PACTOS DE SILENCIO

Recuerdo a las víctimas

Durante la transición vivida en España, de una dictadura a un modelo democrático, jamás pudo ser cuestionada la presencia en el modelo de estado que se planteaba, de la “huella” y legado del “amo-patriarca-dictador” con respecto a la figura de un “hijo-heredero” designado por él y que permanecerá como figura intocable, algo que en mi opinión debe ser revisado en el momento actual, porque rompe el orden simbólico para el desarrollo de un auténtico estado democrático y moderno, de progreso, no sujeto a un pasado que no ha podido ser adecuadamente elaborado, y que producen situaciones de alienación del sujeto en discursos que fuerzan a ocultar aquello que no puede ser nombrado y donde el gobernante cede al poder judicial una carga que a nivel inconsciente siempre quedará como una marca de dominio y poder, a modo del padre terrible del que nos habla el psicoanálisis y que amenaza, pero sin opción al diálogo y la razón, padre que será excluido por el horror que provoca y que empujaría a nuestra sociedad a un modelo de psicosis social.

En ese contexto, la recuperación de la memoria histórica, en nuestro país, ha supuesto un duro camino jalonado por múltiples críticas de los sectores más conservadores de la sociedad, pero también de silencios de algunos militantes de izquierdas a los que la culpa o el miedo les hizo callar. No creo que el sentido y el hondo alcance de esta memoria histórica haya calado en el pensar de nuestra población, incluso la más progresista, de un modo comprometido y solidario.

Se estima que todavía hoy existen en España más de 800 fosas comunes de muertos de la guerra pertenecientes en su mayor número al bando republicano, además de los que se encuentran en montes y cunetas y que no han podido ser recuperados por sus familiares. Al final de la guerra civil, Franco hizo causa común con sus aliados y recuperó los cuerpos de los mismos facilitando un entierro digno, olvidando a los no afines. Es necesario poder, como nos indica Marie-Ange Lebas en su libro”La vida, una enfermedad mortal” poner palabras sobre el pasado, a fin de vivir el presente sin que este pasado ocultado nos sumerja. Es necesario abrir las fosas que Franco dejó pendientes y que han estado cerradas en el silencio y en la vergüenza.

Surgió de este modo la “Asociación por la recuperación de la Memoria Histórica” que ha estado dedicada no solamente a la apertura de fosas sino  también como uno de sus objetivos más importantes, a la tarea de rescatar del olvido a unas víctimas que fueron ignoradas para que de ese modo puedan regresar públicamente y encontrar un lugar en nuestra memoria colectiva. Cada historia individual se cruza con la historia con mayúsculas. Son muchos los desaparecidos de la guerra civil. Afecta a miles de españoles “silenciados” y silenciosos en su dolor, y a los que se ha avergonzado y culpabilizado.

La ética del psicoanálisis, como todos sabemos, es una ética del no olvido, de mantener la memoria. Por eso es mi artículo también una muestra de apoyo y solidaridad con tantos “silenciados” y obligados a vivir en un “sin memoria”. A esos nietos que no pudieron entrar en la vida de sus abuelos, siendo sus abuelos los padres y las madres de nuestra democracia. Víctimas olvidadas sobre las que gravita el peso del silencio.

Pero el abrir las fosas supone también que no sólo aparezcan los cuerpos, sino también el horror y la historia singular de cada víctima y su recuperación de un lugar en la historia familiar, donde hasta entonces y en muchos casos sólo había un tabú y el sentimiento de culpa de los que perdieron la guerra. Primaba el miedo a las represalias, miedo que se transmitió de generación en generación. El General Mola decía: “Hay que sembrar el terror, dejar sensación de dominio eliminando sin escrúpulos ni vacilación a todos los que no piensan como nosotros”. Y este terror sigue inscrito en  el inconsciente de muchos.

Es necesario recordar, porque lo que no se recuerda se repite y retorna en la historia atravesando las generaciones. La transición en España se construyó sobre el olvido, tal vez no hubo en ese momento otro remedio. Pero ya ha pasado tiempo y es necesario que las nuevas generaciones no vivan en el pacto de silencio. Lo que escapa a la memoria puede reaparecer como acto violento ligado a la pulsión de muerte. En nuestro país, no debemos engañarnos, hemos vivido una memoria censurada y me temo que la seguimos viviendo.

El silencio y el olvido de los hechos de la guerra civil y la dictadura posterior posibilitan reactualizaciones  en los sucesos políticos o sociales que generan divisiones, odio, silencio o terror. El fantasma de la guerra civil sigue presente, aunque a algunos esto les pueda parecer extraño. Y paradójicamente pueden surgir en el presente tensiones y enfrentamientos por el intento de sepultamiento de todos esos recuerdos.

De hecho, para Freud, lo siniestro era esa parte extraña que se aloja en nuestro interior y que no conocemos y que aún siendo familiar se reprimió y olvidó. Amenaza con volver para destruir el difícil e inestable equilibrio psíquico.

En nuestra transición política, la izquierda tuvo en parte que “echar al olvido” muchos aspectos pendientes y dolorosos que aún no han podido ser revisados adecuadamente, según mi opinión. Esto no significa que se olvidó, por supuesto, en el sentido pleno. Era más bien un mirar a otro lado. Aquella izquierda, es también cierto, facilitó el advenimiento de la democracia en un país donde el franquismo se había enquistado.

En una entrevista realizada en 2006 al psicoanalista Jorge Alemán, se le preguntó sobre la actitud frente a la memoria de los hechos en la historia reciente de Argentina. Él respondió que en un país, como Argentina, donde el psicoanálisis ha cuajado en la sociedad, se ha llevado bastante lejos el debate sobre la memoria y sus políticas. Tal vez nosotros estemos lejos de que una profundización con relación a “nuestra” memoria histórica impregne a la sociedad en general. Pero sí se han dado muy importantes avances. Lo deseable sería que esos avances permeabilicen en la población para conseguir, una comunidad reflexiva y solidaria, de progreso, con ciudadanos de presencia, que englobe el concepto de personas y la dimensión social de sus interrelaciones.

Madrid, febrero de 2018

Alfonso A. Gómez Prieto

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