La paz armada

El Kremlin

El período que transcurre desde finales del siglo XIX hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial es conocido como “paz armada”. Esta etapa se caracterizó por el alineamiento de las principales potencias en dos grandes bloques o alianzas en un proceso creciente de tensiones, que desembocarían en el estallido de la Primera Guerra Mundial.

El káiser Guillermo II dio un giro completo a la política exterior alemana en relación con lo que había diseñado Bismarck con sus famosos sistemas bismarckianos y que se caracterizaron por pretender garantizar la hegemonía continental alemana y aislar a Francia, pero sin emprender acciones de signo imperialista de envergadura. El káiser defendía, en cambio, la weltpolitik o política mundial, claramente expansionista. En este sentido, los industriales y gran parte de la clase política alemana apoyaron este giro, que provocó un cambio radical en las relaciones internacionales. La primera medida emprendida fue no renovar el Tratado de Reaseguro con Rusia porque se entendió que podía traer problemas a Alemania con Austria.

Por su parte, Francia estaba inmersa en pleno affaire Dreyfus, pero encontró en la nueva coyuntura internacional una forma de aliviar las consecuencias de este escándalo. La III República aprovechó el creciente distanciamiento entre alemanes y rusos para firmar en 1892 una convención de carácter militar y secreto con Rusia, perdonando sus deudas económicas, y a pesar de las diferencias abismales entre los dos sistemas políticos. De este modo, Francia conseguía terminar con su aislamiento internacional. El miedo de Bismarck de contar con enemigos aliados entre sí en sus fronteras occidental y oriental se hacía realidad.

El nuevo expansionismo alemán y sus apetencias coloniales provocaron el recelo de los británicos. La creación de una potente armada y la presencia de intereses alemanes en el Imperio otomano y en China empezaron a preocupar seriamente en el Reino Unido. Eso provocó que abandonara sus vínculos con la Triple Alianza.

Británicos y franceses venían desarrollando un claro enfrentamiento colonial en África al chocar sus dos proyectos imperialistas. El Reino Unido pretendía unir territorios desde Egipto a Sudáfrica, es decir, de norte a sur, frente al proyecto francés de oeste a este, desde el Océano Atlántico al Océano Índico. La culminación de sus enfrentamientos se dio en Fachoda (1898), en Sudán, enclave donde colisionaban sus dos imperios y que terminó con la derrota francesa. Pero, una vez superado el conflicto, comenzaron los acercamientos entre París y Londres ante la constatación de los peligros que suponía la weltpolitik alemana. Gran Bretaña temía que una nueva derrota de Francia frente a Alemania, como la de 1870, podía convertir a ésta en la primera potencia continental. El resultado fue la firma en 1904 de la Entente Cordiale entre ambos países, que solucionó los conflictos coloniales y les unió frente a Alemania.

La hostilidad entre rusos y británicos había sido constante en el Oriente Medio. Pero Gran Bretaña consideraba la política alemana que era más peligrosa para el mantenimiento de su status de primera potencia. El Imperio ruso se encontraba en una situación difícil, ya que había sido derrotado por Japón en 1905 y había estallado una revolución. Además, se había distanciado de Alemania y mantenía su tradicional rivalidad contra Austria-Hungría en los Balcanes. Francia se convirtió en la mediadora entre británicos y rusos para que solucionasen sus contenciosos en Asia. El resultado fue la firma entre Gran Bretaña, Francia y Rusia del tratado de la Triple Entente en 1907.

Por el otro lado, se mantenía la Triple Alianza, formada por Alemania, el Imperio de Austria-Hungría e Italia. En diciembre de 1913, Alemania y el Imperio turco firmaron una alianza militar que hizo que los otomanos se alineasen con los imperios centrales.

Eduardo Montagut

Las potencias en el inicio de la Gran Guerra

CASCO

En este artículo estudiamos las fuerzas de las potencias en el inicio de la Primera Guerra Mundial.

Comenzamos nuestro análisis con los Imperios Centrales. Alemania era, sin lugar a dudas, gracias al esfuerzo emprendido en la Segunda Revolución Industrial, una potencia económica que había alcanzado en muchos aspectos a Gran Bretaña, superando a ésta en otros. Contaba con otra ventaja, su peso demográfico. El gobierno alemán, por fin, dedicaba al gasto militar grandes cantidades de su presupuesto. Entre 1910 y 1913 se dieron disposiciones para mejorar y agilizar el reclutamiento y la movilización. El servicio militar alemán duraba entre dos y tres años con un programa muy intensivo de formación. Después de cumplir con el servicio militar, el alemán pasaba muchos años a disposición en la reserva. El ejército alemán podía movilizar unos ocho millones y medio de efectivos. Por otro lado, la formación de su oficialidad era ejemplar, contando con un muy profesional Estado Mayor.

