Sobre el ocio de los trabajadores a fines de los años veinte

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El periódico El Socialista reflexionó en septiembre de 1928 sobre la cuestión del ocio de los obreros, que pasamos a analizar en el presente trabajo.

Los socialistas españoles recordaban que en la reivindicación de la jornada de las ocho horas estaba inserta la demanda de un tiempo para que el trabajador pudiera dedicarse a formarse, algo imposible con las jornadas interminables de trabajo que existían. Esas reivindicaciones cristalizaron en el primero de mayo con la petición de ocho horas de trabajo, ocho de asueto y ocho de descanso.

La lucha de los sindicatos y los partidos socialista reclamado a los distintos poderes consiguieron la jornada de las ocho horas, que ya parecía casi universal en el momento de la publicación del artículo.

A partir de esa conquista se había discutido mucho sobre el empleo de las horas libres por parte de los trabajadores. En este sentido, los patronos habían empleado, entre los argumentos contrarios al reconocimiento de la nueva jornada, el que se basaba en la idea de que los obreros no sabían emplear su tiempo libre de forma adecuada. Pero el periódico afirmaba que eso no había sido así, y que los empresarios, bajo la apariencia de un razonamiento de orden moral, escondían el de la explotación pura y dura. Los socialistas consideraban que los trabajadores habían abandonado hábitos calificados de perniciosos. Recordemos, en ese sentido, el esfuerzo socialista, pero también anarquista de la lucha contra las tabernas y el alcoholismo, y la importancia de la dimensión formativa y cultural de Casas del Pueblo y Ateneos populares. El propio artículo aludía a las Casas del Pueblo con sus múltiples actividades, pero también a cómo los trabajadores frecuentaban museos, teatros y bibliotecas, además de informar de la creciente práctica del deporte.

Así pues, los trabajadores hacían ya en esa década un uso razonable del ocio. Curiosamente, en la cuestión de la formación (“asimilación de conocimientos”), se afirmaba que no lo hacían siguiendo un método o plan determinado, sino de forma empírica, por lo que el diario se lamentaba que no se aprovechase adecuadamente lo que se aprendía. Era una cuestión que había que tratar, y que, al parecer, se había discutido en el reciente Congreso de la Federación de Empleados de Comercio en Francia. Había, por lo tanto, un interés general en el movimiento obrero por fomentar no ya el ocio, sino un ocio “provechoso”.

La cuestión del ocio en el movimiento obrero es capital, precisamente, por lo expuesto en este artículo, porque suponía un derecho para no sólo disfrutar del necesario descanso, sino, sobre todo, para la formación o educación de los trabajadores. Una forma de comenzar a estudiar o acercarse a esta cuestión sería emprender la lectura del clásico de Paul Lafargue, El derecho a la pereza, que conoció varias ediciones, siendo la primera ya como folleto o libro la de 1883. Un estudio fundamental de esta obra fue realizado por el gran historiador social Manuel Pérez Ledesma, Introducción a El Derecho de la Pereza, en la edición española de la obra de Lafargue de 1977.

Como fuente para este artículo hemos empleado el número 6104 de El Socialista.

Eduardo Montagut

Observatorio de Historia de Arco

Director: Eduardo Montagut

 

Eufemismos, circunloquios y… “al grano”

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Últimamente me dicen que estoy muy refranera…y de vez en cuando conviene acudir a la sabiduría popular. Una buena ocasión podría resultar la que se está produciendo estos últimos días en los medios de comunicación acerca de palabras ambiguas, expresiones retóricas, frases ampulosas, que casi nada significan y poco dicen; vamos, que deberíamos recordar con más frecuencia eso de “al pan, pan y al vino, vino”, o “ir al grano y no por las ramas o por los cerros de Úbeda” y así unos cuantos aforismos más.

Yo me pregunto: ¿qué significa eso de “interrupción de la relación matrimonial”? ya nos habíamos acostumbrado al “cese temporal de la convivencia”.

