La palabra de los jóvenes, hoy

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Escuché a mi hijo, en el coche, de la universidad a casa, llamar “¡¡cerda!!” por el móvil a una compañera suya y casi frené en seco del susto. Pasmada esperé a que terminara el mensaje, siempre en un tono afectivo y cariñoso a su amiga Irene a la que yo también conozco. Y él, veinteañero “power tranquilito”, me explicó el modo de empleo de dicho apelativo: se dirige así a su amiga de manera afectuosa, porque son “best friends”; muda todavía, pensé qué palabra emplearía para algún compañero o compañera que no fueran santos (ni santas) de su devoción. Paradojas del idioma.

Dando vueltas al tema, y atenta a las canciones que escuchan nuestros jóvenes, con letras que lucen agresividad, melodías vejatorias e insultantes, al margen de ritmos, me malicio que a fuerza de repetirlas, cubata en mano y a puro brinco desarticulado durante el ocio vespertino y nocturno, el cerebro interioriza y el lenguaje reproduce: léxico soez, música desalmada, palabras malsonantes, expresiones provocativas… Todo un cuadro peyorativo, un hilo narrativo muy derogativo. Tout à fait normal. Su comunicación pertenece a un nuevo universo, marcado por la inmediatez. Si algo se tiene que explicar, mal.

Parece que el meollo de la cuestión radica en estar en el ajo, es decir, formar parte del lío y dominar las condiciones y requisitos que impone el uso de ese microlenguaje, todo un idiolecto, en apariencia propio y privativo de la juventud, ¡divino tesoro!, cuyos códigos lingüísticos se han de conocer para pertenecer al grupo.

Si no, vas de cráneo. De ahí mi sorpresa mayúscula ante el insulto, que pensé, le estaba propinando mi hijo a su amiga.

Y yo me planteo: ¿qué me estoy perdiendo? ¿Qué se me escapa? Como madre, como profesora…Dejo las preguntas abiertas  (Continuará).

Pilar Úcar

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