La palabra y que todo “fluya”

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La palabra y que todo «fluya»

Por Pilar Úcar

Recuerdo mis clases de literatura en la universidad y recuerdo cómo un profesor de literatura del siglo de oro, repetía con especial insistencia que no llegaba a entender eso de “fluir, estilo fluido, poesía fluida…”

Y nos preguntaba, bisoños y temerosos de su dedo acusador, si estábamos hablando de un río, de su corriente o de qué.

Con el paso del tiempo, observo, leo y escucho cada vez con más profusión “que todo fluya” formando parte de nuestro quehacer diario, de nuestra actitud vital, de planes y actividades y no sé si nos encontramos ante “nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar” como rimaba el poeta de “tanto fluir”.

La RAE lo define así: ‘correr un fluido por un lugar o brotar de él’. ‘Brotar con facilidad y abundancia (las ideas) de la mente o (las palabras) de la boca’, y me malicio que nos hemos adjudicado la definición para buscar sinónimos: ‘correr, manar o brotar’ (a sabiendas de que la sinonimia absoluta no existe) de quita y pon, acomodándolos a las circunstancias de cada uno.

‘Fluir’ se suma a muchos de esos verbos baúl en el que cabe de todo y sirve tanto para un roto como para un descosido.

No tengo clara la exactitud ni la corrección de su empleo. Los verbos han de plasmar acciones concretas que no confundan al receptor para evitar vericuetos comunicativos inextricables.

Conviene medir la talla de las palabras, y este verbo ‘fluir’ parece que se nos escurre como su propio transitar y no llega a definir con límites precisos toda su enjundia.

La imagen del agua de un río brotando y discurriendo se acomoda como anillo al dedo para la expresión que nos ocupa, es decir, que los asuntos sigan su curso.

FILOLOGÍA Y LENGUA ESPAÑOLA

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Directora Pilar Úcar Ventura

La palabra… tan “japimente”. ¡¡Cuánto adverbio en -mente!!

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La palabra… tan “japimente”. ¡¡Cuánto adverbio en -mente!!

Por Pilar Úcar

A poco que pongamos el oído en los medios, salta el -mente por doquier: a todas horas, sea o no reportero, presentador, experto, analista, opinólogo, tertuliano… quien dé la crónica o transmita un diagnóstico, comente tema de actualidad, juzgue chismes, vaticine futuros; todos ellos y también los ideólogos y docentes, personal de a pie y yutuber de pro. El -mente se nos ha colado en nuestra vida y nadie sabe cómo ha sido o sí, pero algo resulta cierto: no hay forma de deshacerse de él; que no digo yo que haya que clausurarlo y dejarlo en barbecho (aunque igual, sí), pero constato que el inconveniente de su uso, es el abuso, como todo, parece que en la medianía, o sea, no en la grisura, sino en el punto medio está la virtud, nos recuerdan los clásicos.

Aburre tanto -mente que poco aporta al discurso oral y a la escritura profesional, literaria, afectiva o mediática casi nada. Se ha convertido en una apoyatura, en un latiguillo con pretensiones de cultureta e intelectualoide: enhebrar unos cuantos, aturde y distorsiona el hilo de la conversación, por ejemplo.

Y yo me pregunto: ¿desde cuándo los españoles estamos “extremadamente enfermos”?

Mis estudiantes me contestan que están traduciendo extremely, del inglés, y yo me parto la caja (expresión trasnochada, lo sé). Como mucho, al ir a la consulta del médico, decimos: “estoy muy mal o súper mal” y punto; perdón, ahora ya no se lleva el punto, se dice y se escribe “fin” aunque sigamos hablando; paradojas lingüísticas a las que hay que sumarse rápidamente (o sea, con rapidez) si no queremos perder el carro de la comunicación rabiosamente (¿con rabia?) actual.

Ojalá a partir de esta reflexión, los adverbios en -mente no campen a sus anchas.

