Doctor honoris causa:…algo más que palabras
Por Pilar Úcar
Me llama la atención la pervivencia de latinismos en nuestra actualidad; no sé si dan a la lengua un sabor añejo o más bien algo raruno; en cualquier caso, trasnochados y para muchos desconocidos.
Investir a alguien doctor honoris causa consiste en laurear a personas eminentes de ciertos ámbitos profesionales y que no son necesariamente licenciados. “Me parto” –la caja-… (muy pasado también este coloquialismo, antigualla diría yo), como si poseer una licenciatura le habilitara a uno para acceder a ese premio. Al revisar la literatura encontramos muchos personajes que lucen ese título y se demuestran auténticos cenutrios, membrillos de academia.
Traducen la expresión doctor honoris causa: ‘por causa de honor’ y alude a la cualidad conducente de uno al cumplimiento de sus deberes, respeto a sus semejantes y a sí mismo, además se refiere a la buena reputación que sigue a la virtud y al mérito de acciones hacia los otros…vamos, personas de testimonio social, reconocido e intachable, parecería significar la definición.
Y ahora, “me pasmo” -mi capacidad para la sorpresa no merma con la edad, provecta, en mi caso-…; como me ponga populista y populachera, traigo a colación a licenciados y no licenciados, a menesterosos y faranduleros, mercachifles y politicastros, ágrafos y polígrafos, mujeres y varones…un amplio y variado elenco de personas que hacen gala de esa “causa de honor” encumbrados en su pedestal, y a los que habría que desproveerles de los atributos entregados en la ceremonia de investidura: guantes, anillo, birrete y libro (la simbología de estos aditamentos para otra ocasión).
Laudatio, encomios y piropazos, enhorabuenas y parabienes…a todo aquel anónimo y sin identificar que brega con la vida.
Yo me decanto por el calificativo “honorífico”, menos rimbombante y más ajustado al contenido de tal etiqueta anquilosada y ceremonia vetusta.
Directora del Observatorio de Filología y Lengua Española: Pilar Úcar Ventura