No sé si responde a un lenguaje rimbombante de  pretencioso ringorrango y supuesto o no “tocineril” abolengo; artificioso, superficial y melifluo en cualquier caso.

Las palabras no asustan, no transmiten ni inspiran miedo. La transparencia y la claridad en la comunicación deberían primar por encima de la intención, que es ahí donde reside la maledicencia, el riesgo y el peligro de la herida y la ofensa al otro.

De ahí mi sorpresa ante comunicados emitidos por ciertas instancias cuando hablan de lo que vienen siendo en roman paladino, separaciones y divorcios ad hoc; igual se trata de una cuestión de estamentos o de cierto elitismo finisecular o pudor y temor divino.

El eufemismo y el rodeo sirven para no llegar al meollo, evitar lo medular y a veces hasta confundir. En este caso al que me refiero, no hablar (lo) y comunicar (lo) tal y como se ha hecho, da para memes, chascarrillos, chirigotas, risas, mofa y befa del público en general… Qué sensación tan tranquilizadora de normalidad…¿o no?

Seguro que habrá juristas exquisitos y escrupulosos que defiendan la justeza y la propiedad de los circunloquios.

Pilar Úcar Ventura

Observatorio de Filología y Lengua española de Arco Europeo

Directora: Pilar Úcar Ventura

 

Ateneísmo social y obrero en la Barcelona del siglo XIX

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Eduardo Montagut

En este artículo apuntamos algunas cuestiones sobre el fenómeno de los ateneos obreros en la Barcelona de la Revolución Industrial, en la segunda mitad del siglo XIX, con especial atención al Ateneo Catalán de la Clase Obrera, sociedad cultura fundamental en Barcelona en el ámbito de la enseñanza y formación de los trabajadores, tareas que no atendía el recién y primer sistema nacional de educación a través de la conocida como Ley Moyano.

El Ateneo Catalán fue creado en el año 1861 por personajes cercanos al liberalismo progresista barcelonés con el fin de promocionar la educación y la formación entre la clase obrera, habida cuenta de las dificultades para acceder a la misma. Comenzó impartiendo un programa de cultura general: lengua, matemáticas, historia y geografía. Al año siguiente tenía más de doscientos alumnos, aunque a mediados de la década, bajó algo el número de estudiantes. Hasta la Revolución de 1868 la institución no tuvo ningún contacto con el movimiento obrero. Sus patrocinadores, en aras de una acusada filantropía, buscaban mejorar la condición de los trabajadores, por lo que el Ateneo podría convertirse también en un medio para atemperar el radicalismo obrero, en una suerte de primigenio interés por la cuestión social.

La Revolución de 1868 cambió completamente el espíritu del Ateneo, para convertirse en un centro donde se concentraron diversos dirigentes obreros muy vinculados a las ideas bakuninistas mayoritarias de la Internacional en España, especialmente en Barcelona. En realidad, se puede decir que allí nació el núcleo de la sección barcelonesa de la AIT. En ese momento estarían personajes de la importancia de Rafael Farga i Pellicer, Jaume Balasch y Josep Llunas i Pujals, entre otros.

Por otro lado, es importante destacar que las enseñanzas giraron de una formación general a una más científica y técnica, dado el alto número de ingenieros que ejercieron de profesores. Se potenció mucho el aprendizaje de las matemáticas, la física y química, rudimentos de construcción y ciencias aplicadas a las artes y la industria. También se potenció la enseñanza de la economía política. En todo caso, no se olvidaron los saberes humanísticos. Es de destacar, además, que se impartieron clases de enseñanza elemental para trabajadoras.

El ejemplo barcelonés cundió porque se abrieron otros ateneos en Madrid, Valladolid, Zaragoza, Alicante o Cáceres.

El golpe de Pavía de enero de 1874, que terminó con la experiencia de la Primera República, fue determinante en la represión de todas las organizaciones obreras. El Ateneo sería clausurado.

