuerzas políticas y sociales de su momento y terminó fracasando.

El regeneracionismo fue una corriente o movimiento de pensamiento que, muy a finales del siglo XIX y comienzos del XX, pretendía una «regeneración» de la vida política y económica de España, partiendo de la convicción de su agotamiento. Para los regeneracionistas, como para casi todas las fuerzas políticas y sociales al margen del sistema, la Restauración estaba agotada y se sustentaba en la corrupción.

Esta corriente fue protagonizada por diversos sectores de la clase media y de un grupo de intelectuales, que pretendían la movilización política para salir del estancamiento en que el país se encontraba, dentro del contexto del Desastre del 98. El regeneracionismo tenía el precedente de la corriente de reformismo social que nació en la década de los años ochenta del siglo XIX. El modelo liberal del Estado no atendía o no podía atender a los retos de la modernización en muchos aspectos: la universalización de la educación, la necesidad de encarar grandes obras de infraestructuras, la promoción de reformas sociales importantes previas a la formación de un Estado del bienestar (seguros sociales), y, por tanto, un Estado que interviniera en la economía y en la sociedad. Estas ideas fueron recogidas por el regeneracionismo, y se planteaban como en consonancia a los cambios que algunos países europeos occidentales estaban realizando en el cambio de siglo. El regeneracionismo imprimió en sus teorías y planteamientos una sensación de urgencia para que se realizaran los cambios.

Pero una de las características del regeneracionismo fue su ambigüedad a la hora de establecer que sistema político debía encarar estos cambios, cuestión ésta, por otro lado, que luego serviría a distintas fuerzas políticas para incorporar parte de sus planteamientos. En el regeneracionismo cabían desde planteamientos republicanos y democráticos, muy críticos con el anquilosado bipartidismo y turnismo de la Restauración, hasta un fuerte antiparlamentarismo, tendente al autoritarismo; de hecho, en alguna medida, Primo de Rivera, recogería aspectos del Regeneracionismo, como es la idea del «cirujano de hierro», o su política de obras públicas. Pero, también influyó en los partidos dinásticos. Por eso, se habla de que Maura intentó plantear desde el Partido Conservador un programa de reformas regeneracionista desde arriba y, por otro lado, Canalejas interpretó el regeneracionismo en una clave más liberal.

El regeneracionismo no terminaría de cuajar organizativamente.

Eduardo Montagut

El sistema de partidos en la España liberal

ISABEL

Durante el reinado de Isabel II, y con el consiguiente establecimiento del Estado liberal, se conformaron las dos grandes familias liberales españolas, es decir, la moderada y la progresista, herederas, en cierta medida, de la división ya iniciada en el Trienio Liberal, y que se fueron convirtiendo en partidos políticos más o menos organizados, aunque muy distintos a las organizaciones de masas del siglo XX, ya que eran partidos de cuadros. También aparecieron otros partidos, como el Demócrata y la Unión Liberal, aunque ésta última sería una combinación de moderados y progresistas.

El Partido Moderado estaba compuesto por políticos seguidores del liberalismo doctrinario francés. Sus miembros defendían la soberanía compartida entre la Corona y las Cortes, que la Corona tuviese el derecho de veto, la capacidad para nombrar y separar el gobierno y el poder de disolver las Cortes. El mantenimiento del orden público era una de sus principales objetivos, por lo que tendieron a restringir los derechos. Aplicaron el sufragio censitario más restrictivo. Su base social estaba compuesta por la aristocracia, la burguesía financiera y comercial y los altos cargos del Estado, la Iglesia y del Ejército. Contaron siempre con el apoyo de la Corona. Fue el partido político que más tiempo estuvo en el poder durante el reinado isabelino. Su época de mayor poder se dio en la Década Moderada (1844-1854). En ese momento la figura clave fue el general Narváez.

El Partido Progresista estaba integrado por los defensores de la soberanía nacional, el sufragio censitario, pero más amplio que el defendido por los moderados para atender a su base social, la milicia nacional y la extensión de los derechos individuales. Deseaban una Corona con un poder limitado aunque se le reconocía su facultad de disolver las Cortes. Los progresistas consiguieron apoyos entre la pequeña burguesía de comerciantes, artesanos y oficiales militares de baja graduación. Ejercieron la oposición en el Congreso y en la prensa, y dadas sus dificultades para acceder al poder por el monopolio moderado del mismo emplearon los pronunciamientos para poder acceder al mismo, destacando la Vicalvarada en 1854, que abrió el Bienio Progresista.

