ELOGIO DE LO FEMENINO

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Quiero comenzar con dos citas. Una de Vittorio Gassman en el diario “Clarín”:

Mi experiencia, amores a parte, me lleva a concluir que la mujer es muy superior a nosotros: superior físicamente, más sensible, con más capacidad de afecto y amor. Según me parece, las mujeres deberían gobernar, y el mundo andaría mejor. Las que ya gobernaron, sin embargo, eran más hombres en faldas que mujeres, piénsese en Tatcher o Golda Meir. Pero yo hablo de mujeres que gobiernen desde su condición de mujeres”.

 Y otra cita de George Duby: “Sí, nosotros hombres, debemos volvernos mujeres, cultivar en nosotros lo que hay de femenino para amar plenamente como es preciso”.

 El enigma femenino, el no saber qué quieren las mujeres, cómo gozan, le hace decir a Freud que lo femenino es lo el “continente negro” y apela a las psicoanalistas mujeres para que respondan de ello. Rastreando en la bibliografía y ante esta demanda de saber, encontramos algunas respuestas:

Helen Deutch, psicoanalista y mujer, a la que se reconocía como discípula y analizante predilecta de Freud, respondió a la demanda de su maestro ocupándose de la psicología femenina e incluyendo la sexualidad.

Esta mujer se declara feminista y opina que la insatisfacción femenina se debe a que la mujer al tener más de un órgano sexual (clítoris y vagina) queda indecisa no sabiendo cuál utilizar. Lo llamativo es que la respuesta viene dada en el mismo sentido que la propuesta por el hombre, como si la feminidad dependiera del órgano sexual.

n Marie Bonaparte, es contemporánea de Helen Deutch y también próxima a Freud y escribe “Consideraciones sobre las causas de la frigidez en la mujer”. Es un libro que firma con un pseudónimo, A. E. Narjani, en el que habla de los méritos de una operación quirúrgica en boga en aquella época que consistía en el acercamiento del clítoris a la vagina como un método para evitar la frigidez, que como se insinúa, ella misma padecía.

¿No les parece que está diciendo con esto, que en lo que se refiere al sexo femenino, hay algo que arreglar, algo insuficiente anatómicamente?

Lou Andreas Salomé, es una psicoanalista alemana a la que se consideró en su tiempo como una figura emblemática de la feminidad y concebía dos clases de amor: el sexual, del cual se dice que es sólo pasión física y se acaba cuando el deseo se desvanece, y el amor intelectual fundado en una absoluta fidelidad como único capaz de resistir el paso del tiempo. Este último probablemente se lo profesara al mismo Freud. Su propuesta no parece estar lejos de la relación con la mujer que tienen muchos hombres, los cuales separan la mujer a la que aman de la mujer con la que gozan, la una objeto de amor y otra objeto de deseo.

Karenn Horney, psiquiatra y psicoanalista americana conoce a Karl Abraham en Berlín con quien más tarde se analiza. En un momento de su análisis, este le interpreta que las mujeres quieren inconscientemente ser hombres, porque en su infancia han sentido envidia del pene. También le dice que, toda mujer, también ha deseado tener un hijo con su padre. Ella se enfada y abandona el análisis. Se aparta del psicoanálisis Freudiano y considera un insulto las propuestas de Freud sobre la sexualidad femenina.

Estas mujeres psicoanalistas contemporáneas de Freud, algunas de ellas discípulas y a las que debemos reconocer su labor, en un punto parecen haber desviado el camino, ya que es en la anatomía donde buscan la respuesta o para decirlo mejor, el hombre es el referente y es comparándose con él cómo responden. Es verdad que tanto social como estructuralmente que lo fálico prevalece, pero lo fálico no es el continente negro por el que fueron interrogadas.

Por eso nos preguntamos ¿no responden todas ellas renunciando a su saber?, ¿No se quedan atrapadas en la comparación de los atributos masculinos y femeninos?, ¿No responden al hombre sin escucharse, incluso, por qué no, para decir que de eso no saben o que por lo menos, no hay palabras para nombrarlo?