Pero el ejemplo del Ateneo siguió presente entre muchos miembros del movimiento obrero catalán. De ese modo, en 1881 se creó el Ateneo Obrero de Barcelona, dirigido por Manuel Bochons y Josep Pàmies.

 

Rosalía de Castro en el diván

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¿Quién es Rosalía de Castro? Una gallega nacida en Santiago de Compostela en 1.837, en Camino Novo, un arrabal de la ciudad, escritora y poetisa.

¿Qué representa? Pasó a la historia como la representante del pueblo gallego emigrante, sufriente, y también como representante del dolor sacrificial  en femenino de su pueblo.

Se convirtió en representante universal de la “saudade”, término portugués que equivale a la alegría ausente, donde se añora más un ser que un estar y en su quehacer poético escogió el tono elegiaco, modelo de composición lírica cuyo sonido es el lamento.

¿Por qué traerla hoy aquí? Porque su biografía y su obra nos compelen a tratar una vida que adopta un posicionamiento en melancolía y que utiliza la creación literaria como instrumento de expresión de todo su ser. A través de su historia vivencial podemos comprobar, como una melancolía se hace literatura. Rosalía es una melancolía que escribe y en sus temas repite obsesivamente emociones, reflexiones, que desembocan en callejones sin salida repletos de acontecimientos dignos de ser llorados y añorados, cayendo en la fatalidad, en el denominado determinismo melancólico.

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La primera frase marca de su vida quedará determinada por tres palabras, aquellas con las cuales es inscrita en el registro al nacer y es la siguiente: “hija de padres incógnitos”.

Su padre fue un sacerdote de 39 años  José Martínez Viojo y su madre Teresa de Castro, una mujer de 33 años perteneciente a una familia hidalga para la época.

La criada de la madre la llevará a bautizar a la capilla, no de una iglesia, sino de la inclusa con el nombre de María Rosalía Rita. Pero no la dejará abandonada allí para ser dada en adopción. Será criada en el máximo secreto por sus tías paternas más concretamente por su tía Teresa Martínez Viojo, que nadie conociese de su existir.

El nacimiento de Rosalía es socialmente pecaminoso, poco noble. Conlleva un mensaje encriptado difícil de tramitar para ella, es una hija del error y del silencio, de una relación muda, oculta, de la que jamás se deberá hablar. Dios está por medio.

De lo que no se habla, no existe. Rosalía no existe.

Será la obra literaria la que hará historia, grabará su nombre para la eternidad, lo hará imborrable, será pronunciado y existirá para siempre. Superará la marca de nacimiento. Esa herida de la historia familiar hará que su melancolía se haga escritura.

A los 8 años, la madre decide reconocerla y hacerse cargo de su crianza. La registra de nuevo, apareciendo así la segunda frase marca de su vida: “Rosalía de Castro (sin otro apellido)”.

Su madre promueve el acceso de Rosalía a los estudios de francés, dibujo, pintura, música, piano. Pero a los 19 años la asfixia de la maledicencia pueblerina la hacen decidir su marcha a Madrid. Socialmente era la hija del cura, mientras, personalmente, peleaba por dar un lugar a su nombre, pero con la consiguiente contradicción de empeñarse en la invisibilidad social.

Rosalía pertenece a la clase de escritoras en quienes vida y obra se entremezclan. Esa infancia signada por el misterio de su origen, la sensación de ser diferente a los demás, su temporal orfandad, generó una sensibilidad para percibir el mundo y alimentó un profundo dolor existencial, personal y empático con el de todos los seres.

Entendiendo este sentimiento trágico no sólo como el lamento del gusto romántico sino como el producto de la angustia vivencial. Se adelanta a la filosofía existencialista del siglo venidero.

La suya es una sensibilidad que entiende la pérdida, la duda, la soledad, porque es expresión de un ser constituido por la certeza de que su vida y el dolor son realidades inseparables y que encara con insólita autenticidad el hueco, tal vez sin remedio, que deja la falta de amor.