El Partido Demócrata surgió en 1849 como una escisión del ala radical del progresismo. Persiguió la instauración del sufragio universal, la extensión de los derechos y la intervención del Estado en algunas cuestiones, como la instrucción pública. Un sector importante de los demócratas derivaría hacia el republicanismo.

La Unión Liberal nació en 1854, y estuvo dirigida por el general O’Donnell. Aglutinó a sectores moderados y progresistas, en una especie de centro político. Pretendía armonizar el orden con la libertad con el objetivo de renovar el sistema político, aunque tendió hacia el moderantismo. Dominó la escena política entre 1858 y 1863.

Al margen del liberalismo seguirían los carlistas que, con el tiempo, organizarían sus propias formaciones políticas.

Pero estos partidos, organizados desde arriba, apenas tenían contacto con la realidad social. La escasa participación electoral hacía del pueblo un mero espectador de la vida política. Tenemos que tener en cuenta que el sufragio era censitario y que el porcentaje de votantes osciló entre el 0’1% y el 25% de los españoles de sexo masculino entre 1834 y 1868. Además, la maquinaria electoral estuvo siempre al servicio de los intereses del gobierno, gracias a las leyes electorales de 1837 y 1846, que daban mucho poder a los jefes políticos y a los notables locales, los conocidos en la época posterior de la Restauración como caciques, que organizaban y negociaban los resultados gracias a una amplia red clientelar de fidelidades, sin olvidar otras medidas de presión.

Por último, debemos insistir en la constante presencia de los militares en la política española isabelina. Los pronunciamientos continuaron y, en ocasiones, sustituyeron a la mecánica electoral para asegurar cambios políticos, como hemos apuntado anteriormente.

Eduardo Montagut

El Fabianismo

Eduardo Montagut

En este trabajo nos acercamos a la importancia histórica de los fabianos en el seno de la izquierda británica y europea por su especial aportación ideológica en la construcción de uno de los modelos de Estado del Bienestar.

La Sociedad Fabiana se creó en enero de 1884. Estaba integrada por intelectuales británicos de clase media. Los fabianos eligieron para denominarse el nombre del general romano Quinto Fabio Máximo, famoso por intentar debilitar a Aníbal en las Guerras Púnicas, mediante maniobras de hostigamiento pero evitando la lucha frontal. Así se trató de simbolizar el rechazo al método revolucionario marxista, defendiendo que el sufragio universal llevaría, inevitablemente, a la implantación del socialismo, tras un proceso educativo y legislativo de reformas, pero sin enfrentamientos frontales ni violentos. La economía debía estar centralizada y administrada por un grupo de dirigentes con un marcado carácter racional. Había que superar las deficiencias propias del capitalismo porque se había demostrado que generaba paro y pobreza. En este sentido, algunos autores han calificado al fabianismo de una especie de “socialismo administrativo”.

Los fabianos defendían la extensión de la educación y la sanidad a toda la población. Las condiciones laborales debían estar reguladas para evitar abusos y atender a los riesgos de la vida laboral, así como para impedir la explotación infantil. Todos estos controles tenían que ser compatibles con la democracia y el parlamentarismo, ya que la democracia era un principio irrenunciable.

Los fabianos más destacados fueron Sidney y Beatrice Webb, Annie Besant y George Bernard Shaw, autor del más importante programa del grupo, publicado en 1889 con el título de Fabian Ensays in Socialism. Muchos dirigentes, diputados y ministros del futuro Partido Laborista serían fabianos.

La Sociedad colaboró en el proceso de creación del Partido Laborista, al participar en el Comité de Representación Laborista en el Memorial Hall de Farrington Street de Londres del año 1900.

La Sociedad entró en declive en la segunda mitad de los años treinta por las disensiones internas en torno a la experiencia de la URSS y porque su peso en el seno del Partido Laborista comenzó a disminuir frente al protagonismo de los sindicatos. La Sociedad siguió existiendo, aunque sin el peso de antaño. Pero, indudablemente, gran parte de los fundamentos ideológicos del Estado del Bienestar británico, levantado por el laborismo después de la Segunda Guerra Mundial, debe mucho a los fabianos y sus ideas.

