La palabra en la inmobiliaria

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Foto del Tribunal Supremo

La palabra en la inmobiliaria

Por Pilar Úcar

¡¡Qué importante resulta conocer el lenguaje jurídico!!, tan vilipendiado siempre por sus triquiñuelas y su trampantojo.

Y más conveniente, sin duda, calarse lentes de aumento para leer sin sobresalto ni sorpresas de última hora, esas cláusulas redactadas en letra párvula que casi no alcanza ver lupa de alto “voltaje”.

Los documentos implicados a lo largo del proceso de la compra-venta de un bien inmueble (curiosa expresión no sé si del todo certera o paradójica), uno de esos “bienes” que no se mueven o cambian de posición, vamos, que no se pueden transportar de un lugar a otro dice la RAE (no tengo tan clara la definición en el caso de las mobile home) un piso, por ejemplo, tienen su enjundia: informes descriptivos, resumen, actas, recibos…

Leer y rectificar, detectar posibles erratas, confirmar y ratificar, asentir o no, contrato de arras, cédula de habitabilidad, transferencia, impuestos a diferentes negociados, pagos al día, vencimiento y compromiso; una y otra vez estas palabras resuenan en el espacio de encuentro y en la cabeza de los intervinientes como si de un partido de pelota vasca se tratara; golpe y frontón, tanto y puntuación.

Y seguimos: aval bancario, escrituras o título de propiedad, depósito, planos y certificado de eficiencia energética, home staging, ITP, IVA, comisión, suma y sigue. Tecnicismos, anglicismos, siglas…todo un compendio de la lección más intrépida sobre lenguaje de especialidad o lenguaje con fines específicos que impartimos en nuestras aulas.

Hay de todo y pasa de casi todo, lingüísticamente hablando, en esas circunstancias: desde el aprendizaje léxico hasta su puesta en práctica, afanarse en el manejo de terminología almacenada pero sin rentabilidad hasta el momento preciso de hacer uso de la misma.

Todo un bagaje intelectual que permanece activo, o más o menos latente, hasta la próxima ocasión.

DEPARTAMENTO DE FILOLOGÍA Y LENGUA ESPAÑOLA

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Directora Pilar Úcar Ventura

La palabra y los talleres…mecánicos

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La palabra y los talleres…mecánicos

Por Pilar Úcar

Se produce una metonimia cuando nos expresamos del siguiente modo: “Tengo que llevar el coche al mecánico” porque en realidad, donde lo depositamos es en el taller, espacio ocupado por herramientas, maquinaria, utensilios, aparatos y artefactos de todo tipo, la mayoría un auténtico arcano para “el conductor de a pie”; ahí trabajan los especialistas y profesionales del ramo de la automoción, en concreto, del vehículo que dejamos para su revisión o reparación según el caso.

Y entonces los nervios se nos anudan al escuchar la descripción de síntomas sospechosos y operaciones futuras que van a efectuar para cuya comprensión nuestras neuronas no están preparadas; comienza un trasiego de terminología críptica, un sube y baja emocional como si a una montaña rusa nos hubiéramos subido: alternador, corriente, batería, salpicadero, cigüeñal, manguito, culata, rodamiento, carburador, bomba de aceite, válvula, cruceta, junta, bujía…cada uno de los hemisferios cerebrales y sus cuatro lóbulos comienzan a girar sin control, porque cuesta discernir de qué nos están hablando y a qué hacen referencia mientras observamos, fuera, quieto y mudo el vehículo: atentos seguimos su discurso para averiguar si nos mencionan una táctica militar, o un producto del supermercado, o un diagnóstico sobre nuestra salud o una nueva especie animal en extinción, o el innovador sistema eléctrico importado del extranjero.

Si a todo ese batiburrillo tan habitual y común para los expertos del motor, le sumamos el saludo que nos brindan: “pero, ¡hombre!, no me deje ahí el coche que entonces no puedo sacar los otros, tiene que pasar antes a recepcionarlo”… el miedo se ha apoderado de nuestras entendederas y el colapso mental impide desentrañar el auténtico mensaje; imposible la comunicación. Tan solo esperamos que nos digan la fecha de cuando nos enviarán el presupuesto. Eso sí que lo hemos “pispao”.

DEPARTAMENTO DE FILOLOGÍA Y LENGUA ESPAÑOLA

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Directora Pilar Úcar Ventura

La palabra…de tutora y tutorías

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La palabra…de tutora y tutorías

Por Pilar Úcar

Eso de ser tutora no es ninguna bicoca; quienes pertenezcan al ramo de la enseñanza me darán la razón sin duda.