FILOLOGÍA Y LENGUA ESPAÑOLA

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Directora Pilar Úcar Ventura

El hastío de los deberes

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El hastío de los deberes

Rosa Amor

A menudo interpretamos la negativa de nuestro hijo a hacer los deberes como que «no quiere trabajar en el colegio». La forma correcta de conectar con él -aunque esto no lo resuelva todo- es intentar comprender lo que hay en su interior: lo que piensa de sí mismo, sus habilidades, sus capacidades y también lo que puede tener como representación del trabajo que debe realizar. Los niños sensibles e inteligentes, en particular, tienen una idea muy clara de lo que se espera de ellos, del nivel que les gustaría alcanzar, y son muy conscientes de la relación que existe entre su nivel actual y el que les gustaría tener. A menudo es esta diferencia la que les desanima desde el principio. Sienten que se enfrentan a una montaña, pero que nunca llegarán a ella.

En ocasiones, si se desaniman, es porque el trabajo requerido se experimenta como poco interesante, repetitivo, o porque los temas tratados no tienen sentido, porque es procedimental. Este es uno de los grandes males de nuestra educación: los niños pequeños se aburren y no hay necesidad al menos hasta los 11 o 12 años de martirizarlos con deberes. En Francia, apenas llevan tareas a casa. En la escuela primaria están prohibidos los deberes escritos. Sólo se permiten los deberes orales. En otras palabras, los alumnos pueden tener que hacer alguna lectura, aprender un poema, aprender una lección, pero no se espera que hagan un trabajo escrito de matemáticas o de francés. Los deberes suelen hacerse con bastante rapidez, a menos que haya una dificultad importante. Bastante tiempo de su vida pasan en el colegio, ya se ha visto que al final aborrecen estudiar y renuncian a hacer estudios superiores. Por tanto, crear hábitos cultos como leer, pintar, jugar, amplia la creatividad parece que se configura la persona de una forma holística y completa.

A menudo, hay un poco de todo esto en el desánimo y la resistencia del niño a hacer los deberes. También las estrategias de evasión, pero no la mala voluntad en sí. ¿Por qué? Porque los deberes pueden asociarse muy rápidamente en la mente del niño con un momento desagradable. Ya ha vivido muchas situaciones difíciles relacionadas con los deberes (su cansancio, el enfado de sus padres, las crisis a veces…). Los ha amontonado, día tras día, año tras año. A ello se suma su jornada escolar, en la que ya ha soportado muchas frustraciones. Así, noche tras noche, sesión de deberes tras sesión de deberes, se reactiva la memoria del cuerpo y la memoria de las emociones. Y lo que trata de hacer, con la mayor naturalidad posible, es evitar que esto vuelva a suceder. ¡Porque es doloroso para él! Al igual que cuando te quemas los dedos en una placa eléctrica, ¡haces todo lo posible para no volver a tocarla!

En este caso, hay que encontrar otras formas de hacer las cosas: crear pausas en la sesión de trabajo, dar al niño la posibilidad de elegir («¿con qué quieres empezar, con lo más fácil o con lo más difícil para ti?»)… E imaginar formas de fomentar el aprendizaje. Algunos niños necesitan movimiento para concentrarse. En este caso, podemos dejar que se retuerzan en su silla o sugerirles que reciten sus lecciones en una cama elástica o mientras saltan.

Si los deberes les resultan dolorosos o les parecen completamente desinteresados, pueden encontrar formas más lúdicas de hacerlos. ¿Cómo se puede hacer esto? Proponiéndole hacerlo en un lugar poco habitual, retándole, explicándole una lección con juguetes o cocinando… ¿Por qué no invertir los papeles para que sea el niño quien enseñe y nosotros, los padres, los que ocupemos el lugar del alumno? El truco está en hacer los deberes más atractivos.

Debemos pensar que a medida que pasa el tiempo, los deberes se establecerán como una parte importante de la vida cotidiana de los alumnos, a veces demasiado, según algunos padres. Sin embargo, los deberes también son una oportunidad para ver en qué punto se encuentra tu hijo, si tiene dificultades en la escuela, pero también para interesarse por el currículo de su Educación. Lo ideal es hacer los deberes lo antes posible para que este trabajo personal no ocupe demasiado espacio en casa.