Estas mujeres influidas por la época, por sus propios prejuicios inclusive siendo liberales y feministas, nos hablan de algún modo del inconsciente que está en juego en ellas mismas, es decir, de cómo se posiciona cada una de ellas frente a la feminidad y al goce de la mujer.

¿Por qué esa rivalidad? ¿Por qué otorgarle al órgano masculino todo ese poder? ¿No es eso lo que se filtra en algunos discursos de las mujeres? Que en lugar de hablar desde la diferencia, hablan desde la comparación.

La cuestión femenina, es por tanto, espinosa para el psicoanálisis e interroga los límites mismos del saber analítico. El debate sobre la discordancia de los sexos está presente en la escena actual, especialmente durante los últimos 50 años. Bajo el empuje de los movimientos feministas se han desarrollado múltiples estudios en torno a la sexualidad, sus interpretaciones y modalidades. La relación entre el psicoanálisis y el campo de dichos estudios y del feminismo en particular es diverso y complejo con muchos mal entendidos, existiendo, en mi opinión un malentendido central, respecto al concepto psicoanalítico de falo interpretado por los otros discursos como significante del poder. Curiosamente, para el psicoanálisis, la diferencias de los sexos, no es un dato de entrada. Tanto para Freud, como para Lacan y esto es lo importante, no hay dos representaciones en el inconsciente de la diferencia de los sexos. No hay un representante de lo masculino y un representante de lo femenino.

Hay un solo significante que va a distinguir el reparto entre masculino y femenino. Este operador estructural a nivel inconsciente de la diferencia de los sexos es el falo, concepto que produce muchos enfrentamientos y más particularmente cuando se establece un debate con los movimientos feministas. Es un concepto que requiere una transmisión muy fina, porque es un término que ha pasado al uso público. En lo público, insisto, se le ve como significante de poder, nosotros los psicoanalistas lo entendemos como un operador estructural de la castración en el sentido que Lacan le dio: No como complejo de castración en el imaginario en el sentido de la amenaza “te lo vamos a cortar” sino como un efecto de vaciamiento de goce para el ser humano insertado en el aparato del lenguaje. Entonces el falo no tiene que ver con la dominación masculina en nuestra manera de entenderlo ya que lo vemos como un operador dentro del inconsciente, así fueron las construcciones hechas por Freud y Lacan. Para Freud opera no desde el comienzo de la historia infantil sino a partir de un momento en que se inscribe la castración materna a partir de la cual el niño o niña construirán su interpretación sobre la diferencia anatómica de los sexos.

En mi opinión la propuesta innovadora de Lacan es pensar lo femenino y masculino no como dos universales opuestos, sino pensarlos en otro tipo de lógica, a partir de las fórmulas de la sexuación, distinto a las identificaciones sexuales.

Los debates sobre la diferencia sexual han ocupado los primeros planos en los movimientos feministas. Los psicoanalistas debemos situarnos en el debate de una manera clara diferenciando tres conceptos dentro de nuestra práctica clínica: El sexo, el género, y la sexuación. El sexo tiene que ver con la diferencia puramente anatómica: Macho o hembra.

Con el género, nos referimos a una construcción social de lo que es masculino y femenino, los ideales, modelos sociales, normas, etc.. sobre lo que debe ser un hombre y una mujer. Sobre la masculinidad y feminidad no simplemente como datos anatómicos.

En la sexuación, Lacan, se refiere a la especificidad de la relación del sujeto con su goce y es el producto de una elección perteneciente al inconsciente.

El debate está servido con las corrientes feministas. Es un punto dificultoso, sin duda, porque insiste en señalar algo así como “estas afirmaciones que provienen del campo del psicoanálisis ¿no son una simple reconducción de un prejuicio que proviene del discurso dominante, en definitiva de la dominación masculina sobre la sexualidad? ¿Por qué tal predominio del atributo masculino en la organización inconsciente de la diferencia de los sexos?”.