En relación con el armamento, su poder era inmenso, especialmente en artillería pesada gracias a que tenía la mejor industria siderúrgica del mundo. En el campo de las ametralladoras no tenía rival. Otra gran ventaja alemana era el uso avanzado y estratégico del ferrocarril, como se demostró en la guerra franco-prusiana.

En cuestión naval es importante destacar que en 1905 el almirante Von Tirpitz, que comandaba la marina imperial desde fines del siglo anterior, obtuvo del gobierno más fondos para que se construyeran más barcos de guerra. Tirpitz era consciente de la dificultad de igualar la potencia naval británica, pero diseñó la denominada “teoría del riesgo”, por la cual se pensaba que los británicos no podrían concentrar todas sus fuerzas navales contra las alemanas y, aunque al final sí pudieran hacerlo y, por lo tanto, derrotarles, la Royal Navy saldría muy debilitada y ya no volvería a ser hegemónica. El problema es que esta teoría obviaba a otras dos potencias navales, la francesa y la norteamericana, que podrían ser fácilmente aliadas de la británica. Así pues, aunque la flota alemana era imponente y asustó en principio a los británicos, acostumbrados a su poderío marítimo incontestable, nunca tuvo la iniciativa. Por otro lado, una fuerza naval muy importante para los alemanes fue la de los submarinos.

En la Primera Guerra Mundial entró a servir un nuevo tipo de barco de guerra, el Dreadnought. Era el navío con mayor tonelaje hasta el momento y dotado de la más potente artillería del momento, un logro indudable de las ingenierías militares del momento. El primero de todos ellos entró en servicio en la Royal Navy Este hecho provocaría un cambio sustancial en la consideración de las fuerzas navales en los conflictos bélicos y desencadenó una infernal carrera naval.

En cuanto a la aviación, los alemanes tenían al comenzar la contienda unos 174 aparatos.

Si la potencia militar alemana era una realidad palpable, no podemos decir lo mismo de la austro-húngara. Su ejército era inferior en número y, sobre todo, en preparación, y sus unidades de combate no tenían mucho armamento. En primer lugar, el Imperio Austro-Húngaro no poseía la potencia económica del Imperio Alemán, y aunque era evidente su peso demográfico sufría el problema de la diversidad de nacionalidades, que hacía muy difícil la coordinación de sus fuerzas y la entrega en el combate por las rivalidades internas. Austria-Hungría siempre fue un aliado complicado para Alemania y fueron frecuentes las fricciones y los desencuentros entre sus respectivos Estados Mayores. Alemania siempre priorizó el frente occidental que interesaba menos a Austria-Hungría, volcada en los frentes oriental e italiano.

En el lado de la Triple Entente comenzamos con Francia, un país poderoso, pero, en comparación con Alemania, muy débil demográficamente. Su economía no estaba tan desarrollada y eso se notaba en su armamento, especialmente en el campo de la artillería pesada, ya que frente a los 2.000 cañones alemanes solamente podía presentar unos 308. En cuanto a su ejército, hubo una intensa polémica parlamentaria en 1913 para que se ampliara el servicio militar de dos a tres años. Contaba con menos efectivos humanos que Alemania. Por su parte, los soldados franceses estaban peor preparados que los alemanes. En cuanto al poder naval, sin lugar a dudas Francia tenía una gran flota, especialmente en el Mediterráneo, mucho más potente que la del Imperio Austro-Húngaro.

Gran Bretaña contaba con el ejército menos numeroso de los principales contendientes, aunque era muy profesional. No había servicio militar obligatorio, siendo voluntario, lo que obligó a intensas campañas publicitarias. En compensación, poseía un ejército colonial muy numeroso, dado su inmenso Imperio. Era el único país que había desarrollado una eficaz fuerza de Defensa Territorial. El poderío británico se encontraba en sus fuerzas navales. Unos años antes del comienzo de la guerra Churchill fue nombrado Primer Lord del Almirantazgo, cambiando la estrategia naval británica hasta el momento, ya que abandonó la tradición del enfrentamiento directo en alta mar. Esta decisión tenía que ver con los cambios en la guerra moderna. Churchill temía una posible invasión. Era consciente de lo vital que era mantener el contacto marítimo con las colonias y con la fuerza expedicionaria británica cuando tuviera que acudir al frente occidental continental. Y sus preocupaciones tenían que ver con artefacto que podía distorsionar todo, el submarino, una de las apuestas más exitosas de los alemanes. Por lo tanto, la Royal Navy debía ser protegida como un seguro de vida para Gran Bretaña. La flota fue concentrada en la base de Scapa Flow, en Escocia, desde donde podía bloquear las costas alemanas y amenazar a la flota enemiga si decidía salir a alta mar. Y esta estrategia fue un éxito, porque los alemanes no se arriesgaron y su flota llegó casi intacta al final de la guerra. Todos estos factores explican el escaso protagonismo naval en la Primera Guerra Mundial, todo lo contrario de lo que ocurriría en la Segunda.