Lo primero que hay que hacer para terminar los deberes rápidamente es, por supuesto, la organización. Organizar los deberes significa que no te retrasarás en tu programa de trabajo escolar y que podrás hacer los deberes con la mayor eficacia posible. La organización implica la elaboración de un calendario de tareas. Además de una agenda escolar en la que se anotan los deberes, cada alumno puede hacer su propia agenda de deberes. Esto puede adoptar la forma de un calendario en el que el alumno puede marcar los deberes que debe hacer a lo largo del mes. De este modo, el alumno puede tener una visión a largo plazo de lo que debe hacer y de los deberes que debe trabajar. También es posible hacer un calendario priorizando las tareas: una hoja de tareas urgentes, y una hoja de tareas a realizar a largo plazo. De este modo, el alumno puede ver en qué tareas puede avanzar para no verse abrumado. Este es un error muy común entre los estudiantes. La agenda, al ser presentada día a día, no ofrece realmente una visión general de las próximas semanas. A veces, los alumnos olvidan que un examen debe realizarse dentro de tres semanas, o que un trabajo debe realizarse a finales de mes. Los alumnos suelen darse cuenta en el último momento, cuando pasan las páginas. Para optimizar la organización y hacer las cosas lo más rápidamente posible, también es necesario compartimentar las tareas. ¿Tienes un trabajo de matemáticas para dentro de 10 días? Adelanta la tarea un poco cada día. Esto hará que sea más fácil y rápido de hacer. Asegúrate también de repasar las lecciones con regularidad para que no te pille desprevenido antes de un examen.

Como se ha explicado anteriormente, un planificador de deberes puede marcar la diferencia a la hora de terminar los deberes más rápidamente. No es que vayas a ser capaz de responder mejor a las preguntas de filosofía, mates o inglés, sino simplemente que podrás gestionar mejor el progreso de los deberes y se evitará perder el tiempo innecesariamente. Pero el horario no es la única herramienta útil para hacer los deberes rápidamente. Un escritorio bien organizado es tan importante como la agenda. ¿Por qué? Porque buscar los libros de texto u otros materiales para los deberes en medio del desorden hace perder mucho tiempo. Así que asegúrate de tener un espacio ordenado y organizado antes de empezar a hacer los deberes. ¿Y por qué no usar un despertador? Ya sea en tu smartphone o en un despertador tradicional, los despertadores pueden ayudarte a estimularte para que hagas tus tareas. Así que elige una franja horaria para hacer los deberes y trata de cumplirla. Fija una alarma para la hora a la que esperas terminar los deberes, ello hará que la concentración sea mayor. Es como una carrera contrarreloj, estarás más concentrado y querrás terminar tus tareas antes de que suene la alarma, como si fuera un reto. También hay que tener cuidado con las posibles distracciones durante los deberes. Los teléfonos inteligentes, y especialmente las redes sociales en ellos, son un verdadero enemigo de la concentración de los estudiantes. Para evitar ser atraído por el smartphone, considere ponerlo en otra habitación. También hay aplicaciones que permiten bloquear el uso de las redes sociales durante un periodo predefinido. Esto puede ayudar a evitar la tentación. Sin embargo, debes saber que ningún milagro te ayudará si llegas muy tarde a los deberes del día siguiente. Si te quedas sin tiempo, tendrás que hacer una selección de las tareas más importantes.

En particular, cada alumno puede establecer un horario bien definido para la realización de los deberes. Al hacer los deberes a la misma hora todos los días, el alumno adquiere un ritmo al que se acostumbra y un automatismo de concentración. El alumno sabe que entre las 17:30 y las 18:30 es la hora de los deberes, pero que después puede relajarse. De lo contrario, el alumno corre el riesgo de posponer los deberes indefinidamente. Elegir el lugar adecuado para trabajar también es importante, tanto como tener un escritorio ordenado. Si te sientas en medio del salón con la televisión encendida, lo más probable es que no te mantengas concentrado durante mucho tiempo. Otra forma de ser eficiente es establecer un sistema de recompensas. Puedes imaginar lo que harás después de los deberes: un videojuego, salir a correr por el jardín, quedar con un amigo, etc. Pensar en una recompensa te ayuda a motivarte y a mantenerte concentrado. También es posible establecer este sistema de recompensas paso a paso, con cada tarea completada puede tomarse un descanso de unos minutos. De hecho, hacer descansos también es muy beneficioso para la concentración. Las pausas le permiten relajarse y dar un paso atrás en algunas tareas que parecían muy complicadas antes del descanso. La música también es un sistema eficaz para la concentración. Muchos estudios científicos han demostrado que escuchar música ayuda a mejorar la concentración. Pero no cualquier música. La música clásica es la más eficaz. Yo recomiendo por ejemplo Händel, música barroca en general, pero si de momento no es tu fuerte, siempre se puede recurrir a la música relajante disponible en Internet.

