La Iglesia española sigue defendiendo el teoconservadurismo, a pesar de los aires frescos que, en cierta medida, pudieran proceder del Vaticano. El teoconservadurismo puede ser definido como un movimiento religioso que hace una nueva formulación de la tradicional teocracia de la Iglesia Católica. La teocracia es una concepción que supedita el poder temporal al espiritual, pero, lógicamente, esta teoría tiene que ser defendida en las democracias de forma distinta a cómo se formulaba y desarrollaba en el Antiguo Régimen con sociedades estamentales tradicionales muy controladas y con monarquías absolutas de derecho divino, no valiendo, tampoco el discurso nacional-católico, en el caso español, porque está salpicado con la mancha indeleble del franquismo, aunque eso no impida que algún eclesiástico añore aquella etapa histórica.
El teoconservadurismo se desarrolla en relación con el neoconservadurismo y el neoliberalismo que, en los ochenta, comienzan a hacer furor en las tendencias y formaciones políticas de la derecha. Juan Pablo II resucitó la vieja máxima de la Iglesia que establecía que fuera de la misma no habría salvación y encuentra una respuesta favorable a sus tesis en los máximos mandatarios occidentales, en Ronald Reagan y Margaret Thatcher, que sin ser católicos comprenden que la Iglesia Católica es un poderoso aliado ideológico no sólo en su lucha contra el comunismo sino, también en su cruzada por el rearme moral conservador paralelo al triunfo del neoliberalismo económico, ya que el Papa prima el discurso moral sobre el de la justicia social, más propio de la democracia cristiana tradicional. El teoconservadurismo encuentra en Benedicto XVI un teórico mucho más fino y sofisticado, aunque ya había ejercido su influencia en el pontificado anterior. En la encíclica Spe Salvi (2007) la democracia es considerada como una verdadera falacia porque se basaría en la soberanía popular que no estaría supeditada a la voluntad divina que administra la Iglesia Católica.
En realidad, se está diciendo, con otras palabras, que la soberanía debe regresar a su verdadero origen divino, es decir al lugar donde estuvo hasta que se produjo la Revolución francesa. De ese modo, la Iglesia decide intervenir y presionar, con los medios de la sociedad moderna, en las materias en las que considera que tiene potestad absoluta, abandonando el espíritu tolerante del Concilio Vaticano II, como son las cuestiones referidas a la reproducción artificial, la investigación médica con células-madre, los derechos de gays, lesbianas y transexuales, las terapias contra el dolor, la eutanasia, el aborto, el matrimonio, el divorcio y la educación, cuestionando la potestad del poder legislativo para legislar en un sentido que no sea el estrictamente marcado por la moral católica en su versión integrista. Eso supone, por un lado, un ataque a la legitimidad de las instituciones de un Estado democrático y, por otro, el intento de imponer una determinada moral a toda la sociedad.
En el caso español, esta tendencia del teoconservadurismo encuentra en el Partido Popular un gran aliado, primero en Aznar y Mayor Oreja, pero, y luego en algunos de los ministros del primer gobierno de Rajoy, de mucho mayor perfil ideológico, como lo demostrarían los ministros Fernández Díaz, Gallardón y Mato.
Eduardo Montagut. Doctor en Historia.