Rosalía de Castro en el diván

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¿Quién es Rosalía de Castro? Una gallega nacida en Santiago de Compostela en 1.837, en Camino Novo, un arrabal de la ciudad, escritora y poetisa.

¿Qué representa? Pasó a la historia como la representante del pueblo gallego emigrante, sufriente, y también como representante del dolor sacrificial  en femenino de su pueblo.

Se convirtió en representante universal de la “saudade”, término portugués que equivale a la alegría ausente, donde se añora más un ser que un estar y en su quehacer poético escogió el tono elegiaco, modelo de composición lírica cuyo sonido es el lamento.

¿Por qué traerla hoy aquí? Porque su biografía y su obra nos compelen a tratar una vida que adopta un posicionamiento en melancolía y que utiliza la creación literaria como instrumento de expresión de todo su ser. A través de su historia vivencial podemos comprobar, como una melancolía se hace literatura. Rosalía es una melancolía que escribe y en sus temas repite obsesivamente emociones, reflexiones, que desembocan en callejones sin salida repletos de acontecimientos dignos de ser llorados y añorados, cayendo en la fatalidad, en el denominado determinismo melancólico.

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La primera frase marca de su vida quedará determinada por tres palabras, aquellas con las cuales es inscrita en el registro al nacer y es la siguiente: “hija de padres incógnitos”.

Su padre fue un sacerdote de 39 años  José Martínez Viojo y su madre Teresa de Castro, una mujer de 33 años perteneciente a una familia hidalga para la época.

La criada de la madre la llevará a bautizar a la capilla, no de una iglesia, sino de la inclusa con el nombre de María Rosalía Rita. Pero no la dejará abandonada allí para ser dada en adopción. Será criada en el máximo secreto por sus tías paternas más concretamente por su tía Teresa Martínez Viojo, que nadie conociese de su existir.

El nacimiento de Rosalía es socialmente pecaminoso, poco noble. Conlleva un mensaje encriptado difícil de tramitar para ella, es una hija del error y del silencio, de una relación muda, oculta, de la que jamás se deberá hablar. Dios está por medio.

De lo que no se habla, no existe. Rosalía no existe.

Será la obra literaria la que hará historia, grabará su nombre para la eternidad, lo hará imborrable, será pronunciado y existirá para siempre. Superará la marca de nacimiento. Esa herida de la historia familiar hará que su melancolía se haga escritura.

A los 8 años, la madre decide reconocerla y hacerse cargo de su crianza. La registra de nuevo, apareciendo así la segunda frase marca de su vida: “Rosalía de Castro (sin otro apellido)”.

Su madre promueve el acceso de Rosalía a los estudios de francés, dibujo, pintura, música, piano. Pero a los 19 años la asfixia de la maledicencia pueblerina la hacen decidir su marcha a Madrid. Socialmente era la hija del cura, mientras, personalmente, peleaba por dar un lugar a su nombre, pero con la consiguiente contradicción de empeñarse en la invisibilidad social.

Rosalía pertenece a la clase de escritoras en quienes vida y obra se entremezclan. Esa infancia signada por el misterio de su origen, la sensación de ser diferente a los demás, su temporal orfandad, generó una sensibilidad para percibir el mundo y alimentó un profundo dolor existencial, personal y empático con el de todos los seres.

Entendiendo este sentimiento trágico no sólo como el lamento del gusto romántico sino como el producto de la angustia vivencial. Se adelanta a la filosofía existencialista del siglo venidero.

La suya es una sensibilidad que entiende la pérdida, la duda, la soledad, porque es expresión de un ser constituido por la certeza de que su vida y el dolor son realidades inseparables y que encara con insólita autenticidad el hueco, tal vez sin remedio, que deja la falta de amor.

¿Qué se quedó perdido que se hace melancolía?

Un paternaje quizás y con esa falta quedó afectado algo de las identificaciones. Identificada al resto, desecho de una relación en espera del castigo social. Quizás se siente heredera del castigo pendiente a sus progenitores, haciéndose ella misma carne viva del castigo, identificándose al castigo mismo, encarnando lo inmundo y lo que no puede ser nombrado.