Eduardo Montagut

PACTOS DE SILENCIO

Recuerdo a las víctimas

Durante la transición vivida en España, de una dictadura a un modelo democrático, jamás pudo ser cuestionada la presencia en el modelo de estado que se planteaba, de la “huella” y legado del “amo-patriarca-dictador” con respecto a la figura de un “hijo-heredero” designado por él y que permanecerá como figura intocable, algo que en mi opinión debe ser revisado en el momento actual, porque rompe el orden simbólico para el desarrollo de un auténtico estado democrático y moderno, de progreso, no sujeto a un pasado que no ha podido ser adecuadamente elaborado, y que producen situaciones de alienación del sujeto en discursos que fuerzan a ocultar aquello que no puede ser nombrado y donde el gobernante cede al poder judicial una carga que a nivel inconsciente siempre quedará como una marca de dominio y poder, a modo del padre terrible del que nos habla el psicoanálisis y que amenaza, pero sin opción al diálogo y la razón, padre que será excluido por el horror que provoca y que empujaría a nuestra sociedad a un modelo de psicosis social.

En ese contexto, la recuperación de la memoria histórica, en nuestro país, ha supuesto un duro camino jalonado por múltiples críticas de los sectores más conservadores de la sociedad, pero también de silencios de algunos militantes de izquierdas a los que la culpa o el miedo les hizo callar. No creo que el sentido y el hondo alcance de esta memoria histórica haya calado en el pensar de nuestra población, incluso la más progresista, de un modo comprometido y solidario.

Se estima que todavía hoy existen en España más de 800 fosas comunes de muertos de la guerra pertenecientes en su mayor número al bando republicano, además de los que se encuentran en montes y cunetas y que no han podido ser recuperados por sus familiares. Al final de la guerra civil, Franco hizo causa común con sus aliados y recuperó los cuerpos de los mismos facilitando un entierro digno, olvidando a los no afines. Es necesario poder, como nos indica Marie-Ange Lebas en su libro”La vida, una enfermedad mortal” poner palabras sobre el pasado, a fin de vivir el presente sin que este pasado ocultado nos sumerja. Es necesario abrir las fosas que Franco dejó pendientes y que han estado cerradas en el silencio y en la vergüenza.

Surgió de este modo la “Asociación por la recuperación de la Memoria Histórica” que ha estado dedicada no solamente a la apertura de fosas sino  también como uno de sus objetivos más importantes, a la tarea de rescatar del olvido a unas víctimas que fueron ignoradas para que de ese modo puedan regresar públicamente y encontrar un lugar en nuestra memoria colectiva. Cada historia individual se cruza con la historia con mayúsculas. Son muchos los desaparecidos de la guerra civil. Afecta a miles de españoles “silenciados” y silenciosos en su dolor, y a los que se ha avergonzado y culpabilizado.

La ética del psicoanálisis, como todos sabemos, es una ética del no olvido, de mantener la memoria. Por eso es mi artículo también una muestra de apoyo y solidaridad con tantos “silenciados” y obligados a vivir en un “sin memoria”. A esos nietos que no pudieron entrar en la vida de sus abuelos, siendo sus abuelos los padres y las madres de nuestra democracia. Víctimas olvidadas sobre las que gravita el peso del silencio.

Pero el abrir las fosas supone también que no sólo aparezcan los cuerpos, sino también el horror y la historia singular de cada víctima y su recuperación de un lugar en la historia familiar, donde hasta entonces y en muchos casos sólo había un tabú y el sentimiento de culpa de los que perdieron la guerra. Primaba el miedo a las represalias, miedo que se transmitió de generación en generación. El General Mola decía: “Hay que sembrar el terror, dejar sensación de dominio eliminando sin escrúpulos ni vacilación a todos los que no piensan como nosotros”. Y este terror sigue inscrito en  el inconsciente de muchos.

Es necesario recordar, porque lo que no se recuerda se repite y retorna en la historia atravesando las generaciones. La transición en España se construyó sobre el olvido, tal vez no hubo en ese momento otro remedio. Pero ya ha pasado tiempo y es necesario que las nuevas generaciones no vivan en el pacto de silencio. Lo que escapa a la memoria puede reaparecer como acto violento ligado a la pulsión de muerte. En nuestro país, no debemos engañarnos, hemos vivido una memoria censurada y me temo que la seguimos viviendo.

El silencio y el olvido de los hechos de la guerra civil y la dictadura posterior posibilitan reactualizaciones  en los sucesos políticos o sociales que generan divisiones, odio, silencio o terror. El fantasma de la guerra civil sigue presente, aunque a algunos esto les pueda parecer extraño. Y paradójicamente pueden surgir en el presente tensiones y enfrentamientos por el intento de sepultamiento de todos esos recuerdos.

