En este breve trabajo estudiaremos los mítines, uno de esos medios tradicionales más empleados por los partidos políticos en el fragor político, y que, a pesar de cuestionarse, se resiste a desaparecer.
La palabra “mitin” es un término que procede del inglés, meeting, que significa encuentro. Los mítines son reuniones públicas en torno a una causa política común. Son espectáculos estáticos en los que un orador o varios dan discursos y reciben el apoyo entusiasta de un auditorio compuesto de personas predispuestas hacia dichos oradores y sus mensajes políticos. Tienen, pues, una doble dimensión: transmitir ideas, mensajes o discursos, pero también sirven para reforzar los liderazgos y las lealtades. Una tercera función tendría que ver con el contrincante político o con la opinión pública general: mostrar la fuerza de una formación política y/o de sus líderes.
Los mítines surgieron en el seno del movimiento obrero y con el nacimiento de los partidos de masas, al entrar en decadencia los partidos tradicionales del sistema liberal, más bien clubs políticos con poca o nula presencia en las calles. Los partidos de izquierdas comenzaron a emplear los mítines, aunque luego los partidos fascistas y de derechas terminarían por emplearlos con asiduidad. Los partidos de izquierdas comprendieron que el mitin era un instrumento muy eficaz para difundir ideas entre un público con escasa formación, como era el compuesto por los obreros. Los partidos fascistas transformaron los mítines en grandes exaltaciones de sus líderes con una parafernalia muy bien estudiada, como pusieron en práctica los fascistas italianos y el nazismo alemán.
Los mítines terminaron por ser un instrumento de socialización política en las democracias, y uno de los medios más empleados en las campañas electorales. En nuestra Transición fueron uno de los elementos más llamativos de la recobrada democracia, destacando los primeros que se autorizaron, y los protagonizados por Felipe González en la campaña electoral de 1982. Pero, en la actualidad, la mayor formación general de la población, así como los nuevos medios de comunicación y transmisión de ideas han hecho perder su primigenia función formativa y de socialización política. La crisis actual de los partidos, de nuestro sistema político y el auge del movimiento asambleario también tienen algo que ver con la pérdida de importancia de los mítines. Hoy se usan en las campañas electorales como un instrumento para demostrar el gran número de seguidores, de unión entre los militantes y los líderes, esperando, además, los minutos en los que las cadenas de televisión retransmiten una parte breve del acto.
Eduardo Montagut. Doctor en Historia.