DERECHO INTERNACIONAL Y GEOPOLÍTICA

En un momento en que los conflictos bélicos amenazan la paz mundial con armamentos de un inmenso poder destructivo, se hace necesario reflexionar y lanzar mensajes de cordura.

Belén Rico, socióloga, Vicepresidenta Tercera de Arco Europeo Progresista y Presidenta ejecutiva de la Agrupación Ateneísta Garma, y José Antonio García Regueiro, jurista, Presidente de la Agrupación Ateneísta Argüelles y Presidente de la Sección de Ciencias Jurídicas y Políticas del Ateneo de Madrid serán los ponentes.

Presenta la Secretaria Primera de la Sección de Ciencias Jurídicas y Políticas del Ateneo de Madrid Ana Maestro y modera la Vicepresidenta Primera de Arco Europeo Progresista Ana Pulido.

La palabra “felizaño”… ¿hasta cuándo?

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La palabra «felizaño»… ¿hasta cuándo?

Por Pilar Úcar

Mucho se ha escrito sobre el tema de las felicitaciones y en especial de la expresión cómica “feliciano”, muy fonética ella en clara alusión al primero de año, de ese Año Nuevo que va en mayúscula o minúscula según el sentido y el uso que se dé como vimos en mi anterior colaboración sobre la ortografía navideña.

Un breve repaso al tema nos lleva a preguntarnos hasta cuándo seguir profiriendo la cantaleta que arranca días antes de la fecha en que se supone comienza el año nuevo.

Y digo “se supone” porque a una de mis doctorandas, china, eso de la felicitación cumpliendo el día, se la trae al pairo, pero muy educada me felicita, puntual, el 1 de este 2023 y yo tengo que esperar hasta el 22 de enero para devolverle otra rutina lingüística de cortesía: “igualmente”.

Ahí vemos la ficción del “añoviejo”, expresión en franco declive y la insistencia del nuevo año hasta… ¿marzo?, por ejemplo, con el pretexto de que no nos hemos visto todavía, o no hemos coincidido personalmente para desearnos in situ la “felicidad anual”.

Año que no tiene que ir, por obligación, precedido del determinante “el”. En la actualidad la RAE admite las formas “de 2023” o “del 2023”, “a 2023” o “al 2023” aunque prefiere y aconseja evitar el artículo.

En cualquier caso, nos encontremos a las puertas de 1962 o de este 2023 recién estrenado (no para los chinos, repito), conforme avanza el tiempo, no deja de resultar ridículo el hecho de repetir el sonsonete del “feliciano” que poco o nada aporta en la comunicación entre emisor y receptor.

Seguiremos trayendo a colación en este Observatorio expresiones hueras de contenido testimonios palpables de ciertos acuerdos sociales idiomáticos en un discurso con algunas pretensiones de interacción humana.

DEPARTAMENTO DE FILOLOGÍA Y LENGUA ESPAÑOLA

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Directora Pilar Úcar Ventura

«El Estado dual» de Ernst Fraenkel

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En la foto Jaime Nicolás Muñiz

El pasado 3 de octubre se presentó en el Ateneo de Madrid, organizado por la Agrupación Ateneísta Agustín Argüelles, el libro «El Estado dual» de Ernst Fraenkel. Intervinieron José Antonio García Regueiro, Letrado del Tribunal de Cuentas y Letrado del Tribunal Constitucional, Antonio Cuerda Riezu, Catedrático de Derecho Penal y Letrado del Tribunal Constitucional y el propio traductor del libro Jaime Nicolás.

La excelente traducción al español de esta obra se la debemos al jurista Jaime Nicolás Muñiz, Licenciado en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid (1970) y Lizenziat der Sozialwissenschaft por la Universität Konstanz (1975), Administrador Civil del Estado (1971-2017), Letrado del Tribunal Constitucional (1980 y 1987) y ex Director del Gabinete del Presidente del Consejo de Estado (2008-2012).