¿Qué se quedó perdido que se hace melancolía?

Un paternaje quizás y con esa falta quedó afectado algo de las identificaciones. Identificada al resto, desecho de una relación en espera del castigo social. Quizás se siente heredera del castigo pendiente a sus progenitores, haciéndose ella misma carne viva del castigo, identificándose al castigo mismo, encarnando lo inmundo y lo que no puede ser nombrado.

Fue en 1862 cuando su madre moribunda le confiesa el nombre de su padre.

 ¿Qué hace Rosalía ante esta revelación? Crear. Escribe, el libro de poemas titulado, “A mi madre”.

Ella es el espejo permanente de la falta de sus padres. El semblante del “gran pecador”.

Concebida por el lapsus de un deseo, su síntoma fue ser metáfora de goce. Gozar padeciendo, buscar la belleza más en la pérdida que en el encuentro, disfrutar de la nostalgia de lo ausente ya que jamás espera sustituir el objeto perdido. Duelo interminable, a perpetuidad. El odio escotomizado es compensado por sus reivindicaciones sociales para con el pueblo gallego.

Rosalía, como todo melancólico, es una exiliada, petrificada en un desierto de soledad con un decorado de devastación universal. No es pesimista, es un sujeto con la certeza de que la pérdida presentida para el futuro ya está realizada. Esta pérdida no se refiere a un acontecimiento del mundo común, sino a un Objeto único y secreto, de hecho perdido ya desde siempre. A pesar del poco amor recibido, los nexos que la atan a sus progenitores son terriblemente sólidos, sin posibilidad de escape y con una entrega en forma de sacrificio.

Hay una complacencia en cultivar el dolor, en llevar hasta su extremo una empresa de destrucción de sí misma. Queda entregada a una operación de limpieza por el vacío, como para hacer de este absoluto de la nada, un todo, de acuerdo con una modalidad altamente paradójica del goce, su quintaesencia “demoníaca” dice Freud, la de la pulsión de muerte.

La causa del mal es lo que Lacan designa como Causa Latina, la Cosa, Das Ding. Otro absoluto del sujeto, este mítico objeto absoluto del deseo, es un bien prohibido, objeto imposible de alcanzar, perdido para siempre, de la búsqueda y del deseo.

El objeto perdido, nunca será encontrado. Ella queda esperando algo mejor, esperando algo peor, pero esperando, posicionada en la mortificación.

Apelando a una identificación con lo inanimado, con la Cosa y con un concreto decir “yo soy nada”.

Quedar definida como sujeto a la frase (sin otro apellido) nos remitiría a los experimentos de Jung cuando trataba el tema de las palabras-estímulo y cómo se registraban las asociaciones.

Rosalía inexorablemente hace conexión a las palabras inscritas que la definen y a raíz de ahí crece un complejo ideativo entrelazado a las palabras estímulo que conducirán su vida a estar siempre influenciada por la reacción de Rosalía a la palabra estímulo.

Toda la dinámica de la melancolía se sitúa en la experiencia de corte de la Cosa y con la Cosa, para llegar al mundo según la doble polaridad de sujeto (castrado) y de objeto (desecho).

No hay palabra paterna reguladora del goce. Despojarse de la culpa melancólica que retorna a través de la identificación con la falta de padre, la extrae del mundo de los vivos, de la temporalidad de estos, mitigando su agonía.

Se sabe a quién se ha perdido, pero no lo perdido con él. Negatividad en estado puro.

Freud hizo de la melancolía la bandera de una pérdida. Rosalía pierde la seguridad de que el Otro es garante de su deseo, el Otro la ha engañado, nada, la nada, se muestra en su lugar. Nunca hubo nada, nadie en la función paterna estuvo allí para sostenerla y defender su existencia, sólo para asegurarse de su ocultación.

¿Cómo hacer con esto?