A partir del instituto, los estudiantes tienen que hacer frente a un mayor volumen de trabajo personal. Entre el repaso, los deberes y los ejercicios, la organización es esencial. Una media de una hora por día escolar sería más que suficiente. Sin embargo, a partir de 2º o 3º de la Eso, se requiere más de trabajo personal. Sin embargo, entre los deberes, es importante no olvidar dejar espacio para el repaso regular de las lecciones. De hecho, aunque los profesores no especifiquen que se repasen las lecciones por la noche, es aconsejable que cada alumno repase las lecciones con regularidad para no perderse en la escuela. La revisión de las lecciones puede llevar unos 20 minutos, el tiempo necesario para releer el curso y entenderlo bien. Los estudiantes de secundaria a veces favorecen ciertas tareas que cuentan más para la media con el sistema de coeficientes. Pero en general, todos los temas son importantes. Los estudiantes deben dedicar más tiempo a las asignaturas que requieren más concentración y esfuerzo, aquellas en las que son más débiles.

CAPÍTULO DE EDUCACIÓN 

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Directora: Rosa Amor del Olmo

Expresionario semanasantero…

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Expresionario semanasantero

Por Pilar Úcar

Desde el trono, hasta el potaje, el titilar de los cirios, la saeta, los faroles, las lágrimas contenidas y la pasión, sufrimiento y dolor, penitencia y capirotes, playa y bronceador, pasos y paseantes, “¡¡guapa, guapa!!, con permiso del Altísimo, Judas y el cirineo, el santo sepulcro, pestiños, cofrades y camareras, aplausos a la madrugá, ramos y palmas, la borriqueta, atronadora la percusión, trompetas y las siete palabras, chiringuito y torrijas, recogimiento y perdón, indultos y pies descalzos encadenados, revivir pasajes del hagiógrafo, manzanilla para templar ánimo, turismo rural y refugio en la nieve, fotos y escaparate: en la calle, en la carretera y en el extranjero. Trasiego pascuero al son de los esforzados que elevan grupos escultóricos en clara competición de tonelaje: “el mío más” y el hombro dislocado, sacrificio, pena y premio; aflojar el bolsillo, dar suelta sin riendas ni mordazas, sentimientos y emociones a flor de piel, en la arena y en las esquinas, la tumba vacía, procesionar y el hábito de mozorro en mi tierra, llueve o no, el sol testigo del clima benigno, ir y venir, saludar y contar y cantar, la Virgen, mantillas y peinetas.

De negro o de color, tacones y chanclas, la mona y cometas familiares a la orilla del mar; fiestas y festejos, tradiciones y costumbres, felicitaciones y sonrisas, descanso y juerga… mañana, dios dirá, “que me quiten lo bailao, ya era hora, nos hacía falta” … Resurrección, tiempo de espera superado por la batalla de don Carnal y doña Cuaresma. Las tinieblas dan paso a la luz.

Alegría de estar y compartir, que se vea, “nos lo merecemos”; cuestión de almanaque hasta la próxima Semana Santa, ese tiempo de Pasión: “ocaso y muerte” que cede a la Gloria excelsa.

Hace poco he oído: “se acabó lo bueno”. ¡A trabajar!

DEPARTAMENTO DE FILOLOGÍA Y LENGUA ESPAÑOLA

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Directora Pilar Úcar Ventura

La necesidad de límites

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La necesidad de límites

 Por Rosa Amor

Para toda una generación de adolescentes y jóvenes, esta frase simbolizaba, en las paredes de 1968, la rebelión contra todas las prohibiciones absurdas y represivas que imponían, en aquel momento, una mayoría de padres, profesores, educadores, etc., seguros de su buen derecho. El tiempo ha pasado. Si tuviéramos que promover una revolución hoy en día, sería la revolución de los límites, porque los niños y adolescentes ya no se asfixian en la camisa de fuerza de una educación demasiado rígida, sino que se tambalean -para muchos de ellos- ante el vacío. La de una vida sin puntos de referencia ni brújula, la de un mundo que ya no está marcado por nada, por falta de adultos capaces de explicar claramente las leyes y garantizar, mediante una presencia educativa firme y tranquilizadora, que se respeten. Desde el punto de vista de sus consecuencias, este vacío educativo no tiene nada que envidiar a la antigua camisa de fuerza. A su manera es igual de destructivo.