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Al fondo de la foto Antonio Cuerda y en primer plano José Antonio García Regueiro

El Estado dual o teoría de la dictadura, es un libro escrito durante el régimen nacionalsocialista por el prestigioso jurista Ernst Fraenkel, terminado en 1938, dando una visión jurídico-política que permite entender mejor lo acaecido durante esos años en Alemania.

Una situación donde el poder real lo tiene el llamado Estado de medidas, el cual corresponde al Partido Nacional Socialista, frente al Estado de normas, que es lo que queda del anterior Estado de Derecho, el cual queda relegado a un segundo plano, sin fuerza para imponer sus resoluciones jurídicas frente a las políticas.

Es una dualidad no equilibrada que permite que sea el Führer Jefe del Estado y del Partido sin ningún contrapeso institucional al ser anulados de facto el poder judicial y el legislativo por las ordenanzas de febrero y marzo de 1933, que transformaron el Estado de excepción en régimen general de la vida política alemana.

No obstante, precisa el autor que el Estado de medidas tenía un límite claro cuando se trataba de decisiones que afectaban al sistema capitalista pues el régimen hitleriano debía sus principales apoyos a los imperios industriales del oeste y a los grandes latifundistas del este. En estos casos, el Estado de normas tenía más vigencia, salvo que se tratara de empresarios judíos los cuales fueron eliminados.

En esta línea de protección de los grandes empresarios, de un sistema capitalista extremo, se prohibieron los sindicatos, lo que permitió eliminar cualquier tipo de reivindicación laboral de los trabajadores; esta neutralización del movimiento obrero permitió que los salarios fueran extremadamente bajos, lo que aprovecho el régimen para aumentar el gasto en armamento.

Resulta interesante también el relato histórico, que nos revela que la mayoría de los elementos del régimen nacional socialista no nacieron con él sino que fueron heredados del sistema político prusiano, destacando algunas de las medidas del Canciller Bismarck, en la segunda mitad del siglo XIX, orientadas a fortalecer a la monarquía y a la nobleza frente a las pretensiones liberales y socialistas que intentó anular totalmente. Incluso durante el siglo XIX se pueden detectar antecedentes de la policía política hitleriana en los cuerpos policiales prusianos, con poderes prácticamente absolutos y arbitrarios.

José Antonio García Regueiro, Presidente de la Agrupación Ateneísta Agustín Argüelles, Letrado del Tribunal de Cuentas, Letrado del Tribunal Constitucional y Jurídico Militar. Octubre de 2022.

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El Papa contra la guerra

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El 19 de mayo de 2022, el Papa Francisco recibió a los directores de las revistas culturales europeas de la Compañía de Jesús y al Propósito General de la misma, el Padre Arturo Sosa.

Entre otras cuestiones, el Papa recordó que un par de meses antes de la guerra de Ucrania conoció a un Jefe de Estado que le dijo que estaba muy preocupado por la forma en que se movía la OTAN pues estaban ladrando a las puestas de Rusia y no entienden que los rusos son imperiales y no permiten que ninguna potencia extranjera se acerque a ellos, por lo que la situación podría llevar a la guerra.

El Papa manifestó que estaba en contra de reducir este conflicto a buenos y malos, pues deben analizarse los intereses y las raíces. Sin olvidar que hay otras guerras que nadie sigue.

Para el Papa se ha declarado la III Guerra Mundial, lo que debe llevarnos a reflexionar. Y se preguntó, ¿qué le pasa a la humanidad que lleva tres guerras mundiales en un siglo?.

Círculo Smolny considera que las reflexiones del Papa Francisco deberían tenerse en cuenta por todos los mandatarios mundiales, especialmente los europeos pues no han sabido facilitar una salida diplomática al conflicto de Ucrania.

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Icaria

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Icaria

Por Eduardo Montagut

Entre el primer comunismo francés destacaría la figura de Étienne Cabet (1788-1856). En este trabajo pretendemos acercarnos a sus teorías a través de su principal obra, el Viaje a Icaria, una de las utopías más destacadas del siglo XIX.