De hecho, para Freud, lo siniestro era esa parte extraña que se aloja en nuestro interior y que no conocemos y que aún siendo familiar se reprimió y olvidó. Amenaza con volver para destruir el difícil e inestable equilibrio psíquico.

En nuestra transición política, la izquierda tuvo en parte que “echar al olvido” muchos aspectos pendientes y dolorosos que aún no han podido ser revisados adecuadamente, según mi opinión. Esto no significa que se olvidó, por supuesto, en el sentido pleno. Era más bien un mirar a otro lado. Aquella izquierda, es también cierto, facilitó el advenimiento de la democracia en un país donde el franquismo se había enquistado.

En una entrevista realizada en 2006 al psicoanalista Jorge Alemán, se le preguntó sobre la actitud frente a la memoria de los hechos en la historia reciente de Argentina. Él respondió que en un país, como Argentina, donde el psicoanálisis ha cuajado en la sociedad, se ha llevado bastante lejos el debate sobre la memoria y sus políticas. Tal vez nosotros estemos lejos de que una profundización con relación a “nuestra” memoria histórica impregne a la sociedad en general. Pero sí se han dado muy importantes avances. Lo deseable sería que esos avances permeabilicen en la población para conseguir, una comunidad reflexiva y solidaria, de progreso, con ciudadanos de presencia, que englobe el concepto de personas y la dimensión social de sus interrelaciones.

Madrid, febrero de 2018

Alfonso A. Gómez Prieto

La confluencia de las derechas: la CEDA

Gil Robles y Franco

La CEDA o Confederación Española de Derechas Autónomas fue un partido resultante de la fusión de varios grupos políticos, y que se puso en marcha en el año 1933. Entre estos grupos destacaron dos: Acción Popular (antes Acción Nacional), dirigida por José María Gil Robles, y la Derecha Regional Valenciana de Luis Lucía. También formaban parte de esta coalición otras formaciones regionales conservadoras. El partido aglutinó a diversos sectores de la derecha: desde elementos de tendencia fascista, muy presentes en las Juventudes de Acción Popular (JAP), hasta democristianos, centralistas y hasta autonomistas, con los representantes de la mencionada Derecha Regional Valenciana.

En el otoño de 1932 se produjeron diversos movimientos en la derecha española aprovechando la crisis política que vivía la coalición gobernante de izquierdas, y que desembocaron en la creación de la formación en los primeros días de marzo del año siguiente. La coalición defendía los principios católicos en la política, la necesidad de una revisión constitucional de acuerdo con estos principios, es decir, planteaba una alternativa al laicismo de la República. La defensa del orden social era otro de sus pilares. La CEDA supuso la apuesta más clara por una postura posibilista por parte de la derecha española, en el sentido de intentar alcanzar el poder por vía electoral para transformar la República progresista en otra de signo conservador.

En las elecciones del otoño de 1933 obtuvo 122 escaños pero no consiguió que Alcalá-Zamora les encargase la formación del gobierno, ya que temeroso de la reacción de la izquierda, llamó a Lerroux para formarlo. Pero la CEDA terminó por participar a partir de 1934 en los gobiernos de la República, al lado de los radicales. El acceso a algunos ministerios por parte de la CEDA fue considerado como intolerable por gran parte de la izquierda española, especialmente por el PSOE, que veía peligrar las conquistas alcanzadas en el Bienio anterior y en un contexto europeo nada favorable para la democracia; de ahí la apuesta hacia la revolución, y que en octubre se saldó con un rotundo fracaso.

En las elecciones de febrero de 1936 la CEDA se radicalizó ante la evidente unión de la izquierda en el Frente Popular. El mensaje electoral sin ser claramente fascista sí incluía gestos, ideas y planteamientos muy cercanos a esta ideología, en la necesidad de crear un frente “contrarrevolucionario”.

La CEDA fue perdiendo influencia y militancia a partir de las elecciones cuando parte de la derecha decidió que la mejor solución no pasaba por participar en el juego político sino por apoyar la sublevación militar. En realidad, comenzó a perder apoyos antes cuando los sectores más beligerantes contra la República vieron que Gil Robles no estaba dispuesto a dar un golpe de Estado y cambiar radicalmente el sistema político. Destacados miembros de la CEDA participaron en los movimientos conspiratorios y algunos jugarían un gran papel en los primeros momentos del franquismo como Serrano Súñer, aunque su máximo líder, Gil Robles, pasaría a un segundo plano y, con el tiempo, se convertiría en un miembro de la oposición al régimen franquista.

