NADIE SABE LO QUE PUEDE UN CUERPO

Amis

Antropológicamente nuestro mundo es el más irreal de la historia. La pandemia de la covid19 nos ha hecho (re)descubrir nuestra enorme vulnerabilidad. Estamos ante un acontecimiento que, siendo inesperado, tiene todos los ingredientes para constituirse en un hito del todo significativo, de manera que a su carácter de imprevisto, se suma su potencial de dejar en suspenso el mero fluir de procesos en curso para, en una situación nueva, concitarnos ante alternativas, dilemas, y cambios futuros respecto a los cuales hay y habrá que tomar decisiones sin precedentes.

                       Nadie sabe lo que puede un cuerpo es un aforismo del filósofo del siglo XVII Baruch Spinoza, llamado el filósofo de la alegría, que me parece muy ad hoc para estos tiempos. Lo que subyace a este aforismo es la pregunta de cuál es la forma de vida más conveniente para un cuerpo, para un sujeto. Hay quien pretende saberlo y establece una moral universal; Spinoza critica a estos que se erigen en este saber/poder supuestamente universal que debe ordenar el mundo humano. Esta fue una de las razones por las cuales Spinoza fue expulsado de la Sinagoga. Tampoco Spinoza fue tan naif para no saber de los límites del cuerpo. Un ejemplo metafórico que parece que él ponía, era que los seres humanos son una esfera geométricamente idéntica pero materialmente distinta, es decir, somos como esferas, hechos de distintos materiales que ocupan el espacio y distribuyen la luz de diferente manera. Esto es, los límites que la luz proyecta cada una de las esferas son diferentes, por tanto los límites son dinámicos.

            Por otra parte, Michel Foucault, ya en el siglo XX, acuñó el concepto de biopolítica, o biopoder. Hasta hace dos siglos, el poder se basaba en la capacidad del soberano de dar muerte; ahora se basa en la capacidad de gestionar la vida. Así pues, se trata de controlar la vida, de hacerla crecer, organizarla y optimizarla.  Las dos formas de biopoder son las disciplinas del cuerpo y los controles de la población. Son sistemas encargados de moldear al individuo para integrarlo en la sociedad y convertirlo en un elemento útil. Lo ejercen instituciones como la educación o el ejército, pero también la anatomía.

            Mientras que las disciplinas del cuerpo se centran en el individuo, los controles de población se centran en la especie. El poder ya no se basa exclusivamente en la ley. Si bien la ley sigue existiendo, esta es un elemento más en un entramado de instituciones (la familia, el sistema educativo, el ejército, la medicina, etc.) que busca gobernar a base de regular lo que es lo normal y adaptar a ello a todos los individuos de la sociedad.

El biopoder se convierte así también en un nuevo marco para las ciencias, que bajo este nuevo paradigma se erigen como parte del entramado de instituciones que ejercen el biopoder.

Por ejemplo, nuestra propia concepción del la salud y del sexo sería biopolítica. Precisamente es el sexo, aquella esfera innombrable, que parece libre de toda injerencia política, donde el biopoder se manifiesta de forma implacable. Así, las prácticas sexuales comunes, pero también las concepciones científicas sobre el sexo, serían una forma de apuntalar los equilibrios de poder del statu quo a través de la práctica sexual. Vemos aquí como para Foucault los sistemas de conocimiento generan aquello que tratan de describir, de forma que en su esencia son mecanismos de poder.

El cuerpo se lee, sin duda: es un texto. El cuerpo ya no puede ser pensado como una materialidad previa e informe, ajena a la cultura y a sus códigos. No existe más allá o más acá del discurso, del poder del discurso y del discurso del poder. El cuerpo es la representación del cuerpo, el cuerpo tiene una existencia performativa dentro de los marcos culturales (con sus códigos) que lo hacen visible. Más que tener un cuerpo o ser un cuerpo, nos convertimos en un cuerpo y lo negociamos, en un proceso entrecruzado con nuestro devenir sujetos, esto es individuos, ciertamente, pero dentro de unas coordenadas que nos hacen identificables, reconocibles, a la vez que nos sujetan a sus determinaciones de ser, estar, parecer o devenir.

El cuerpo es fronterizo, se relaciona bidireccionalmente con el entorno sociocultural; lo constituye pero a la vez es constituido por él.  Una de las labores más loables y necesarias del psicoanálisis y de los feminismos ha sido y sigue siendo mostrar cómo actúan esos mecanismos de poder que consiguen que percibamos como naturales prácticas que en sí mismas no lo son. El poder se ejerce verticalmente, de arriba abajo, pero también se otorga, de abajo a arriba… o a los lados.

¿Cómo nos desenvolveremos como cuerpos después de esta aporía?