A través de las palabras, haciendo que el texto literario funcione a modo de metáfora del objeto perdido. Rosalía representa en sus obras el constante proceso de relación con su objeto interno, incluyendo todas las vicisitudes que comprenden las fantasías agresivas y de reparación.

En la creación literaria hay una regresión al servicio del yo. Toda la labor literaria, dijo Winnicott, es una especie de necesidad de reemplazar el falso self que servía de coraza defensiva, por el verdadero self. Para este servicio está la furia creativa que tiene como fin el surgimiento de una organización más auténtica.

La creatividad es un intento alquímico de transmutar el sufrimiento en belleza, el arte en general, y la literatura en particular, son armas poderosas contra el mal y el dolor.

No son armas invencibles pero convencen del espanto.

La literatura nos hace formar parte del todo y así parece que el dolor individual duele menos.

Los humanos nos defendemos del dolor adornándolo con la sensatez de la belleza.

La escritura, la poesía, es un lugar íntimo de descuartizamiento entre excesos. Esta literatura gira alrededor de la hiancia de la que no deja de huir y a la que se acerca, como si volviera a querer eternamente una catástrofe que es también su condición: la emergencia de un sentido, en el acto de escritura que produce lo nuevo. La escritura se convierte en un trabajo de duelo, en tanto que da un marco al vacío.

Decía Rosa Montero que para vivir tenemos que narrarnos. Nuestra memoria es un invento reescrito cada día y que nuestra identidad es también una ficción que se basa en la memoria.

La superabundancia de significantes  es solidaria de una ausencia de significación. Donde el rechazo social provoca una poderosa introspección y un pensamiento dirigido al detallismo más exacerbado.

Su escritura y su poesía tienen mucho de desgarramiento particular. Lacan definió la melancolía como “un dolor en estado puro”, un “dolor de existir”.

Fernando Pessoa decía que la literatura, como el arte en general , es la demostración de que la vida no basta.

El proceso creativo como acto, produce placer o dolor, pero en sus fases se produce una regresión al  servicio del yo y cuando se transforma en producto creativo se convierte en un lenguaje de logro, por su beneficio tanto para el yo como para el objeto, que perdurará a través de los tiempos. Escribir es respirar, Rosalía está inspirada pero se espira. Utiliza la saudade como aliada para la creación, como modo de emoción adaptativa al servicio de la elaboración de sus pérdidas. Adviene la melancolía para dar cuenta de su posición subjetiva, abrazando el éxtasis melancólico, haciendo estallar la creatividad.

Ya Freud advirtió que en la melancolía el dolor recae sobre el objeto perdido que no es otro que ella misma. Rosalía renuncia al ser de su propio yo y esa renuncia lo es del general del deseo. Identificada a lo mortífero de la pulsión, la cual fracasa en su función de sostén del deseo, exporta hacia lo social la culpabilidad de su posicionamiento existencial. Su sino es la fatalidad y el síntoma, en una situación circular.

Muere a los 48 años de un largo y doloroso cáncer de útero, tras la vivencia de seis partos, uno de ellos múltiple y la muerte de 3 de sus hijos. Antes de morir le pide a su hija..”abre la ventana que quiero ver el mar”.

Una melancolía que se asocia a una búsqueda de sentido a la vida por parte de aquel que vaga errante, como desterrado, ¿de dónde?, del deseo. Falta (a) como objeto causa del  deseo del Otro.

Lo que importa no es el ideal, sino el deseo del ideal, ser alguien en el mundo, ella imaginariza lugares de identificación posibles para darse consistencia, ser poetisa, ser escritora. Un intento desesperado existencial por escribir un nombre completo, el suyo.

En su destierro del campo del Otro, en su ser errante por el mundo de las identificaciones, el ser escritora la apropia de un símbolo que la nombra, la hace existir con goce mortífero sí, pero existe, es una escritora y su nombre ya es nombrado y queda inscrito.

