Estoy plenamente de acuerdo con Freud, el “hombre ha sido arrojado al mundo a medio acabar”. El hombre no nace armado, el hombre tiene que andar a tientas, depender, llorar, aprender y esperar. Pero el hombre tiene impaciencia por verse pronto provisto de todas las capacidades del adulto, del hombre acabado de hacer.
Los fenómenos pandillistas son ejemplo de cómo micro sociedades, juegan con la visión que los adolescentes toman de la no-necesidad, ni de crecer, ni de madurar, para alcanzar la plenitud evitando el mundo adulto y todos los conflictos que ello acarrea.
En los regímenes totalitarios, en la Alemania Nazi, en la Italia fascista, en la China de Mao, se jugó a adular a los niños y a los jóvenes para que creyesen que no había nada que pudiesen hacer los adultos que ellos no fuesen capaces de hacer.
Hay muchas etapas recientes de la cultura occidental donde el ideal es el adolescente, no el hombre.
Hoy me sorprende ver cómo la vida afectiva de muchos adultos es un calco de la de los adolescentes, como si temieran adentrarse de veras, en la relación interpersonal y se prohibieran a sí mismos desarrollarse, crecer. Toman por amoroso, por afectuoso, sólo la intensidad de la atracción.
Lo que hoy domina nuestras representaciones es el modelo de un hombre inmaduro. Síntomas de una sociedad adolescéntrica que vive al ritmo juvenil de la inmediatez, del instante presente, sin ser consciente de lo que conlleva. Son síntomas de una profunda crisis existencial. Parece que queremos olvidar que los conflictos estructuran el psiquismo y son consustanciales al hombre desde que el hombre existe.
Esto es un reproche que puede hacerse a nuestros hábitos de pensamiento. La fragilidad de nuestra sociedad, revela la carencia de un espacio de reflexión que permita elaborar a la persona el sentido de lo que vive.
El drama de nuestra sociedad consiste en imaginar un cambio de vida a la vez que negamos la realidad, en vez de asumirla. El individuo tiende a disociarse de la sociedad en vez de asociarse a ella. Ya sabemos todos que el sacrificio colectivo ha pasado a la historia, pero nos queda la esperanza depositada en el individualismo responsable.
Estamos atravesando un periodo difícil, regresivo, donde las crisis de la interioridad la vemos en los programas televisivos donde los individuos son arrojados como pasto a los
tele-espectadores, como desnudos en una plaza pública, fomentando con ello el voyeurismo más mórbido y aberrante. Todo esto es antagónico con adecuar la interioridad acogiendo confidencias de manera inteligente, y elaborándolas.
Además se une un cierto masoquismo moral en las personas que se prestan a ello. La publicidad seductora tiene un papel dominante en el fomento de la gratificación inmediata y genera la ilusión de que la gratificación total es posible. Hay un efecto perverso en la dominación mediática televisiva, fomentando la gran variedad de lo mismo. Bill Gates decía que Internet “es la calle comercial más grande del mundo”.
Hay un cierto consenso relacionado con el hecho de que hoy se produce un impacto de artificialización sobre la cultura y la vida social. Una muestra de ello radica en el uso compulsivo de la realidad virtual, cuya consecuencia nos lleva a la posibilidad de hacer caso omiso de la existencia de otra realidad, la realidad del otro.
El inicio de este nuevo milenio está marcado por muchos cambios. Pero también, por la incapacidad de hurgar en nuestro interior y dedicarle a nuestra mente el tiempo necesario.
El progreso ha transformado nuestra percepción del tiempo, del espacio, de la velocidad y la prisa nos preside la vida. Ello ha transformado a los seres humanos y sus relaciones.
Las relaciones personales como claves de la identidad en la construcción de una personalidad, ha cambiado con la comunicación virtual. Aparecen ahora escisiones de personalidad, cambios de rol, vidas fantasmáticas paralelas.
El ordenador se ha convertido en algo más que una herramienta. Funciona como un espejo que crea la ilusión de que podemos atravesarlo, en el que las fantasías adquieren un a apariencia de realidad.
El Ciberespacio tiene sus vertientes positivas, ya que podemos estudiar, leer y acceder a creaciones culturales a través de la red. Pero hay que estar alerta, a descubrir maneras de usar la virtualidad que no permitan que el velo de la ilusión que nos protege del dolor, nos conduzca a la irrealidad.
En la pantalla, como si fuese el espejo de la bruja de Blancanieves, buscamos respuestas sobre aquello que somos y deseamos o tememos ser sin darnos cuenta que lo que nos devuelve es una imagen deformante apartándonos de la mirada del otro, sólo nos dice lo que creemos ser. Son soledades en compañía.