En otro orden de cosas, me gustaría señalar, en un primer y somero acercamiento a nivel clínico, las quejas y manifestaciones sintomáticas escuchadas y observadas desde mi posición analítica que me han llamado más la atención:

– El aislamiento continuado produce un enlentecimiento psíquico debido al aumento de la incertidumbre sobre las perspectivas vitales a corto y medio plazo, junto con pérdidas de memoria, dificultades para restaurar recuerdos.

-Se dan también manifestaciones sintomáticas de tipo supervivencial: En los primeros momentos del confinamiento, la compra desaforada de papel higiénico está relacionada con un mecanismo de defensa típico de una regresión a la etapa anal, expresado en términos ortodoxamente freudianos, donde la necesidad de control ante una situación totalmente fuera de control del sujeto, se manifiesta reveladoramente.

En un segundo momento del confinamiento, el masivo consumo de productos se trasladó la compra de harinas y levaduras. Una regresión a la etapa oral. En un artículo muy ocurrente de una periodista española, Cristina Fallarás, titulado “Nuestro tiempo es un bizcocho”, señalaba que restar importancia a la alimentación, es de alguna manera restar importancia a nuestra dedicación a nosotras mismas. Un bizcocho es algo hecho en casa, casero, un bizcocho es tiempo de esmero de cuidado, compartido, íntimo, la diferencia entre dinero y tiempo, lo pragmático y lo antipragmático. ¿Porqué un bizcocho y nuestro trabajo por dinero es incompatible o irreconciliable?

El sostenimiento de la carga emocional por las muertes por la covid19 en los hospitales ha recaído sobre todo el personal sanitario, ya que no había familiares en las habitaciones, que son los que en condiciones habituales soportan dicha carga. A esto hay que añadir, que parte de los médicos de hospital habitualmente tienden a tratar la enfermedad como entidad clínica, más que al enfermo como sujeto sufriente, pero ahora les ha tocado atender a los enfermos, de una enfermedad que conocen poco. Esta situación pavorosa lleva inevitablemente a un repunte sustancial de síntomas ansioso-depresivos.

-Y aparecen un tipo de manifestaciones sintomáticas, llamemosles paradójicas:

Los sujetos con estructuras cercanas a la melancolía, confinados habitualmente en su narcisismo depresivo, aparentemente parece que llevan mejor la situación. Podría ser debido a que todo a su alrededor está confinado, y ellos o bien saben manejarse mejor en esta situación, o bien mejoran en comparación, porque el resto de los sujetos nunca se han enfrentado de una manera tan patente a los abismos subjetivos que produce una situación de confinamiento.

Los que tienen tendencia al aislamiento de forma habitual, en el confinamiento han acusado el estar aislados; a los sujetos que no les gusta ser tocados o besados o acercarse mucho a los otros, ahora echan de menos esa posibilidad; quizá se trate más de hacer evidente las limitaciones en la ficción de libertad en que vivimos habitualmente.

Con esta pandemia, todas nuestras ficciones, registros imaginados y simbólicos, semblantes, fantasmas, fantasías, simulacros, patrones, plantillas, planillas, apaños… se nos han resquebrajado, y aparece de forma cruda e inmisericorde lo real. Nos toca rehacerlo, rehacernos.

Contamos con la extraordinaria capacidad de adaptación del ser humano. Pero hemos de ser realistas. Circula por ahí la idea de que una mala experiencia vuelve mejor a la gente.

Uno de los principales propagadores de esta ilusión fue Charles Dickens y su Cuento de navidad, en el que un banquero avariento se vuelve generoso y benévolo gracias a una serie de oportunos escarmientos metafísicos. Frank Capra, cineasta de buen corazón donde los haya, fue bastante más honesto al plantear en el suyo la desagradable verdad: la gente suele avinagrarse cuando vienen mal dadas y a los banqueros sin corazón rara vez les crece uno en el pecho.

El devenir subjetivo marca la pauta de los actos, acting y pasajes al acto con los que cada una de nosotras nos enfrentamos a los sucesos traumáticos que nos rodean, pero no olvidemos que aunque un suceso sea traumático a nivel social, no significa automáticamente que lo vaya a ser para todos y cada uno de los sujetos.

Saldremos de esta como hemos hecho siempre. La cuestión es si lo hacemos con Dignidad. La dignidad es un principio antipragmático. El delito de indignidad consiste en tratar a lo que tiene dignidad como si solo tuviera precio. Saldremos de esta, pero no sin cicatrices. Lo prioritario es que cuando eso ocurra sepamos leer esas marcas. La vida espera al otro lado.

Lola Burgos es psicóloga y psicoanalista

Mayo 2020

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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