Sobre la demagogia

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En las sociedades democráticas donde es tan importante conquistar a la opinión pública la demagogia constituye un factor que aparece con frecuencia, con mucha frecuencia en los últimos tiempos. En este artículo intentaremos acercarnos a este concepto que, como todos, adquiere distintos significados en la Historia.

En Atenas, la demagogia se consideraba como la forma de conducir o guiar al pueblo. El demagogo era el político que conseguía que se votaran favorablemente sus propuestas en las asambleas, ya que tenía esa capacidad, considerada como una virtud. Este sería el aspecto positivo del concepto, pero ya en la misma Grecia adquirió una consideración negativa, como aparece formulada en la clasificación aristotélica de las formas de gobierno. La demagogia sería aquella forma de gobierno en la que el ejercicio del poder se realizaría por la mayoría dirigente en beneficio propio, pero sin preocupación alguna por el interés general. Aristóteles consideraba que no había demagogia en las democracias donde imperaba la ley, pero si el pueblo se hacía con el poder afloraban los demagogos dedicados a adularlo.

En nuestro sistema político la demagogia está asociada a la capacidad de engañar a la opinión pública con técnicas persuasivas de dudosa legitimidad. Viene muy asociada al populismo, es decir, a aquella práctica política que pretende, aparentemente, atender a los intereses del pueblo. Los líderes populistas intentarían ganarse a un sector amplio de los votantes o de la población por medio de oratorias hiperbólicas, algo muy evidente en gran parte del siglo XX y de lo que llevamos del XXI, y con argumentaciones simples que no ahondarían en la complejidad de un asunto o de un problema que afectaría a la colectividad o parte de la misma. En el discurso demagógico suele apelarse a las emociones, bajas pasiones y prejuicios sociales. En nuestro país, atendiendo al siglo que hemos dejado atrás, podemos recordar los discursos anticlericales del primer Lerroux como “emperador del Paralelo”, entre varios ejemplos que podríamos citar.

Creemos que en la actualidad prima más la cuestión de los argumentos populistas que el encendido verbo en sí, quizás porque hay cierta prevención debida a la experiencia histórica del pasado siglo, lleno de líderes políticos de exaltada oratoria. Ahora existen hábiles políticos y comunicadores que plantean las cuestiones de forma parcial e interesada y que conectan claramente con amplios sectores sociales. No dan cabida a sosegados debates donde se puedan analizar las distintas facetas de los asuntos y problemas porque se desmontarían sus “medias verdades” y los atajos argumentativos. La cuestión de la demagogia puede conectarse, también, con el grado de cultura política de un país, con la diversidad y calidad de sus medios de comunicación, así como con la relación de éstos con los poderes políticos y económicos.

La demagogia ha interesado a muchos teóricos por las consecuencias que puede generar su extensión, como es el deterioro del sistema político democrático y que puede conducir a amplias capas sociales hacia la tentación violenta o autoritaria. En este sentido, el interés de los historiadores del mundo contemporáneo es, lógicamente, evidente.

Eduardo Montagut

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