Fue en 1862 cuando su madre moribunda le confiesa el nombre de su padre.

 ¿Qué hace Rosalía ante esta revelación? Crear. Escribe, el libro de poemas titulado, “A mi madre”.

Ella es el espejo permanente de la falta de sus padres. El semblante del “gran pecador”.

Concebida por el lapsus de un deseo, su síntoma fue ser metáfora de goce. Gozar padeciendo, buscar la belleza más en la pérdida que en el encuentro, disfrutar de la nostalgia de lo ausente ya que jamás espera sustituir el objeto perdido. Duelo interminable, a perpetuidad. El odio escotomizado es compensado por sus reivindicaciones sociales para con el pueblo gallego.

Rosalía, como todo melancólico, es una exiliada, petrificada en un desierto de soledad con un decorado de devastación universal. No es pesimista, es un sujeto con la certeza de que la pérdida presentida para el futuro ya está realizada. Esta pérdida no se refiere a un acontecimiento del mundo común, sino a un Objeto único y secreto, de hecho perdido ya desde siempre. A pesar del poco amor recibido, los nexos que la atan a sus progenitores son terriblemente sólidos, sin posibilidad de escape y con una entrega en forma de sacrificio.

Hay una complacencia en cultivar el dolor, en llevar hasta su extremo una empresa de destrucción de sí misma. Queda entregada a una operación de limpieza por el vacío, como para hacer de este absoluto de la nada, un todo, de acuerdo con una modalidad altamente paradójica del goce, su quintaesencia “demoníaca” dice Freud, la de la pulsión de muerte.

La causa del mal es lo que Lacan designa como Causa Latina, la Cosa, Das Ding. Otro absoluto del sujeto, este mítico objeto absoluto del deseo, es un bien prohibido, objeto imposible de alcanzar, perdido para siempre, de la búsqueda y del deseo.

El objeto perdido, nunca será encontrado. Ella queda esperando algo mejor, esperando algo peor, pero esperando, posicionada en la mortificación.

Apelando a una identificación con lo inanimado, con la Cosa y con un concreto decir “yo soy nada”.

Quedar definida como sujeto a la frase (sin otro apellido) nos remitiría a los experimentos de Jung cuando trataba el tema de las palabras-estímulo y cómo se registraban las asociaciones.

Rosalía inexorablemente hace conexión a las palabras inscritas que la definen y a raíz de ahí crece un complejo ideativo entrelazado a las palabras estímulo que conducirán su vida a estar siempre influenciada por la reacción de Rosalía a la palabra estímulo.

Toda la dinámica de la melancolía se sitúa en la experiencia de corte de la Cosa y con la Cosa, para llegar al mundo según la doble polaridad de sujeto (castrado) y de objeto (desecho).

No hay palabra paterna reguladora del goce. Despojarse de la culpa melancólica que retorna a través de la identificación con la falta de padre, la extrae del mundo de los vivos, de la temporalidad de estos, mitigando su agonía.

Se sabe a quién se ha perdido, pero no lo perdido con él. Negatividad en estado puro.

Freud hizo de la melancolía la bandera de una pérdida. Rosalía pierde la seguridad de que el Otro es garante de su deseo, el Otro la ha engañado, nada, la nada, se muestra en su lugar. Nunca hubo nada, nadie en la función paterna estuvo allí para sostenerla y defender su existencia, sólo para asegurarse de su ocultación.

¿Cómo hacer con esto?

A través de las palabras, haciendo que el texto literario funcione a modo de metáfora del objeto perdido. Rosalía representa en sus obras el constante proceso de relación con su objeto interno, incluyendo todas las vicisitudes que comprenden las fantasías agresivas y de reparación.

En la creación literaria hay una regresión al servicio del yo. Toda la labor literaria, dijo Winnicott, es una especie de necesidad de reemplazar el falso self que servía de coraza defensiva, por el verdadero self. Para este servicio está la furia creativa que tiene como fin el surgimiento de una organización más auténtica.

La creatividad es un intento alquímico de transmutar el sufrimiento en belleza, el arte en general, y la literatura en particular, son armas poderosas contra el mal y el dolor.

No son armas invencibles pero convencen del espanto.

