Grecia, una última oportunidad para Europa

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El nuevo gobierno griego de Alexander Tsipras planta cara a Alemania, a la TROIKA y a la Unión Europea (UE). ¡Ya era hora que un gobernante europeo levantase la voz contra el dogma de la austeridad y su guardián¡ Alemania ha propiciado un austericidio en los países más afectados por la crisis económica que se inició en 2008, con la ayuda de Bruselas y de otros estados miembros de la UE (Finlandia, Holanda).

Dos sucesos recientes desafían el discurso predominante en la UE. Hace diez días el Banco Central Europeo de Mario Dragui inició, a pesar del rechazo de la canciller Ángela Merkel, una compra masiva de deuda pública y privada de los países de la zona Euro ante las débiles perspectivas de recuperación económica. Nunca es tarde si la dicha es buena. No obstante, con la adopción de esta medida no convencional la Unión susurra un mea culpa y reconoce el fracaso de las políticas económicas restrictivas  centradas en la austeridad.

La Gran Recesión junto con las recetas equivocadas para combatirla han provocado millones de parados (casi cuatro millones de puestos de trabajo perdidos en España), una disminución colosal del nivel de vida de los países del sur (alrededor del 25% en Grecia) y un vertiginoso incremento de las desigualdad social (España es el segundo país más desigual de Europa según Oxfam Intermón). Además, los recortes draconianos en la periferia han interrumpido el proceso de convergencia del sur con el norte y han golpeado duramente la cohesión, otrora una seña de identidad de la Unión Europea.

¿Se podría haber evitado? Nunca lo sabremos pero sí podemos constatar que los países que apostaron decididamente por políticas keynesianas de estímulos fiscales y monetarios, como los Estados Unidos, han evitado una buena parte del descalabro social europeo y han salido airosos de la crisis hace tiempo. Actualmente, la economía norteamericana crece a buen ritmo con cifras record de creación de empleos. La lucha contra las crecientes desigualdades y la precariedad del empleo cobra importancia en la agenda del presidente Obama para sus últimos dos años en la Casa Blanca.

Y ahora vamos con Grecia. Para disgusto de la Canciller Merkel y de sus acólitos en el continente, incluyendo al presidente Mariano Rajoy, la Izquierda Radical “Syriza” griega se alzó con la victoria en las elecciones generales hace una semana y se quedó a un escaño de la mayoría absoluta.

En sus primeras declaraciones al frente del gobierno griego Alexander Tsipras ha plantado cara a Alemania y a los representantes del austericidio. Exige la renegociación de la deuda y no reconoce a la TROIKA de la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional, el órgano ad hoc encargado de supervisar a los países con problemas que han recibido financiación extraordinaria de la Unión Europea y del FMI desde 2010.

En 2010 los mercados cerraron el grifo de la financiación al gobierno griego, en un momento en que su déficit público estaba por encima del 12%, y la Unión Europea acudió al rescate de Grecia con una financiación extraordinaria de 110.000 millones de Euros (se elevaría posteriormente a 240.000 millones actuales).

Ciertamente los gobiernos griegos no son unos angelitos. Una gestión económica saludable ha brillado por su ausencia en los años previos a la crisis en los que la adhesión al Euro permitió una entrada importante de capitales a coste muy bajo que sirvió para financiar todo tipo de gasto. Los ejecutivos helenos han sido desleales con sus socios de viaje, han falseado durante años las cifras de déficit público que enviaban a Bruselas, con conocimiento de la Comisión Europea desde al menos 2004. La extensión de la corrupción política, administrativa, el fraude fiscal y las prácticas clientelares es de sobre conocida sin que ningún gobierno le haya puesto freno.

No obstante, cometeríamos un tremendo error de análisis si contemplamos la cuestión griega exclusivamente como un problema de deudor manirroto / acreedor, un relato que Alemania y los países ricos nos han vendido exitosamente en los últimos cinco años. Este diagnóstico es simplista. Se trata de algo más complejo.

En primer lugar, los rescates a Grecia (y al resto) se entienden mejor como planes de ayudas estatales a los bancos alemanes, franceses y europeos tenedores de deuda griega en la línea defendida por el nobel de economía Paul Krugman. Recordemos la situación delicada en la que se encontraban muchos bancos de la eurozona en 2010; un impago griego hubiese provocado la caída de algunos de ellos, o al menos, así se percibía en 2010.