Internet es el porta-estandarte de nuestra sociedad. Una sociedad llena de microcosmos idealizados, que enmascara el mundo verdadero. Un mundo globalizado, informatizado, marcado por la desigualdad, el desamparo, la exclusión, la discriminación, la violencia social y el fomento del individualismo insolidario que interesa a nuestra sociedad de consumo y a las políticas mundiales.
Internet será, lo que los usuarios hagamos de ello. Ahora es el momento en el que más necesitamos conocernos a nosotros mismos para que nuestras vidas adquieran un significado y para que la pantalla no reemplace a la persona que existe en nuestro interior.
La tecnología de la información y los cambios en la comunicación provocados por ésta, plantean problemas de identidad. El ciberespacio es la droga electrónica del último milenio, es un espacio psicótico poblado de objetos fantasmas.
La única preocupación que subyace es que la virtualidad en vez de dar la libertad, se pudiese convertir en una cárcel que nos impida desarrollar la capacidad de aceptar las frustraciones del afuera.
A medida que las presiones sociales han invadido el yo, se ha vuelto más difícil hacerse adulto y llegar a ser maduro. De modo que en un mundo dominado por las imágenes, el progreso individual, sólo puede provenir de imágenes proyectadas por otros, de impresiones erróneas. En lugar de cultivar afectos y relaciones emocionales, se buscan impulsos, estallidos, las descargas rápidas.
En este mundo resulta difícil discriminar realidad y fantasía, lo que realmente somos, de lo que los productos que consumimos sugieren que somos.
La cultura del narcisismo, del yoismo, nos ha dejado un universo de apariencias, impresiones y disfraces.
Esta cultura nueva y los cambios que conlleva, ha provocado ansiedades esquizoparanoides y de confusión, que amenazan con la integridad del individuo y su disociación interna.
La mentalidad narcisista e individualista de nuestras sociedades consumistas está dispuesta a legitimar todos los deseos. El hombre en un ataque de individualismo trata de probarse a sí mismo que es único y singular, en lugar de aceptarse, relativizarse, respecto a los demás.
El hombre moderno pretende sobrevivir buscando desesperadamente confianza en sí mismo. Hoy el sexo se ha convertido en una historia de deseo a negociar en el fuero interno y no en el externo. La pulsión no accede a la genitalidad socializada, lo cual la condena a vagar por una sexualidad no relacional en la que el otro, o no existe, o no aparece y deja a cada cual consigo mismo y con su imaginario.
El sexo electrónico es limitado y limitador. Una curiosa y sofisticada forma de onanismo tecnificado que está lejos de ser una solución sensible a la soledad y al aislamiento que nos atormenta. El tecnosexo es un síntoma de la negación de la carne, del temor al cuerpo del otro. La máquina electrónica, incapaz de toda ternura, es un imposible sustituto del cuerpo a cuerpo. Al fin y al cabo, los autómatas no están dotados para amar.
El tecnosexo es la última expresión del rechazo a la corporeidad. Un caparazón que condena a los individuos al aislamiento al imposibilitarlos para amar.
La soledad es un acompañante de muchos urbanitas del mundo. Es una tele-vida, rodeada de máquinas dispensadoras de placer sexual para una sociedad cada vez más cercada por Narciso, incapaz de comprender la escasa relación que existe entre la satisfacción mecánica del deseo sexual y la necesidad de encontrar una persona con la que sentir. Si Internet se convierte en un dispensador de cibertrajes sexuales, triste visión de la sexualidad y triste visión del ser humano. Porque los disfraces no están en la red, los creamos nosotros porque los llevamos nosotros mismos.
Siempre ha sido más fácil hablar detrás del biombo. El principal problema de narciso es la autoestima.
Puede ser que como ante el espejo de la bruja de Blancanieves, el hombre de hoy pregunte”Espejo, espejito, dime quien es el hombre más bello y hermoso del reino”, pero la pantalla esté apagada y solos ante nuestra mirada, sintamos la ausencia o todas las ausencias.
La desconfianza ya no es respecto de las propias pulsiones, representaciones y deseos propios, sino de las pulsiones, representaciones y deseos del prójimo.
Por falta de ideal, la elaboración afectiva es relativamente ignorada en beneficio de la pulsión.
El recurso del sexo por sí mismo, el pleno disfrute de éste a cualquier edad y la incitación a hacer realidad todos los fantasmas, han contribuido más al aislamiento de los individuos que al desarrollo de la capacidad relacional. Pero en este caso el deseo y el placer se han transformado en miedo a carecer de ellos y el otro ha sido ignorado en beneficio de un yo egoísta. El narcisismo que surge es defensivo. Donde el sexo privilegia la pulsión sin referencia al otro. Desaparece la tactilidad. Las sensaciones sintéticas aparecen.