Los psicoanalistas que reciben niños pueden comprobarlo por sí mismos, los psicólogos y educadores lo vemos a diario. Una nueva generación de pequeños pacientes puebla ahora sus consultas. Está formado por niños pequeños (en edad de ir al jardín de infancia o a la escuela primaria). Todos ellos presentan síntomas incapacitantes y curiosamente idénticos: dificultades de aprendizaje o socialización, problemas de comportamiento, «retrasos». Y todos ellos tienen en común que no tienen antecedentes familiares lo suficientemente graves como para justificar sus trastornos.

¿Qué es lo que sufren estos niños entonces? El trabajo realizado con ellos y sus padres lo revela rápidamente: una ausencia de «límites». Esto se manifiesta de tres maneras. No están lo suficientemente «capacitados ni apoyados» para ser independientes o autosuficientes. A los 5 o 6 años, no son capaces de gestionar la vida cotidiana por sí mismos (aunque serían perfectamente capaces de hacerlo). Seguimos lavándolos, vistiéndolos, etc. Su «lugar» nunca se les ha aclarado. Por ejemplo, participan en la vida matrimonial de sus padres. Las reglas en la vida cotidiana son todas elásticas y poco claras.

El trabajo con estos niños es a menudo muy positivo y visible. En efecto, cuando sus padres comprenden rápidamente la necesidad de «enderezar la vara», generalmente bastan unas pocas sesiones para que estos pequeños pacientes recuperen sus plenas capacidades, su recorrido y, lo que no es nada desdeñable, su alegría de vivir. Estos ejemplos demuestran claramente que, al contrario de lo que creen los padres que tienen miedo de establecerlos, los límites no son una cuestión de formación y represión. Por el contrario, son un factor de desarrollo del niño.

En primer lugar, porque estos límites les permiten construirse a sí mismos. Un niño nunca crece de forma «natural». Para ello, necesitan a sus padres (o a los adultos que ocupan una posición parental). ¿Por qué lo hacen? Porque «avanzar» implica que el niño debe, en cada etapa, poner sus cartas sobre la mesa, aceptar abandonar el nivel cómodo, agradable y tranquilizador que ha alcanzado, y arriesgarse a subir las escaleras para llegar al piso superior. Esto requiere un esfuerzo comparable al de un deportista que intenta superar su récord actual.

Al mismo tiempo, implica la capacidad de enfrentarse a la incompetencia momentánea, con todo lo que ello envuelve. Abandonar la tranquilizadora seguridad de las «cuatro patas» por la inestabilidad de la bipedestación es una aventura en la que uno puede dudar en embarcarse. Por tanto, es necesaria una «ayuda» de los padres. Es importante que le expliquen, le tranquilicen y le animen, pero también, cuando consideren que su hijo está preparado, que le obliguen a seguir adelante: «No es mañana. Es ahora mismo. ¡Adelante! Tú puedes hacerlo.

Su papel es tanto más decisivo cuanto que, para un niño, «el que no dice nada, consiente». Por eso, cuando sus padres le dejan procrastinar, dudar, estancarse, suele interpretar su silencio como una prueba de que no le creen capaz de ser «mejor» y esto influye en la construcción de su narcisismo, en el sentimiento que tiene de su valor. Este narcisismo no viene del cielo. Es afrontando las dificultades y demostrándose a sí mismo que puede superarlas como el niño adquiere confianza en sí mismo. Si nunca tienes éxito en nada, ¿cómo puedes estar orgulloso de ti mismo?

Los límites son también indispensables para que se sienta seguro: no puede sentirse protegido por adultos que no son capaces de imponerle la más mínima norma. Pero también son esenciales para que comprendan las leyes sociales y sean buenos ciudadanos de adultos.

Hoy en día, preocupa el aumento de la delincuencia y se intenta (mediante diversos experimentos) frenarla actuando sobre los adolescentes que la protagonizan. Desgraciadamente, generalmente es demasiado tarde para atajar el problema a esa edad, porque los delincuentes no se «hacen» a los 12 años, sino a los 2, 3, 4 o 5 años.