Entrar en clase para una sesión de tutoría y observar la cara de pasotez, aburrimiento y desidia de los tutorandos, tutorandas y tutorandes que de todo hay en nuestras aulas, resulta tan desalentador como habitual. Nos persigue la fama de emisarios de malas noticias: “verás, tú…” se oye en algunas filas: “ya estamos otra vez…”.

En ciertas ocasiones se adivina algún rostro expectante confiado en el circo lingüístico que despliega la tutora: el arco de contenido va desde la bronca a la felicitación; en la mayoría de casos prima lo negativo, anticipado por el gesto ceñudo, ademán abrupto. La importancia del lenguaje no verbal…(“desaborío”).

Resultan muy interesantes los términos ‘tutor’ y ‘tutorizar’ relacionados con la persona que tutela, representa, cuida y hasta educa; definición aproximada sin entrar en recovecos jurídicos.

Todo eso, y no es poco, constituyen las funciones de un tutor académico en la universidad y añadiría yo que además vigila, atiende, acompaña, facilita, apoya y anima …en ese trasiego del estudiante, a veces proceloso y otras franqueable.

Somos personas orquesta y personas multitask, serviciales, en la mayoría de los casos, que también hay de todo en nuestras aulas, y mayoritariamente dispuestos y solícitos a dar una cita en el despacho, a contestar mensajes, a revisar trabajos, realizar sugerencias, proponer estrategias…suma y sigue.

La familia léxica del tutor pertenece a la del trabajo concienzudo, riguroso y meritorio y se cruza también con la terminología de la vocación (vocare en latín, llamada) y profesión (professio, ocupación).

Si unimos todas las anteriores características, deberíamos consignar la imperiosa necesidad social de recetar como prescripción médica: “ponga un tutor en su vida”, cada ocho horas, por ejemplo.

DEPARTAMENTO DE FILOLOGÍA Y LENGUA ESPAÑOLA

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Directora Pilar Úcar Ventura

 

La palabra y el “sevillismo”…lingüístico

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La palabra y el “sevillismo”…lingüístico

Por Pilar Úcar

Pasear por Sevilla, pegar la oreja y percatarse del estereotipo lingüístico que caracteriza a los sevillanos, aparte de su aspecto engominado y endomingado (del que no reniegan como seña identitaria), resulta fácil y placentero para filólogas, siempre con el oído atento.

Desde el famoso “Ozú mi arma” tan imitado por cómicos al “arsa y olé” con la gracia y el salero que les caracteriza al paisanaje de Híspalis (amén de palmas y bullanga).

De camino a la feria del libro, el taxista me habla del estrés al no poder circular cómodamente por los atascos y no duda en comparar su ansiedad así: “más tenso que Marco el día de la madre”. Brillante, sin paliativos, y yo a carcajada tras la mascarilla. Por muy “abuelada” que sea, a él se la ocurrido (porque fuente no ha citado) acercar su nerviosismo al del protagonista de aquella serie mítica de animación, que desde el 4 de enero hasta el 26 de diciembre de 1976, nos mantuvo en vilo deshechos en lágrimas. Ni atisbábamos la que se nos venía encima con aquel niño y su mono en busca de su madre…eso sí que era tensión.

Paralelismos al margen, y siempre analizando nuestro idioma, en Sevilla iba a tomar manzanilla y pregunté el nombre de alguna marca para no pecar de cateta; un camarero me preguntó: ”¿usted quiere manzanilla fría, verdad?”. De donde avispada filóloga, deduje que la caliente se reserva para la infusión.

Trampas del lenguaje porque en un bar de carretera de Jaén, al decir “manzanilla fría”, obediente alumna, la camarera me explicó: “si quiere, se la puedo calentar y luego le pongo hielos para que se la tome fría” indicándome el adminículo que pende de la cafetera de donde vierten líquidos calientes.

Imprescindible la exégesis para beber manzanilla.

DEPARTAMENTO DE FILOLOGÍA Y LENGUA ESPAÑOLA

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Directora Pilar Úcar Ventura

Resiliencia en educación

RESILIENCIA Imagen de Wokandapix en Pixabay

Resiliencia en educación

Por Rosa Amor

La resiliencia es una rama englobada dentro de la psicología positiva. Es uno de los pilares sobre los que se fundamenta dicha psicología positiva, junto al flow, la introspección, la creatividad y el optimismo. Aprender a ser resiliente es uno de los mayores desafíos que se pueden tener, hoy, en el ámbito educativo. Dicho ámbito no debe centrarse exclusivamente en los aspectos académicos, sino que desde la etapa infantil, se integra en la literatura, en la lectura y en todo proceso fundamental del crecimiento del individuo.

 La psicología tradicionalmente se centró en la psicopatología y en el dolor emocional, y en cómo encontrar los modos de paliarlo y superarlo, pero dejó de estudiar a aquellas personas que se sienten plenas, felices y realizadas, así como todas esas cualidades o características que hacen que una persona se sienta bien o los factores que hacen que valga la pena vivir la vida.