Las fuerzas aéreas conjuntas de los aliados eran superiores a las alemanas.

Por fin, Rusia aportó el mayor peso demográfico a la Gran Guerra, pero poco más, porque su ejército estaba muy mal preparado en cuanto a su formación militar, tanto de la oficialidad como de los reclutas. Además, al ser el país más atrasado industrialmente de las grandes potencias en conflicto, no poseía un armamento a la altura de las circunstancias.

En conclusión, las fuerzas humanas y militares estaban muy equilibradas al comenzar la guerra. La Triple Entente tenía más peso demográfico y mayor poderío naval. Pero los Imperios Centrales contaban con más potencia de fuego y mayor capacidad de movimientos. Los aliados –Francia y Reino Unido- contaban con sus imperios coloniales frente a los Imperios Centrales, factor que debe ser muy tenido en cuenta por la aportación constante de soldados y, sobre todo, porque disponían de inmensas reservas de materias primas y fuentes de energía. En contrapartida, la distancia entre los aliados de la Triple Entente y con sus colonias generó no pocos problemas logísticos y de coordinación, además de muchos y diversos esfuerzos, frente a los Imperios Centrales, que formaban un bloque territorial muy compacto.

Para Alemania lo fundamental al comenzar la guerra era la rapidez. El tiempo siempre fue un aliado de la Triple Entente.

Eduardo Montagut

Las tensiones balcánicas en el origen de la Gran Guerra

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Entre las causas que originaron el estallido de la Primera Guerra Mundial destaca, sin lugar a dudas, el complejo y largo conflicto de los Balcanes, que se inicia en la segunda mitad del siglo XIX.

Esta zona de Europa llevaba varios siglos bajo dominio del Imperio turco otomano. A la altura de 1830 solamente Grecia había obtenido la independencia después de una larga e intensa guerra. En los Balcanes, el nacionalismo eslavo comenzó a ser muy activo frente a Estambul, el centro del poder de un imperio que comenzaba a demostrar su decadencia. Los serbios protagonizaron los más duros e intensos enfrentamientos y muy pronto intentaron desempeñar un papel protagonista en la zona.

Pero además de la lucha nacionalista eslava frente a los turcos, actuaban dos fuerzas poderosas en el área balcánica. Austria, desde el noroeste, deseaba estar presente en el reparto del Imperio turco, controlando Bosnia. Y, en el otro lado, estaba el Imperio ruso, la gran potencia que se consideraba la protectora natural de los eslavos por razones étnicas y religiosas. Los rusos desarrollaron desde muy pronto una política agresiva en la zona contra los turcos, además de pretender una salida al Mediterráneo para su flota del Mar Negro. Esta política condujo a la guerra de Crimea (1853-1856), un conflicto que enfrentó a los rusos contra los turcos pero que terminó involucrando a austriacos, franceses, británicos y piamonteses en ayuda de los segundos, dispuestos a frenar las pretensiones rusas. La derrota rusa fue contundente. El Tratado de París reconoció de hecho la independencia de Rumanía y Serbia, el dominio austriaco sobre los pueblos eslavos del norte (eslovenos y croatas) y mantuvo el dominio turco sobre los territorios del sur de los Balcanes (Bosnia, Herzegovina, Montenegro, Albania y Macedonia). Pero la Cuestión de Oriente no había hecho más que comenzar, porque las tensiones siguieron.

Entre 1877 y 1878 tuvo lugar la guerra ruso-turca, cuyo origen siguió estando en las pretensiones nunca satisfechas de los rusos de acceder al Mediterráneo y expansionarse en los Balcanes. La guerra estalló por la rebelión de algunos pueblos eslavos, apoyados por Rusia, contra los turcos en Bosnia y Bulgaria. Para solucionar el conflicto se celebró el Congreso de Berlín en 1878. En el Congreso se decidió que fueran independientes de derecho Serbia, Rumanía y Montenegro, y se estableció una región autónoma: Bulgaria. Gran Bretaña recibió Chipre y dejó claro que sostendría al Imperio turco. Los austriacos obtuvieron la administración de Bosnia-Herzegovina.