La literatura nos hace formar parte del todo y así parece que el dolor individual duele menos.

Los humanos nos defendemos del dolor adornándolo con la sensatez de la belleza.

La escritura, la poesía, es un lugar íntimo de descuartizamiento entre excesos. Esta literatura gira alrededor de la hiancia de la que no deja de huir y a la que se acerca, como si volviera a querer eternamente una catástrofe que es también su condición: la emergencia de un sentido, en el acto de escritura que produce lo nuevo. La escritura se convierte en un trabajo de duelo, en tanto que da un marco al vacío.

Decía Rosa Montero que para vivir tenemos que narrarnos. Nuestra memoria es un invento reescrito cada día y que nuestra identidad es también una ficción que se basa en la memoria.

La superabundancia de significantes  es solidaria de una ausencia de significación. Donde el rechazo social provoca una poderosa introspección y un pensamiento dirigido al detallismo más exacerbado.

Su escritura y su poesía tienen mucho de desgarramiento particular. Lacan definió la melancolía como “un dolor en estado puro”, un “dolor de existir”.

Fernando Pessoa decía que la literatura, como el arte en general , es la demostración de que la vida no basta.

El proceso creativo como acto, produce placer o dolor, pero en sus fases se produce una regresión al  servicio del yo y cuando se transforma en producto creativo se convierte en un lenguaje de logro, por su beneficio tanto para el yo como para el objeto, que perdurará a través de los tiempos. Escribir es respirar, Rosalía está inspirada pero se espira. Utiliza la saudade como aliada para la creación, como modo de emoción adaptativa al servicio de la elaboración de sus pérdidas. Adviene la melancolía para dar cuenta de su posición subjetiva, abrazando el éxtasis melancólico, haciendo estallar la creatividad.

Ya Freud advirtió que en la melancolía el dolor recae sobre el objeto perdido que no es otro que ella misma. Rosalía renuncia al ser de su propio yo y esa renuncia lo es del general del deseo. Identificada a lo mortífero de la pulsión, la cual fracasa en su función de sostén del deseo, exporta hacia lo social la culpabilidad de su posicionamiento existencial. Su sino es la fatalidad y el síntoma, en una situación circular.

Muere a los 48 años de un largo y doloroso cáncer de útero, tras la vivencia de seis partos, uno de ellos múltiple y la muerte de 3 de sus hijos. Antes de morir le pide a su hija..”abre la ventana que quiero ver el mar”.

Una melancolía que se asocia a una búsqueda de sentido a la vida por parte de aquel que vaga errante, como desterrado, ¿de dónde?, del deseo. Falta (a) como objeto causa del  deseo del Otro.

Lo que importa no es el ideal, sino el deseo del ideal, ser alguien en el mundo, ella imaginariza lugares de identificación posibles para darse consistencia, ser poetisa, ser escritora. Un intento desesperado existencial por escribir un nombre completo, el suyo.

En su destierro del campo del Otro, en su ser errante por el mundo de las identificaciones, el ser escritora la apropia de un símbolo que la nombra, la hace existir con goce mortífero sí, pero existe, es una escritora y su nombre ya es nombrado y queda inscrito.

Palabras de Rosalía: “Yo no sé lo que busco, pero es algo que perdí, no sé cuando y que no encuentro.  Aún cuando sueñe que invisible habite en todo cuanto toco y cuanto veo. Felicidad no he de volver a hallarte en la tierra, en el aire ni en el cielo.¡Aún cuando sé que existes y no es vano sueño!”.

 Rosalía hace literatura como reflejo interior, proyección del inconsciente hecho obra que ahora sí ya no será rechazada por la sociedad aunque el lenguaje sea el lamento.

Rosalía representa la patología de lo innombrable, vivida en melancolía y haciendo creación de la eterna herida abierta, no poder nombrar al padre.

Conferencia de Belén Rico, Socióloga y Psicoanalista, el pasado viernes 13 de enero en el Ateneo de Madrid.

Belén Rico García es la Directora del Observatorio de Sociología de Arco Europeo. Vicepresidenta 2ª de la Agrupación Ateneística Ángel Garma  y Consiliaria de la Agupación Ateneística Agustín Argüelles.

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