Palabras de Rosalía: “Yo no sé lo que busco, pero es algo que perdí, no sé cuando y que no encuentro.  Aún cuando sueñe que invisible habite en todo cuanto toco y cuanto veo. Felicidad no he de volver a hallarte en la tierra, en el aire ni en el cielo.¡Aún cuando sé que existes y no es vano sueño!”.

 Rosalía hace literatura como reflejo interior, proyección del inconsciente hecho obra que ahora sí ya no será rechazada por la sociedad aunque el lenguaje sea el lamento.

Rosalía representa la patología de lo innombrable, vivida en melancolía y haciendo creación de la eterna herida abierta, no poder nombrar al padre.

Conferencia de Belén Rico, Socióloga y Psicoanalista, el pasado viernes 13 de enero en el Ateneo de Madrid.

Belén Rico García es la Directora del Observatorio de Sociología de Arco Europeo. Vicepresidenta 2ª de la Agrupación Ateneística Ángel Garma  y Consiliaria de la Agupación Ateneística Agustín Argüelles.

Pedagogía Humanista e Inclusión

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La pedagogía humanista se desarrolló a principios del siglo XX por la necesidad de un nuevo enfoque de la pedagogía institucionalizada y profesional: se imponía la modificación de la práctica educativa más acorde con la realidad y con lo que demandaba la sociedad. A nuevos tiempos, nueva pedagogía; convenía revisar modelos admitidos y asumidos como inamovibles, de ahí que las universidades y el mundo científico, especialistas, pedagogos y educadores comenzaran a hacerse eco de la pedagogía desde el punto de vista del hombre; hoy, añadiríamos, una pedagogía centrada en el hombre y la mujer, inclusión y visibilización.

Se trata, por tanto, de articular una nueva pedagogía basada en el criticismo y la razón, en los valores de la persona con capacidad para construir y compartir; había que implementar el concepto de “hacer haciendo”. En este sentido, destacan personalidades: Wilhelm DiltheyHerman NohlTheodor LittEduard SprangerMax Frischeisen-Köhler y Georg Kerschensteiner, Wilhelm FlitnerErich LessOtto Friedrich Bollnow y Fritz Blättner  que coinciden en la preponderancia del ser humano, en la comprensión de su aspecto cognitivo: el hombre y la mujer en relación a otros hombres y mujeres; a partir de este presupuesto social, alejado de cuestiones misantrópicas y sociópatas, convenía elaborar textos, manuales, leyes que implicaran la esencia más hondamente humana con todos sus valores.

Así pues, la infancia y la adolescencia deben entenderse como etapas completas de desarrollo humano con sus propios derechos y oportunidades; por eso, esta comprensión del valor intrínseco de los niños requiere tomar en serio sus expresiones y deseos, respetar su propia actividad y que sus disposiciones naturales se desarrollen libremente. Las personas solo alcanzan la madurez y la independencia espiritual si las han practicado en los primeros años de vida. Cuidemos a nuestros niños y nuestras niñas para “hacer” jóvenes empáticos y empáticas.

Por otro lado, la inclusión  es un concepto teórico de la pedagogía que hace referencia al modo en que la escuela debe dar respuesta a la diversidad existente en nuestra sociedad; la heterogeneidad constituye uno de los pilares centrales del enfoque inclusivo dentro de la pedagogía humanista.

La educación inclusiva supone un modelo de escuela  en el que los profesores y las profesoras, los alumnos y alumnas y los padres y las madres participan y desarrollan un sentido de comunidad  pertenezcan o no a cultura, raza o religión diferentes, un sistema único para todos.

Es cierto que a la inclusión se le critica el no considerar suficientemente la sobrecarga adicional que significa para los maestros y las maestras, exigiéndoles un desmedido aumento de sus horas de trabajo dedicadas a planificación e implementación mucho más compleja.

Pero diré que a los docentes se nos ha puesto y se nos sigue poniendo a prueba desde la pandemia, y hemos sabido responder con prontitud; no nos arredran los riesgos, no tememos la novedad…ser profesor y profesora es profesar, seguir una profesión de fe, diría yo.

