El conflicto militar que enfrenta al gobierno ucraniano con los separatistas prorrusos de sus regiones orientales se encamina, si nadie lo remedia, a una guerra total entre dos viejos socios de la Unión Soviética: Rusia, un gigante militar con los pies de barro y Ucrania.
Desde su estallido en mayo de 2014 el conflicto ha provocado más de 5.000 muertos, 12.000 heridos, un millón de personas desplazadas y 600.000 refugiados. Particularmente sangrientas han sido las últimas semanas en las que los separatistas prorrusos, que controlan la mayor parte de las regiones rusoparlantes de Luhansk y Donetsk, han lanzado una ofensiva general en todo el frente para arrebatar al ejército ucraniano la localidad Debaltseve, un importante nudo de comunicaciones entre esas dos regiones.
El conflicto en la frontera este de la Unión Europea ha deteriorado las relaciones entre Rusia, Estados Unidos y Europa. La situación es tan delicada que Francia y Alemania han emprendido un maratón diplomático en los últimos días con el fin de reunir a los mandatarios de Ucrania y Rusia en Minsk (Bielorrusia) el 11 de febrero con el fin de poner fin a la violencia y firmar un acuerdo de paz que incluiría necesariamente el despliegue de una fuerza de paz internacional para interponerse entre las partes en conflicto.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
Conviene recordar tres hitos que conducen a la crisis actual. En la segunda mitad de 2013 Ucrania se fractura entre los partidarios de firmar un acuerdo de asociación con la Unión Europea y el gobierno de Viktor Yanukóvich que pretendía unirse al proyecto de Unión Aduanera del presidente ruso Vladímir Putin. Las dos sensibilidades, europea y rusa, habían coexistido desde la creación del estado Ucranio en 1991. Estallaron protestas violentas en Kiev en febrero de 2014 y la oposición logró la destitución del presidente Yanukóvich con la mediación de una misión de ministros de asuntos exteriores de la UE.
La formación de un gobierno provisional pro-occidental suscitó las suspicacias de Rusia que aprovechó la inestabilidad del país para recuperar en marzo la región de Crimea, territorio ucraniano desde 1954 y la sede de la flota rusa del Mar Negro. Rusia envió grupos armados que se hicieron rápidamente con el control de los puntos estratégicos y se anexionó Crimea después de un referéndum de independencia sin garantías en el que ganó la papeleta de la unión con Rusia.
La anexión rusa de Crimea animó a los ruso-parlantes de las regiones de Jarkov, Donetsk y Luhansk en el este de Ucrania a convocar referéndum de independencia y sublevarse contra Kiev, con la connivencia rusa, en la primavera del 2014. Subyace el temor de estas regiones industriales a perder los mercados rusos a los que exportan mayoritariamente sus productos de baja calidad si Kiev firma un acuerdo de asociación con la UE. El pro-occidental Petró Poroshenko, vencedor en las elecciones presidenciales de mayo del año pasado, relanzó la operación contraterrorista para acabar con los separatistas.
Occidente ha culpado a Moscú del conflicto por inmiscuirse en los asuntos internos de Ucrania y librar una guerra soterrada contra Kiev, y ha impuesto sanciones cada vez más onerosas para el régimen del presidente Putin. Los separatistas prorrusos no sólo han recibido cobertura diplomática de Rusia; han contado también con la ayuda cada vez menos disimulada (pero nunca admitida) de Moscú, el cual ha orquestado un despliegue masivo de tropas en la frontera sin precedentes y enviado armamento pesado y soldados rusos a combatir en suelo ucranio.
La anexión rusa de Crimea y su intervención en el este de Ucrania constituyen una violación flagrante de la soberanía e integridad territorial de Ucrania, unos hechos poco habituales en la Europa de la posguerra fría.
Con sus acciones el gobierno ruso quebranta el Memorándum de Budapest de 1994 por el que Rusia, Estados Unidos y Gran Bretaña se comprometieron a garantizar la seguridad e integridad territorial de Ucrania (y también de Bielorrusia y Kazajstán) a cambio de la renuncia de Kiev a su arsenal de armas nucleares, el más numeroso de la antigua Unión Soviética.
¿Qué quiere Putin en Ucrania?
Podemos contentarnos con explicar la intervención rusa en Ucrania como una acción más del ambicioso Putin para recuperar la esfera de influencia de Rusia y reconstituir el imperio soviético. Es una explicación harto simplista.
La explicación principal de la política de Putin se encuentra lejos de Ucrania. Putin busca en su país vecino una distracción de los males políticos y económicos que aquejan al país.