La contestación desde el psicoanálisis, en ciertas ocasiones invoca a las propiedades del órgano desde el defecto más que por su potencia. Tampoco vale la diferencia entre separar la función y el órgano.

Tampoco vale que es un proceso del inconsciente que es un operador estructural precisamente en la medida que simboliza una ausencia o falla (pensemos en la detumescencia).

En mi opinión, este debate es prácticamente un imposible. Sería como aplicar los principios de la ley de gravitación universal de Newton para explicar los fenómenos de la física cuántica.

Por tanto, mi posición, no es la de convencerles ni persuadirles. Sólo decirles que es algo que pertenece a la experiencia analítica, que es muy difícil de argumentar fuera de esa experiencia. Que les invito al viaje analítico personal pero que en cualquier caso, yo como psicoanalista me veo en la posición desde mi ética a formularles.

Es verdad que los movimientos feministas nos obligan a afinar nuestros conceptos y teorizaciones lo cual es de agradecer. He llegado a escuchar la pregunta de por qué no habría alguna parte del cuerpo femenino que pudiera también ser llevado a simbolizar una representación sexual de la mujer en el inconsciente. Algunos psicoanalistas han ido por el camino de intentar hacer de lo hueco, del agujero, del vacío un representante de lo femenino en el inconsciente. (María Torok). Pero en cualquier caso, serían propuestas que remitirían de nuevo a una construcción binaria y complementaria de la diferencia de los sexos y una concepción naturalista del tipo agujero-hilo, tapón-agujero, una lógica que correspondería al funcionamiento del sujeto con el objeto en la construcción del fantasma donde el objeto a pulsional se bastase como recuperación del goce. Como aquello que taponaría la falta del sujeto.

Lacan llegó a afirmar lo siguiente: “La mujer no existe”, lo cual generó gran desconcierto y revuelo, generando comentarios de toda índole entre las mujeres, provocación, prejuicios, ramalazo de machismo. Decir que la mujer no existe es ir muy lejos y merece ser tratado con mucha cautela  a fin de entender a donde nos lleva esta proposición ya que precisamente la lucha de la mujer por existir ha sido y sigue siendo demasiado compleja como para que venga alguien y de un plumazo borre aunque sea en apariencia lo que ella ha construido. Claro, pero esta afirmación, no hay que tomarla ni desde el escenario consciente ni desde el escenario social, sino desde que en el inconsciente no hay un significante de la mujer, quedando el único significante, el significante fálico y que explicará las fantasías de ese sujeto tanto hombre como mujer en torno a ese significante como metáfora de totalidad. Podríamos desvelar el malentendido y completar el párrafo “la mujer” como totalidad,  como ideal, como perfección, como un todo es esa la que no existe ya que se trata de un mito, de un ideal que en uno de sus seminarios compara con Dios. Claro, ahí sí podemos estar de acuerdo, es verdad, la mujer no existe, existirían las mujeres una por una y Lacan lo escribe con el artículo la tachado. Escribimos entonces el plural mujeres en minúscula para dar cuenta de esos ideales que muchas veces las llevan a incontables sufrimientos  a fin de alcanzar esa meta, ese lugar que es inalcanzable ya que se trata de una fantasía, de una suposición. Decimos existen las mujeres una a una con sus particularidades, con sus diferencias, sus virtudes, sus defectos, sus logros, sus fracasos.

A partir de las fórmulas de la sexuación de Lacan podemos plantear lo que concierne al goce como goce fálico y goce otro suplementario.

En el hombre, el goce esta localizado y se ve, es un goce de órgano (erección, eyaculación, detumescencia), en tanto que en la mujer aparece mas expandido y no se centra en un órgano visible. El goce de la mujer es particular y puede ir mas allá del órgano sexual (no siempre desde luego es así). Decimos que es un goce suplementario (llamado también goce Otro) a diferencia del goce fálico más centrado en el órgano y del cual también puede participar la mujer.

