Sobre el ocio de los trabajadores a fines de los años veinte

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El periódico El Socialista reflexionó en septiembre de 1928 sobre la cuestión del ocio de los obreros, que pasamos a analizar en el presente trabajo.

Los socialistas españoles recordaban que en la reivindicación de la jornada de las ocho horas estaba inserta la demanda de un tiempo para que el trabajador pudiera dedicarse a formarse, algo imposible con las jornadas interminables de trabajo que existían. Esas reivindicaciones cristalizaron en el primero de mayo con la petición de ocho horas de trabajo, ocho de asueto y ocho de descanso.

La lucha de los sindicatos y los partidos socialista reclamado a los distintos poderes consiguieron la jornada de las ocho horas, que ya parecía casi universal en el momento de la publicación del artículo.

A partir de esa conquista se había discutido mucho sobre el empleo de las horas libres por parte de los trabajadores. En este sentido, los patronos habían empleado, entre los argumentos contrarios al reconocimiento de la nueva jornada, el que se basaba en la idea de que los obreros no sabían emplear su tiempo libre de forma adecuada. Pero el periódico afirmaba que eso no había sido así, y que los empresarios, bajo la apariencia de un razonamiento de orden moral, escondían el de la explotación pura y dura. Los socialistas consideraban que los trabajadores habían abandonado hábitos calificados de perniciosos. Recordemos, en ese sentido, el esfuerzo socialista, pero también anarquista de la lucha contra las tabernas y el alcoholismo, y la importancia de la dimensión formativa y cultural de Casas del Pueblo y Ateneos populares. El propio artículo aludía a las Casas del Pueblo con sus múltiples actividades, pero también a cómo los trabajadores frecuentaban museos, teatros y bibliotecas, además de informar de la creciente práctica del deporte.

Así pues, los trabajadores hacían ya en esa década un uso razonable del ocio. Curiosamente, en la cuestión de la formación (“asimilación de conocimientos”), se afirmaba que no lo hacían siguiendo un método o plan determinado, sino de forma empírica, por lo que el diario se lamentaba que no se aprovechase adecuadamente lo que se aprendía. Era una cuestión que había que tratar, y que, al parecer, se había discutido en el reciente Congreso de la Federación de Empleados de Comercio en Francia. Había, por lo tanto, un interés general en el movimiento obrero por fomentar no ya el ocio, sino un ocio “provechoso”.

La cuestión del ocio en el movimiento obrero es capital, precisamente, por lo expuesto en este artículo, porque suponía un derecho para no sólo disfrutar del necesario descanso, sino, sobre todo, para la formación o educación de los trabajadores. Una forma de comenzar a estudiar o acercarse a esta cuestión sería emprender la lectura del clásico de Paul Lafargue, El derecho a la pereza, que conoció varias ediciones, siendo la primera ya como folleto o libro la de 1883. Un estudio fundamental de esta obra fue realizado por el gran historiador social Manuel Pérez Ledesma, Introducción a El Derecho de la Pereza, en la edición española de la obra de Lafargue de 1977.

Como fuente para este artículo hemos empleado el número 6104 de El Socialista.

Eduardo Montagut

Observatorio de Historia de Arco

Director: Eduardo Montagut

 

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