(Extracto de la conferencia pronunciada por la autora en el Ministerio Público de Costa Rica. Mi agradecimiento especial a la fiscala adjunta la Dra, Doña Mayra Campos Zúñiga).

Pilar Úcar

Observatorio de Filología y Lengua española de Arco Europeo

Directora: Pilar Úcar Ventura

 

Los socialistas ante la supuesta crisis de la familia según los católicos (1930)

Pablo Iglesias Fundador PSOE

En 1929 nacía en España una organización que sigue existiendo, la CONCAPA, es decir, la Confederación Católica Nacional de Padres de Familia y Padres de Alumnos. Al calor de su nacimiento (El Socialista afirmaba en mayo de 1930 que había nacido en esos días, pero sabemos que fue en 1929) los socialistas reflexionaron sobre lo que consideraban el principal objetivo de esta organización que, según se expresaba en El Socialista, sería defender la institución familiar porque, al parecer, se encontraba en crisis.

En principio, el periódico socialista no quería contradecir este diagnóstico, ni el que se reflejaba en el diario católico El Debate. Pero, en primer lugar, se planteaba el hecho de si no estaba también enferma la sociedad. La enfermedad del hogar sería reflejo de la enfermedad, calificada de aterradora, que habría trastocado en poco tiempo el régimen social cuyo pilar más firme era calificado de injusticia suprema, es decir, la propiedad.

Pues bien, el periódico obrero consideraba que el objetivo oculto de las ligas paternales, en alusión a la CONCAPA, no era otro que la familia, al igual que la sociedad entera, se estancara para seguir atada a la Iglesia. Así pues, ahora se matizaba la idea de la crisis de la familia. Estas asociaciones denominaban con crisis o enfermedad de la familia más bien la crisis o la enfermedad de la Iglesia. Así pues, el periódico consideraba que estos padres lo que, realmente, estaban haciendo era ser propagadores de la “decadente religión y servidores de la Iglesia”.

La familia moderna ya no era un “mecanismo oxidado, cerrado a toda ventilación libertaria”, interesante consideración viniendo del socialismo. La familia, y estamos cerrando la década de los años veinte, estaba evolucionando, según el periódico. El padre, el “jerarca del núcleo”, había perdido su autoridad tradicional, otra apreciación que también nos llama la atención, precisamente porque estamos hablando, como hemos señalado, de hace unos noventa años. La Iglesia, por su parte, como fuerza limitadora de renovaciones y avances, se oponía a que la libertad presidiese la sociedad y que penetrase en la familia. El choque era inevitable porque la familia acusaba en su seno modificaciones importantes, es decir, se renovaba.

En definitiva, la familia, en realidad no estaba enferma; ciertamente estaba en crisis de renovación o crecimiento. Pero al cambiar estaba dejando de ser un pivote o pilar inapreciable de la Iglesia.

En conclusión, estaba naciendo una nueva forma de entender la familia, que terminó por ser considerada por la Iglesia como un ataque al modelo católico de la misma, una cuestión que, como vemos, no es de nuestro tiempo, sino que hunde sus raíces casi un siglo atrás, generando una confrontación. La llegada de la República ahondaría más este conflicto con los cambios legales que se establecieron en el matrimonio y con el divorcio.

Hemos trabajado con el número 6640 de El Socialista, de 21 de mayo de 1930.

Eduardo Montagut

 

Belén Rico con Rosalía de Castro

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La socióloga y psicoanalista Belén Rico García psicoanalizará a Rosalía de Castro el próximo lunes, a las 19.30, en el Ateneo de Madrid. Será presentada por el Presidente de la Agrupación Agustín Argüelles, José Antonio García Regueiro. Moderará el Presidente de la Agrupación Ángel Garma, Alfonso Gómez Prieto.

Os esperamos

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Escritor y lector: ¿dos caras de la misma moneda?