Del goce suplementario femenino cuesta dar razón. Es un goce enigmático, diferente. Podemos leer a Lacan en su seminario nº XX (“Aún”) suplicar de rodillas a las mujeres psicoanalistas que trataran de decírnoslo.

En los trabajos que he podido estudiar y en los casos clínicos revisados de distintos autores sobre este goce femenino, en general la mujer se interroga a sí misma y se dirige a otros demandando un saber. Pero precisamente al no localizarse en un órgano concreto hace de este goce algo más temible y sin límites, temor de la mujer a diluirse en él. Parece ser un goce más allá de las palabras. Recojo algunas expresiones de mujeres en análisis: “Es como una ola”; “Es como si levitara”; “Como si perdiera la conciencia”; “Como si me volviera loca”; “Como si me muriera allí mismo”. Me interesa recalcar que el goce fálico puntual no le está vedado a la mujer, pero en palabras de Alcira Mariam:

“Ahora bien, limitar el placer femenino a esa forma implica dejar de lado un abanico muy grande de fenómenos erógeno afectivos cruciales en el despliegue de su potencial erótico. La mujer puede conocer delicias erógenas independientes de la discriminación topológica”.

Lacan conceptualiza este goce femenino y transcribo sus palabras:

“Hay un goce de ella, a este ella que no existe y que nada significa. Hay un goce en ella del cual quizá ella tampoco sepa nada –eso, ella lo sabe. Lo sabe, por supuesto, cuando eso le sucede. Eso no les sucede a todas”.

Pueden aparecer expresiones de miedo al descontrol o la locura. Dice M. (paciente de Alcira Mariam): “Si durara mucho tiempo, creo que una podría volverse loca”.

Otra paciente expresa: “Temblaba toda hasta el pelo”. El cuerpo entero se había estremecido ante el contacto deseante del cuerpo de un hombre.  Ahora bien, existe temor a este tan enigmático goce femenino y eso puede producir síntomas para no ir mas allá, síntomas que actuarían a modo de límite.

Ejemplo de otra paciente: “Cuando me comienza la jaqueca, me viene un calor como si la cabeza se hinchara, continua con latidos como el latir de la sangre, como si toda la sangre se me fuera de la cabeza, luego el vómito, después el alivio, me entra un sueño, casi un sopor” Aquí se leería en la somatización del síntoma un goce sexual sin acto.

Por tanto vemos una forma de goce en el hombre, goce fálico, que también comparte la mujer. Sería en ese caso una forma viril de gozar con el clítoris, la vagina, concentrada en un órgano único investido libidinalmente. La sexología clasifica muchas veces las mujeres en clitorideas o vaginales, según obtengan placer a través del clítoris o por la penetración vaginal. Sería, en mi opinión, un reduccionismo a lo orgánico. El placer del órgano clitoridiano sitúa a la mujer en el goce fálico, no diferenciado del placer masculino. El psicoanálisis  no acepta que los problemas sexuales sean tomados literalmente. Desde la sexología a veces se oye decir: “No se preocupe, la penetración no es lo importante, se pude disfrutar de otra manera”. El sujeto se desvía del problema y queda condenado a un tipo de sexualidad infantilizada. Problemas de la mujer como la frigidez, anorgasmia, dispareunia (dolor en el coito) y del hombre como eyaculación precoz, falta de erección, falta de eyaculación se producen porque en el sexo es donde se ha ubicado el síntoma. Pero hay que leer detrás del síntoma, buscando el fantasma (fantasía inconsciente) que sostiene ese síntoma. Una cosa es que el sujeto decida que tipo de sexualidad va a llevar de un modo libre y otra es que esté limitado en las posibilidades de elección por el sometimiento a un síntoma.

En el seminario XX (“Aún) Lacan habla del hombre y dice:

“El goce fálico es el obstáculo por el cual el hombre no llega, diría yo, a gozar del cuerpo de una mujer, precisamente porque de lo que goza es del goce del órgano”.