 Ambos aspectos son importantes y es fundamental su equilibrio. La resiliencia es la capacidad universal que nos permite desarrollarnos a partir de la adversidad. Parte del dolor para llegar al bienestar y al crecimiento, no solo a nivel personal, sino como impacto en otros o en la sociedad.

 Las personas positivas y vitales afrontan mejor los acontecimientos traumáticos, como la muerte o la enfermedad de un familiar o un ser querido. Se sobreponen mejor y adquieren nuevos conocimientos tras la experiencia para afrontar mejores situaciones similares en el futuro.

 Esta capacidad de hacer frente a las experiencias traumáticas e incluso obtener beneficios de ellas, permite sacar lo mejor de uno mismo en momentos adversos. Se trata de construir desde la adversidad, de crecer con las crisis y de desarrollarnos como seres humanos, aprovechando lo mejor que tenemos en nosotros mismos: nuestra capacidad de aprender en momentos críticos. El cambio de paradigma, de un modelo de daño a un modelo de crecimiento, supone dar importancia a la adquisición y mejora de capacidades.

 La resiliencia también es la capacidad de recuperarse, sobreponerse y adaptarse de forma adecuada a la adversidad y de desarrollar competencias sociales, vocacionales, motivacionales y académicas independientemente de los acontecimientos adversos a los que se esté expuesto. Estas situaciones dolorosas, estresantes o negativas sirven para crecer y fortalecerse. Resiliencia y educación coinciden en ese camino de enseñanza y aprendizaje. Proceso de vivir y aprender. Vivir la vida de la mejor manera posible, desde el bienestar, a pesar del sufrimiento o la pérdida. La educación actual requiere que nos adaptemos a cambios, que seamos creativos, que superemos limitaciones y adversidades, y adquiramos valores, al igual que la capacidad de resiliencia.

 A lo largo del proceso educativo, tanto profesores como alumnos van a pasar por situaciones de frustración, pérdida, abandono, rechazo o dolor, tanto personal como profesionalmente. Aprender de ello y que sirva para fortalecer también los momentos de éxito, de cooperación o de satisfacción, forma parte del proceso de resiliencia. De ahí su importancia en el ámbito educativo.

DEPARTAMENTO DE EDUCACIÓN 

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Directora: Rosa Amor del Olmo.

La palabra y la mano de mi catrina…

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La palabra y la mano de mi catrina…

Por Pilar Úcar

En estos días tan significativos la catrina  que luce en un hueco especial de las estanterías de mi despacho universitario me mira, hierática y elegante. Cuando entro, me saluda de frente, no desvía su mirada y atisbo cierto movimiento en su boca pintada.

Me vigila condescendiente y sonríe como una dama experimentada que se alza de las tinieblas al júbilo….Me pulsa y me reta con sus ojos tan expresivos que emergen de cuévanos vistosos. Un nuevo día, que no es poco, otra vez juntas.

¡¡Cuánto hemos vivido y quién cuánto por vivir!!

Su policromía a veces me inquieta: un cromatismo que invita a danzar y a pensar:

…“recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte contemplando cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte tan callando, cuán presto se va el placer”…

Versos famosos del gran poeta castellano Jorge Manrique. Como si ambos se conocieran, Catrina y él forman una pareja  de baile en la antecámara del tránsito, acompasan ritmos al unísono, de un lado al otro … navegan por las aguas de la laguna Estigia y Caronte empuja levemente la barca.

Muerte y vida, jolgorio y tristeza, cuerpo y alma.

Mi catrina parece que apunta, respingona un horizonte lejano y anticipa, presuntuosa a través de la luz del ventanal, tinieblas de antaño, augurios funestos…su vestido escayolado despeja sobresaltos. Y entonces, una mueca plácida…todo está bien.

Ocupa ese lugar señalado desde hace mucho tiempo; la conocí, nos conocimos en uno de mis viajes a su lugar natal…localidad de tanto afecto para mí, de tantos afectos hoy presentes, y alguien me sugirió que la catrina en la vida personal de quien la posee es una fiesta. Me gusta mirarla: me giro levemente y ahí está.

Sonreímos juntas: ella silente en apariencia, muda y sin ánimo de ejecutar juicio alguno de tanto acontecer entre esas cuatro paredes académicas.

La catrina por mor de su demiurgo y el preboste que la bautizó, adquiere ringorrango con el tiempo, prestancia sólida: una postura lúcida que con tanto arte y maestría supieron plasmar José Guadalupe Posada y Diego Rivera, grande y poderoso.