El éxito de la revolución popular ucraniana representó una amenaza muy seria para el poder casi absoluto de Putin en Rusia después de 14 años de gobiernos ininterrumpidos. Con Yanukóvich no solamente caía un gobierno amigo, una marioneta que Putin podía mover a su antojo.También se resquebrajaba una forma de gobernar que Boris Yeltsin había inventado y Putin mejorado y exportado a Ucrania: un régimen autoritario a medida de su líder, adicto al poder y a la riqueza, y con un alto grado de corrupción institucionalizada, nepotismo, clientelismo político e influencia de los oligarcas. Putin no podía consentir que la revolución popular ucraniana se fuera de rositas, de hacerlo invitaría a la oposición rusa a imitar la revolución ucrania. Ucrania era un mal ejemplo para los rusos.
Para legitimar su gobierno y asegurar el poder, Putin ha jugado una carta recurrente en la historia del siglo XX de Europa central y oriental: el nacionalismo. Y esto en un momento en el que la economía no despegaba y el descontento social arreciaba. Bajo el pretexto de la protección de las minorías rusas en Ucrania se anexionó Crimea, un éxito político sin parangón en la política rusa de los últimos 25 años.
Crecido por el éxito doméstico y animado por la escasa resistencia ucrania e internacional se lanzó a la aventura de la recreación de la antigua provincia zarista de la Nueva Rusia en el este de Ucrania. Este es un hueso más duro de roer.
Su intervención en Ucrania le ha costado un aislamiento diplomático cada vez más notable, junto con el deterioro de la economía rusa, sometida a unas sanciones occidentales que han provocado una huida de capitales y una depreciación del 50% del rublo.
A pesar del coste diplomático y económico Putin disfruta de un apoyo mayoritario entre sus compatriotas que alcanza el 80% de la población gracias a la movilización popular que el régimen ha orquestado en torno a su líder y en contra de la agresión occidental. Llueve sobre mojado. Durante los últimos 25 años los rusos se han sentido humillados por las sucesivas ampliaciones de la OTAN y de la UE hasta alcanzar la frontera rusa y absorber a los países bálticos, sus antiguos socios de viaje.
Perspectivas
A corto plazo es poco probable que Vladímir Putin deje de enredar en Ucrania. Putin no puede frenar de repente la bestia nacionalista que tanto ha alimentado con la propaganda antioccidental. Por lo demás, los rusos soportarán de buen grado un sacrificio económico incomparable con las penurias y miserias del desastre económico de la década de los 90.
Algunos analistas piensan que Putin amaga con una guerra abierta contra Ucrania con la intención de obligar al gobierno de Poroshenko y a sus aliados occidentales a negociar unos términos más ventajosos para los separatistas y, por tanto, una victoria para Putin ante su pueblo. Por ejemplo, un estado federal con amplias competencias para las regiones ruso-parlantes y una reserva de diputados en el Parlamento ucranio con capacidad de veto del destino de Ucrania. Una derrota humillante para Ucrania.
A medio y largo plazo Rusia no puede ganar. No importa que sus fuerzas armadas puedan plantarse en tres días en Kiev, más allá se encontrará con la OTAN. Y su política euroasiática de refuerzo de las relaciones económica con China le reportará pocos beneficios. Es una relación poco equilibrada en la que Rusia necesita más al gigante asiático que viceversa.
La cuestión clave es que la Federación Rusa no puede movilizar tantos recursos como Occidente: Rusia representa apenas el 3% del PIB mundial frente al potencial conjunto de las economías de la UE y de EEUUs que alcanza el 40% de la riqueza mundial.
Se estima que la economía rusa se contraerá este año un 5% como consecuencia del efecto combinado de las sanciones occidentales y del desplome del precio del petróleo, el principal ingreso de una economía rusa que se compara a veces con la gasolinera del mundo (Rusia extrae casi 10 millones de barriles de petróleo al día, casi la misma cifra que Arabia Saudita o EEUUs).
El descontento de la oligarquía, los principales valedores de Putin, y de las clases medias con el régimen es ya palpable según la analista de Reuters Chrystia Freeland y crecerá en paralelo al deterioro económico. Por otra parte, de prolongarse la guerra, el incremento de las bajas rusas podría tener un impacto similar al que tuvo el fiasco militar y el coste humano de la guerra de Afganistán en la caída del imperio soviético.
El tiempo, por tanto, juega en contra de Putin. Europa y Estados Unidos no deben precipitarse en Ucrania.
Por todas estas razones es necesario darle una oportunidad al «partido» de la diplomacia encabezado por la canciller Ángela Merkel y el presidente Francois Hollande que se reúnen en unas horas con los mandatarios ruso y ucraniano en Minsk.
No obstante, “una diplomacia sin armamentos es como una orquesta sin instrumentos”, como decía el Rey de Prusia, Federico el Grande (1712-1786). De ahí la utilidad para la causa negociadora de los anuncios realizados por los partidarios de la guerra, la OTAN y de Estados Unidos, de armar a Ucrania para resistir la agresión rusa.
11 de febrero de 2015
José Luis Masegosa Carrillo / Blog: http://www.lamiradaaoriente.com / @joseluismase