Es decir, el hombre insiste en soñar lo bello que sería alcanzar el goce absoluto en el cuerpo desnudo de una mujer. Un hombre sueña con desnudar a una mujer porque piensa que la orgía comienza cuando la mujer está desnuda. Pero el goce nos acerca tanto a la angustia como a la orgía. El goce es inolvidable precisamente porque tiene lazos cercanos también con la angustia. Eso le hace también fuente de riesgos. El hombre puede descubrir que al ir hacia la mujer desnuda se angustia. Esa mujer asusta, tal vez por la fantasía del cuerpo de una mujer que se desata y entra en estado de goce. Asoma la bruja, el aquelarre de los sentidos, el desorden pulsional, el éxtasis. La carne está revuelta, desordenada. Algunos textos de psicoanálisis nos hablan de los genitales femeninos como un agujero al desnudo que causa un sentimiento siniestro. El hombre lucha e insiste en soñar con la vagina e imagina lo bello que sería. Puede ser que su pene se turbe, cuando debería estar erecto ante algo tan deseado. ¡Maldita turbación!. Lo que debiera pasar no pasa. ¡Él, que quería alcanzar el goce absoluto!. Se detiene cerca del goce fálico. A lo sumo, y si se puede, solo se llegaría a este nivel. Surgen dudas de su pene. Pienso que la mujer puede sacar ganancias de ese saber que posee con respecto a la naturaleza del goce. Ella sabe de la angustia de los hombres que aparece ante el temor de la capacidad erógena femenina en la medida que implica desorden pulsional. Existe el fantasma de orgasmo infinito de la mujer y los temores que esto suscita en el hombre al acercar a la mujer al status de bruja. El hombre observa aterrado la travesía del goce sobre un cuerpo de mujer.

Hay hombres en los que lo femenino evoca de este modo un terror. Hay horror desde el inconsciente a los genitales sin pene, esa herida abierta a la castración. Les hace emprender la fuga cuando la mujer les muestra su vulva. Es tal el temor a asistir al desborde erógeno de la mujer. En palabras de Alcira Mariam:

“Defensivamente, tal vez extreme el control de la sexualidad de su compañera o aporte cierta violencia por donde su masculinidad quede reasegurada. La mujer frígida puede calmar el miedo de la castración de un hombre garantizando la integridad narcisista de éste”.

En general he intentado dejar constancia de que el goce implica complicación. Su imperativo se opone a nuestra propensión a la felicidad que reside en la descarga de la tensión. A veces el goce puede estar muy cerca del horror. Es cierto que el goce femenino es en cierta medida transgresor de la ley. El goce absoluto está prohibido para el sujeto, pero las mujeres es como si tuvieran la posibilidad de saltarse la ley al menos en parte y lograr un goce externo a la palabra, gozando de forma silenciosa y muda. En cualquier caso el absoluto de goce sería un horizonte inaccesible.

Goce suplementario, goce de mujer, estamos hablando de una recuperación urgente de la feminidad.

Maryse Choisy, psicoanalista francesa escribe a comienzos del siglo XX:

“Es falso decir que la mujer ha obtenido su emancipación en el siglo XX, solamente porque vota y tiene como el hombre el derecho de “ganarse el pan con el sudor de su frente” mientras que la Biblia la condenó a “tener hijos con dolor”. En realidad, estamos pasando por el periodo más masculino que haya existido, considerando que el imperialismo masculino ha invadido la cabeza de las mujeres hasta el punto que ellas mismas se han hecho semejantes a los hombres. Se mide el triunfo por el número de imitadores. Las mujeres han reprimido tan profundamente su femineidad que ni siquiera notan que están viviendo en una verdadera falocracia”.

En definitiva que pueda escucharse el orden femenino en el dominio público. No existe superioridad femenina pero si condiciones diferentes de esta en la vida. Mujeres que habéis llegado a esta posición, os pedimos transmitáis vuestro saber a las fuerzas de la cultura.

