La amnistía de febrero del 36

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El 19 de febrero de 1936, Portela Valladares presidía el que sería su último Consejo de Ministros. En la reunión se dio cuenta del deterioro del orden público porque se habían producido algunos motines en distintas cárceles españolas. Al parecer, en Zaragoza los disturbios en la calle habían sido de importancia. La manifestación que había ocupado unos días antes la Puerta del Sol madrileña había sido un grito por la amnistía. Portela creía que todo esto era obra de los líderes del Frente Popular, victorioso en las elecciones del 16 de febrero. Portela decidió que había que dimitir y no esperar al proceso legal, ni a los plazos para el relevo del poder. Así pues, Alcalá-Zamora se vio obligado a encargar a Azaña la formación de un nuevo Gobierno, aunque sabemos que éste hubiera preferido que se hubiera cumplido la legalidad. Era consciente de que las condiciones en las que se produjo el relevo no eran las más adecuadas.

Formado el nuevo Gobierno, se comenzó a actuar. En este trabajo nos referiremos a la amnistía aprobada a los pocos días.

La Diputación Permanente de las Cortes aprobaba el 21 de febrero de 1936 la amnistía de todos los condenados por los sucesos de la Revolución de octubre de 1934, por propuesta de Azaña, y que constituía uno de los puntos más destacados del programa político del Frente Popular para las elecciones:

“A conceder por una ley una amplia amnistía de los delitos políticos sociales cometidos posteriormente a noviembre de 1933, aunque no hubieran sido considerados como tales por los Tribunales. Alcanzará también a aquellos de igual carácter no comprendidos en la ley de 24 de abril de 1934. Se revisarán, con arreglo a la ley, las sentencias pronunciadas en aplicación indebida de la de Vagos por motivos de carácter político; hasta tanto que se habiliten las instituciones que en dicha ley se prescriben, se restringirá la aplicación de la misma y se impedirá que en lo sucesivo se utilice para perseguir ideales o actuaciones políticas. “

Debe tenerse en cuenta que esta amnistía fue demandada desde la calle desde el primer momento en el que se produjo la victoria electoral de la izquierda, como hemos señalado. Era evidente que el encarcelamiento de miles de personas a raíz de aquellos hechos había generado un intenso malestar social, muy agudizado en Cataluña con el encarcelamiento de sus principales autoridades.

El Decreto-ley fue aprobado por la Diputación Permanente, presidida por Santiago Alba. Se produjo por unanimidad. Constaba de un solo artículo, y se tuvo que debatir de forma muy rápida, con una convocatoria del día anterior hecha por telegrama, provocando que no pudieran acudir todos los diputados, aunque los no asistentes mandaron votos favorables. Al final, se reunieron dieciocho diputados, cumpliendo lo exigido por la ley, ya que se necesitaba un mínimo de catorce. Los propios diputados de la CEDA votaron favorablemente, animados por la necesidad de mantener el orden público, y porque era evidente que había sido una demanda que había ganado en las elecciones.

Por su parte, también tuvo que actuar el Tribunal de Garantías para aplicar el Decreto, habida cuenta de que esta alta institución había condenado a los consejeros de la Generalitat y a otras personalidades políticas.

Se calcula que la amnistía afectó a unas treinta mil personas, una cifra muy importante.

Pero, además, en el programa del Frente Popular se planteaba en un segundo punto:

“Los funcionarios y empleados públicos que hayan sido objeto de suspensión, traslado o separación, acordada sin garantía de expediente o por medio de persecución política, serán repuestos en sus destinos.

El Gobierno tomará las medidas necesarias para que sean readmitidos en sus respectivos puestos los obreros que hubiesen sido despedidos por sus ideas o con motivo de huelgas políticas en todas las corporaciones públicas, en las empresas gestoras de servicios públicos y en todas aquellas en que el Estado tenga vínculo directo.

Por lo que se refiere a las empresas de carácter privado, el Ministerio de Trabajo adoptará las disposiciones conducentes a la discriminación de todos los casos de despido que hubieran sido fundados en un momento político social y que serán sometidos a los Jurados Mixtos para que éstos amparen en su derecho, con arreglo a la legislación anterior a noviembre de 1933 a quienes hubieren sido indebidamente eliminados.”