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A mí hay algo que me sigue llamando la atención, y hasta me inquieta, en esto de la escritura y la lectura.

Cuando alguien compra un libro no sé si lo hace por lo que espera hallar en el contenido o por lo que pretende descubrir del autor en sus páginas.

Y me imagino a los lectores, ojo avizor, lupa en ristre, indagando en la red quién es y a quién se dedica el autor o la autora, en qué lugar se enamoró y cuánto mide y pesa; a partir de estas coordenadas, quien abre un libro, lo hace no siendo virgen, cree saber si no mucho, bastante del escritor (escritora).

A veces, el público lector siente el deseo de reconocerse, de verse reflejado y de encontrarse en lo que lee, de aproximarse al menda desconocido (en la gran mayoría de los casos, no forma parte de su círculo afectivo ni profesional) y así vivir el sueño reconfortante o el convencimiento ilusorio de atisbar cierta identificación (o rechazo reprobatorio) con esa persona que ha puesto en papel historias, personajes, sentimientos, paisajes, sensaciones y fantasías…

Quizá se deba esta necesidad a un error de base: escribir es una profesión, para algunos una “bohemiez” con la que, salvo escasas excepciones, a duras penas se come ni se pagan facturas; porque no nos engañemos, cualquiera puede escribir un libro, o lo puede firmar y que se lo escriba “el negro”, pero eso no lo convierte en escritor ni escritora.

Mi reflexión de hoy pretende una lectura libre de juicios y de filtros sin llegar a conclusiones de identidad de personaje y autor; si el lector o lectora conocieran la auténtica y genuina realidad de lo que transpiran esas páginas…ahí lo dejo.

Como siempre, continuará.

Pilñar Úcar

Observatorio de Filología y Lengua española de Arco Europeo

Directora: Pilar Úcar Ventura

Puta y puto…

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Puta y puto…

¡¡Cuánto primor y cuánta riqueza!! esconde, perdón, rezuma por doquier nuestro ínclito diccionario de la Academia de la Lengua (española, para más señas).

Y hoy la cosa va de putas… y de putos.

Es tan versátil la palabrita y derivados que lo mismo vale para un roto que para un descosido.

Que algo no hay quien lo arregle o domina el desorden y el caos…ahí viene en nuestro auxilio el “putiferio”, eso sí, en estricto registro idiomático coloquial; que una amiga nuestra luce mucho y con pleno éxito y aplausos del gallinero masculino, “¡¡vaya putón estás hecha!!”, pero eso sí con gracia y poderío…la intención y el beneplácito del coro están garantizados; puro encomio de empoderamiento a la mujerona tan atractiva que a pesar de años y hechuras, le encaja el calificativo a medida (cariñoso y admirativo, por supuesto).

Si alguien nos harta, no nos lo pensamos dos veces: ”¡¡a la puta calle!!” y cuando se trata de criticar a la vecina: ”¡más puta que las gallinas!”…

Estoy segura de que a cada uno de los lectores nos vienen una y muchas más expresiones con el adjetivo y sustantivo en cuestión, según funcione de adorno o esencia y sustancia.

En cualquier caso, me planteo dicho término en masculino, no solo en cuanto al género gramatical “puto” sino a la aplicación del mismo como profesional del oficio y por más vueltas que le doy, no veo la total y completa igualdad comparativa con su homólogo femenino.

Sí es cierto que para definir a la profesión más antigua desde que el mundo es mundo, se dedique a ella hombre o mujer cuadra “puto” y “puta” aunque en el caso del varón se advierten tintes distintos: acompañante (escort para las féminas), gigoló (gigolette, mujer desvergonzada), vividor (¿vividora?), buscavidas (buscona para ellas)…

Valga esto hoy a modo de breve reflexión porque el temita se las trae y da para mucho más.

(Continuará…)

Pilar Úcar

Observatorio de Filología y Lengua española de Arco Europeo

Directora: Pilar Úcar Ventura