Ciertos elementos socioculturales retrasan el ejercicio pleno de la femineidad siendo este un atributo pleno de misterio, coagulado en su significación: seducción, amabilidad, suavidad, privacidad. En la aparente debilidad de la femineidad reside una fuerza poderosa.

La palabra poder automáticamente alude a la noción convencional de ideas de grandeza, obtención de bienes de dominio sobre los semejantes, sometimiento, triunfo victorioso.

El poder femenino sería el poder del “no poder”. Es conocer lo más cercano a los límites, el más allá del falo, el goce femenino.

La omnipotencia humana genera locura y destructividad. El poder femenino linda con la sabiduría. Es un poder inefable, invisible que recibe el adjetivo de femenino para contraponerlo al masculino invasor y guerrero. Lo femenino habita en cualquier ser humano independiente del género, igual que lo masculino. Lo femenino, refugio secreto de un saber que escapa de las trampas del poder convencional. Las riquezas no logran comprar los valiosos bienes terrenales sin precio, tales como el amor de un semejante, la armonía en la vida, la facultad de hacer frente a los contratiempos con sabiduría. En mi vida de pareja, ella mi compañera de viaje tiene el poder de dirigir los movimientos de vida y ayudar a sortear escollos inevitables. Mujer femenina que ha aprendido a amar. Que me enseña a amar, que describe aspectos de la femineidad, que acepta los defectos del hombre. Al no creer ya en la superioridad del trabajo del hombre o en el famoso sometimiento de la mujer, puede ejercer este poder de orden femenino y ganar batallas sin pelear. Desarmar al hombre si presenta aun guerras machistas viriles con otras armas, armas de mujer sutiles y seguras.

Un no a aquellas mujeres que imitan a los hombres en su poder agresivo y guerrero y que se convierten en mujeres destructivas y masculinas. Son tan capaces como el hombre de sembrar el horror en la sociedad. Sofocada la femineidad buscan adueñarse de un poder masculino con violencia. Antimujeres hiperpoderosas enemigas de la vida y del amor.

¡Pasen al frente las mujeres! Si hay optimismo para el futuro requerirá de altas dosis de femineidad en la cultura.

Si retomamos lo dicho con relación al goce y relacionándolo con esto último habría un “más acá del falo” y lo que Lacan propone como “más allá del falo” que no quiere decir “sin falo”, sin referencia a la función fálica (castración). Hay quienes tienden a posicionar el goce femenino en el “mas acá del falo” como Julia Kristeva. Para ella y muchas feministas el goce femenino no tiene que ver con el falo. Lo sitúan en un aspecto presimbólico, una función semiótica en estrecha relación con el cuerpo de la madre. En cambio Lacan al situarlo “más allá del falo” sitúa ese goce fuera del lugar de lo ligado a la naturaleza. Lacan plantea el goce suplementario como aquello que tiene que ver con los bordes, con los límites mismos de lo simbólico. Como un más allá de lo simbólico. Para ejemplificarlo imaginen un vaso. Si se llena el vaso con agua puede desbordarsae un poco que no es lo mismo que no hay recipiente ninguno. Es cierto que es un ejemplo muy imaginario, pero creo puede servir para transmitir de un modo sencillo entre “el más acá” y el “mas allá”. Ese goce otro femenino se encuentra cerca de un fenómeno de des-borde, no en el sentido de la mujer desbordada por la crisis histérica como refleja el cineasta Almodovar, sino un desborde en el sentido que la condición de ese acceso al goce suplementario es un pasaje al límite del goce fálico.

Contra esta postura estaban las feministas de la década de los 70 en posiciones de “más acá del falo”. Son feministas influidas por el psicoanálisis y a las que Lacan se refiere en el seminario donde presenta las fórmulas de la sexuación, el seminario 20. Líderes del Movimiento de Liberación de la Mujer como Luce Irigaray postulaban la existencia de una libido específicamente femenina, un inconsciente específicamente femenino, una escritura específicamente femenina rompiendo la hipótesis de una libido única. Esta libido correspondería a una inscripción anterior a la marca del falo que consideraban un resultado del dominio masculino.