Cabet nació en Dijon en el seno de una familia de artesanos. La relativa buena posición económica familiar le permitió estudiar derecho. Ejerció de abogado en la época de la Restauración y fue carbonario. Se hizo republicano, pero tuvo que marcharse de Francia, pasando a residir en Inglaterra en 1834. Cinco años después regresó y en 1840 publicó la obra que le ha hecho más famoso, su Viaje a Icaria. Cabet renovó la tradición utópica renacentista, inaugurada por Tomás Moro, con una obra donde relataba una sociedad comunista. También escribió una historia de la Revolución Francesa.

En la construcción de la sociedad comunista habría dos fases. La primera sería de transición y de larga duración. En esta etapa se mantendría el derecho de propiedad individual y el trabajo seguiría siendo libre. Estos dos factores generarían una creciente desigualdad. Por eso, gran parte del presupuesto, libre de gastos y créditos militares, debía destinarse a la construcción de viviendas populares y a la educación, lo que supondría una especie de primitivo estado del bienestar. Además, se establecerían precios máximos a los productos de primera necesidad que, por otro lado, no serían gravados con impuestos indirectos, algo muy común en la fiscalidad decimonónica. En contraposición se impondría una fiscalidad progresiva sobre el capital y las sucesiones. Interesa destacar que, en realidad, muchas de estas ideas no son realmente utópicas.

La fase de construcción llevaría consigo la abolición de la propiedad individual. Se socializarían las materias primas y los medios de producción. La comunidad contaría con unos funcionarios que podrían ser revocados. Las profesiones se otorgarían por concurso y los trabajadores serían retribuidos según el principio de a cada uno según sus necesidades. No existiría el comercio, porque los productos se depositarían en unos almacenes públicos donde cada uno sacaría lo que necesitase. En el plano político se garantizaría la democracia a través de la delegación del poder legislativo en una asamblea popular y por el recurso al plebiscito.

En esta utopía la educación adquiriría un gran protagonismo y estaría perfectamente regulada. Los niños permanecerían con sus madres hasta los cinco años, pero entre esta edad y los dieciocho se educarían en las escuelas de la República. Entre la última edad y los veintiuno los jóvenes recibirían formación profesional, para luego recibir formación cívica al año siguiente.

Cabet creía en el progreso sin límites de la industrialización. Tenía mucha fe en las máquinas que, aunque eran funestas para los trabajadores en ese momento, no lo serían en el régimen de comunidad que había diseñado, ya que se convertirían en un instrumento de bienestar para todos, para liberar al hombre.

Cabet era contrario a los comunistas que pretendían la conquista del poder por la fuerza, en una línea coherente con su pensamiento utópico. No quería revolución alguna, sino la propaganda pacífica hasta el triunfo final. Las únicas armas que contemplaban eran las de la discusión o debate, y la voluntad nacional.

Su obra principal fue reeditada varias veces en la década de los años cuarenta, por lo que sus ideas fueron ampliamente difundidas, así como otras de sus obras y folletos. Especial relevancia tuvieron sus trabajos en Le Populaire.

Se formaron grupos de icarianos por diversos lugares de la geografía francesa. En 1848 se embarcó con un grupo hacia los Estados Unidos, llegando a Nueva Orleans. Una especie de vanguardia de estos icarianos partió hacia Texas para establecer una colonia no muy lejos de Fort Worth. Al fracasar, algunos marcharon a Illinois donde compraron tierras y fundaron otra colonia. También se crearon en Iowa, Missouri y California, aunque todas terminaron por fracasar. Las razones de estos fracasos debemos encontrarlas en las diferencias internas entre los icarianos, junto con la cuestión de la financiación. Cabet murió en San Louis, Missouri.

Monturiol se convirtió en el principal difusor en España de las propuestas utópicas del francés, con el mantenía correspondencia. Montará una imprenta y escribirá en La Fraternidad, la primera publicación periódica comunista española, además de traducir las obras de Cabet. Además, promovió con Francisco José Orellana una comunidad icariana en Barcelona.

