Fichte
En este artículo nos acercamos a las dos grandes concepciones del nacionalismo nacidas en el siglo XIX, ahora que vivimos un resurgir de esta compleja corriente ideológica y con el ánimo de aportar materiales para el debate.
El concepto moderno de nación nace en el tránsito del siglo XVIII al XIX, cuando estallan las revoluciones liberales-burguesas. El término no era nuevo en la Historia, pero el nacimiento de la soberanía nacional provoca que la nación se convierta en el resultado del contrato social por el que la sociedad poseedora de la soberanía hace depositaria de la misma al Estado. Dicho Estado sería la institucionalización de la nación; se trataría, pues, del Estado-nación. La nación, por lo tanto, surge de un acto de voluntad política, de la libre determinación de la sociedad civil y de cada uno de los individuos que la componen. De ese modo, los individuos se convierten en ciudadanos. Nacía, de ese modo, el nacionalismo liberal.
Según este modelo de nacionalismo la nación no existiría desde un pasado inmemorial, sino que surgiría de un acto de voluntad colectivo. Las naciones serían producto de un acto político, no existirían per se, por naturaleza. Se configurarían por la adhesión voluntaria a una serie de principios plasmados en sus constituciones y ordenamientos legales. De la misma forma, los límites de la nación no responderían a criterios geográficos ni humanos como la etnia, la historia, la cultura o la religión, sino a los del territorio donde se aceptan y se aplican los principios insertos en la constitución. Por consiguiente, la pertenencia a una nación surgiría de un acto de aceptación voluntario al contrato social establecido. Los vínculos de otro tipo, como hemos expresado, quedarían en un segundo plano frente al acto voluntario de adhesión a la constitución. De la misma manera, la nacionalidad podría perderse desde el momento en el que el ciudadano hace una renuncia pública a aceptar los principios recogidos en la constitución.
Este tipo de nacionalismo defendía el derecho de los pueblos a liberarse de tiranías extranjeras y la necesidad de la solidaridad de unos pueblos con otros en sus liberaciones nacionales. Para este nacionalismo cualquier comunidad podía convertirse en una nación si así lo deseaba y buscar los medios para emanciparse y formar un Estado o unirse a otro ya existente para crear uno nuevo. Es evidente la importancia de la voluntad en el nacionalismo liberal. Este nacionalismo fue defendido por los liberales franceses e italianos, como Giuseppe Mazzini.
El segundo modelo de nacionalismo nace en el primer tercio del siglo XIX del pensamiento alemán, con vinculaciones con el Romanticismo, como reacción a lo que dicha corriente consideraba los «abusos de la razón» del pensamiento ilustrado y liberal de Francia. Los principales teóricos de este nuevo nacionalismo serían, entre otros, Fichte y, especialmente Herder. La nación se convierte en una realidad independiente de los individuos, sería una realidad objetiva ineludible, todo lo contrario de lo defendido por el nacionalismo liberal voluntarista.
Frente a la soberanía nacional se contrapone el espíritu del pueblo o Volkgeist, que alentaría la vida propia de la nación que, como hemos señalado, sería una entidad autónoma con destino propio y, por ello, completamente distinto al de otras naciones. Se identifica la comunidad política como una totalidad cultural, que a su vez tiene una esencia ancestral imperecedera. No es fruto de un acto de voluntad, sino que existe per se, por la tradición, por la Historia, con un pasado intemporal de una comunidad de lengua y religión comunes. Así pues, se remarca el hecho diferencial de una nación hacia las demás en función de su cultura, idioma, y hasta por la etnia, que eleva el particularismo a categoría biológica.
La pertenencia a una nación no se basaría en la razón, en un acto voluntario de aceptación de principios constitucionales, sino al nacimiento.
En todo caso, fue muy fácil que en los distintos nacionalismos que se desarrollaron en el siglo XIX y posteriormente, hubiera elementos de ambos tipos de nacionalismo.
Eduardo Montagut