En cualquier caso podemos hablar de “liberación de la mujer” como sujeto social, como sujeto político, como sujeto con derechos jurídicos semejantes a los de los hombres. La mujer se ha desprendido de las exigencias de la maternidad, pueden elegirla o rechazarla, no se les impone.

Hay una modificación respecto a los bienes fálicos. Pueden optar o no por la solución del bien fálico hijo o pueden adquirir bienes fálicos en el intercambio económico, pueden acceder a la maternidad sin necesidad del hombre gracias a los avances de la medicina y los procesos de fecundación asistida.

Es un cambio muy importante para las mujeres que puede traer felicidad o más preocupaciones

En cualquier caso en este inicio del siglo XXI ¿qué podemos decir de ese goce suplementario del que hablaba Lacan para constatar la especificidad del goce femenino que seguimos esperando como más frecuente del lado de las mujeres?. No podemos decir que la civilización actual haya facilitado un acceso a ese goce suplementario porque mas bien introduce a las mujeres en una mayor adquisición de bienes, en una mayor libertad, en un mayor acceso a los bienes fálicos y en eso consiste su liberación bien ganada y merecida. Eso no es una desgracia, pero es verdad que limita las preguntas sobre ese otro goce. Del lado de las mujeres no les resuelve mucho su relación con ese goce suplementario ni con las exigencias del amor. Más aun si pensamos en las leyes del discurso capitalista como condición de esa liberación, se nos plantean interrogantes, porque el discurso capitalista promueve fundamentalmente el goce fálico, en tanto goce de la posesión de bienes que promueve el empuje consumista del capitalismo. Es consumo de bienes rentables, contables. El discurso capitalista no se lleva bien con el discurso del amor y del goce no fálico donde no hay rentabilidad para el capitalismo. A lo mas crea objetos de pacotilla- gadgets ofrecidos por el mercado capitalista en su empuje al consumo y promoción de goces que se taponarían con ellos. Lacan los llamaba objetos “plus de gozar” que ahorraban el pasaje por el Otro del inconsciente, el Otro del sexo y el Otro del amor.

El discurso capitalista como ven no es nada favorable a esta posición femenina tal como se la intento transmitir y a su eventual relación indisociable con las exigencias del amor.

Es altamente beneficioso en el sujeto humano integrar feminidad y masculinidad.

La mujer es obvio que ha sido objeto de una injusticia social a lo largo de nuestra historia, pero que esa situación que se va tratando de superar no las ancle y fije en un combate reivindicativo que se transforme en devoción ideológica y que las privara de cultivar en todo su esplendor el campo femenino. Liberadas de los conflictos con el hombre, las mujeres puedan mirar hacia dentro y se redescubra una y otra vez su feminidad. Es maravilloso escuchar a las mujeres y en mi escucha como psicoanalista descubrir con fascinación la maravilla de ser mujer y deleitarme junto a ellas en la aventura de la auténtica femineidad.

He dejado, lo sé, detrás de mi ideas polémicas pero siempre luchando porque lo femenino tenga un derecho a existir con plenitud. Invoco a las mujeres para que puedan hablar de ello como las invocaron también nuestros maestros Freud y Lacan. El mundo necesita de la mujer femenina y autónoma. La mujer siempre ha tenido y tendrá una misma historia debido a su magnífica polifuncionalidad. La mujer hoy en día debe dejar de llorar su pasado. Ella es el hoy, el presente, la esperanza. Como por partenogénesis se ha gestado a sí misma. Se yergue digna y nueva, promesa de metamorfosis positiva por los tiempos que a la humanidad aun le faltan por transitar. Nada que temer, simplemente avanzar.

Madrid 8 de Marzo de 2018

Alfonso Gómez Prieto

Director de Arco de estudios psicoanalíticos de AEP

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