Se vuelve a lo que Freud llamaba “sexualidad primaria”. A lo que Lacan llamaba “el goce de los idiotas”. La supervivencia psíquica se atrinchera defendiendo el narcisismo. Ante el riesgo de perder de vista su reflejo sobre el agua, prefiere dejarse morir, incluso arrojarse al estanque sin fondo hacia una fusión mortal con una realidad virtual, antes que enfrentarse al vacío de sí mismo. Narcisismo barrera que evita duelos.
El individuo lleno de dudas, desconfía de sí mismo y no establece relaciones. El individuo no sabe qué hacer con sus vivencias, no ha encontrado un sentido, un ideal a partir del cual dinamizarse. De ahí el sentimiento de vacío, de no saber qué hacer con su existencia. Hay un problema de idealidad. Pérdida del sentido del ideal que equivale a perder el sentido del otro.
Si el ideal del yo no encuentra continuidad en la vida social, alimentada por ideales comunes y universales, entonces en el campo social, la relación con los demás y las consecuencias de los actos del individuo sobre la colectividad, pierden su valor. Cada cual se queda sólo consigo mismo, como en un desierto.
El apego cada vez con más frecuencia, en los modos de relación está resultando gravemente afectado. Los individuos tratan de sobrevivir excitándose subjetivamente o derrumbándose en su interior, pues no consiguen vincularse entre sí sus propias pulsiones, ni estas pulsiones con las solicitaciones del exterior. La relación con el medio social se hace difícil y hasta imposible y para evitar al otro, cada cual se constituye en un islote, pues ya no saben cómo encontrarse en torno a un sentido comúnmente compartido.
Como dice la letra de una canción de Simon & garfunkel:
“No toco a nadie
Nadie me toca
Soy una roca
Soy una isla
Y una roca no siente dolor
Y una isla no llora jamás”
Coquetear con conductas virtuales para cerciorarse de estar vivo, aunque se sufra por no poder vivir, es una sordera social. Autismo personal. Impide percibir la presencia real de los otros. Ello hace que los vínculos sociales sean frágiles. Nos convertimos en “HOMOS INFORMATICUS” y nos avoca a ser sedentarios emocionales.
Aparece el hogar no como la cueva aterciopelada del hombre, sino como casa cableada, automatizada, como ideal hogarótico en el que todo funciona con mando a distancia. Todo está telematizado, donde el ocio desarrollado en el hogar-bunker que aspira a la autosuficiencia es un ocio claustrofóbico. Adiós al contacto social.
Todas estas soledades sumadas, se convierten en plaga social. Hay miedo a jugar con el otro, a vivir pérdidas, hay inmadurez. Actividades auto-eróticas como bálsamo a la herida narcisista en carne viva. Lo efímero, el instante, basta para olvidar el pasado y no inquietarse por el futuro. La vida se agota en el presente, sin espera. Hay que matar el tiempo.
En la vida afectiva hay una socialización. Un mirarse en el otro. Un hombre no puede nunca ser completamente hombre cuando vive en la soledad de su yo, sino cuando vive frente al tú. Cuando se niega al hombre, se niega a la sociedad. La sociedad que hoy tenemos no es fruto de la fatalidad ni se ha instalado a pesar nuestro, sino que es una consecuencia inequívoca de nuestros comportamientos.
De aquí la necesidad de parar a reflexionar, porque allá donde exista un hombre, como dice la frase “dueño de lo que calla y esclavo de lo que dice” hará falta una reflexión. Hará falta una pregunta levantada sobre el orden establecido, en vez de descansar en el colchón de la certeza sobre la eficacia de ese orden.
Las persona tendrán que aceptarse a uno mismo con sus miserias y salir al mundo con los otros, al “patio del colegio de la sociedad” a “jugar” con los otros niños sin miedo ni a uno mismo ni a los demás. Con la aceptación bajo el brazo.
¡Qué más libertad se puede pedir!. ¿No es eso ser libre? Si queremos ser libres, tendremos que dejar de ser niños y ser adultos y para ello yo apuesto por la libertad de pensamiento que sin infantilismo, en el uno a uno de la sociedad, quien mejor que el individuo que piensa estará en disposición de salir a esa sociedad y producir en ella un cambio.
Por favor, no olvidar, que sólo los cambios son revolucionarios, lo demás, es sólo una eterna repetición de nosotros mismos y de la historia y hay hechos históricos que nunca deberíamos consentir que fuesen repetidos.
Belén Rico, Socióloga
Directora del Área de Sociología de AEP
No se diga más claro y consiso, debemos atrevernos a ser libres y no esclavos, aceptar nuestra sombra como decia Jun, así podremos vivir una realidad sin máscaras, con los otros.