No sólo a través de «buenas palabras», sino a través de acciones, a través de reglas establecidas en la vida cotidiana sobre todas las cosas de la vida, por pequeñas que sean. De tal manera que le permitan comprender con su cabeza, pero también con su cuerpo (su sensibilidad, etc.), el respeto del mundo y de los demás. Pero la integración por parte del niño de las normas interhumanas presupone también dos cosas: que los adultos le muestren que ellos mismos están sujetos a ellas y las respetan. De lo contrario, el niño, convencido de que los adultos utilizan su fuerza para «hacer la ley» a su antojo, tratará de hacer lo mismo cuando crezca… Y de que esos mismos adultos no se contentan con «decir» las normas, sino que se dan los medios para hacerlas cumplir. Porque una norma que no se cumple no es una norma sino un deseo piadoso. Y las consecuencias de esta distorsión del sentido son siempre graves.

Nuestra sociedad parece haber perdido este sentido común básico. Y esto es lamentable porque, junto a la violencia física o psicológica -que es perfectamente condenable- existe otra forma de violencia más sutil, pero igualmente destructiva: la del «dejar hacer”, que abandona al niño, sin puntos de referencia, a sus impulsos. Poner límites a sus hijos y hacer que los respeten no es sólo un derecho de los padres. Es un deber -vital para el niño- de la educación.

La moda de los «consejos psicológicos» y la importancia -justificada- que se le da a la conversación hace que cada vez más padres confundan «educación» con «conversación». Así, en las consultas o en lo que nos rodea, vemos a muchos padres y madres «prevenidos», atados por este discurso y reducidos, ante su hijo, a una impotencia destructiva para todos: «Le hemos dicho mil veces que no tire el plato al suelo cuando ya no lo quiere, pero lo hace igual». ¿Qué podemos hacer?

Es como si, en el horizonte de cualquier idea de «sanción» o «castigo», asomara ahora el espectro del abuso. Esta distorsión del significado tiene graves consecuencias. Explicar el motivo de una prohibición y su importancia es, en efecto, fundamental. Pero, ¿cómo pueden los niños creer en esta importancia si pueden romper repetidamente la regla sin que pase nada? Marcar la gravedad de la transgresión con un castigo es, para los padres, poner sus palabras en consonancia con sus actos. Por lo tanto, no está siendo abusivo, sino sólo coherente.

DEPARTAMENTO DE EDUCACIÓN 

Directora: Rosa Amor del Olmo

Payaso y payasa

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Payaso y payasa

Por Pilar Úcar

Conocemos el uso de la palabra ‘payaso’ con carácter despectivo cuando la intención comunicativa consiste en insultar a un tipo cuyo comportamiento en la vida real -sentimental y afectiva, profesional y laboral, personal y social- imita el de un empleado de circo, responsable de hacer reír a la gente, gastar bromas, dar saltos y piruetas y a veces, hasta conseguir trucos divertidos; hemos de recordar que el término ‘payaso’ también se refiere a la habilidad de actor satírico que se burla de aspectos conocidos por su público.

Emplear ¡¡payaso!! -en género masculino- como ofensa arrojadiza contra un varón, supone que ha de resultar intercambiable y obtener el mismo valor también empleado en femenino: ¡¡payasa!!

Ocurre que las mujeres se han incorporado a la profesión circense y las hay que en su tarjeta de presentación, exhiben su trabajo con la denominación de ‘payasa’.

Conozco a alguna payasa, a alguna que se dedica a este oficio líneas antes descrito.

Y como lingüista, me planteo si en femenino se deriva la connotación negativa a la que se ha hecho alusión al principio. Creo que necesitamos más tiempo para que cuaje y se consolide este noble y digno trabajo desempeñado por féminas para que se equipare en ofensa hiriente -valga el énfasis- a la tan manida en masculino de sus colegas los hombres.

Sin entrar en más variedades de payasos: el listo y el tonto, el clown y el augusto, el elegante y el andrajoso, el serio y el absurdo (o tramp), la ‘payasa’, con el devenir, se verá sin duda sometida a los vaivenes de su homólogo.

“Ser una payasa” en femenino, hoy por hoy, admite ciertos tintes afectivos y entrañables, incluso, cuando se aplica a las niñas pequeñas: en cuanto crezcan, prepárense para el mismo matiz injurioso. Al tiempo.

DEPARTAMENTO DE FILOLOGÍA Y LENGUA ESPAÑOLA

Directora Pilar Úcar Ventura