En segundo lugar, las dificultades de las economías del sur para remontar la crisis recuerdan la enfermedad congénita del Euro, los “choques asimétricos”: la Unión carece de un presupuesto suficientemente voluminoso para aumentar el gasto público en aquellos países más afectados por una crisis con el fin de contrarrestar la pérdida de las competencias nacionales para depreciar su moneda o darle a la máquina de imprimir billetes. Efectivamente el presupuesto comunitario ronda el 1% del PIB europeo (comparado con un gasto público que alcanza casi el 40% del PIB español).

En tercer lugar, los episodios recurrentes de crisis de deuda y sus cierres en falso son sintomáticos de la profunda crisis de identidad que sufre la Unión Europea. Nadie está seguro actualmente si la zona euro es un conjunto de economías pequeñas muy interconectadas comercial y financieramente, o por el contrario, se trata de una Unión Monetaria irreversible, el embrión de un Estado Federal que se ha dotado de un atributo principal de cualquier estado soberano: la competencia para acuñar una moneda.

Si la idea de la irreversibilidad política del Euro se encontrase asentada en las capitales de los 28 y en Bruselas, habríamos sellado un destino político único, algo que no ha ocurrido. En ese caso, habríamos dotado a la Unión de un presupuesto más holgado para realizar transferencias de gasto que estimulasen la economía griega y solucionase los problemas de una economía que apenas representa el 4% del PIB europeo. En definitiva, un presupuesto federal financiado con la emisión de títulos de deuda paneuropeos (eurobonos) o lo que es lo mismo, mutualización de riesgos y solidaridad.

Sin duda, el talón de Aquiles de la respuesta europea a la crisis económica se encuentra en la ausencia de solidaridad europea. Los ciudadanos de los países de la periferia han soportado penosos recortes y ajustes de sus Estados del Bienestar y no son ellos los únicos responsables.

Grecia, España, Portugal son responsables de su destino. Pero la Unión Europea es corresponsable de la situación actual: la receta única de la austeridad, las debilidades estructurales del Euro y las incertidumbres en torno al proyecto europeo han lastrado la salida de la crisis de los países de la periferia. Y a pesar de eso han sido los griegos, españoles, portugueses e irlandeses los que soportado mayoritariamente el desmantelamiento de sus bienes públicos más preciados: su educación, su sanidad, sus pensiones, sus servicios sociales.

Por todas estas razones simpatizo con un gobierno, esta vez el griego, que exige corresponsabilidad a sus socios y a la Unión, y se alza contra del dogma alemán de la austeridad, igual que en su día aplaudí el intento infructuoso, tímido, del presidente Hollande de acompañar la austeridad con crecimiento.

Una gestión más saludable y eficiente de la cuestión griega exige tres condiciones como mínimo: 1) Grecia debe hacer honor a sus deudas; 2) Grecia debe estar en disposición de aplicar y sufragar medidas sociales de emergencia, por ejemplo, restaurar la asistencia sanitaria a los tres millones de personas que carecen de ella en estos momentos; 3) La UE debe contribuir solidariamente a la cuadratura del círculo a través de su presupuesto, de garantías, la mutualización del riesgo, la flexibilidad en los plazos y los intereses de la deuda. Se puede hacer y se debe hacer.

Grecia ofrece a la Unión Europea una nueva oportunidad para recuperar el alma perdida, la cohesión y la solidaridad entre sus pueblos y ciudadanos. En los años precedentes nuestros gobernantes han olvidado las exhortaciones de los padres fundadores que en la Declaración Schuman de 1950 aspiraban a construir Europa mediante realizaciones concretas “que creen en primer lugar una solidaridad de hecho”.

Nuestros políticos, incluyendo la izquierda, han caído en la trampa que ya nos advirtiera Tony Judt en su testamento (“Algo va mal”): la tendencia a evaluar nuestro mundo y decidir las opciones necesarias en función de un criterio exclusivamente económico sin referentes y juicios morales.

En un escenario político repleto de neoliberales sin alma, extrema derecha, populistas que surfean la ola del descontento como nadie y terceras vías que reniegan del apellido socialista, la socialdemocracia sigue siendo la mejor opción para recuperar los referentes morales de libertad, igualdad, pluralismo y justicia social en la toma de decisiones. Constituye la mejor opción para tender puentes y reunir a mayorías de ciudadanos en torno a un proyecto europeo más solidario.

«Los griegos gritan su dolor, ojalá esta vez Europa despierte. Escucha aún a los pequeños, porque nada es despreciable en ellos«.   Séneca.

4 de febrero de 2015

Fernando Cálpena (1821)

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