Así pues, los alcaldes y concejales fueron repuestos en sus cargos en los consistorios. Muchos Ayuntamientos habían sido gestionados desde finales de 1934 por gestoras administradas por ediles de la derecha. Otro tanto se hizo con los Ayuntamientos vascos.

A finales del mes de febrero el gobierno decretó la readmisión de los trabajadores despedidos por los motivos señalados, y se ordenaba a las empresas que indemnizasen a los trabajadores por los salarios no recibidos. Esta medida generó el rechazo y la preocupación de la derecha y los empresarios.

Pues bien, la última de las medidas tomadas para terminar con los efectos de la represión ejercida hacia los protagonistas de los hechos de octubre de 1934, tenía que ver con Cataluña. Después de que salieran de la cárcel los miembros del gobierno de la Generalitat, en aplicación de la amnistía aprobada, el 1 de marzo un Decreto reponía las funciones del Parlament y a Companys en su puesto de presidente, así como a sus consejeros. Debemos recordar que había sido una de las principales reivindicaciones del programa político del Front d’Esquerres, que había triunfado en las circunscripciones electorales catalanas.

Eduardo Montagut

La utopía de Tommaso de Campanella

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La utopía como género literario se desarrolló con la llegada de la edad moderna, coincidiendo con la era de los descubrimientos geográficos. Aunque las hay de muchos tipos, sin lugar a dudas, la Utopía de Tomás Moro y La Ciudad del Sol de Campanella no sólo son las más importantes y las que más han perdurado en la Historia, precisamente, no sólo por su calidad literaria, sino, sobre todo, porque suponen una fuerte crítica de la sociedad de su tiempo, planteando un mundo distinto donde imperarían unas nuevas relaciones sociales basadas en la igualdad y la comunidad de bienes. Ambas se inspiran en Platón, pero, mientras Moro es un claro defensor del humanismo, en línea con Erasmo de Rotterdam, Campanella tiene más conexiones religiosas medievales. En este trabajo nos acercamos a la obra del segundo.

Tommaso Campanella (1568-1639) escribió La Ciudad del Sol en 1602, aunque no viera la luz hasta el año 1623. Fue escrita en cautiverio, no siendo el primero, aunque antes por cuestiones teológicas. En 1599 se le abrió un proceso por herejía, pero también por rebelión porque fue acusado de preparar una rebelión contra el poder español en Calabria, donde se había retirado después de su experiencia con el Santo Oficio. Pretendía implantar algo parecido a lo que luego escribió. En 1602 fue condenado a cadena perpetua, y encerrado en Castel Nuovo en Nápoles, donde pasaría 27 años de su vida.

En Campanella influyeron varios factores para organizar su insurrección y su obra utópica que deben ser tenidos en cuenta. En primer lugar, es evidente la situación socioeconómica del sur italiano con un alto grado de corrupción y miseria en la segunda mitad del siglo XVI. Pero, por otro lado, esta situación caló en una sensibilidad compleja y tormentosa, en un hombre influido por la astrología, el milenarismo -llegó a predecir el fin del mundo para el año 1600-, y por un acusado misticismo. En ese sentido, como apuntábamos más arriba, su utopía no es de signo humanista, sino religioso y moral, una utopía que une el comunismo con lo teocrático, la comunidad de bienes con un tono milenarista, y hasta astrológico, como tendremos oportunidad de comprobar.

La Ciudad del Sol tendría un templo elevado y cerrado por siete círculos concéntricos con los nombres de los siete planetas. Las paredes del templo tendrían símbolos científicos, con un fin eminentemente pedagógico. En este sentido, el gobierno o el poder de la ciudad tendría un marcado carácter científico, algo que compartiría con otros utopistas, preocupados porque el gobierno no estuviera en manos del azar. El saber se asocia, por lo tanto, con el poder. Habría un jefe del Estado, el Metafísico, y tres especies de príncipes, ministros o magistrados: Pon (poder), Sin (Sabiduría) y Mor (Amor). Pero el saber debe ser enseñado, y para eso Campanella diseña un sistema educativo, donde tiene mucha importancia la experiencia, recogiendo la influencia de la filosofía antiaristotélica de Telesio. La educación y la cultura se convierten, además, en un instrumento contra los ricos, en una formulación que, sin lugar a dudas, influirá en el futuro. La ignorancia de las clases humildes es interpretada como un instrumento de la dominación de los poderosos. Pero, además, el desarrollo de la cultura sería fundamental para reducir la miseria y mejorar las condiciones de trabajo.