En 1908, el Imperio austro-húngaro proclamó la anexión de Bosnia-Herzegovina de forma unilateral. Esta decisión provocó que los rusos se movilizasen, tanto para intentar frenar a Austria como para aprovecharse de la debilidad turca. Así pues, Rusia promovió la creación de una coalición de pequeños estados de la zona. En 1912, serbios, búlgaros, griegos y montenegrinos crearon la Liga Balcánica. En octubre de ese año estalló la primera guerra balcánica entre la Liga y el Imperio turco. Fue una guerra corta y que acabó con la derrota de los turcos. Rusia había conseguido uno de sus objetivos, debilitar aún más al Imperio turco, y los miembros de la Liga ampliaron sus territorios respectivos a costa del derrotado, que perdió casi todos sus dominios europeos.

Pero los conflictos no terminaron con esta guerra. En 1913 la Liga se rompió por las profundas diferencias internas y estalló la segunda guerra balcánica. Aunque todos los miembros de la Liga compartían el mismo deseo de terminar con la presencia turca en los Balcanes, cada uno tenía sus intereses particulares que chocaban con los de sus vecinos. Bulgaria atacó a Serbia y Grecia. Los rumanos y los turcos decidieron apoyar a los atacados. Los búlgaros fueron derrotados. Por el Tratado de Bucarest, Bulgaria perdió las ganancias territoriales que habían conseguido en la guerra anterior, que pasaron a manos de Serbia, que se convirtió en un protagonista de los Balcanes. Serbia deseaba crear un Estado que agrupase a todos los serbios y eslavos que estaban bajo dominio austriaco. Las tensiones con Viena se acrecentaron a partir de entonces. Los austriacos estaban muy alarmados y concibieron la necesidad de que sería conveniente una guerra preventiva para impedir que se cumpliesen los sueños serbios. Eran conscientes, además, de que Rusia estaría detrás de Serbia, como terminaría ocurriendo. Por su parte, Berlín ya había decidido que apoyaría a Viena en caso de conflicto. El sector más belicista en Francia se inclinaba por apoyar claramente a Rusia, según lo establecido en la Triple Entente.

Eduardo Montagut

La crisis del zarismo a partir de la Revolución de 1905

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La Revolución de 1905 provocó que en el seno del zarismo surgiera una tendencia que optó por emprender algunas reformas para evitar que volviera a estallar una revolución. Stolypin, ministro del zar entre 1906 y 1911, es el personaje clave en este momento, promoviendo una política que mezclaba signos de modernización con la represión de cualquier contestación, empleando con profusión la pena de muerte y el control de la Duma, disolviéndola cuando consideraba oportuno.

Stolypin buscó crear una clase de campesinos acomodados que sostuviesen el zarismo en el campo, por lo que emprendió una especie de reforma agraria. Dividió las tierras de las comunidades campesinas (mir) para que fueran compradas por los campesinos más acomodados, los conocidos como kulaks. Esta medida, además, debía provocar un éxodo rural del resto de campesinos para favorecer la industrialización al proporcionar una masiva mano de obra.

Stolypin ideó más reformas pero que no cuajaron realmente porque no tuvo tiempo para emprender su proyecto de veinte años de tranquilidad: quiso aumentar el presupuesto imperial y pensó en una fuerte subida de impuestos sobre el alcohol y los bienes inmuebles. La idea era emplear el presupuesto en modernizar la industria y emprender una política de infraestructuras para mejorar las comunicaciones. Tenía en mente una especie de código laboral para crear un seguro social obrero. Otro proyecto iba encaminado a suavizar la política religiosa sobre las minorías no ortodoxas. También pensó en que debía arbitrase algún tipo de autonomía para Finlandia y Polonia.

Por otro lado, amplió los poderes de los zemstvos, es decir, de las asambleas locales para que se encauzara algún tipo de representación, aunque muy controlada. Pero esta medida, aunque muy tímida, resultó demasiado avanzada para los sectores más reaccionarios del zarismo. Stolypin terminó por ser un político que no contentaba a los poderes que sostenían el zarismo, pero sin ganarse la simpatía de la oposición por su implacable represión. En 1911 fue asesinado en Kiev. La autoría de su muerte ha generado polémica: ¿fue la policía o un socialrevolucionario? Su asesinato, en todo caso, es simbólico, ya que representa el fracaso de los intentos modernizadores en el seno del zarismo.

Para sostener el sistema se optó por la represión y la manipulación del patriotismo. En 1913 se celebró el centenario de la victoria rusa sobre Napoleón y el tricentenario de la subida al trono de los Romanov. El estallido de la guerra en 1914 también fue explotado por la propaganda nacionalista. Pero el zarismo estaba muerto ya. Los desastres militares y las penurias de la retaguardia precipitarían el final en 1917.

Eduardo Montagut