Observatorio de Historia de Arco

Director: Eduardo Montagut

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Nacionalismo en el siglo XIX

HAGION

Nacionalismo en el siglo XIX

Eduardo Montagut

El concepto de nación como comunidad política con derecho a contar con un Estado organizado es una de las herencias ideológicas de la Revolución Francesa. Anteriormente, existía la lealtad personal de los súbditos al monarca absoluto, pero después de la Revolución esta vieja lealtad se sustituyó por otra, la lealtad legal de los ciudadanos a una Constitución. Los individuos debían pertenecer a una comunidad y compartir con otros una cultura, lengua y costumbres para poder ejercer los derechos políticos propios de todo ciudadano.

Los liberales intentaron sustituir los viejos Estados absolutos de súbditos por Estados nacionales, formados por hombres libres, por ciudadanos. En la época de las guerras napoleónicas las ideas del nacionalismo comenzaron a extenderse por Europa. La oposición a la ocupación francesa y a los sistemas políticos que Napoleón impuso, propició que diversos pueblos se enfrentasen al ejército napoleónico buscando su propio camino para constituirse en Estados. El Congreso de Viena y el sistema de la Restauración no respetaron los intereses de muchos pueblos europeos cuando rediseñaron el mapa de Europa, provocando que el nacionalismo se convirtiera en una fuerza opositora a este sistema de la misma importancia que el liberalismo.

El nacionalismo del siglo XIX fue un fenómeno político y social complejo, ya que tuvo dos vertientes: una liberal, y otra tradicionalista, de raíces conservadoras, aunque es fácil encontrar en muchos movimientos nacionalistas una mezcla de principios de una y otra.

El nacionalismo liberal defendía el derecho de los pueblos a liberarse de tiranías extranjeras y la necesidad de la solidaridad de unos pueblos con otros en sus respectivas liberaciones nacionales. Para este nacionalismo cualquier comunidad podía convertirse en una nación si así lo deseaba, buscar los medios para emanciparse y formar un Estado o unirse a otro ya existente con el objetivo de crear uno nuevo. De esa misma forma, cualquier persona podría cambiar de nacionalidad con sólo desearlo. Por eso se trata de un nacionalismo basado en la voluntad, ya fuera de una comunidad, ya de un individuo. Este nacionalismo fue seguido, principalmente por los liberales demócratas franceses e italianos, destacando la figura de Giuseppe Mazzini.

El nacionalismo tradicional o conservador consideraba que las naciones no se basaban en la decisión o la voluntad de los pueblos o de los individuos, sino que existían previamente como realidades objetivas ineludibles. Esas naciones tendrían rasgos geográficos, culturales, lingüísticos y hasta étnicos propios diferentes a los de otras naciones. Esos rasgos acompañarían a las personas estuviesen donde estuviesen. Una comunidad constituía una nación cuando la historia, la tradición, la cultura y la lengua así lo determinaban. Todo el que perteneciera a esa comunidad pertenecería, asimismo a la nación y debía compartir esos rasgos nacionales, ya fuera de grado o por la fuerza. No era una cuestión de voluntad como en el nacionalismo liberal. El nacionalismo conservador tuvo mucha importancia en Alemania, destacando la figura de Fichte.

Por otro lado, hubo también dos modelos de nacionalismo. En primer lugar, hablaríamos de un nacionalismo unitario, que pretendería reunir en un único estado pueblos separados, pero con una nacionalidad común. En segundo lugar, tendríamos un nacionalismo disgregador o separatista, que buscaría la fragmentación de Imperios o Estados para formar Estados-nación.

Observatorio de Historia de Arco

Director: Eduardo Montagut

 

 

La Segunda Internacional por los refugiados en 1910

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La Segunda Internacional por los refugiados en 1910

Por Eduado Montagut

El VIII Congreso de la Internacional celebrado en el año 1910 en Copenhague, además de su compromiso contra la guerra y por el desarme, en plena paz armada, y de condenar la pena de muerte, se preocupó por el derecho de asilo, ante el aumento de los refugiados, fruto de los conflictos y situaciones prerrevolucionarias que se estaban produciendo en el período anterior al estallido de la Gran Guerra.