El régimen que se instaura en la utopía de Campanella es claramente comunista. El egoísmo particular es sustituido por un verdadero culto a la comunidad. En esta comunidad se destruye la familia, aunque no se trata de instaurar el amor libre, sino que las relaciones sexuales estarían pormenorizadamente regladas: 21 años sería la edad para poder tenerlas si se era hombre, y 19 para las mujeres, aunque habría excepciones para el caso de hombres con temperamentos muy ardientes, siempre según autorización de los más ancianos, que podrían tener relaciones sexuales con mujeres que no pudieran procrear por edad mayor o por esterilidad. Por otro lado, la castidad era considerada un valor en sí misma. El magistrado Mor era el encargado de organizar los emparejamientos donde ni el amor ni los afectos tuvieran nada que ver. Tampoco se pretendían uniones de larga duración. Lo que se busca es la multiplicación y propagación de la especie, por lo que las mujeres estériles o sin hijos no tendrían la misma posición que las mujeres con hijos. En realidad, estas ideas de Campanella prefiguran la futura eugenesia porque se quejaba de que el hombre ponía mucho interés en mejorar las razas de los animales domésticos y no ponía ninguno para su propia especie. Los solarianos aceptarían este sistema porque se basaría en la razón y la ciencia, principios fundamentales de la utopía.

Una vez establecida esta organización de las relaciones sexuales se podía montar la economía sobre el principio de la comunidad de bienes. Los solarianos tendrían todo en común. Los magistrados serían los encargados de reasignar el domicilio de cada habitante cada seis meses. La propiedad privada engendraba egoísmo y era la fuente de todos los conflictos.

Todo estaría minuciosamente organizado. La reglamentación es casi un principio universal de las utopías. La jornada laboral del trabajo colectivo sería de cuatro horas. También estaba muy regulada la educación en común, y los juegos. Los hombres y mujeres irían desnudos, intentando imitar el ideal espartano. Campanella pretendía acabar con la ociosidad, unos de los males endémicos del sur italiano. Pero también se conseguiría evitar el delito de todo tipo porque reinaría la virtud. Es evidente que estas reglas tenían un aire religioso. No olvidemos que, en esta utopía, además, se implantaría un sistema de confesión, medio para que el jefe del estado supiera conocer lo que ocurría en la ciudad. Pero en otros aspectos Campanella se aleja de la religión y moral religiosas: defiende el placer sexual, por ejemplo. En esta utopía sí habría religión, una suerte de deísmo, que no exigiría un culto muy exhaustivo al Creador.

Campanella fue un hombre complejo, porque al final de sus días, intentando conciliarse con el poder redactó algunos escritos que entraban en contradicción con su utopía, como su Monarquía del Mesías, donde defiende la teocracia pontificia, entre otras cosas. Pero, no cabe duda que, a pesar de varias cuestiones que nos crean confusión o alarma como la eugenesia o la confesión al jefe del estado, quizás en una suerte de “pre-gran hermano”, debemos contemplar la obra de este religioso italiano, que acabó sus días en París, como un intento de ordenar el caos de un sistema económico y social profundamente injusto, bajo principios racionales y de justicia en favor de los oprimidos.

En castellano contamos con ediciones de la utopía de Campanela: en Fondo de Cultura Económica, en Biblioteca Nueva, Tecnos, Akal, etc. En relación con su interpretación en la historia de las ideas socialistas, es imprescindible el trabajo clásico de Jacques Droz, “Las utopías socialistas en el albor de los tiempos modernos”, en el primer tomo de la Historia del Socialismo que dirigió, y que en España tradujo DestinoLibro en 1976, aunque nosotros empleamos la edición de 1984.

Eduardo Montagut