Incluimos parte del artículo publicado en el diario conservador “El Debate” sobre el acto de constitución de la CEDA:

“Anoche se constituyó, entre vítores de entusiasmo, la Confederación Española de Derechas Autónomas. Las mujeres y los jóvenes, puestos en pie sobre las sillas, como si éstas fueran un peldaño que llevara a los altos ideales comunes, certificaron la unidad de pensar, de querer y de obrar de las 750.000 personas representadas directamente en ese acto solemne.

Cerraron la asamblea dos intervenciones: la de un obrero valenciano, vestido con la negra blusa de su región, el Sr. Martín, y otra del Sr. Gil Robles.

-Me dirijo a todas las derechas, a todos los ciudadanos de buena voluntad -decía el primero- para decirles que somos responsables ante España y ante Cristo de la salvación de aquélla. Hablo en nombre de los hombres de mi clase, de los obreros españoles, que en su noventa por ciento son honrados, para deciros que tenemos interés en que quienes creen en Cristo y en el Papa cumplan lo que Cristo y el Papa ordenan. Muchos de vosotros sois aristócratas y ricos, y por eso mismo tengo un gusto especial en hablaros.

Si los católicos, por haber dejado de serlo, hemos sido los causantes de lo ocurrido en España, pensemos que es esta la hora de rectificar el camino, pues para hacer el bien todos los instantes son el instante supremo. Los obreros tenemos derecho a esperar mucho de esta asamblea.

Poco después, Gil Robles, en las palabras finales, decía:

-Debemos felicitarnos de los trabajos, de la misma diversidad de tendencias manifestadas, porque sólo han revelado la pugna de llevar a las conclusiones la interpretación más fiel y avanzada de la doctrina social y política cristiana. Dios ha bendecido nuestros trabajos porque los ha presidido la humildad del corazón y la pureza de los fines. Me limito, pues, a darle las gracias y a declarar solemnemente que ha quedado constituida la C.E.D.A., que ha de ser el núcleo derechista que salve a la Patria, hoy en peligro.

Se leyó y subrayó con vítores a Navarra el saludo y adhesión telegráficos remitidos por la «Liga de Mujeres Tudelanas», y una carta emocionada sobre el programa social de Acción Popular y las conclusiones a que ustedes han llegado.

Viejo ya, doy por bien empleados los golpes sufridos al defender eso mismo, y es para mí un gran consuelo ver que aquellas viejas sugestiones que presentábamos con timidez, como un requerimiento leal de la fraternidad cristiana y como una lucecilla de ideal, esos jóvenes y esas masas de Acción Popular las están convirtiendo en antorchas con las que espero han de prender incendios espirituales de redención próxima de España.

Nuestro ideal ya no muere. A él dediqué lo mejor de mi vida, y al ver asegurada su perpetuidad, no me importa ya morir.»

El señor Fernández Ladreda pidió que se hiciera constar como dos conclusiones finales del Congreso la derogación de las leyes de excepción y la petición de garantías ante la próxima lucha electoral.

Cuando la asamblea se disponía a levantarse, el señor Gil Robles propuso, y los reunidos asintieron unánimes, dirigir un telegrama de protesta en nombre de los 800.000 afiliados de la C.E.D.A., al Ayuntamiento de Bilbao, por el acuerdo de derribar el monumento al Sagrado Corazón de Jesús.

Las coincidencias que deben unir a las derechas.

Así terminó sus trabajos sobre política, municipalismo, cuestiones sociales, agrarias, política internacional y, en suma, cuantos grandes problemas generales tiene planteados una agrupación de partidos modernos, el Congreso e la C.E.D.A., que comenzó bajo el signo de la Cruz cinco días antes.

Al discutirse, por la tarde, después de terminar todas las secciones sus respectivos trabajos, el Estatuto de la C.E.D.A., se admitieron como coincidencias fundamentales de los partidos que la integran -aparte de las conclusiones aprobadas en detalle- las siguientes, debidas a la iniciativa de la Derecha Regional Valenciana:

  1. a) Afirmación y defensa de los principios fundamentales de la civilización cristiana.
  2. b) Necesidad de una revisión constitucional de acuerdo con dichos principios.
  3. c) Aceptación, como táctica para toda su actuación política, de las normas dadas por el Episcopado a los católicos españoles en su declaración colectiva de diciembre de 1931.

El peso de los debates recayó ayer sobre Medina Togores, defensor de la ponencia sobre los Estatutos de la C.E.D.A. y autor de la relativa a organización interna del partido de Acción Popular.

El Debate, 5 de marzo de 1933.”

Eduardo Montagut