Los socialistas denunciaban que se estaba vulnerando el derecho de asilo para los refugiados políticos con argumentos que consideraban falaces. Se ponía el ejemplo del refugiado ruso Julio Wezosol, que había sido detenido en Boston y entregado a las autoridades rusas, empeñadas en una verdadera cruzada represiva.

También se denunciaba a Gran Bretaña y Francia, que se había apuntado a una realidad ya casi común entre las autoridades de la época, independientemente del régimen político que se tratase, como lo demostraba el caso del revolucionario indio Viniak Dámodar Savarkar, uno de los principales activistas del movimiento por la independencia de la India. Había sido detenido en Francia y extrañado sin respetar, al parecer, las formalidades legales. Fue detenido por su vinculación con un grupo revolucionario denominado “India House”. Intentó escapar mientras era deportado desde Marsella, pero sin éxito. Sería condenado a dos cadenas perpetuas en la cárcel de las Islas Andamán y Nicobar, aunque salió en 1921 después de firmar un documento por el que renunciaba a las actividades revolucionarias.

El Congreso de la Segunda Internacional Socialista protestó enérgicamente contra las violaciones del derecho de asilo, y solicitaba al proletariado internacional que resistiese con todos los medios de propaganda y de agitación con los que se contaba contra lo que los socialistas consideraban atentados a la dignidad e independencia de sus propios Estados, y que amenazaban la libertad de acción de la clase obrera y sus relaciones internacionales, porque evidentemente se perseguía, entre otros grupos, a dirigentes políticos y sindicales que cuestionaban los sistemas políticos y económicos.

Hemos consultado la resolución del Congreso de Copenhague en el número 1.279 de El Socialista.

 

Las crisis marroquíes en vísperas de la Primera Guerra Mundial

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Las crisis marroquíes en vísperas de la Primera Guerra Mundial

Eduardo Montagut

En una Europa dividida en dos grandes bloques, la Triple Entente y la Triple Alianza, cualquier incidente o conflicto podía implicar a los dos bandos y el riesgo de una guerra de escala internacional se fue haciendo una realidad evidente. Entre 1905 y 1914 distintas crisis fueron llevando a esa conflagración mundial. En este artículo nos detendremos en las crisis marroquíes que, además involucraron a España, dados sus intereses en la zona.

En 1905, el káiser Guillermo II desembarcó en Tánger para manifestar su apoyo a la independencia de Marruecos, frente a los intereses franceses en la zona. Ante la gravedad de la situación se convocó la Conferencia de Algeciras al año siguiente. Gran Bretaña defendió los intereses franceses y españoles en la zona, pero también Italia, miembro de la Triple Alianza, ya que Roma y París habían acordado unos años antes un pacto por el que Francia no interferiría en los intereses italianos en Libia. Alemania quedó aislada y terminó por aceptar los planteamientos británicos de mantener Marruecos independiente, pero con varios puertos abiertos al comercio exterior bajo tutela franco-española, además de que ambos países adquirían el compromiso de ejercer un protectorado. Posteriormente, según los acuerdos firmados en noviembre de 1912 por Francia y España, Marruecos quedó dividido en dos protectorados, uno francés al sur y otro español en la zona del Rif y la Yebala. El resultado de la crisis de 1905 fue contrario a los intereses alemanes y permitió comprobar que Italia se estaba alejando de la Triple Alianza. La Entente salió reforzada.

La tensión internacional volvió a Marruecos en el año 1911. El sultán llamó a los franceses para que sofocaran unas revueltas internas, ocasión aprovechada para ocupar la ciudad de Fez. Esto conculcaba lo estipulado en Algeciras y Alemania expresó su disconformidad enviando un barco de guerra, el navío cañonero Panther, a Agadir, el principal puerto atlántico de Marruecos, con el pretexto de proteger a los comerciantes alemanes de la zona. Gran Bretaña apoyó a Francia y los alemanes tuvieron que retirarse y aceptar el poder francés sobre Marruecos, aunque consiguieron territorios en Camerún como compensación. La alianza entre el Reino Unido y Francia se fortaleció.

Observatorio de Historia de Arco

Director: Eduardo Montagut