La palabra de Cenicienta y el zapatito de Prokofiev a las 12

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La palabra de Cenicienta y el zapatito de Prokofiev a las 12

En la versión de Jacob y Wilhelm Grimm, se ofrece una serie de detalles muy truculentos sobre el tamaño del pie de las hermanastras de nuestra protagonista, la joven Cinderella, mugrienta y sucia llena de hollín doméstico:

“…entonces, la madre, tendiéndole un cuchillo, le dijo: – ¡Córtate el dedo!: cuando seas reina no necesitarás andar a pie. La muchacha se cortó el dedo gordo, introdujo a la fuerza el pie en el zapato, reprimió el dolor, salió del cuarto y se presentó al príncipe”.

“Éste la aceptó como su prometida, la montó en su caballo y se fue con ella… Entonces el príncipe miró su pie y vio cómo sangraba…” Inenarrable. Poco más se puede añadir acerca de la crueldad maternofilial.

Según Dumézil, toda cultura alberga una tradición mítica: los mitos pertenecen a la memoria comunitaria, al imaginario colectivo, se insertan en la cultura y recurren a símbolos propios para expresar el profundo sentido a lo real en busca de esperanza y consuelo. Triste realidad la que desea la madrastra de Cenicienta, dispuesta a mutilar a su hija con tal de verla convertida en heredera del reino.  Mito y realidad parecen pues que se superponen y se necesitan: contribuyen a justificar la violencia detectada en la resolución sin fisuras de la madrastra.

Al compositor Prokofiev le subyugó de tal forma la narración de La Cenicienta que tejió una música abrupta, rompedora en su época; no fue bien acogida la melodía de un cuento popular que trastornaba compases con ritmos asincopados una pura distorsión musical; todo se confundía en la mente del músico, decían los críticos, no tranquilizaba conciencias y subvertía cimientos sociales y emociones personales.

Fácil resulta averiguar las emociones tan compulsivas que atenazaban a las hijas de aquella madrastra y a la solapada, invisible, cenicienta, encerrada en su desván con la llave a buen recaudo en el bolsillo de la tirana.

El lenguaje cruento de ese trío malévolo refleja la mente humana: hermanas y madre configuran un universo impermeable, alejado y refractario de Cenicienta con tal de lograr sus objetivos: cualquier acto sirve para el fin, los medios lo justifican, aunque sea cortándose parte del pie. Los Grimm y Prokofiev se expresan de manera distorsionada: anomalía y desajustes, falta de armonía lingüística y verbal, incoherencia de registros idiomáticos, sin cohesión polifónica.

Corcheas y letras se mezclan en el relato y en la partitura como si fueran ataques verbales, insultos que solo pueden ser una manifestación de la agresividad soterrada en las entretelas humanas. Son un corolario de formas del lenguaje conminatorias, amenazas tan negativas como el insulto que profieren a la víctima sus verdugas,  con origen en el desdén o en el odio para la descalificación del otro, la anulación del prójimo. Es una bofetada, un ninguneo. Y un chantaje en palabras de Emilio Lledó.

Ese es el marco en el que el zapatito de cristal se va a perder…y se pierde la única salvación que tiene cenicienta para ser rescatada de la cárcel física y anímica que padece, un enclaustramiento forzoso y forzado. Nuestra “heroína”: llena de esperanza, espera, aunque sea de forma tácita, sin vehemencia, casi con resignación cristiana; la anima un hálito de premio al final del camino. Y ese premio exógeno, no radica en su esencia de ser en el mundo como diría Heidegger, sino en la venida de alguien fuera de ella que la va a redimir a restituir y devolver el lugar que le corresponde en el mundo. Birlibirloque, una varita mágica y al baile, pero al acabar los doce latidos del reloj, fin del sueño.

En nuestro cuento, la sororidad ha desaparecido: en un mundo femenino, son las féminas el lupus para ellas mismas como afirmaría Hobbes. Unas licántropas que devoran lo que creen que les perteneces porque sí. Las hermanastras practican el “sálvese quien pueda, esto es la jungla, y la otra… que apechugue, ahora es mi momento, me aprovecho, aunque sea pisando con el pie ensangrentado: el príncipe es mío y ojito con arrebatármelo; ha llegado mi hora: seré princesa”. Cenicienta es buenecita, abnegada y callada, sobre todo, comedida, que no se note su belleza y su bondad: se trata de disimular sus virtudes ante un público femenino depredador.

A nuestras cenicientas actuales hay que contarles el cuento de otra manera, hay que plantearles la realidad, sin zapatito de cristal. Ellas se lo van a comprar y lo van lucir dónde y con quien quieran. Y no tendrán que escuchar campanadas para salir corriendo; se quedarán en el baile o no, volverán a la hora o no, pero serán ellas las hacedoras de su hoja de ruta, sin calabazas hechizadas ni ratones jolgoriosos. Del “érase una vez”…hasta el “y vivieron felices” ha pasado mucho tiempo: se han vivido emociones, sobresaltos e ilusión. Y no siempre queda ni permanece el zapatito de cristal, el toque de Prokofiev nos recuerda que la realidad, tan real, está ahí y nos espera para convertirla en nuestra, sin espejismos ni miopía.

DEPARTAMENTO DE FILOLOGÍA Y LENGUA ESPAÑOLA

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Directora Pilar Úcar Ventura

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