Catrina no necesita carátula, ni máscara ni antifaz, toda ella es un mural majestuoso de ironía y júbilo, sarcasmo y crítica populares.

Burla, humor y enseñanza, figura llamativa y colores estridentes. Compite fraternalmente con la calaca, un cráneo “garbancero” con visos de abolengo y pedigrí, calavera extraordinaria que se une al esqueleto estilizado de la fémina fúnebre sin guadaña.

Si la vida es un valle de lágrimas, así nos lo aseguran, una contienda personal, ella, Catrina, triunfa en las justas lúdicas y en torneos florales. Porque toda ella es luminaria y jardín. Victoriosa nos empuja a caminar a su lado: sombra risueña.

Inanimada y con aliento propio en pura paradoja, que insufla hálito sin distingos de momentos vitales más o menos propicios.

Su traje de gala no es un simple atrezo, ni decoración de cartón piedra en una escena dramática, se trata de un outfit de época, de la gran época llena de polisones, miriñaques, frufrú, lienzos hechos a medida de su estilizada figura, un auténtico tapiz flamenco con genuino folklore identitario.

Regia e indómita, asiste a fiestas de gala: ojo avizor, periscopio sin fisuras para criticar miserias y falsedades, oropel y penurias, fallos y vanidades que en una hoguera se esfumarán.

Catrín y Catrina configuran pareja admirada y admirable, una imagen perpetuada más allá del tiempo y del espacio, aristócratas que del campo ascienden a salones; del puchero donde se cuece el garbanzo al pulque que se paladea entre cristales y balcones.

Corrección política al margen, más allá de pueblos autóctonos y de otros viajeros, comerciantes nativos y visitantes foráneos, sociedad palpitante…población solidaria y generosa sin reniego de origen, Catrina representa un crisol fundido sin forzar generaciones; cultura y lengua, costumbres, idiosincrasia particular y herencia asimilada.

Siempre Catrina, tocada, nunca el cráneo va desprovisto de la sombra que engalana su anatomía extrema: sombrero, pamela, encaje, puntillas, raso y sedas y plumas, muchas tantas como las que le pintó el marido de Frida Kahlo en aquel famoso Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central.

La catrina trasciende su propio ser para configurarse en motivo artístico de versos, letras y estrofas; nihil novum sub sole…la muerte ronda la vida: dos caras de la misma moneda, Ormuz y Ahriman, luna y sol.

En los días de los muertos, la algarabía exalta al finado, se celebra el deceso, el obituario se festeja. Danzas medievales, momentos culturales de costumbres añejas con sabor a burbuja.

El pueblo, impregnado de euforia, se desparrama por las calles compartiendo deseos, esperanza y sueños. Burlas y chanzas, sentido del humor ante lo inexorable. Ya que estamos, vivamos que luego catrina nos mecerá para adormecernos y otros brindarán por nosotros.

El recuerdo siempre, el recuerdo y la memoria. ¿Para qué esquivar lo que se va a cumplir? México y otros países se unen más allá de la distancia marítima –transoceánica- en la visión de la muerte; la perciben con inteligencia y sabiduría: la vivencian en cuentos infantiles y la proclaman con la palabra proferida de generación en generación; momentos jocosos e instantes de verbena.

Las catrinas nos hacen un guiño de afecto democrático: todos igualados y sin diferencias, nos ofrecen sus manos sarmentosas, una extremidad huesuda en guante de terciopelo.

Firme y delicada esa muerte, imaginada y real, acude a su hora. Cuántos escritores la han mentado; protagonista en la gran pantalla tiene lleno su carné de baile. Resabios populares y matices culturales. Cuerpo y alma, espíritu en pura esencia. Riqueza y variedad, crisol de poblaciones, caleidoscopio personal y colectivo.

Poco falta para que Catrina agarre un pasaje y se encarame en la cubierta de un barco y surque mares hacia nuevos continentes, que ascienda por la pasarela y la aclame la tripulación expectante de tan singular invitada. Se ha bajado de aquel pedestal pétreo de su ciudad y con tacones y sombrilla sin mirar atrás, erguida y casi marcial se dirige a otro mundo, el suyo y el de todos. Se desliza entre cortinajes, traspasa muros y se ubica, tranquila en mi despacho recordándome siempre mi caducidad, mi finitud y trasportándome a esos viajes en trajinera por Xochimilco.

En estas fechas tan significativas para todos nosotros para todos los que hoy participamos en esta convocatoria, nuestro corazón con los ausentes, con los seres queridos que gozan de mejor vida, de una paz que compartiremos cuando nos roce el sombrero de Catrina.

Hoy mi corazón está con los míos que siempre velan por mí.

DEPARTAMENTO DE FILOLOGÍA Y LENGUA ESPAÑOLA

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Directora Pilar Úcar Ventura